Las multinacionales que industrializaron la selva amazónica

Jonathan Watts, Patrick Greenfield y Bibi van der Zee

Londres —

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Un puñado de gigantes mundiales domina la industrialización de la selva amazónica, extrayendo decenas de miles de millones de dólares en materias primas cada año. Los datos surgen de un análisis que pone de relieve cuánto valor se extrae de la región y los montos relativamente escasos que vuelven a ella.

Incluso cuando el ritmo de deforestación alcanza máximos históricos y el nivel de vida en la Amazonia es uno de los más bajos de Brasil, la verdadera magnitud de la extracción sigue siendo desconocida, ya que los datos básicos sobre la ganadería, la tala y la minería son difíciles de determinar, a pesar de los esfuerzos por prohibir las mercancías vinculadas a su destrucción.

Desde la mayor mina de hierro del mundo hasta una industria ganadera que sacrifica más de 6 millones de animales al año, el análisis de The Guardian -realizado en el marco de un proyecto conjunto con Forbidden Stories, para conmemorar el aniversario de los asesinatos de Bruno Pereira y Dom Phillips- muestra cómo la tierra más biodiversa del mundo es ahora también el hogar de potencias industriales. Las empresas son fuentes de crecimiento económico y empleo para las comunidades y para el país. Pero operan en un entorno -la mayor selva tropical del mundo y un sumidero crítico de carbono- que presenta desafíos inusuales.

Los compromisos de estas empresas con la restauración de la Amazonia varían enormemente. Si sus operaciones se consolidaran y se volvieran más transparentes y responsables, estas compañías tendrían el poder financiero para ser parte de la solución de la selva tropical, en lugar del problema (como algunas han sido hasta ahora). Esto es esencial, porque la degradación de la Amazonia se está acercando a un punto de inflexión, tras el cual la selva empezará a secarse y perderá su función globalmente importante como regulador del clima.

Por medio de registros de empresas, datos financieros y estudios científicos, The Guardian ha tratado de establecer el valor de los bienes que se extraen habitualmente de la Amazonia brasileña, como la minería de oro, hierro y bauxita, la ganadería, el cultivo de soja, la producción de pasta de papel y la industria maderera.

Minería y carne

En términos de ingresos, una empresa se destaca por encima de las demás: desde 2010, la minera brasileña Vale ha extraído más de 4.000 millones de toneladas de hierro de la mina de Carajás, en el estado de Pará, por valor de 220.000 millones de dólares.

Pará también alberga Alunorte, la mayor refinería de aluminio fuera de China, que desde 2014 ha generado unos ingresos de 15.300 millones de dólares para la empresa minera noruega Norsk Hydro, propiedad en parte del Gobierno noruego.

Alcoa y MRN van a la zaga de estas enormes cifras, pero también están obteniendo grandes ingresos. Alcoa, una empresa de Pittsburgh que acaba de instalarse en la Amazonia, no publica cifras fácilmente interpretables. MRN, filial de Vale, ha producido mineral de bauxita por valor de 8.300 millones de dólares desde 2013 en su explotación de Pará.

El sector minero, la actividad amazónica financieramente más lucrativa por amplio margen, incluye muchas pequeñas empresas, con más de 4.200 millones de dólares en oro extraídos entre 2018 y 2022 por productores artesanales, de acuerdo con el análisis de las cifras proporcionadas por Refinitiv, parte del London Stock Exchange Group. Pero la parte del león queda en manos de las empresas más grandes.

Maurício Angelo, fundador del Observatorio de la Minería, señala que la superficie ocupada por la minería industrial legal en Brasil se ha multiplicado por siete desde 1985. Asegura que esta expansión conlleva enormes daños medioambientales, tanto por efecto de la infraestructura (carreteras, centrales hidroeléctricas, puertos, ferrocarriles) como por la expulsión de pueblos originarios y la amenaza de eventos catastróficos..

En general, plantea que la industria nunca ha estado a la altura de sus pretensiones de sostenibilidad, que “no consiguió el desarrollo que prometía y confinó a ciudades y regiones enteras al subdesarrollo, con una calidad de vida muy baja, pocos y precarios puestos de trabajo, enormes daños medioambientales y casi ningún beneficio concreto para la sociedad.”

