PANORAMA DE LAS AMÉRICAS

Urnas, fusiles y vacunas

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A los investigadores de Freedom House, un centro de investigación norteamericano independiente, les gustan los números redondos, en especial los múltiplos de cinco. Hay una justificación: son más idóneos para la comunicación y menos ásperos para la retención.

Publican un informe anual y global, Freedom in the World. En el de 2016, enumeraban 50 dictadores en el orbe. Cinco años después, el 75% de la población mundial vive en países donde la ciudadanía no elige libremente a sus gobernantes y 2021 es punto más alto de una declinación constante de la calidad en el acceso ciudadano al voto iniciada quince años atrás. Entre quienes fundaron en 1941 la institución con sede en Washington se contaba Eleanor Roosevelt, esposa del presidente demócrata que rescató a Estados Unidos de la Gran Depresión de 1929. Celosos de la primacía conceptual y existencial de la democracia, que veían amenazada en Occidente y en Oriente el mismo año en que entraban como potencia beligerante, herida en Pearl Harbour por el imperio japonés, en el bando aliado de la Segunda Guerra Mundial, ponen muy altas exigencias para admitir a un demócrata en el club pero su umbral es muy bajo a la hora de denunciar a un dictador. Encuentran que hay dictadura cuando en un país quien gobierna detenta un poder que no ha ganado en elecciones. Con esta definición formal, autoridades de países cuyas constituciones consagran un sistema unipartidista, como de Cuba o Vietnam, son dictaduras sin más, y no encuentran distingo con juntas de militares golpistas como en Chad, Congo o Birmania.

 Por la razón o por la fuerza

“Para ustedes en Argentina es muy fácil -nos escriben desde La Paz- Es que cada vez que los militares rompieron el orden constitucional instalaron dictaduras inexorablemente peores que ese orden que habían violentado por las armas. Tiranías, en el peor sentido de la palabra griega. En Bolivia ha sido diferente. Un gobierno como el del general Juan José Torres habrá sido ilegal, porque tomó el poder del Estado gracias al monopolio del poder de fuego, pero fue mucho más legítimo que el gobierno de Hugo Banzer Suárez, cuando como civil ganó las elecciones. ¿Quién fue (más) dictador, el elegido o el otro?”.

Quien escribe, investigador en la Universidad pública paceña, nos sugiere que en la Argentina, históricamente, dos definiciones de democracia, definición formal (gobierno de la mayoría determinada por un acto electoral de sufragio universal) y sustantiva (valor, cualidad efectiva de atención igualitaria a las necesidades populares) han coincidido.  

Razón y Revolución

En Argentina ni ha ejercido gravitación equivalente ni ha prosperado una tradición que en Hispanoamérica integra la historia social y política del subcontinente hasta entrado el siglo XXI: la toma del poder, y aun la revolución, por corrientes progresistas en el interior de las Fuerzas Armadas de un país. Es el caso del gobierno del general Juan Francisco Velasco Alvarado, que tomó el gobierno en el Perú de 1968, para llevar a cabo un programa de cambio social a través de un extenso plan de reforma agraria y devolución de la propiedad de la tierra a quienes la trabajan. Hugo Chávez en Venezuela, y Ollanta Humala en Perú, intentaron tomar el poder por las armas antes de después ganarlo por las urnas.

Un heredero del comandante Chávez Frías gobierna hoy en la República Bolivariana, mientras que Humala, nuevamente candidato, no llegó al balotaje de las presidenciales peruanas que se dirimirá el 6 de junio. Sí llegó a ellas, por tercera vez, Keiko Fujimori, cuyo padre Alberto gobernó diez años sin interrupción pero con un poder alternativamente derivado de fuentes antagónicas: de las urnas, de un auto-golpe militar, y nuevamente de votaciones plebiscitarias. Esta épica propia de la América Hispana había sido singularizado, en el Brasil imperial del siglo XIX, como el relato predilecto que espontáneamente ofrecían de sí las repúblicas nacidas de las guerras de emancipación de la Corona española, y al que llamaron, según registra Gilberto Freyre en Ordem e Progresso, (su análisis vacilante y minucioso de la República Velha nacida en 1889 de un parto militar golpista), ‘bolivariano’.

En Brasil, el culto de los héroes fue morigerado por el generalizado dar por consumados todos aquellos hechos cuya reversión o remoción nunca sería siquiera verosímil sin agonías y desórdenes. Es el fracaso de Jair Messias Bolsonaro como paladín del orden, la seguridad, la tradición, la familia, la propiedad, su mayor inconveniente para su reelección en las presidenciales de octubre de 2022. Y electorado acepta ya como hecho consumado, cuya validez u oportunidad resulta estéril discutir, que la Justicia haya rehabilitado a los expresidentes del Partido de los Trabajadores (PT). Como antes había considerado inútil desconocer los procesos y condenas por presunta corrupción de Lula y Dilma.

