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Opinión

Chicas de oficina

Tamara Tenenbaum Ensayo general rojo

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Cuando vi The Assistant, la película que cuenta un día en la vida de la asistente de un Harvey Weinstein ficcionalizado, me pareció que entre sus mil decisiones brillantes la primera era el título. La palabra assistant, igual que “asistente” en español, ha reemplazado en muchos contextos corporativos a la histórica secretary, que en inglés es en teoría una palabra sin género pero que en el uso era definivamente una palabra cargada de género, de imágenes. Se supone que “asistente” es una palabra más neutral, más respetuosa, más desexualizada; la secretaria es la de los stiletto, la pollera lápiz. En la fantasía estereotípica, la secretaria es madre y puta: se entrega, pero también te cuida. Te deja mirarle las piernas pero sabe cómo te gusta la chocolatada.

La asistente, en cambio, pertenece a un mundo que se cree mejor que esto; un mundo corporativo buena onda, donde —se supone— las jerarquías son mucho más blandas y las chicas que trabajan en el último eslabón de la cadena pueden aspirar a tener, alguna vez, el trabajo de sus jefes. Kitty Green, directora y autora de The Assistant, se ocupa de resaltar esto desde el primer momento; hubiera sido fácil pintar a la industria cinematográfica en la que trabaja Jane como un espacio sexy y glamoroso en el que se la fuerza a ella a ocupar ese lugar de secretaria hot, pero Green hace otra cosa. La oficina de este Harvey Weinstein es gris. Las tareas de Jane no tienen gracia; se la pasa juntando miguitas y pidiendo remises. Me quedé pensando en su ropa, la única que le vemos puesta: una polera lila de algo que parece modal, a través de la cual se destacan demasiado los breteles de un corpiño o una camiseta. No pude dejar de ver esos breteles antiestéticos debajo de una polera de monja, y toda la primera parte de la película estuve pensando: me van a mostrar que “hasta a estas chicas”, hasta a las que se visten así, las acosan en la oficina. Pero no. Jane no es un objeto sexual para su jefe, y esa es la otra decisión brillante de Green: el punto de vista no es el de una víctima de acoso, sino el de alguien que ni lo ha recibido ni lo recibirá, que mirará las violencias de Weinstein como nosotros, desde afuera.     

The Assistant se inserta en una pequeña tradición de películas sobre chicas de oficina, que utilizan estas figuras para pensar la relación entre el género y el poder, que se valen de las jerarquías prolijas y enunciadas de ciertos espacios laborales para hablar de jerarquizaciones más sutiles. Pienso en dos más: Working Girl (1988), que en español se conoció como Secretaria ejecutiva, protagonizada por Melanie Griffith, y Secretary (2002), pequeño clásico de culto con Maggie Gyllenhaal y James Spader. Secretaria ejecutiva es la historia de una Cenicienta que se rescata a sí misma; es un poco absurda y naif, un cuento de hadas empresarial con todos los brillos y optimismos liberales de los ‘80, pero recoge algunas realidades que son interesantes en la comparación con The Assistant.

En Secretaria ejecutiva Tess, el personaje de Melanie Griffith, estudió en una escuela de negocios nocturna; viene de una clase social muy distinta de la de su jefa, interpretada por Sigourney Weaver. Por eso y por su forma de vestir que delata esa procedencia impura Tess es percibida como una eterna secretaria y no una futura ejecutiva: lo que se ve es que en ciertos espacios laborales se divide a las mujeres en dos clases, las que vienen del linaje correcto y pueden aspirar a progresar y las que no, entonces no solo no pueden ascender sino que se espera de ellas una forma particular de sexualización para habitar las oficinas y permanecer en ellas. A las mujeres como Katherine, el personaje de Weaver, les enseñan desde chicas los modos de neutralización de la sexualidad que delatan su origen noble, que las distinguen de las “chicas vulgares” en los pasillos. Esta semana pasé al lado de un edificio vidriado de oficinas imponentes en Catalinas Sur y recordé la única vez que estuve allí adentro, hace siete u ocho años, cuando trabajaba en una ONG en la que cada tanto me tocaba acompañar a las directoras para contar lo que hacíamos. En una reunión allí hice un amague para sacarme el sweater y quedarme en musculosa; mi jefa, que prácticamente había nacido en una oficina como esa, me pegó un codazo disimulado para evitar que lo hiciera.

En The Assistant está la versión contemporánea de esta dicotomía. Jane, la protagonista, fue a una buena universidad y llegó al magro puesto que ocupa por los canales correctos: buenas calificaciones y pasantías impagas. Aunque no vista elegante, aprendió los modales desexualizados que se esperan de una chica educada que quiere ser tomada en serio. No es el caso de Sienna, una joven a la que el jefe de Jane puso en un avión y en un hotel de lujo aparentemente para que vaya a su oficina a atender teléfonos. Sienna no tiene formación, y Jane lo destaca de maneras que a veces —lo sabe Kitty Green— nos hacen dudar de si realmente quiere proteger a Sienna o solo le tiene bronca, por conseguir a través del capital erótico lo mismo que ella consiguió “con esfuerzo” (y una ayudita del privilegio). “Es moza”, dice Jane, explicándole a un empleado de recursos humanos. Y finalmente las dos cosas son ciertas; Jane quiere proteger a Sienna, y puede que también la resienta, porque así funciona el acoso sexual, mostrando a las víctimas como chicas que eligen “el camino fácil”, haciendo que la gente alrededor no solamente no las defienda (como sí hace Jane) sino que incluso las desprecie.