Vale dice ser consciente de que como empresa tiene la responsabilidad de “contribuir al desarrollo socioeconómico y establecer relaciones de respeto y confianza en los territorios en los que está presente”. Dice haber invertido más de mil millones de reales brasileños (unos 200 millones de dólares) en la última década en acciones de protección, investigación, desarrollo territorial e incentivo cultural en la Amazonia.

La industria de la ganadería vacuna es mucho menor que el sector minero en términos de valor económico, aunque no en impacto y huella. Los datos son difíciles de encontrar, pero según el análisis de The Guardian, el ganado sacrificado en el Amazonas por JBS tenía un valor de 5000 millones de dólares en 2016 cuando aún estaba en Brasil, mientras que los competidores más cercanos de JBS, Minerva y Marfrig, procesaron unos 600 millones de dólares y 1000 millones de dólares, respectivamente. El valor cayó drásticamente en 2022, en gran parte debido a las fluctuaciones de los tipos de cambio, a 3.900 millones de dólares para JBS, 547 millones para Minerva, y 709 millones para Marfrig. Pero esto es sólo el valor de la carne vacuna que sale del matadero; se añade mucho más valor a lo largo de la compleja cadena de suministro, y por un margen abrumador el valor económico de esta industria se genera fuera de Brasil, en los platos de los restaurantes de Pekín y Nueva York.

Paulo Barreto, investigador principal del instituto brasileño de investigación Imazon, declaró a The Guardian: “Aunque las principales empresas proveedoras de carne vacuna, incluidos los frigoríficos, los supermercados y las instituciones financieras, se han comprometido a desvincularse de la deforestación, el sector no ha hecho todo lo que debería”. Argumentó que la combinación del comportamiento irresponsable de algunas empresas privadas con “el desmantelamiento de las políticas públicas de conservación y dirigidas a los pueblos originarios en los últimos cuatro años condujo a que las tasas de deforestación se duplicaran en la región en comparación con la media de los diez años anteriores”.

La ganadería es el mayor impulsor de la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero, después del acaparamiento de tierras, con el que a menudo está estrechamente asociada. En 2018, la Amazonia brasileña había perdido 741.759 km2 de su cubierta forestal original, principalmente debido a la expansión agrícola. Esto se aceleró durante la presidencia de Jair Bolsonaro, cuando la tala de bosques aumentó un 59,5%, alcanzando la tasa más rápida desde al menos 1988. Se talaron o quemaron más de 2.000 millones de árboles.

JBS, la mayor empresa cárnica del mundo, ha sido exhortada a utilizar su fuerza comercial para mejorar la gobernanza medioambiental y social en la Amazonia. La última historia de Dom Phillips publicada en The Guardian fue un informe sobre un aumento del 65% en las ganancias de JBS en el último trimestre de 2020. La historia citaba a Mauro Armelin, de Amigos de la Tierra, y observaba que los resultados significaban que la empresa tenía “mucho dinero para destinar a la eliminación de la deforestación ilegal de su cadena de suministro en la Amazonia”. JBS ha prometido hacerlo antes de 2025, pero no se ha comprometido a restituir el daño que sus operaciones ya han causado. JBS se mostró en desacuerdo con el análisis de The Guardian, pero se rehusó a hacer comentarios.

Soja y pulpa de celulosa

El sector de la soja es otra potencia de la región. Entre 2014 y 2020, cinco multinacionales alimentarias -Bunge, Cargill, ADM, Amaggi y Louis Dreyfus- extraerán soja por valor de 18.000 millones de dólares en los mercados mundiales, según el análisis. Todas ellas han firmado una moratoria para detener la deforestación.

El aceite de palma y la producción de pasta de papel también son industrias en expansión en la Amazonia brasileña. El fabricante de papel brasileño Suzano produjo alrededor de 5 mil millones de dólares de pulpa de eucalipto entre 2018 y 2022, según el análisis. Brasil Biofuels opera exclusivamente en el Amazonas, y tuvo ingresos en 2022 por alrededor de 305 millones de dólares. Agropalma, otro gigante de los biocombustibles, lo hace principalmente en el estado amazónico de Pará y tuvo ingresos de alrededor de 284 millones de dólares en 2021 y 468 millones de dólares en 2022, con planes para aumentar la producción en un 50% para 2025.

