Eran exactamente las 4.58 de la madrugada cuando la agencia de noticias Europa Press enviaba un teletipo con nueve palabras que significaban solo una cosa: “franco ha muerto. franco ha muerto. franco ha muerto”. La misma frase repetida por triplicado llegó a todas las redacciones antes de que la dictadura pudiera controlar el tiempo entre el fallecimiento real de Franco y la comunicación oficial. Mientras en las emisoras se escuchaba música clásica, la primicia esquivaba el meticuloso plan que había preparado el régimen para uno de los momentos más críticos de la historia de España. El certificado de defunción del dictador hizo constar las 5.25 como la hora del deceso.
Pasaron 50 años de aquel 20 de noviembre de 1975 en el que España comenzó a asomarse al final del franquismo. Medio siglo en el que las políticas de memoria y la condena de la dictadura conviven con los mitos que la propaganda del régimen edificó sobre sí mismo, un franquismo sociológico que no desapareció y el auge de un discurso que reivindica su legado y se coló en el Congreso, los medios y las redes sociales.
“Franco no es pasado, es presente, porque a través de la memoria del franquismo se está alimentando la geografía política actual”, introduce el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona Andreu Mayayo, que apunta a cómo España llega al 50 aniversario de la muerte de Franco con “un problema de fondo” que tiene que ver con la falta de “relato compartido que tenga claro que la dictadura fue una dictadura y que nuestra democracia no puede ser hija de ella”.
Es un marco político arrastrado desde el final del franquismo, con un Partido Popular –heredero de la antigua Alianza Popular, liderada por funcionarios del régimen– que se resistió históricamente a condenarlo sin ambages. A ello se sumó el auge de la extrema derecha en los últimos años, altavoz de un revisionismo histórico que niega el golpe de Estado de 1936 y que es reivindicado por sus líderes. Vox es el partido que celebra en el Congreso que los jóvenes “están descubriendo” que el franquismo “no fue una etapa oscura, sino de reconstrucción, progreso y reconciliación”, el que felicita el Día de la Victoria al más puro estilo franquista y el que califica al Gobierno de Pedro Sánchez como “el peor” de “los últimos 80 años”. Y el PP es la formación que pacta con la extrema derecha para plasmar el relato negacionista en la derogación de leyes autonómicas de memoria.
La calle no es ajena a esta ola. Aunque más de la mitad de la población (un 65%) valora de forma negativa la dictadura franquista, un 21% considera que fueron años “buenos” o “muy buenos”, según el barómetro del CIS del pasado octubre. Las respuestas varían de forma drástica en función del voto: en el electorado de Vox y el PP son más quienes piensan esto que quienes aseguran que fueron años “malos” o “muy malos”. Hasta un 62% en el caso de Vox y un 42% entre los populares estiman buena la dictadura. La cifra cae en picado entre los votantes del PSOE (7%) y Sumar (2%).
La percepción cambió en los últimos años. Aunque es difícil comparar datos debido a la diferencia de series, la última vez que el CIS preguntó por Franco a los españoles fue en el año 2000 y entonces un 10% de la población afirmó que fue la suya una etapa positiva, 11 puntos menos que a día de hoy. Al mismo tiempo, eran menos que ahora quienes sostenían que fueron años negativos mientras que casi la mitad consideraban que fue una época que tuvo “cosas buenas y malas”.
No solo pasado
La politóloga Anna López Ortega, autora de La extrema derecha en Europa, se resiste a hablar de retroceso “en sentido estricto” y afirma que el fenómeno “es el resultado de varios procesos que convergen al mismo tiempo”. Por un lado, “existe una reacción organizada ante los avances” de los últimos años en este tema –desde la exhumación de Franco de Cuelgamuros a la aprobación de la Ley de Memoria Democrática– y, por otro, asistimos a una “normalización del revisionismo” de la dictadura que hace dos décadas no ocupaba el centro. “Entonces resultaba socialmente incómodo elogiar el franquismo y ahora ya no, es un discurso que ha pasado de los márgenes al mainstream”, añade.
La experta pone el foco en “la ofensiva política y cultural de la extrema derecha” desde la que “se difunden relatos” que presentan la dictadura “como una supuesta solución a los problemas que la democracia no resuelve” y como un periodo que representa el “orden o estabilidad” supuestamente deseables. Es decir, no es solo una mirada al pasado, sino un recurso que conecta con algunas personas, resume la politóloga: “No asistimos simplemente a una deriva nostálgica. La diferencia es que ahora el franquismo no solo se reivindica como franquismo, sino como símbolo de una agenda política actual. No es solo pasado: se utiliza para legitimar el presente”.
