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THE GUARDIAN

Explotación en Portugal de jornaleros inmigrantes atraídos por el sueño del “pasaporte frambuesa”

Un temporero trabaja en el campo portugués.

Beatriz Ramalho da Silva / Corinne Redfern

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Tres días después de que Sagar* llegara como trabajador a Portugal desde Nepal, empezó a pensar que había cometido un grave error. “Tenía expectativas de conseguir un buen trabajo, ganar una buena suma de dinero”, dice, “pero la realidad era completamente diferente”.

El único trabajo que Sagar, de 21 años, pudo encontrar fue en una de las explotaciones de bayas del país en Odemira, una región rural del litoral suroeste. Gana menos del salario mínimo legal para trabajar 16 horas diarias bajo un calor de 40 grados. Es consciente de que está siendo explotado, pero dejarlo podría poner en peligro su solicitud de residencia y ese es un riesgo que no puede permitirse.

Sagar es uno de los más de 10.000 jóvenes que han dejado sus países de origen para encontrar trabajo en la industria portuguesa de las bayas, valorada en 240 millones de euros, recogiendo la fruta que se venderá en los supermercados de toda Europa. Se sienten atraídos por el sueño de lo que muchos llaman el “pasaporte de la frambuesa”.

Y es que, independientemente de que hayan entrado regular o irregularmente en Europa, una vez llegan a Portugal, los extranjeros de cualquier nacionalidad pueden solicitar la residencia temporal, siempre que tengan un contrato de trabajo y puedan demostrar que pagan impuestos en el país. Los trabajadores entrevistados por The Guardian consiguieron empleo en explotaciones agrícolas a través de agencias intermediarias sin necesidad de demostrar que aún eran residentes en situación administrativa regular.

Una vez que el trabajador ha adquirido la residencia temporal, puede comenzar una cuenta atrás de cinco años para obtener la ciudadanía y el tan ansiado pasaporte portugués. “Es del color de una frambuesa, a punto de caer del árbol”, dice Sagar. “El pasaporte es el único gran sueño. Es el que te cambia la vida”, indica.

Mientras tanto, muchos trabajadores extranjeros soportan lo que describen como situaciones de explotación, temerosos de que el cambio de trabajo anule su solicitud de residencia.

“Todos tienen mucho miedo”, dice Sagar. “Tus impuestos están relacionados con tu trabajo y tus papeles están relacionados con tus impuestos. Y si pierdes uno, pierdes el otro”, apunta.

Sagar está a mitad de camino. En poco menos de tres años tendrá derecho a un pasaporte portugués que le permitirá vivir y trabajar libremente en toda la Unión Europea (UE).

Atrapados

Alexandra Pereira, investigadora de la Universidad de Lisboa, especializada en la migración nepalí a Portugal, afirma que la desesperación por conseguir un pasaporte deja a miles de trabajadores extranjeros en condiciones parecidas a la esclavitud laboral. “Se sienten atrapados, no solo por los procedimientos legales, sino también por los préstamos que obtuvieron para venir a Portugal y el dinero que tienen que pagar a las personas que los trajeron”, afirma. “Eso les hace permanecer en este ciclo de explotación”, dice.

Los recolectores de bayas entrevistados por The Guardian describen haber pagado a los contrabandistas hasta 18.000 euros para facilitar su entrada en la UE. Rahul*, de 28 años, tomó una ruta precaria a través de Serbia que le llevó a atravesar ríos, con el agua hasta el cuello. “No sabía si iba a morir por el camino”, dice. “Nadie sabe quién soy, ni de dónde vengo. Es un viaje muy, muy difícil”, indica.

Después de arriesgar su vida para llegar hasta allí, se llevó una gran decepción. “Aquí no conozco a nadie que se preocupe por mí”, dice Rahul, que rompe a llorar. Volvería a la India sin pensarlo, pero debe 7.000 euros al contrabandista y sus padres vendieron su casa para cubrir el resto de los gastos. Dependen de él para enviar dinero a casa. “Tengo el corazón roto. Echo de menos a mi novia, a mi madre y a mi padre. No tengo nada que mostrarles”, apunta.

El tiempo que le llevará el proceso es imposible de predecir. De los 40 trabajadores migrantes entrevistados, uno de cada cuatro todavía está esperando la residencia temporal, a pesar de que algunos presentaron sus solicitudes a principios de 2019.

Una mujer de 25 años dice que presentó su solicitud de residencia al servicio de extranjería y fronteras de Portugal en 2019, pero que en junio le dijeron que su solicitud ya no existía. Ha tenido que posponer su boda en la India dos veces. Si sale del país, su solicitud queda anulada: “Hace tres años que [mi prometido] me espera. Tenemos el sueño de casarnos, proyectos... pero todo se va al traste”.

Vivir con miedo

El año pasado, el Gobierno portugués confirmó sus planes de cerrar el servicio, pero aún no se sabe cuándo ocurrirá. “La preocupación es que un gran número de inmigrantes puede quedar atrapado en un limbo hasta que el nuevo servicio empiece a funcionar”, dice la alta comisionada para la migración, Sónia Pereira. “Eso genera una gran ansiedad”, indica.

