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Análisis

Anarquía en el Caribe: magnicidio, acefalía y pandillas haitianas

Desde 1804 primera república negra del mundo después de su revolución contra el dominio francés, Haití ha luchado por reconstruirse desde un devastador terremoto en 2010 y el huracán Matthew en 2016.

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“¿Hay peligro de que el país entre en anarquía?” “¡Ya estamos ahí desde hace semanas!” La pregunta desde París recibió varias veces pareja respuesta en vivo desde Puerto Príncipe el mediodía del miércoles por Radio France Internationale, después de conocerse la noticia del asesinato nocturno del presidente de Haití por un grupo de desconocidos armados que hablaban español. Si el magnicidio fue en realidad ante todo un homicidio, un ajuste de cuentas mafioso entre bandas armadas que se disputan entre sí territorios del interior del país en los que ya son única fuerza y única ley, según una conjetura probable, y no un crimen político, podría iniciarse el diálogo hasta ahora imposible entre la oposición electoral que impugnaba el mandato del asesinado Jovenel Moïse y quienes ocupen interinamente el poder. Siempre y cuando el país más pobre del hemisferio occidental y uno de los más pobres del mundo, donde todavía no se ha aplicado ni una sola dosis de vacuna anti-Covid, cuente con auxilio internacional que aporte recursos económicos y humanos para la reconstrucción y la pacificación. Aunque los recuerdos de una situación análoga tampoco son halagüeños. El de Moïse es el primer asesinato de un jefe de Estado en Haití desde 1915, cuando el magnicidio fue causa alegada e insatisfactoria excusa de la ocupación militar de la isla por EEUU.

En un comunicado oficial que reproduce la red alternativa haitiana de información AlterPresse, el primer ministro saliente Claude Joseph informaba que a la 1.00 de la mañana “un grupo de individuos no identificados de los cuales algunos hablaban español habían atacado la residencia privada del Presidente de la República y así herido mortalmente al Jefe de Estado”. Otro medio alternativo, Haiti Press Network, había dado la noticia antes de la confirmación oficial, y lo había hecho en términos más brutales: el Jefe de Estado, el presidente Jovenel Moïse “había sido asesinado después de medianoche”. Y añadía el dato fundamental, sobreentendido en el mensaje del gobierno, de que los desconocidos estaban fuertemente armados. Bocchit Edmond, embajador haitiano en Washington, informa que por imágenes de video con las que cuenta su gobierno piensan que son mercenarios. Profesionales muy bien entrenados que se hicieron pasar, con buen éxito, por agentes de la DEA norteamericana. Que por tanto hablaban inglés además de español. Y que dos varones locales que venían con ellos les sirvieron de intérpretes. Hablaban creole (criollo), lengua nacional junto con el francés de la ex potencia colonial contra la cual luchó una población isleña esclavizada, de origen africano, hasta emanciparse y proclamar la independencia en 1804: la de Haití fue la primera revolución latinoamericana contra los imperios europeos. La Primera Dama, herida de bala por los falsos agentes antinarcóticos, en estado crítico, ya el miércoles estaba siendo atendida en el Baptist Hospital de Ford Lauderdale, Florida, EEUU.  A la noche, Léon Charles, el jefe de la Policía, de quien se dice que es ideológicamente leal a EEUU, comunicó oficialmente que cuatro “mercenarios” del grupo comando asesino habían sido muertos por efectivos policiales que los habían perseguido, que tres agentes que los mercenarios habían tomado como rehenes habían sido liberados, que otros dos presuntos mercenarios habían sido arrestados, pero no informó nada sobre la identidad de los muertos y arrestados, añadió que la investigación continuaba. ,

Durante el mismo miércoles, Joseph hizo un segundo anuncio, publicado en Le Moniteur, el Boletín Oficial haitiano, en coordinación con las Fuerzas de Seguridad. Declaró el Estado de Sitio por 15 días, una decisión que por su formulación y sus implicaciones equivale a hacer coincidir dos semanas de duelo nacional con una quincena de aplicación de ley marcial. Amélie Baron, corresponsal de la agencia de noticias AFP en Haiti, informa en la televisión pública francesa que las calles de la capital Puerto Príncipe están desiertas, vacías de vehículos, pero también de peatones: para qué salir, cuando “reina la incertidumbre” se pregunta y se responde.  

Descabezamiento de un Poder Ejecutivo precarizado

Claude Joseph es el sexto jefe de Gobierno de la presidencia Moïse. Es premier interino por dos motivos. Por la muerte del jefe de Estado, pero además por una razón previa: era ya el premier saliente. Porque el 5 de julio el presidente asesinado había designado quién sería su séptimo jefe de Gobierno. Había nombrado un sucesor que sustituiría a Joseph pero que no llegó a asumir, el doctor Ariel Henry. Este médico septuagenario, sanitarista, experto que buscaba asesorar al Ejecutivo en la gestión de la pandemia, había ganado prestigio cuando estuvo a la cabeza de la campaña de salud pública que enfrentó una epidemia anterior y local, de cólera. “La población debe restar calma, evitar las manifestaciones y todo acto de violencia, que no haría más que empeorar la situación », pide públicamente la Dirección Política de la Oposición Democrática (Dirpod), enterada, según asegura, ”con consternación“, de la noticia del que llama ”presidente de facto“ Jovenel Moïse.

