Por qué es importante el veto de Irán a los inspectores nucleares de la ONU y cuál es su objetivo

Para analizar el comportamiento actual de Irán resulta obligado insistir en que nada de lo que estamos viendo se habría producido si Donald Trump no hubiera destrozado, en mayo de 2018, el acuerdo nuclear al que se había llegado con Teherán en julio de 2015. Un acuerdo que hasta aquel momento el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) certificaba que Irán estaba cumpliendo al pie de la letra y que, por tanto, garantizaba que su acceso al arma nuclear quedaba bloqueado. Ahora, la decisión del régimen iraní de anular la cooperación con el OIEA reabre un camino que solo puede traer malas consecuencias.
El programa nuclear, el uso de sus peones regionales y el programa de desarrollo de misiles balísticos son los tres pilares fundamentales del esquema de seguridad de un régimen que se siente en el punto de mira de actores tan poderosos como Tel Aviv y Washington, deseosos de provocar su derribo.
Israel, con una innegable colaboración de Estados Unidos, ha castigado duramente a sus tres principales peones —Hamás, Hizbulá y Ansar Allah (hutíes)—, hasta el punto de que ninguno de ellos ha sido útil para responder a los ataques recibidos en el marco de la ya denominada Guerra de los Doce Días.
Por otra parte, aunque se estima que sigue disponiendo de centenares de misiles capaces de alcanzar territorio israelí, ha quedado claro que ninguno de ellos es capaz de afectar de manera significativa a Israel, por mucho que algunos hayan logrado penetrar sus tres capas de defensa antiaérea —Arrow, Honda de David y Cúpula de Hierro—, a las que muy pronto se va a añadir el Iron Beam (Rayo de Hierro, láser).
Por supuesto, cabe imaginar que Teherán procurará revitalizar a sus aliados locales y mantener su propio programa de misiles, aunque su crítica situación económica no le permite contar con fondos suficientes para lograr resultados inmediatos. De ahí que, tras la lección aprendida en estos últimos meses de confrontación directa e indirecta con Tel Aviv, termine por convencerse de que el único instrumento real de disuasión que tiene a mano es apostar abiertamente por hacerse con un arsenal nuclear.
Una conclusión a la que también puede haber llegado tras comprobar lo que le ha ocurrido a Irak, Libia y hasta a Ucrania —invadidos los dos primeros tras renunciar a sus programas nucleares y el tercero tras renunciar a un arsenal solo superado entonces por Rusia y EEUU—, mientras que nadie se ha atrevido a atacar a Corea del Norte, dotado de un arsenal de unas cincuenta cabezas nucleares.
Si ya la citada decisión de Trump había mermado las capacidades de inspección de la OIEA del programa nuclear iraní, la suspensión de la cooperación con el organismo anula toda labor inspectora dentro de las numerosas instalaciones nucleares que Irán ha ido desarrollando desde hace años.
En otras palabras, a la espera de que el siguiente paso sea salirse definitivamente del Tratado de No Proliferación, el mundo se queda sin ojos para conocer qué está haciendo el régimen iraní en un terreno tan delicado. Todo eso contando con que, a pesar del castigo recibido, Irán sigue teniendo científicos capaces de continuar con la labor de los que Israel ha asesinado, con instalaciones operativas (aunque algunas de ellas hayan sido parcialmente dañadas por los ataques israelíes y estadounidenses) y con centrifugadoras cada vez más sofisticadas.
Peor aún, cabe suponer que también conserva a buen recaudo el uranio enriquecido a más del 60% que el propio OIEA estimaba en torno a los 408 kilos. Si se tiene en cuenta que, alcanzado ese punto, llegar hasta el 90% (necesario para poder contar con armas nucleares) está al alcance de los equipos de los que ya dispone Teherán, y que son necesarios unos 25 kilos de ese material para armar una bomba nuclear, la conclusión no pude ser más inquietante.
Queda por ver si esa es finalmente la senda que el tándem Ali Jamenei-Masoud Pezeshkian va a seguir sin titubeo alguno, o si se trata de un farol dentro de una partida estratégica en la que Netanyahu-Trump buscan el derribo del régimen iraní, mientras este último tiene como prioridad absoluta su propia supervivencia. Un régimen que teme, con razón, que el mantenimiento (y posible recrudecimiento) de las sanciones internacionales, junto a nada improbables nuevos ataques, terminen por provocar una movilización ciudadana que ponga fin al proceso revolucionario que arrancó en 1979.
Lo anterior hace pensar que Irán puede estar tratando simplemente de mejorar su posición negociadora en un desesperado intento de lograr el levantamiento de las sanciones a cambio de restablecer la plena cooperación con el OIEA en el marco de un nuevo acuerdo que Israel procurará impedir que llegue a buen puerto.
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