Sin residencia permanente, a los recolectores de bayas les preocupa que el más mínimo paso en falso pueda amenazar su futuro. “No podemos quejarnos”, explica un temporero de la India, que afirma que a veces trabaja hasta 11 horas al día con menos de una hora de descanso. “Cuando no hay trabajo, ¿qué vas a comer? ¿Qué vas a beber? Nada”, dice.

Sintab, un sindicato portugués, solo ha conseguido sindicalizar a 12 trabajadores inmigrantes en la región. “El resto tenía miedo de hablar con nosotros y después sufrir represalias”, dice un exempleado del sindicato, que pidió permanecer en el anonimato.

En junio de 2018, un grupo de recolectores de bayas en Odemira organizó una protesta por las condiciones de trabajo y perdió su empleo. “Después, todos se asustaron”, indica Sagar. “Así que el resto, que pensaba protestar, sigue haciendo el trabajo y siguiendo a los demás, y se mantiene el mismo patrón [de explotación]”, apunta.

Temerosos de que sus empleadores vigilen sus idas y venidas, las entrevistas con The Guardian tuvieron lugar al anochecer, cuando los trabajadores recorrían las calles para asegurarse de que nadie pudiera ver quién entraba en sus casas. Hacinados en pequeñas casas de campo, en grupos de doce, duermen en colchones en el suelo de las cocinas y en literas en garajes con corrientes de aire. Un trabajador dice que su litera está infestada de pulgas.

Otros duermen en contenedores de transporte y dormitorios prefabricados en las explotaciones agrícolas. Una joven nepalí comparte una habitación con otras 10 personas, a metros de la oficina de su empleador en una finca. A veces, no sale de la propiedad durante semanas. “Mientras están allí prácticamente no tienen acceso al mundo exterior”, dice Aashima Budal, candidata al doctorado en la Universidad de Stavanger. “A menudo se comparan con los animales”, indica.

Sin apoyo de las instituciones

La llegada de los trabajadores a Odemira ha dinamizado una población en declive y ha traído negocios a la tranquila comunidad rural. Sin embargo, los defensores de los derechos humanos afirman que el apoyo a los nuevos residentes de la región sigue siendo insuficiente.

A principios de este año, salieron a la luz videos de la violencia de la policía militar contra la comunidad de migrantes en Odemira en 2018 y 2019. En un caso, las imágenes muestran a varios agentes obligando a un joven a inhalar un alcoholímetro lleno de gas pimienta.

Sagar alega que un policía le paró en la calle y le agredió en 2018. “Me dio una bofetada en el pecho”, dice, haciendo la mímica de que alguien le empuja con los talones de las manos. “Dos veces me abofeteó así (...) Es la peor experiencia que he tenido en este país”. No denunció el incidente. “No tuve el coraje necesario”, dice.

La guardia nacional de Portugal ha indicado a The Guardian que tiene un enfoque de tolerancia cero hacia la discriminación y que el personal involucrado en los incidentes filmados en 2018 y 2019 ha sido suspendido del servicio durante los procedimientos disciplinarios en curso. También ha organizado formación de sensibilización sobre cuestiones de derechos humanos, incluido el racismo.

El principal centro de salud pública de Odemira también tiene dificultades para atender a la creciente población, reconoce un responsable, alegando que las barreras lingüísticas y la falta de recursos comprometen el nivel de los servicios que pueden prestar a quienes trabajan en las explotaciones de bayas: “Si me preguntas... ¿Se está dando la atención adecuada [a los trabajadores]? No”.

Miedo a ir al médico

Temerosos de que cualquier enfermedad pueda afectar también a su situación laboral, los recolectores de bayas reconocen que con frecuencia evitan buscar tratamiento para las dolencias preexistentes y las lesiones sufridas en el trabajo. “Si voy al centro de salud, me harán muchas preguntas”, dice un hombre, con cortes infectados en las manos. “Pueden preguntarme por mi tarjeta, mi residencia, tantos papeles. Quiero evitar todos los problemas”, apunta.

Todo el mundo en Portugal tiene derecho a la asistencia sanitaria, independientemente de su estatus de residencia, dice un portavoz del departamento de salud, y añade que el centro de salud de Odemira tiene una unidad de urgencias 24 horas al día y un intérprete disponible una vez a la semana.

El servicio portugués de extranjería y fronteras ha declarado a The Guardian que estaba siguiendo la situación en Odemira. Según dice, la mejora del servicio público y la agilización del proceso de residencia son cuestiones prioritarias.

Para Sagar, la vida en Portugal se ha convertido en un ejercicio de resistencia. Después de su séptima hora en los campos de bayas, su mente viaja a su hogar y se pregunta si alguna vez podrá permitirse el viaje de 8.000 kilómetros de vuelta a Nepal.

“Quizá a finales de 2025 solicite el pasaporte”, dice. “Solo espero poder conseguirlo, por fin. Y algo cambiará después de eso... Dejaré este lugar e iré a otro sitio y empezaré una nueva vida”, apunta.

*Se han cambiado los nombres para proteger la identidad de los testimonios.

Traducción de Emma Reverter

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