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El corazón de la bestia

Alina Najlis

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Hace algunos meses, sobresaltado por cómo en el ciclo Polémica en el bar el actor Waldo Navia apeló a maquillarse la cara con corcho para “hacer de negro” (imitando a Louis Armstrong), le pedí a uno de los mejores cientistas sociales del país, Ezequiel Gatto, más y mejor material sobre la ultrajante técnica conocida como “black face” (pintarse de negro para hacer de negro), procedimiento multiplicador de las políticas racistas en Estados Unidos, con origen europeo. “Necesito saber más sobre esto” le dije. “Ah, ya sé”, contestó Gatto: “Lo necesitás para el corazón de la bestia”

¿El corazón de la bestia? Sí, con “el corazón de la bestia” el historiador se refería a la televisión de aire, músculo programáticamente insensible a las radiaciones del presente. Mientras cada vez más numerosas fuerzas sociales desintalan la ilusión de una República Blanca, la tv insiste con prácticas racistas. Rabiosa, con su acta de defunción entre los dientes, ella conserva un temario semejante al del tiempo de su transmisión exclusiva por antena; es inactual hasta en cualquier flash de “Útimo momento” que no sea una muerte repentina. A juzgar por los números, ninguna mayoría la consume. A juzgar por sus inspiraciones ideológicas, menos.  

De hecho, ante la posibilidad del aborto legal, la furia ciega de “la bestia” queda nuevamente expuesta. Por estas horas, la televisión de aire vive en objeción de conciencia. Hay móviles, cronistas y noticias al repecto. Haber hay. Sin embargo, la Argentina está en vías de consolidar un derecho humano insustituible y los canales abiertos siguen adelante con sus respectivas programaciones, como si la gesta les fuera propia como noticia y ajena como acontecimiento histórico. Su “audiencia cautiva”, insisten, es una “señora que está en su casa y no piensa abortar”. En palabras de la guionista Erika Halvorsen, los capos de la tv creen que sólo la sintonizan “evangelistas del Conurbano”.  

A modo de ejemplo, el último año y medio el ritmo cardiovascular de la bestia supo medirlo Viviana Canosa, conciente de que, aquello que en redes sociales es confirmado como delito, en los estudios de tv es materia prima. Empeñada en conservar una audiencia menguante que, además, imagina embrutecida, la televisión insiste con figuras así. Se sabe: depredar es una empresa que requiere de depredadores. Canosa y su contradictorio liberalismo neopentescotal devienen entonces artefactos ideales para el desfiladero de entrevistados surgidos de las napas del sicariato tuitero, peligrosísimos antagonistas del desarrollo científico y apologistas de crímenes varios. 

 

Cuesta asimilarlo, y es lógico, pero en el pasillerismo televisivo -y en las mesas de decisión- aún hoy se escuchan brutalidades amparadas en poder satisfacer a “la señora que está en su casa y es pañuelo celeste”. Edadismo y misoginia mediante (esa señora sería una señora “grande”, sin recursos emocionales, materiales ni intelectuales), la carrera armamentística de gerentes, programadores y productores sólo está focalizada en retenerla quietita. No detener su muerte. Tampoco ayudarla a vivir mejor. Aquietar su quietud. Mientras estas líneas cobran forma, un productor grita que no quiere “travestis en cámara tan seguido” y el canal de noticias IP se vanagloria de no emplear personas mayores de 50. La “vieja de mierda” que “nos mira” no quiere sobresaltos ni devolución especular de su ancianidad. 

En este marco, este 2020 pandémico quedó sobredeterminado por la ingesta de dióxixo de cloro de Canosa. No obstante, para el corazón de la bestia, ese episodio es diástole de otra sístole: la conducción que ella misma desplegó en un festival de la muerte en 2018. Al costado del Congreso Nacional, proyección en pantalla gigante de ecografías de embriones, un escarnio desatado contra cada mujer muerta por aborto clandestino en el país. Hace días, la idea de un cuerpo típicamente “femenino” (versus la otra ficción, la del cuerpo “masculino”) la llevó a asentir sobre la hipotética vergüenza de calzar 40, ser mujer, dedicarse a la política y ser Jefa de Estado. Todas, instantáneas que no sólo no tienen efecto profesional negativo alguno, sino que además la reinstalan como cita. 

¿Por qué, con igual acentuación, ninguna otra mujer consustanciada con el aborto legal puede decir y hacer con esta soltura? La mayoría de las conductoras de tv son “invitadas” a esconder su pañuelo verde cuando están trabajando y a suavizar hasta el silencio su toma de posición en el ámbito laboral. Las anécdotas sobran e incluyen la cancelación de contratos con marcas de pañales ofuscadas por el instinto “asesino” de sus rostros publicitarios. Hay quienes, al expresarse ocasionalmente, hasta terminan pidiendo perdón y se ven chumbadas a tener que insistir en que defienden el aborto y eso es solo una opinión personal, como quien prefiere el arroz o le gusta la mañana. El último 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la señal América produjo un programa especial en el que el aborto no fue tema. Enfrente, Viviana Canosa le da espacio a una fascinerosa capaz de sostener que el Estado propone matar niños para tapar la pobreza. Mientras agoniza, la televisión plebiscita lo implebiscitable. 

Si la Cámara de Diputados y el Senado lo disponen, ¿los canales de tv guardarán como souvenir la orden de falsa “neutralidad” que impartieron, seguida de la construcción de una retaguardia “canosística”? ¿Esa habrá de ser, imaginan, su contribución al grito de la historia? ¿Este es el archivo que buscan inmortalizar?

Mucho más enemistada con los interrogantes en curso que otros medios igual de tradicionalistas, la televisión se repliega y se asfixia. Lamenta la fuga en masa de espectadores al tiempo que relativiza cualquier carta orgánica de derechos humanos del mundo. Está segura de que discutir todo es establecer una representación total, como si la representación no tuviera términos que la vuelven siempre fragmentaria y a menudo, inaceptable como el corcho quemado a la condición de negritud. 

Con su descripción de la circulación sanguínea en el siglo XVII, el médico inglés William Harvey permitió que el corazón deje de ser considerado fuente de calor y pase a ser estudiado como una bomba. Ya que el derecho a la vida de la bestia tampoco arranca con su concepción, mejor modificar su bomba interna de entrada y evitarle así al mundo un show de embriones que el día de mañana se creerán bestias periodísticas con derecho.

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