Las opiniones sobre las causas del asesinato sólo varían en cuántas zonas insisten en dejar todavía abiertas a la duda y a la espera de que una investigación llegue a sus primeros resultados concretos. Jean-Josué Pierre niega que el magnicidio haya sido cometido por las gangs que dominan en el interior de la isla territorios donde la autoridad del Estado no se hace sentir o carece de facultades para hacer cumplir la ley nacional. Son profesionales, declara. Pero también pueden ser mercenarios, admite el embajador de Haití en Francia. Pagado por algún jefe territorial con influencias en el extranjero. Un ajuste de cuentas por interpósita persona, resume Bruno Daroux, periodista de Internationales de France24.

El historiador Christophe Wargny, uno de los mayores estudiosos de Haití, descree de “que sea un ataque contra la democracia: el presidente había sido mal elegido, había gobernado mal –lo que es un eufemismo- y ha terminado mal. De su asesinato se ha dicho que es una ‘tragedia horrible’ y un ‘crimen espantoso’. Él es en buena medida responsable de esta horrible tragedia, y el autor de no pocos espantosos crímenes”. Según la argumentación de este especialista, que confluye con el coro mayoritario de las voces de analistas y observadores que fueron convocadas y oídas por los medios francófonos y anglófonos americanos y europeos en las 24 horas que siguieron a tragedia y crimen, el presidente muerto enfrentó en vida dos tipos de adversarios. Rivales políticos, que lo atacaban por prolongar indebidamente su mandato y por haberse olvidado –otro eufemismo- de convocar elecciones legislativas. Y enemigos mafiosos, en el interior de las pandillas o gangs. Porque adentro de la isla hay un archipiélago de bandas armadas que controlan o se disputan el territorio y los territorios por cuyo dominio y explotación compiten entre ellas.

Para contener la protesta política, pero también social, el presidente había debilitado y desfuncionalizado a las Fuerzas de Seguridad estatales. En la línea de la ética de su anterior formación y profesional –había sido un empresario, y su éxito crematístico había capitalizado como recurso de campaña para ganar elecciones-, había buscado proteger la paz ciudadana acudiendo al servicio pago de una suerte de empresas de ´seguridad privada“. Que encontró en estas pandillas o gangs. Y los gangsters fueron eficaces, violentos y crueles en las tareas remuneradas de su función de ‘seguridad democrática’ (un término que acuñó para Colombia el ex presidente Álvaro Uribe). Aprendieron a ser policías, y a imponer el orden en nombre del presidente y según los intereses del Ejecutivo, y después lo hicieron en interés propio, cortados los lazos de vasallaje y compitiendo contra los nuevos vasallos que buscó pagar o juramentar Moïse. Acaso quienes fueron contratados o contactados por el poder como ejército privado hayan aprendido de su propio éxito a contratar tropas de élite o grupos comando bien entrenados.

El orden democrático, horizonte y casus belli

Jovenel Moïse ejercía el poder por haber ganado las elecciones de noviembre de 2016. Era un empresario sin carrera política, del partido centro-derechista Tèt Kale fundado por su mentor el popular Michel Martelly. Se impuso en primera vuelta con el 54% de los votos. Asumió la presidencia el 7 de febrero de 2017. El gobierno de Moïse estuvo marcado por la inestabilidad política y acusaciones de corrupción agravadas por el escándalo de Petrocaribe y por una larga disputa sobre el término de su período en el cargo. La oposición afirma que debería haber dimitido el 7 de febrero como corresponde a los cinco años de las elecciones de 2015 -canceladas por acusaciones de fraude-y realizadas en 2016. Tampoco se celebraron las legislativas en 2019, como reza la Constitución de 1987. A principios de este año, Moïse argumentando que un complot organizaba un golpe de Estado que planeaba “asesinarlo” y reprimiendo nuevas protestas políticas, ordenó el arresto de 23 personas, incluido un juez de la Corte Suprema y un alto cargo de la Policía.

Según la oposición, las postergaciones electorales que retrasaron la celebración de las presidenciales de 2016 no importan para determinar dónde empieza y dónde termina el período presidencial del sucesor de Martelly. El período presidencial se cuenta desde el 7 de febrero de 2016, dicen, y por lo tanto el mandato expiró. Según el oficialismo, los cinco años se cuentan a partir del día de la asunción del presidente, se tienen que contar cinco años efectivos de ejercicio del poder, y por lo tanto el mandato expira el 7 de febrero de 2022. La ONU, la OEA, y el Departamento de Estado de EEUU aprueban el método Moïse para calcular las fechas de inicio y fin del lustro presidencial haitiano. El presidente colombiano Iván Duque, sucesor del derechista Álvaro Uribe, rechazó el “vil asesinato” del presidente haitiano, “acto cobarde y lleno de barbarie”, y solicitó “una misión urgente” de la OEA “para proteger el orden democrático”. El mismo orden que invocó el presidente norteamericano Woodrow Wilson, un antecesor demócrata de Joe Biden en la Casa Blanca, cuando en 1915 tropas de marines estadounidenses ocuparon Haití y pusieron fin a las dos semanas de caos que siguieron al asesinato de  Jean Vilbrun Guillaume Sam. Este presidente haitiano, en un mandato que su muerte dejó trunco a los cuatro meses de iniciado, había hecho encarcelar y fusilar a casi dos centenares de líderes opositores. La ocupación duró hasta 1934. Por ahora, el Departamento de Estado insiste en que se mantengan las elecciones presidenciales y legislativas planificadas para el 26 de septiembre.

AGB

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