Por eso, en ese 20% de población que ensalzan los años del régimen los expertos engloban a perfiles que van más allá de los franquistas tradicionales que no han dejado nunca de serlo y que se manifiestan cada 20N para reivindicar a Franco. A ello se suman también “ciudadanos descontentos” que “idealizan el pasado”, votantes “movilizados por discursos” anti Pedro Sánchez entre los que el franquismo es más “un arma cultural que un análisis histórico” y, por último, jóvenes que no vivieron la dictadura pero la elogian.
De hecho, el 19% de quienes tienen entre 18 y 24 años respondieron al CIS hace un mes que fueron años “buenos” o “muy buenos”. Es la franja de edad en la que más gente comparte esta opinión por debajo de los 44 años. A partir de ahí, los porcentajes se van superando hasta alcanzar el 25,8% de entre los más mayores. Es decir, una de cada cuatro personas que tienen 75 años o más valora positivamente la dictadura. Con todo, junto a la adhesión política y la edad, la variable género es determinante: son los hombres los que despuntan en la opinión favorable al franquismo: un 28% de ellos así lo afirma. Entre las mujeres el porcentaje es del 16%.
López Ortega ahonda en los factores que explican que una parte de la generación que nació ya con el matrimonio igualitario o el aborto libre aprobados responda favorablemente cuando se le pregunta por la dictadura. En la práctica, lo que existe es un discurso que se filtra en redes sociales y en los parlamentos que “puede llegar a conectar” con los malestares juveniles, con la sensación de crisis o la escasez de expectativas ante el futuro, resume la experta. “Los contenidos que presentan el franquismo como un periodo sin caos ni inseguridad ofrecen respuestas rápidas a frustraciones reales. No es que los jóvenes se estén volviendo franquistas en sentido estricto, sino que se ha erosionado la idea de que la dictadura fue inaceptable por definición y estos relatos buscan canalizar por ahí los malestares actuales”.
El fenómeno no es exclusivo de la población joven y, de hecho, conecta con otro dato reciente del CIS que demuestra el momento de “creciente pulsión autoritaria” que vive la sociedad española, en palabras del director de investigación de opinión pública de Ipsos España, Paco Camas. Aunque una inmensa mayoría de la población considera el sistema democrático como el preferible (un 81%), la gráfica dibuja un ligero descenso de esta opción desde 2017 y una escalada de quienes apuestan por un gobierno autoritario “en algunas circunstancias”, que ha subido tres puntos, hasta el 8%.
Camas explica lo que hay tras las cifras: “El descontento de la crisis de 2008 se canalizó por la izquierda, pero ahora mismo está virando hacia la derecha y la ultraderecha. Cuando hay una situación de pesimismo fuerte, el repliegue de la sociedad es hacia la seguridad, el orden y mirar hacia atrás. En el momento en que tienes un partido que defiende estos posicionamientos, como Vox, el relato tiene recorrido porque tienes una población dispuesta a escuchar”.
Es ahí donde la memoria franquista y el clásico 'con Franco se vivía mejor' está cumpliendo su papel, según las voces expertas. Andreu Mayayo pone el foco en la visión sesgada transmitida sobre la dictadura, que tiende a hacer hincapié en el desarrollismo de las dos últimas décadas a pesar de la represión, la falta de libertades y las falsas creencias sobre esta etapa. “Hasta ahora, en la Universidad teníamos más fácil explicar el paso a la democracia porque partías de la premisa de que la dictadura era un lugar oscuro y la democracia el sol del futuro, pero ahora hay mucha gente que cree que no le está solucionando los problemas y es donde entra esto de 'vale, fue una dictadura, pero Franco nos dio pan, trabajo... Igual no estábamos tan mal'”, reflexiona.
