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Perdón que interrumpa Opinión

Adentro de la cancha

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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Las cosas salieron bien. El Mundial, el fútbol, el equipo de Scaloni quedan lejos y hermosos. Los percibo así no por lejanía afectiva sino por la impresión preventiva de no romper nada. Algo que salió bien. Anoto una serie de contrasentidos mirando el mundial como lo obvio que es: el máximo fenómeno global. Mundiales eran algo así como la globalización antes de la globalización: una fiesta que decía mundo y se encontraban el Este y el Oeste salteando los muros. Se encontraban los comunistas y los fascistas. Los hooligans y José Barrita.  

El tiempo. El mundial dura un mes pero deja para siempre las imágenes de sus revelaciones, desilusiones, goles, cantitos, la inspiración de las hinchadas, el tren envalentonado de millones de personas entusiastas del “que no se corte”. El mundial pinta tu mundo y pintarás aldeas. La bella ambrosía argentina: a un jeque árabe le enseñan a bailar cumbia. Y ya vimos pasar el mensaje nacional: “si el mundial dura un mes más, los sacamos del ISLAM”. Mundial de ricos, de nuevos ricos, mundial de pichiciegos. 

El lugar. El mundial tiene sede, aunque no tiene centro. Las primeras dos semanas te empachan de imágenes de Qatar, de argentinos en Qatar, de vuelos a Qatar, de lucha de clases en Qatar. Ya teníamos una canción de Gieco con la cifra exacta de obreros muertos para hacer estadios pero terminamos comprando las imágenes que decoran a todos los noticieros: la plaza de Salsipuedes, el tik tok de los amigos gays bailando en el sillón, la abuela de 103 años en el Obelisco, la abuela la la la de Villa Luro, el que se le dibuja la cara de Maradona subido en andas a la multitud, los chicos cantando en el Colón. 

El sonido. El mundial tiene un himno, a esta altura casi nadie recuerda cuál (intuyo que el negocio no permite asumir que su canción definitiva es la de Italia). Pero los hinchas argentinos son nietos de payadores. La lengua hasta en Borges es un arrabal y, si existe el INADI, las mejores canciones se lo llevaron puesto. Atentos: “Muchachos”, cantado por La Mosca, fue reescrito por un profesor de Avellaneda y puesta sobre el lienzo de nuestra historia nacional (fútbol y Malvinas). Un saltito de calidad que mejora aún a la gloriosa “decime qué se siente” de Brasil 2014. 

La economía. El mundial es un negocio, sí, como el agua moja y el fuego quema. Pero esa olla tan grande del business invita –a quien quiera– a mojar su pancito. Literatura y pelota, meter un marquito teórico por aquí, una lección por allá, la filosofía de goma vende sus zapatos baratos, cronistas cumpliendo el sueño de escribir la palabra “plebeyo”, todo el mundo con ganas de bajarse de su torre de marfil y potrerear, y así, y al final, todos hacen negocio. Yo y Platero. Tuvimos hasta debate “intelectual” porque al mundial vamos con todo lo que tenemos adentro, vamos con lo puesto. Y la verdad: en el mundial mucho no importamos. Haz tu gracia y “¡el que sigue!”. Es el más grande casting global de 15 minutos de fama.  

La gente con sus canciones. Uno mismo con sus “columnas”. Hay quienes no vienen del fútbol y lo entienden. Hay quienes vienen del fútbol y todavía no lo entienden. Hay clásicos. Hay lugares comunes a los que ir de nuevo como a la casita de los viejos porque si buscás una métrica, un “texto” mundialista contemporáneo, quizás siempre habría que empezar por el relato que a Víctor Hugo se le va deshilachando en la emoción, él dijo algo así como mi mejor relato, el menos profesional, el del gol a los ingleses, y porque es lógico: es el relato del acontecimiento mientras ocurre. Las palabras y el límite frente a la belleza. En un mundo lleno de palabras el fútbol es, sobre todo, puro acontecimiento. Entonces los relatores de fútbol son la primera versión de la Historia. Y tuvimos geniales: el gordo Muñoz, e incluyo –con permiso– la cadencia rutinaria de Mauro Viale que relataba un partido del mundial con el casi desinterés de un Talleres de Córdoba contra Platense. Y en Boca tuvimos a Héctor Caldiero, y había ahí, en el relator oficial de un equipo la tendencia presente -que finalmente se desbordó a todos- a “parecerse a la hinchada”. El relator escribe los hechos mientras ocurren. Los jugadores lo saben. -Muevo yo Mauro, el Coya Gutiérrez. Ahora, en cambio, bajo el paradigma honesto de Víctor Hugo fue creciendo el mandato del doble vínculo: sean espontáneos, sean sensibles, el relator del yo. Manojos de emociones. El periodista autofilmado que se le ve la hilacha de la emoción forzada: tá, tá, tá, una competencia para ver quién se quiebra más. Ahora no hay uno que no anteponga ese giro deliberado. Por eso hasta el tono burocrático de Mauro se puede extrañar. Cuando menos fue más.