Bolcheviques y gaullistas

“En Francia es diferente. Por algo es el país de la Revolución, y fue esa Revolución, nacida de un ‘golpe de Estado’, la que impuso la declaración de los derechos humanos, y el principio de Libertad, Igualdad, Fraternidad –dice a elDiarioAR Alain Faudemay, profesor en Friburgo, Suiza, y especialista en comparativismo cultural de Occidente-. El gobierno revolucionario irrumpe con violencia, y crea un orden nuevo. Que puede desembocar o no en la democracia electoral pluripartidista. El golpe de Estado bolchevique de 1917 dejó en el poder, mientras existió la Unión Soviética, a un único partido, el Comunista; el golpe de Estado de 1958 del general de Gaulle creó la V República, por cuyas instituciones nos regimos hoy en Francia, y consagró la pluralidad de partidos que compiten por el poder. El mayor mérito de esa pluralidad es legitimar al candidato gaullista, que debe vencer en esas elecciones, a las que legitima con su triunfo. Así piensa Macron”. Por una vuelta de tuerca, muchos golpes de Estado militares, se llaman a sí mismos revoluciones, y deponen a un gobierno nacido del voto en las urnas en nombre la libertad, como la ‘Revolución Libertadora’ argentina que en 1955 puso fin al segundo mandato presidencial de Juan Domingo Perón.

Dictador, palabra de tres sílabas

Según el informe de Freedom House, en América dictadura es Cuba, y casi Venezuela y Nicaragua, porque en esos países elecciones hay, y candidaturas de muchos partidos, así que son democracias, cuyo funcionamiento pueden desaprobar con energía, pero esa condena no es un vendaval que rompa los límites de los casilleros. Si el concepto de dictadura ha sido sometido, en nombre y defensa de la democracia, a un escarnio que nunca dejó trabajar a solas al examen analítico, otro tanto ocurre con la palabra dictador. “Stroessner no era un dictador -nos explica una profesora de la Universidad de Asunción-. Porque para los paraguayos, dictadura remite la institución romana republicana de ese nombre, que consiste en la entrega de la suma del poder público por la legislatura a un ciudadano. Y en Paraguay tuvimos una dictadura venerada en el Panteón patrio, la del Dr Francia en el siglo XIX”. No faltan analogías entre Francia y Artigas (que murió exiliado en Asunción) y Rosas.

Que no fuera dictador no vuelve democrático a Alfredo Stroessner, que gobernó sin interrupciones desde 1954 hasta 1989. A diferencia de sus colegas en el Plan Cóndor, este general ganaba con holgura elecciones periódicas celebradas en tiempo y forma, como perpetuo candidato presidencial del Partido Colorado, que triunfaba sobre un eterno figurante que hacía el papel de contrincante y era del Partido Liberal, de bandera de color celeste.

La dictadura, a veces, es más efectiva si sabe qué disfraz elegir y vestir. La democracia controlada, que disfraza qué retuvo de las dictaduras militares que aseguraron a la vez que condicionaron las transiciones a gobiernos electivos, llevan consigo una falla o vicio interior oculto, cuyos efectos pueden dejar súbitamente de resultar siquiera en parte, o de momento, admisibles para quienes conviven con esos regímenes.

En un último informe, Freedom House reconoce que hay veces en las cuales a una democracia más plena se puede llegar por vías independientes de las de garantizar el sufragio universal y la alternancia de partidos y renovación de autoridades con la regularidad del llamado a nuevas elecciones. Vía regia alternativa resulta se la protesta social. Sin las de noviembre de 2019, es el ejemplo que citan los de Washington (y agregan el de Sudán), ninguna administración chilena, de derecha o izquierda habría priorizado nunca o incorporado con vigor a su agenda, la convocatoria de una asamblea nacional constituyente para aniquilar la actual Constitución heredada de la dictadura militar pinochetista. Elecciones que la pandemia hace postergar por dilatarse los plazos en que se elegirán los convencionales. El confinamiento más severo del mundo busca en Chile tanto revertir la curva de contagios del coronavirus en una segunda ola cruel como asegurar que se podrá celebrar la elección de convencionales con viable bioseguridad. Porque la protesta social es una pesadilla para Sebastián Piñera, que tapó, como se esconde un cadáver en una batalla, con la noche más oscura de esa pandemia que lo habilitó al heroísmo de la vacunación de masas.