El caldo de cultivo
La historiadora Carme Molinero identifica como el caldo de cultivo perfecto una “banalización en auge” de lo que supuso la dictadura y un resurgimiento de los mitos que nunca llegaron a irse. Entre ellos, destacan los económicos o los que tienen que ver con la política hidráulica, de vivienda o la llegada de la Seguridad Social, cuestiones sobre las que “el régimen franquista hizo una memoria muy activa durante toda su existencia”. “Una parte del discurso de legitimación estuvo vinculado al crecimiento económico como si hubiera sido provocado por el régimen, cuando lo que hizo fue no obstaculizar una tendencia al alza que se daba en todo el mundo. Más de la mitad del franquismo fue una época de miseria y retroceso respecto a la situación antes de la Guerra Civil”.
Pero, además, los historiadores llevan años demostrando lo que supuso el régimen en términos de derechos, libertades y represión, cárcel, muerte y exilio. Aún hoy, miles de personas buscan a sus familiares desaparecidos enterrados en fosas comunes. Son realidades que las tesis ultras pasan por alto o tergiversan y que en los centros educativos no se explican en profundidad, según varios estudios recientes. Algo que impacta directamente en cómo la juventud mira el pasado y que se suma a “la distancia” con la que lo percibe. “No han experimentado la ausencia real de derechos y libertades, incluida la de expresión, por lo que el franquismo se dibuja como un episodio remoto, casi abstracto, sobre el que resulta más fácil construir mitologías”, analiza López Ortega.
Mercedes Yusta, profesora de Historia Contemporánea de España en la Universidad París 8, identifica un “fallo en la transmisión a la sociedad” de lo que implicó la dictadura, que empezó a ponerse en primer plano con la llegada del movimiento por la recuperación de la memoria histórica y la primera ley de 2007 del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. “La idea de que con Franco no se vivía tan mal no desapareció, esta concepción de que sí, en España hubo una dictadura, pero la gente vivía medio normal... Incluso gente no adherida a la dictadura franquista no ponía en cuestión este marco porque hay que tener en cuenta que duró 40 años. Varias generaciones de españoles se educaron en ella. Esto empieza a ponerse en cuestión en los 2000”, resume.
Al mismo tiempo, se va consolidando un movimiento revisionista “potente”, en el que el escritor Pío Moa, que publicó decenas de libros, es punta de lanza. Entre sus afirmaciones, que el franquismo fue “una necesidad histórica” o que los partidos de izquierda fueron los que “ocasionaron” la Guerra Civil. “Ahora este discurso es el que está desplazando a las voces de las víctimas y que está teniendo un mayor altavoz al menos que hace unos años, en 2010, 2015”, sostiene Yusta, que resume la situación actual en una suma de factores que tienen que ver con “la llegada tardía” de las políticas de memoria, un contexto global “de auge ultra” y un discurso antifascista “que ha sido frágil”.
En parte, porque en España la derecha del Partido Popular optó en las últimas décadas por no confrontar sin tapujos el legado franquista. El expresidente José María Aznar llegó a publicitar a Pío Moa, Mariano Rajoy dedicó cero euros a la memoria histórica y no son poco frecuentes las declaraciones de líderes conservadores llamando a “no reabrir heridas” o acusando a la izquierda de pensar “en la guerra del abuelo” y las fosas “de no sé quién”, como dijo Pablo Casado en 2018. La expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, afirmó hace unos meses que “a la larga” la dictadura fue mejor que la II República.
Carme Molinero califica estas posiciones de “elemento fundamental”: Alianza Popular “nació reivindicando el franquismo” y después, una vez la memoria se convirtió “en elemento vivo de la vida política”, pasó a defender la postura del rechazo y la no condena de la dictadura. “Hay diferencias entre familias, pero el PP lo que prefiere es que no se hable de esta cuestión”, esgrime la historiadora, que recuerda que “a lo máximo” que ha llegado la formación es a apoyar una iniciativa en el Congreso en 2002 que condenaba “el totalitarismo” y reclamaba “reconocimiento moral” para las víctimas de la guerra y el franquismo, así como “apoyo institucional”.
López Ortega sostiene que esta “ambigüedad” ha acabado dejando “un vacío” que la extrema derecha “ha aprovechado para instalar su visión” y reivindica “un consenso democrático claro” sobre la dictadura. De esta forma cree que habría menos posibilidades de que haya quienes recurran al pasado oscuro para hablar de “orden, unidad y prosperidad” y sean más quienes recurran a él para aprender de lo que fue: una dictadura totalitaria en manos de un hombre que, pocos días después de dar el golpe de Estado de 1936, afirmó estar dispuesto a matar a media España en nombre de su supuesta salvación.
Gráficos de Ainhoa Díez