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Dentro del mercado clandestino de los Labubu falsos: cómo China convirtió un muñeco en interés nacional

Una comercio donde se venden muñecos Labubu.

Amy Hawkins

Shenzhen —

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Carritos repletos hasta arriba de las monstruosas cabezas de silicona, traficantes tatuados esperando en un callejón, bolsas de basura con el material de contrabando escondidas tras los mostradores de un comercio: bienvenidos al mundo de los Lafufus.

Los Labubu falsos, también conocidos como Lafufus, inundan el mercado clandestino. La demanda de estos llaveros peludos y coleccionables se disparó y en el núcleo comercial del sur de Shenzhen los empresarios no tardaron en buscar proveedores de imitaciones para vender a los ansiosos cazadores de Labubu.

Pero la del Labubu es una historia de éxito poco común en la proyección del poder blando de China y las autoridades, deseosas de protegerlo, están tomando medidas enérgicas contra las falsificaciones.

“El tema de los Labubus se volvió muy delicado”, dice una vendedora no oficial en su pequeña tienda de artículos de diseño falsos. Su local no tiene ningún distintivo y está ubicado en la planta 17 de un anodino edificio de oficinas en Huaqiangbei, un barrio de Shenzhen conocido por el comercio de productos electrónicos baratos. “No nos atrevemos a hablar del tema”, añade una compañera.

Promocionados por celebridades como Rihanna o como Lisa, de la banda de K-pop Blackpink, estos elfos peludos con orejas de conejo desarrollados por la empresa china de juguetes Pop Mart se volvieron extremadamente populares en 2025. En Reino Unido, por ejemplo, estos muñecos ‘feos y adorables’ tuvieron tanta demanda que Pop Mart tuvo que retirar de todas las tiendas a los monstruos sonrientes para evitar el riesgo de peleas entre clientes. Allí se venden a 17,50 libras (algo más de 20 dólares), mientras que en China las versiones oficiales se venden a un precio que oscila entre los 99 y los 399 yuanes (entre 15 y 50 dólares), con precios de reventa que se disparan muy por encima.

Una mujer lleva colgado un  Labubu con una funda protectora

Las autoridades chinas se sumaron al entusiasmo y aclaman a Pop Mart como la última empresa china en ganar una popularidad inmensa fuera del país, después de la empresa de inteligencia artificial DeepSeek, y el exitoso videojuego ‘Black Myth: Wukong’, que también se hizo viral.

El Diario del Pueblo, medio oficial del Partido Comunista de China, elogió en junio a los Labubus y dijo que representaban un cambio: del ‘Made in China’ [Fabricado en China] al ‘Created in China’ [Creado en China]. “El auge de Labubu fusiona la sólida base manufacturera de China con la innovación creativa, aprovechando las necesidades emocionales de los consumidores globales”, recogía el artículo.

En un país que intenta librarse de su reputación como tierra de imitaciones, la elevación de Pop Mart al estatus de héroe nacional parece haber motivado a las autoridades a tomar medidas enérgicas contra las falsificaciones. Según los medios estatales, las autoridades aduaneras de la ciudad oriental de Ningbo interceptaron en abril un lote de 200.000 artículos sospechosos de infringir la propiedad intelectual de los Labubu. En otra redada de junio interceptaron más de 2.000 artículos falsificados.

Li Yang (nombre ficticio) tiene 59 años y vive a unos 40 kilómetros de la tienda de Huaqiangbei. Nunca oyó hablar de los Labubu pero, todos los días, se pasa horas en un taburete de plástico de su edificio de apartamentos cortando cabezas de monstruos moldeadas en silicona que más tarde se convertirán en Lafufus. Wang Bi (nombre ficticio), vecina de Li, es otra mujer mayor que se queda en casa dedicada a este laborioso trabajo, rodeada por pilas de componentes color piel clara que se desparraman por el pasillo de su apartamento. “Como nos quedamos en casa, cuidando a los niños y haciendo las tareas domésticas, queríamos encontrar algún trabajo temporal”, dice Li.

Li no sabía de dónde venían las cabezas de los monstruos ni a dónde se enviaban. El jefe de una fábrica cercana, que según los medios chinos producía Lafufus, negó rotundamente cualquier implicación, pese a la pila de cabezas sospechosamente parecidas a Labubus que había apiladas en el pasillo.

De interés comercial a interés nacional

“China nunca estuvo tan decidida a ponerle fin a los robos de propiedad intelectual, no solo por la contribución que hacen los Labubu como juguete superventas en todo el mundo, sino como herramienta de poder blando”, dice Según Yaling Jiang, analista china de tendencias de consumo. “Defender la propiedad intelectual de Labubu ya no es solo un tema de interés comercial, sino de interés nacional”.

Clientes eligen cajas con figuras del juguete en la primera tienda Pop Mart proveedora de Labubu en Berlín

La consecuencia es que el mercado de los Lafufus está pasando a la clandestinidad. Hace poco, las autoridades de Huaqiangbei, en Shenzhen, anunciaron inspecciones en las tiendas en busca de Labubus “falsificados y de mala calidad”.

Pero encontrar un distribuidor no es complicado. Tras la breve llamada telefónica de uno de los vendedores ambulantes que ofrecen bolsos y relojes de diseño falsos, un hombre delgado y tatuado aparece de la nada, con su bolsa de lona cubierta por cursis llaveros de peluche. El hombre lleva a la periodista de The Guardian hasta el mostrador de un concurrido centro comercial donde se venden secadores de pelo y gafas de sol. Tras unas cuantas miradas furtivas, el elegante dependiente saca de debajo del mostrador una bolsa de plástico negra llena de Lafufus: se venden a 168 yuanes la unidad (unos 23 dólares).

Es probable que las falsificaciones procedan de varios fabricantes, pero el modelo de negocio de Li funciona así: cada pocos días, un mensajero lleva a su edificio de apartamentos un carrito con bolsas repletas de cientos de cabezas de monstruos. Las cabezas fueron moldeadas por una máquina pero el proceso de dividirlas en dos para rellenarlas después y luego montarlas en un juguete terminado es complejo: hace falta un cuchillo afilado y cortar a mano el borde curvo de la cabeza del juguete.

Así que Li y sus vecinas, todas ellas mujeres mayores, se encargan de cortar a mano las cabezas, y la misteriosa fábrica les paga 0,04 yuanes por pieza (unos 0,0050 dólares). Cada vez que llega el mensajero, Li baja varias bolsas grandes de cabezas abiertas y recoge un nuevo lote, listas para ser diseccionadas. Según los cálculos de una de las mujeres, es posible cortar entre 800 y 1000 cabezas al día, ganando hasta 40 yuanes (unos 5 dólares).

Ninguna de las trabajadoras entrevistadas por The Guardian sabe lo que es un Labubu. Wang se sorprende al saber que los productos terminados, falsos o no, se venden por cientos de yuanes. Pero en una de las fábricas caseras hay una persona que sí sabía exactamente lo que son los juguetes: la nieta pequeña de Li. Cuando entra en el pasillo y ve a su abuela revisando un juguete terminado, grita: “¡Labubu!”.

Con la colaboración de Lillian Yang.

Traducción por Francisco de Zárate.

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