Todas las empresas implicadas en estas actividades esgrimen que forman parte de la solución amazónica porque sólo plantan en tierras degradadas hace más de diez años. “Tenemos un modelo de negocio regenerativo”, señala Suzano, que sostiene que planta más de 1,2 millones de árboles al día y no cosecha más de lo que planta.

Hay muchas cosas que no es posible cuantificar ni medir. El análisis no incluye a las corporaciones que prestan servicios: las gigantescas empresas de tecnología de semillas, o las constructoras que levantan carreteras y casas, las hidroeléctricas y los productores de maquinaria pesada. Sin activos medibles, es imposible estimar el valor que producen esas empresas dentro del territorio legal de la Amazonia. Las industrias maderera y pesquera se han mantenido mucho más diversificadas, al igual que la mayoría de los cultivos (plátanos, açaí, cacao) además de los mencionados anteriormente.

El análisis no incluye el activo más valioso de todos: la tierra, y el papel que ha desempeñado la industria ganadera en la conversión de bosques en pastos. El Panel Científico para la Amazonia concluyó que 15,1 millones de hectáreas (37,3 millones de acres) de tierras públicas pasaron a manos privadas entre 1995 y 2017, y observó una tendencia en la que “las empresas ganaderas compraron o se apropiaron de tierras boscosas a un precio de mercado relativamente bajo y, tras ‘producir’ tierras sin bosques, las vendieron al precio, mucho más alto, de tierras cubiertas por pastos”.

Según el informe, el ganado es la forma perfecta de transformar la selva en propiedad privada, y estas operaciones pueden haber reportado 400 millones de dólares anuales de beneficios sólo en ese período. 

Uno de los problemas, según los observadores, es que en la Amazonia brasileña ha prevalecido un modelo de desarrollo extractivista desde que fue abierta por la dictadura militar del país en la década de 1970. El Banco Mundial ha reconocido tardíamente la insensatez de este planteamiento, y un informe reciente concluyó que las pérdidas causadas por la tala de la Amazonia, equivalentes a 317.000 millones de dólares al año, eran siete veces superiores a las ganancias de la extracción de materias primas.

Pero la tendencia ha sido hacia un agotamiento cada vez mayor de la selva para satisfacer a los mercados globales y a los accionistas, alentado por el gobierno brasileño que ha facilitado el proceso con financiación fácilmente disponible, exenciones fiscales y cuantiosos subsidios.

Mientras tanto, sigue siendo a menudo imposible determinar la procedencia de la carne de vacuno, el oro u otras materias primas de la selva tropical, y los reguladores del mercado mundial y las instituciones comerciales han sido criticados por seguir permitiendo la opacidad de las cadenas de suministro.

Esta lógica, que ha prevalecido desde que los primeros colonizadores europeos invadieron Sudamérica hace más de 500 años, está ahora sometida a un intenso escrutinio porque la Amazonía está tan degradada que los científicos advierten que este pilar del clima mundial está a punto de derrumbarse. Como mínimo, las empresas que operan en esta región deben ser más responsables, más transparentes, más eficientes y estar más dispuestas a trasladar los costes medioambientales a sus clientes y accionistas, en lugar de en la naturaleza.

“Devolver algo”

En respuesta al análisis de The Guardian, varias de las empresas afirmaron que contribuían a la economía local, respetaban las leyes nacionales e intentaban minimizar su impacto medioambiental. Sus respuestas dan una idea de los distintos niveles de compromiso para “devolver algo”.

Brazil Biofuels argumentó que no debía considerarse una empresa extractiva porque sólo plantaba aceite de palma en tierras degradadas antes de 2007. “El modelo de negocio recupera el bioma amazónico, contribuye al equilibrio del bosque, almacena carbono, [y] contribuye a recomponer la cubierta del suelo y los ciclos biogeoquímicos e hidrológicos. Además, al generar empleo e ingresos para las comunidades necesitadas, fomenta la preservación de los bosques y reduce el impacto de la deforestación”, afirma.

Por su parte, la empresa de eucalipto Suzano se declaró “crítica de la falta de medidas contra la deforestación en Brasil” y afirmó tener un modelo de negocio regenerativo. “Más del 40% de nuestra tierra está reservada para la conservación permanente (casi 1 millón de hectáreas), incluidas zonas significativas en los biomas de la Amazonia, el Cerrado y la Mata Atlántica”, marcó la empresa en un correo electrónico. Sostuvo que sus programas sociales habían ayudado a 30.000 personas a salir de la pobreza y habían generado 79 millones de reales de ingresos para la población local.

