Alberto Fernández, un error histórico
Por primera vez no atendí la apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Me molesta que nos mientan y no quise consentir la ficción que se iba a proponer desde el discurso presidencial.
Cualquier balance de la gestión de Alberto Fernández que se realice desde un punto de vista democrático, está condenado a resaltar todo lo que se pudo hacer y no se hizo; y también a subrayar todo lo que se hizo para producir un retroceso.
Hablar es fácil; en la distancia entre lo que se dice y se hace hay un abismo por donde se han ido colando las esperanzas de tener un gobierno al servicio del pueblo. Alberto Fernández legalizó “la conspiración urdida entre Mauricio Macri y el FMI para que la oligarquía fugara la plata de Argentina” como nos señaló el ex ministro de economía de Grecia Yanis Varoufakis. No enfrentó al FMI. No denunció ante la Corte Internacional de Justicia las irregularidades del Organismo que prestó una suma descomunal a la Argentina violando su propio Estatuto Constitutivo, como propusimos desde Soberanxs. Aceptó el programa del Fondo sin discutir una sola de sus metas; es decir, uno solo de sus ajustes. Al contrario: la mayor severidad que se le conoce al Poder Ejecutivo está orientada a castigar a los movimientos sociales con argumentos sacados de los prejuicios clasistas de la derecha neoliberal.
Tampoco enfrentó a los especuladores financieros, a los que se les aceptaron sus reclamos con una subordinación tal que no se recortó en un solo dólar el monto del capital que estaba en discusión. Para agravar esa entrega, se gastaron las escasísimas reservas del Banco Central para recomprar parte de esa deuda, de tal manera que sus titulares tengan garantizada su renta. No sirvió de nada porque, aún con ese regalo, le siguen cerrando la puerta con tasas de interés usurarias.
El negocio más rentable que hoy ofrece el Gobierno sigue siendo el financiero. El Presidente que prometió recortar los intereses que se pagan por las letras del Banco Central para mejorar las jubilaciones, llevó esos intereses a la estratósfera y licúa los ingresos de los jubilados con una inflación galopante que impide acceder a derechos básicos, comida saludable, remedios para sobrevivir.
Frente al sector agropecuario, la conducta de Fernández no podría ser más vergonzosa. Fue para atrás con la estatización de Vicentin. Le entregó a las grandes multinacionales del mercado del cereal un dólar a medida. Incorporó como funcionario al ex CEO de Syngenta, Antonio Aracre, uno de los representantes más destacados de la industria de los agrotóxicos. No debe llamar la atención porque el Gobierno desconoce olímpicamente la existencia de la emergencia climática. También desde Soberanxs propusimos un plan de remediación medioambiental que es desoído.
Es verdad que estamos atravesando en el mundo una confluencia de crisis de inusitada intensidad; pero las remanidas excusas de pandemia y guerra son inapropiadas; en relación con la pandemia, su conducta no podría calificarse de ejemplar, y respecto al conflicto bélico que podría llevarnos a una guerra nuclear, la Argentina pierde la oportunidad de exhibir una posición neutral y pacifista; en lugar de exhortar a las partes a encontrar una solución diplomática, fustiga a Rusia y se apega a los reclamos guerreristas de la OTAN.
Alberto Fernández renunció a lo mejor de la experiencia kirchnerista y achicó su gobierno al tamaño del Frente Renovador que calificaba de “patético” al peronismo frentista de Cristina. No restauró la Ley de Medios que democratizaba la información. Al contrario, mantuvo una alianza ominosa con Clarín, en la que el Gobierno pone pauta y ese monopolio aporta el bullying.
Ha llevado adelante una política exterior desdibujada, cuya premisa fue evitar el fortalecimiento de cualquier bloque regional que pueda molestar los intereses del imperialismo. Inconcebiblemente, mantuvo a la Argentina hasta bien entrado el 2021 dentro del Grupo de Lima, junto a verdaderos fantoches autoproclamados presidentes, como Juan Guaidó y la golpista Añez que conspiraban contra Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua, al son de las demandas de los Estados Unidos.
Al día siguiente de la Asamblea legislativa, el 2 de marzo, la Cancillería anunció que dio por terminado el Acuerdo Foradori-Duncan, pactado por Macri con el Reino Unido para “eliminar todos los obstáculos” al crecimiento económico y desarrollo de las Islas Malvinas, permitiendo la explotación de nuestros recursos, hidrocarburos, pesca, transporte, navegación y favoreciendo claramente los intereses del usurpador británico. En las memorias del diplomático Duncan se afirma que el vicecanciller Foradori firmó ese Acuerdo completamente borracho. Tres años le tomó al gobierno de Fernandez animarse a darle fin al pacto: una resaca.
Todas estas defecciones se recortan sobre el horizonte más lamentable: el de la política institucional. Alberto Fernández que prometió dar fin a los “sótanos de la democracia” no hizo nada por renovar una Justicia que está al servicio de los poderes fácticos. Y, frente al episodio que más agravió la convivencia democrática desde 1983, el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernandez de Kirchner, se limitó a lloriqueos retóricos, como si en vez de ser el Presidente de la Nación fuera el ejecutivo de una ONG.
Alberto Fernández es un error histórico, porque ha liquidado lo último que puede liquidar un proyecto nacional y popular: ha liquidado la esperanza.
AC/CC
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