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Galicia
La historia del pueblo que se quedaba sin gente y de la familia que inventó un festival underground

La familia posa ante la Sala Avenida. De izquierda a derecha, Emilio Vázquez, Pura Expósito y Lara Vázquez.

Alfonso Pato

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La primera imagen que uno tiene al entrar en el restaurante Avenida de Escairón, en el municipio lucense de O Saviñao en Galicia, España, es la de cualquier bar de pueblo que sirve comidas. Sin embargo, unos metros más al fondo, se abre una puerta y, como un lugar secreto, se descubre un pequeño local de conciertos, con las paredes decoradas con murales y grafitis.

La jefa es la señora Pura, que va camino de los 82 años y que, con su hijo Emilio, de 54, y sus nietos Lara, de 23, y Manuel, de 19, conforman una singular familia. Al ritmo decreciente de la despoblación y de la sangría demográfica han ido readaptando el espacio del viejo salón de baile. El histórico negocio familiar ha acabado convertido en una pequeña sala de conciertos para poco más de 100 personas y un auténtico templo underground en plena Ribeira Sacra lucense. Esta familia configura, además, el núcleo duro del festival Música na Rúa, un evento que, ajeno a las subvenciones, los macroconciertos del Xacobeo español y la burbuja festivalera, sobrevive desde hace 11 años y en el que cada miembro del clan tiene sus funciones bien delimitadas.

“Si nos diesen 1,2 millones de euros, como le da la Xunta a Muse, no nos llegarían varias vidas para programar grupos y hacer festivales”, ironiza Emilio Vázquez, Milucho, el motor de esta idea en la que se deja la piel toda la familia y cuyo origen está en el viejo salón de baile. Inaugurado en 1966, el local se convirtió rápidamente en un gran centro de ocio de la comarca. En esa época, el municipio de O Saviñao rebasaba los 12.000 habitantes. Dos décadas después había perdido la mitad de su población y hoy la debacle demográfica continúa, con poco más de 3.500 habitantes. “Escairón estaba que no se cabía con tanta gente. Había dos ferias al mes y al final de la jornada se montaba una gran fiesta en nuestro local”, rememora la señora Pura, la matriarca de la familia. “Antes había dos cines, juzgado, ferretería y ahora ya ve... Lo que era esto y lo que es”, rememora la dueña del local.

Pura Expósito montó el negocio con su marido, pero poco después lo dejó en manos de unos familiares y emigró a Estados Unidos. Allí trabajó en un hotel en jornadas maratonianas de “hasta 18 horas” y llegó a coincidir con el presidente Richard Nixon, “cliente habitual”, cuenta. A su pesar, decidieron regresar a los pocos años, retomar el mando de la Sala Avenida y, a medida que la población menguaba de forma drástica, ir readaptando el negocio. En plena fiebre de la música disco, en 1979 pasó a ser discoteca; poco después se convirtió en restaurante, cafetería y hospedaje en la parte principal, pero en una parte trasera montaron un local rebautizado como disco-pub. Su marido falleció y, con el cambio de siglo, su hijo Milucho comenzó a programar actuaciones de grupos emergentes. En 2011 tuvo la idea de sacar la música a la calle, delante del negocio familiar. Lo hizo durante las fiestas patronales, cuya gran atracción era una carrera de burros que sigue celebrándose y supera ya las 70 ediciones.

Milucho notaba que a mucha gente del pueblo le daba reparo entrar en aquel lugar oscuro, donde se oían tras la puerta rock and roll y alaridos varios. “Queríamos que viesen en la calle los grupos que tocaban dentro y que nunca se atrevían a entrar a ver”, explica sobre el origen del festival. Eso y que estaba disconforme con la programación que el Ayuntamiento hacía en las fiestas: “Las atracciones eran la carrera de burros, la orquesta Panorama y pseudoartistas como Paquirrín y queríamos buscar una alternativa, por eso nació el festival Música na Rúa”. El año pasado, en plena pandemia, el evento atrajo a Escairón a cerca de 1.000 personas, que llenaron hostales, restaurantes y casas rurales.

Este año esperan triplicar esta cifra, pero a pesar de ello, el Ayuntamiento de O Saviñao, gobernado ininterrumpidamente por el Partido Popular español desde hace más de tres décadas, sigue negándoles apoyo económico. “Lo máximo que nos han dejado es una excavadora para acondicionar la entrada al terreno del festival, pero colaboración económica, cero. Ni Ayuntamiento, ni Diputación, ni Xunta”, expone Milucho, que espera cubrir el presupuesto de algo más de 40.000 euros con la venta de entradas, las barras y la aportación de algunos patrocinadores privados.