La empresa minera Vale destacó el papel que desempeña en la economía local y brasileña, enfatizando en que el complejo de Carajas y otras operaciones en la Amazonia representaban casi la mitad de todas las exportaciones de minerales de Brasil, y que protegía más de 800.000 hectáreas de selva tropical en el estado de Pará en colaboración con el Instituto Chico Mendes de Conservação da Biodiversidade. En sus palabras, Vale reafirmó “su compromiso con la transparencia y la minería sostenible, promoviendo el desarrollo socioeconómico y la conservación en las zonas en las que opera”.

Norsk Hydro, en tanto, aseveró que se encuentra establecida desde 1905 y que la responsabilidad social forma parte de su cultura. Sin embargo, el paso de ser propietarios de empresas conjuntas a convertirse en operador de grandes centrales en zonas remotas de Brasil implicó una curva de aprendizaje empinada. “Trabajamos estrechamente con las comunidades donde operamos. Después de las lluvias de Brasil en 2018, nos dimos cuenta de que nuestra relación y la confianza de nuestros vecinos no era todo lo buena que debería haber sido, por lo que hemos hecho esfuerzos para mejorar nuestro diálogo con las comunidades locales. Nos centramos en particular en permitir que los jóvenes reciban una educación, y en mejorar e implementar nuevas tecnologías en nuestras operaciones para reducir nuestro impacto”, dijo.

Amaggi, el mayor productor privado de soja del mundo, dijo que no reconocía las estimaciones de The Guardian sobre datos financieros porque no se basaban en una herramienta precisa. La empresa, con sede en Brasil, alegó que no vendía en zonas deforestadas después de 2008 en el bioma amazónico, y que llevaba a cabo proyectos de inversión social a través de fundaciones, entre ellos esfuerzos para mejorar la seguridad alimentaria. Durante la pandemia donó más de 150.000 kits de alimentos básicos.

La comercializadora de cereales Cargill, la mayor empresa privada de EE.UU., declaró que había acelerado su compromiso de eliminar la deforestación en su cadena de suministro de soja en la Amazonia y otros dos biomas para 2025. La multinacional sostuvo que estaba invirtiendo significativamente en acabar con la deforestación en Sudamérica mediante la puesta en marcha de programas y formación para ayudar a los agricultores, el aumento de la tecnología para mejorar la trazabilidad y la inversión en equipos en Brasil y en toda Sudamérica para acelerar los esfuerzos contra la deforestación.

Minerva Foods, que explota numerosos mataderos en la Amazonia, dio a conocer que controla el uso de la tierra de sus proveedores directos de ganado y que trabaja para que participen en un programa de medición y reducción de las emisiones de carbono. La empresa aseguró que utiliza la mejor tecnología disponible para garantizar el cumplimiento de la normativa medioambiental y de tenencia de la tierra.

Marfrig comentó a The Guardian que, en el marco de un programa lanzado en 2020, ahora supervisa el 100% de sus proveedores directos, mientras que para los proveedores indirectos las tasas de trazabilidad alcanzaron el 80% en el bioma amazónico y el 74% en el bioma del Cerrado. “En los últimos años, Marfrig ha sido reconocida como la empresa líder en proteína animal en varios rankings, índices, listas e informes que sirven de referencia para evaluar las políticas y prácticas ambientales, sociales y de gobernanza”, dijo.

Agropalma tiene una larga historia de preservación de la naturaleza y respeto a las comunidades cercanas a sus operaciones. “Estamos comprometidos con la deforestación cero: a través de una estricta política de no deforestación, desde 2002, Agropalma ya no convierte bosques en plantaciones de palma”, declaró. También señaló que mantiene desde hace tiempo una asociación con Conservation International para supervisar la biodiversidad de sus reservas forestales.

JBS rechazó el análisis de The Guardian, pero se negó a hacer más comentarios.

Investigación realizada por Gisele Lobato, Pablo Pires Fernandes, Andrew Downie, The Mining Observatory, Refinitiv, Imazon y Trase.

Traducción de Santiago Armando