Secretary, desde su título, hace la operación inversa a la de The Assistant: en una época ya mucho más poblada de asistentes que de secretarias, la película decide sobreactuar el arquetipo. El personaje de Maggie Gyllenhaal va a una escuela de mecanografía, cosa ya rara en el 2000; y cuando llega a su oficina, el jefe le explica que allí no trabajan con computadoras, “solo con máquina de escribir”. Ese mismo jefe, interpretado por James Spader, le gritará como un poseído cuando ella cometa errores, como si fuera 1950 y no existieran leyes contra el maltrato laboral (la película se ocupa de recordarnos que esas leyes ya existen). El punto de giro se da cuando la secretaria empieza a gozar de ese maltrato; Gyllenhaal y Spade entran en una relación BDSM. Es probable que esta película no pase los estándares más centennials de corrección: sin embargo, a medida que la relación amo/sumisa avanza, la sensación es que Gyllenhaal en efecto se va empoderando.

Más allá de algunos prejuicios olvidables, el personaje de Gyllenhaal se encuentra en su rol de sumisa de una manera nada victimizante: le sucede lo que dijo Sartre, cuando escribió que “el masoquismo es un intento, no de fascinar al otro con mi objetividad, sino de fascinarme a mí mismo a través de la objetivación para el otro”. Lo que ocurre es que a medida que Gyllenhaal empieza a disfrutar de la violencia de su jefe, ella deja de ser solamente un objeto para él para convertirlo a él también en un objeto para ella. La filósofa feminista Nancy Bauer sostiene en su libro Simone de Beauvoir, Philosophy and Feminism que este es uno de los aportes centrales de de Beauvoir a la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo: si para Hegel lo importante de esa dialéctica es que dos conciencias se reconocen cada una a la otra y a sí mismas como sujetos, en esta interpretación para de Beauvoir lo interesante es que dos conciencias (en el caso que ella está pensando, un varón y una mujer heterosexuales) se reconozcan mutuamente como objetos. El reconocimiento mutuo no se daría entonces solamente en el reconocimiento de la mujer como sujeto, sino (y quizás más que nunca) en el reconocimiento del varón como, él también, objeto. Ese es el mecanismo del empoderamiento enroscado de Secretary, el modo en que, a través de su lugar sumiso, ella se hace sujeto reduciendo a su jefe a un objeto, que parece ser el amo pero en realidad termina siendo también esclavo.

En The Assistant, en cambio, la relación entre jefe y asistente no puede volverse dialéctica; en principio, porque a él jamás lo vemos. Es una voz, pero sobre todo una presencia, un espectro denso que pesa sobre toda la oficina. No se personaliza ni siquiera en los mails que le manda a Jane intentando, como decimos en porteño, psicopatearla, haciéndole creer que “le exige” porque ella es buena pero “puede ser excelente”. Jane no parece admirarlo, ni tener ganas de complacerlo; solo quiere sobrevivirlo para avanzar en su carrera. Y entonces pienso que The Assistant habla de otra interpretación que leí de la dialéctica del reconocimiento en de Beauvoir, la de una filósofa sueca, Eva Lundgren-Gothlin; para Lundgren-Gothlin, lo que quiere decir de Beauvoir es que la dialéctica del amo y el esclavo es un concepto que no se aplica a las relaciones heterosexuales. No se puede decir que la mujer represente en esa dialéctica al esclavo, como sugiere la lectura tradicional de El segundo sexo, porque en el esquema hegeliano la dialéctica se produce cuando ambos “jugadores” se piden mutuamente el reconocimiento; pero la mujer no pide el reconocimiento, solo lo da. No hay entonces, dice Lundgren-Gothlin, tensión ni movimiento. La mujer queda fijada en la pura otredad, por fuera de las tensiones de las relaciones verdaderamente humanas, por fuera de las luchas de reconocimiento, pero no por arriba, sino por debajo. Tuve varias veces en la vida esa sensación con jefes y colegas varones; que no querían hacerme mal, no querían pelear conmigo, pero porque ni siquiera me veían, y tampoco les importaba que yo los viera. Sus peleas eran con otros, sus conflictos y tensiones eran con otros; yo directamente no entraba a jugar. Me lo dijo también María Moreno una vez, riéndose de que Piglia la considerara “el mejor escritor argentino” como una forma, en el fondo, de descalificar a los rivales que realmente le importaban.

Quizás lo más atractivo de The Assistant sea la elección de no enfocar en la imagen potencialmente sexy de un tipo acostándose con una jovencita en un hotel de lujo, una imagen que incluso si nos repugna también nos puede seducir; sino poner el foco en lo gris, no en el sentido de fronterizo sino de aburrido y sombrío, del acoso no como el puente hacia relaciones de poder jugadas e interesantes sino a no relaciones, a intercambios opacos en los que las mujeres miramos una y otra vez buscando un reflejo, una subjetividad, un conflicto, pero no nos encontramos, no nos vemos.

 TT

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