Chile, cincuenta años de Pinochet
Cuando se lo oía en privado, desconcertaba. El presidente chileno hablaba como argentino. Pronunciaba cada y y cada ll como un hablante rioplatense: Salvador Allende decía Sho, Ashende. Lo dice Eduardo Labarca, su sobrino postizo, abogado, comunista, ex columnista de Radio Moscú en el exilio: el periodista trató desde niño a Allende como comensal y conspirador semanal de cenas clandestinas, y después como Jefe de Gobierno cotidiano cuando la cubrió desde La Moneda la crónica de la presidencia trunca de la Unidad Popular (UP) durante los mll días que duró en el poder. Y lo escribe en Salvador Allende: Biografía sentimental (2017), la más rica en detalles confirmados de cuantas conocemos publicadas.
1973, la mayor derrota de la izquierda en la historia latinoamericana
En los discursos de grupos o de masas, Allende era otra cosa. No se le escuchaban acentos ni dialectos. El médico, diputado, senador, presidente y suicida socialista fue el mejor orador al gusto de la época, y sin embargo su retórica nos conmueve prístina. Como si en su oratoria política las palabras, las frases, las formas, las velocidades y las desaceleraciones, las insistencias y las ausencias, las ilusiones y las elusiones, la entonación y la respiración, fueran las naturales, las espontáneas, las justas y necesarias para llegar sin prisa pero sin pausa, con empanadas y con vino tinto, con elecciones regulares y Congreso bicameral, hasta el socialismo del siglo XXI, ya plebiscitado e irrevocable.
Salvador Allende, el líder socialista que había disputado a cuatro rivales la candidatura de la coalicion electoral de izquierdas Unidad Popular (UP) que ganó un tercio de los votos en las elecciones del 4 de septiembre de 1970, era un gran improvisador, que subía de inmediato a todas las tribunas donde podía hablar, pero de la mano de un retórico astuto: improvisar no es atropellar, también la improvisación tiene sus reglas y sus interdicciones -que, como las de toda situación de urgencia, son más rigurosas que las de la normalidad sin más.
El golpe de Estado del general Pinochet que derrocó en Chile al gobierno del presidente socialista Allende el 11 de septiembre de 1973 fue la peor derrota de la izquierda en cien años de historia latinoamericana.
Este panoramista puede escuchar una y otra vez sin marchitarse jamás ei discurso último del 11 de septiembre de 1973, minutos antes del suicidio y del bombardeo de La Moneda aéreo, destructor, incendiario y definitivo, y avanzar una y otra vez sin cansarse jamás por las grandes Alamedas del futuro que sin embargo tampoco ahora lucen por completo abiertas a nuestros pasos de hombre nuevo.
1973, la más maravillosa música
Tal vez falte a América Latina en los últimos cincuenta años ejemplo tan vibrante, de palabras tan resonantes e inoxidables, elegidas por un líder político elegido, como las de aquel mensaje de despedida declamado para pueblo y simpatizantes de Chile desde la santiaguina Radio Magallanes. Conmovedor como la no menos calculada nota de suicidio de Getúlio Vargas de agosto de 1954, donde apunta sobre sí, después de la bala: “Salgo de la vida para entrar en la historia”.
Las interpelaciones de los presidentes brasileño y chileno, que todavía no se han degradado frías a documento o a kitsch -una pendiente por la que quizás ya se desliza el palabrerío demócrata, helenístico, bíblico. berlinés o sureño de JF Kennedy y aun Martin Luther King. En el siglo XXI no es mirada como género literario vigente la elocuencia (ni la sagrada ni la profana -por el contrario, no deserta hoy la atención que se presta a las inspiradas arengas de vestuario). En las universidades se analiza el discurso politico en las orientaciones lingüiísticas de las carreras de Letras.
Los efectos inmediatos de los suicidios presidenciales sudamericanos de 1954 y 1973 son disímiles, y aun los del primero de signo opuesto a los del segundo. El de Vargas reactivó indignación y sostén suficientes en los apoyos antes aletargados o ariscos entre electorado e instituciones favorable como para que los dirigentes políticos y agitadores mediáticos de la oposición debieran abandonar o la capital brasileña (entoncesen Río de Janeiro) o el Brasil, e insufló artificial una respiración que evitó la muerte por asfixia de un oficialismo que ganaba aliento y tiempo. El suicidio de Allende ratificó y preservó la dignidad del gobierno democrático derrocado, pero a la vez selló con un cierre aún más visible y más hermético, un período de sufragio universal y soberanía popular, que cada día volvería más lejano e incomunicado, .
1973-2023, la mayor victoria de la derecha latinoamericana sigue pagando dividendos en Chile
Tampoco ha sufrido la izquierda latinoamericana, en los últimos cien años, de una derrota tan abrumadora e incondicional como la del golpe de Estado de Augusto Pinochet.
Ni ha gozado en ningún otro país del hemisferio la casta política derechista de los beneficios de una victoria política y cultural como los que disfruta la chilena. Desde luego en 17 años de dictadura cívico-militar subsiguientes. Pero más aún cuando los civiles ya no compartían la titularidad del poder con los militares en ejercicio, en los 33 años subsiguientes al 11 de septiembre.
Cuando se compara el trabajo de verdad, justicia y memoria de la Argentina respecto al amplio pero preciso universo de los crímenes de lesa humanidad y de violaciones sistemáticas pero arbitrarias de los DDHH durante los años del terrorismo de Estado y de dictadura cívico-militar del autodesignado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) con el del país que tuvo en Allende a su último presidente con acento rioplatense, es verdad que queda, en Chile, qué hacer, e incluso, que empezar a hacer. Sin embargo, de entre todas las impunidades heredadas de la dictadura pinochetista (1973-1989) que han permanecido sin examen, juicio ni castigo, es en este ámbito en el que más se ha avanzado. El gobierno de Gabriel Boric ha demostrado estar a la altura de la determinación necesaria, y prometida.
Las ventajas que el pinochetismo ha creado para la derecha y dejado como herencia forzosa a Chile, son únicas y perdurables. Aun si se quisieran combatir de manera consistente y continua, sería difícil diseñar el plan para enfrentarlas. Un representación muy difundida, pero que sólo en una muy ínfima porción se ve confirmada por el registro de la realidad exterior, enfatiza el balance de logros y de dolorosas pero salutíferas reformas estructurales que el pinochetismo habría impuesto con entusiasmo y dureza a la economía chilena, y que la Concertación, que gobernó más años que Pinochet, habría retenido intactas con resignación, oportunismo y firmeza, eran un precio que valía la pena pagar para, en palabras del político y perpetuo candidato presidencial post-pinochetista Joaquín Lavín, alejarse hasta quedar complacidamente fuera de Latinoamérica. No lo consiguieron. Según el Banco Mundial y el FMI, en 2024 Chile será el país latinoamericano cuya economía crecerá menos. Integra el grupo de más abajo, muy separado del resto. Pero acompañado de Haití, y de la Argentina.
AGB
0