La Scaloneta nos necesita más afuera que adentro. Mi extracción permitida será sólo en el hogar: como papá de un pendejo que vuela. Veamos. Un chico tiene la cara de Dybala en su perfil de guasap. Varios amigos se juntan a verlo, tienen doce años. La carrera de Dybala, como la de tantos jugadores, entroncó su crecimiento. A sus plantas, rendidos. Pero esos chicos con la camiseta trucha de Juventus con el nombre Dybala comparten la lección: tu ídolo es menos importante que el equipo. “¡Ponelo a Dybala!” empezó como fastidio en el primer partido, y se fue diluyendo en la comprensión silenciosa del juego que no lo hace necesario. Messi está por encima en un modo que no asfixia. Una época bajo su imperio, con los pequeños reinos de los Dybala alrededor. Esos chicos no prefieren a Dybala antes que a Messi, más bien saben que Paulo es otro hijo de la era Messi como ellos, uno del lado de adentro de la cancha. Una selección con jugadores jóvenes que alguna vez, como le pasó a Julián Álvarez, se sacaron la foto con Messi y esa fue su profecía. Es una generación cuya religión oficial es messista. Y con Dybala, pibe de oro, lo que se vio no miente: feliz e inteligente en los minutos que entró. 

Messi no es mío. Soy orgulloso de la quinta de la era maradoniana que empujó muchas cosas afuera de la cancha. Cuántos de los memes de Diego son de ese afuera. O mejor dicho: hicimos un Maradona para el cual la cancha no tenía límites, el partido era todo, desde su entrevista en un aeropuerto con cara de culo y anteojos negros, pasando por Diego en el estadio de Mar del Plata en el acto “contra el ALCA”, hasta su llegada a la puerta de un programa de TV en camión para cagar a piñas a Nicolás Repetto que había piropeado a Claudia al aire. Un Diego yendo a Devoto a pasar las fiestas con su amigo, un Diego con Menem, un Diego en Cocodrilo, un último Diego versión Laclau. Pero cuando se despidió aquella vez nos reordenó la verdad: “la pelota no se mancha”. Porque todo, todo empieza en ese lugar básico: historias de amor con la pelota.

Messi repuso más el límite del amor en la cancha. No nos abrió el vestuario. No sabemos qué piensa de política. Los pasados de rosca viven ese hermetismo como un caballo en la azotea. Los cronistas ansiosos o los pontificadores de doctrinas haciendo el papel aburrido de la moral la puta sola vez que a Messi se le soltó la cadena, el día que hizo una de más. Por derecha o izquierda le metieron anabólicos. Pero se nos pasa la salsa con Messi porque él y la selección son de una sola madera. 

Incluso con el Chiqui Tapia y su cara de atorrante, pero que no es el señor del anillo Todo Pasa. Es parte de esa camada hija de Grondona que le birló en vivo la AFA a Tinelli, el tipo que le hizo joditas para Videomatch a medio país y amasó una de las popularidades más difíciles (hace años que Tinelli no sabe qué hacer con Tinelli) y vio la jodita que le hicieron a él en vivo: la elección más insólita. Y Tapia se comió también a Angelici, a Donofrio, a toda la política argentina de todos los partidos que siempre hace sombra ahí. El Vaticano de la calle Viamonte. Tapia es apenas un típico dirigente de fútbol con los claroscuros argentinos al día. Pero acá, parece, que algo funcionó. 

Acá algo se hizo bien. No rompamos nada, entonces. Sumergirnos un ratito en los océanos de un solo país, una sola bandera. La Scaloneta es una propuesta de fútbol simple, competitiva, pragmática y que tuvo de enemiga a la parte de ese periodismo deportivo de panel, rosquero, ensobrado, con tipos que comentan en vivo lo que leen en guasaps de intermediarios, de operadores, supersticiones. El periodismo deportivo que adelantó al periodismo político y no sólo en “los sobres” (eso existe siempre) sino en la “gracia” de perder las formas. 

Esta selección es algo que salió bien en el país en el que casi nada sale bien hace demasiado tiempo. Al éxito de Scaloni, Aimar, Samuel y Messi no se le demorará su traslado –incluso entre los que lo demolieron– a la política. El equipo tiene sus estadísticas, su fórmula y su espíritu para contagiar eso. Pero en la era cuya religión oficial quiso decirnos “todo es política”, Messi ni mú. Fue el introvertido, el discreto, el dueño de un familión precioso y el líder que se puso al hombro a un par de pibes sanos. Fuimos a buscar demasiadas cosas afuera de la cancha, es hora del reencuentro feliz: encontrarlas adentro. Lo dice Ernesto Semán acá: “Imaginar que el fútbol es una analogía de la sociedad, el gobierno o la cultura de un país es una forma de menospreciar su importancia intrínseca. El fútbol es fútbol”. Al fútbol lo que es del fútbol también diremos aunque al segundo de decir eso seguimos diciendo cosas (¡como ahora!) y nos comemos el argumento. Me atrevería a pensar que el fútbol muchas veces muestra más el límite de nuestras “filosofías” que su oportunidad. Ciencia y atorrantismo. Y convenzamos al Príncipe: no toquen nada. Salió bien. Dejemos como está. Que así sea, y disfrutemos.

MR

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