Otro modelo de festival

Desde el inicio del festival, la Sala Avenida pasó a convertirse en un referente de la música underground en España y el norte de Portugal. Hasta la irrupción de la pandemia, programaba una media de tres conciertos al mes y se convirtió en un referente para muchos espectadores fieles que llegaban de localidades cercanas como Chantada o Monforte, pero también de Santiago o A Coruña. “Programamos lo que nos gusta y nos anticipamos a lo que va a venir. Pasan grupos por el local y vamos hablando con ellos para el festival”, explica Vázquez, que se mueve en dos claves: cachés más bien modestos y criterio musical alejado del consumo masivo.

“Para nosotros un caché que rebase los 1.000 euros ya es demasiado, pero aunque tuviésemos dinero por aquí no pasarían ni Vetusta Morla ni Izal, por poner un ejemplo, porque no es nuestra onda”, explica el organizador. Este año, para el Música na Rúa, que será del 4 al 7 de agosto, ya ha cerrado bandas como Chill Mafia, La Élite, Rusowsky o Somos la Herencia. “Pagamos poco pero les damos lo que otros festivales no les dan: los tratamos bien, con mucho cariño y mi madre les da muy bien de comer”, defiende.

Un congelador lleno de comida

“Aquí toda la comida es casera y para el festival voy preparando todo con mucha antelación. Ahora mismo ya tengo 30 pollos listos en el congelador, jamón asado y sobre una docena de conejos”, detalla Pura sobre el menú que tiene pensado para los aficionados de diversas músicas, del techno al trap pasando por la electrónica, que esos días inundarán el pueblo. “Puede haber algún desliz, pero en general se portan muy bien. Me encanta que venga gente joven porque yo crecí con la música”, dice la mujer, cuyo padre tenía también un salón de baile y su abuelo era músico. Ella asegura que siempre va a ver los conciertos al festival, en la parroquia de Fión: “A algunos los conozco de otras veces y me gusta verlos”. “A ellos les encanta que vaya mi madre, porque la reconocen y la saludan con mucho cariño”, dice su hijo Milucho.

“Mi abuela es la jefa. Es la persona clave en todo este engranaje porque está por detrás pendiente de todos los detalles. Con su edad es increíble su lucidez”, destaca su nieta, Lara Vázquez, de 23 años. Formada en turismo y restauración, Lara desempeña el rol de responsable de logística de barras, restauración y catering de invitados, en esta familia festivalera. “Las funciones están delimitadas, en la familia y en el festival. Mi padre no se mete en mi parte, ni yo se lo iba a consentir, claro”, bromea esta joven que no niega algún momento de tensión en la familia.

La familia que discute por el cabeza de cartel

“Una de nuestras discusiones familiares recurrentes es para decidir los cabezas de cartel”, explica Manu Vázquez, el otro coorganizador que, junto con su padre, Milucho, asume el peso de la programación. Manu tiene 19 años y era un niño cuando su padre comenzó a organizar el Música na Rúa. Creció a su lado, pegando carteles, viendo grupos y aprendiendo la técnica de como convencerlos manejando un presupuesto escaso.

“Lo hacemos con cariño, explicando las cosas con humildad y contándoles que este es un lugar diferente, no un festival al uso”, explica el benjamín de los Vázquez. A pesar de su juventud, su habilidad para moverse en el medio musical llamó la atención de Vampire Studio, la agencia creativa del festival Primavera Sound, que reclamó sus servicios en Barcelona. Allí ha seguido aumentando su agenda y su olfato para anticiparse y detectar nuevas bandas en eclosión, cuyos nombres aparecen en la letra pequeña en carteles de festivales de prestigio como el Sónar o Primavera Sound. Nombres como Brava -que este año pasó por el festival Coachella- o artistas que comienzan e enfilar la escalada de cachés, como Albany, la musa del llamado trap triste, o Sita Abellán, la modelo y DJ que Rihanna encumbró como protagonista de un videoclip suyo, también estarán en agosto en Escairón.

“Hemos cerrado artistas hace meses por poco más de 1.000 euros cuyos cachés están ahora mismo ya en 6.000, por ejemplo. La clave es anticiparse”, explica el padre. Este año serán más de 30 bandas y los abonos anticipados se venden a 35 euros para los cuatro días de música y actividades que incluyen senderismo, visitas a bodegas o trayectos en kayak en la playa fluvial de A Cova.

En agosto, Escairón recuperará por unos días el bullicio de sus calles, como en los años 60, y el apetito voraz de los festivaleros vaciará el congelador de Pura. Porque lo peor que le puede pasar a una matriarca gallega es que alguien le diga que ha pasado hambre en su casa. Por muy underground que sea.

AP

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