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A cuarenta años de Mitterrand y por qué es importante el debate sobre el gasto

París
Francois Mitterrand

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Hoy se cumplen 40 años desde el día en que François Mitterrand fue elegido Presidente de Francia. La fecha tiene una importancia mayor para la historia del país, no solo porque Mitterrand llegó al poder encabezando una amplia coalición que reunía a los socialistas y a los comunistas y que representó una esperanza única en la historia para la izquierda francesa, sino también, y quizás sobre todo, porque dos años más tarde el Presidente iniciaría un giro conservador en su política económica que daría por tierra con los sueños socialistas de los años anteriores. La Presidencia de Mitterrand marcó un antes y un después en la historia de la izquierda francesa. También puede tener resonancias en la Argentina, precisamente en un momento en el que la crisis permanente y la inflación crónica obligan a discutir, una vez más, la necesidad de reorientar el gasto público y de repensar los modos y los límites de la intervención del Estado dentro del programa de un gobierno que se percibe en la izquierda del arco político.

François Mitterrand llegó al poder el 21 de mayo de 1981 tras haber ganado las elecciones en segunda vuelta contra el Presidente en funciones, Valéry Giscard d’Estaing. Líder del Partido Socialista y promotor del “Programa común” firmado junto con los comunistas a principios de los setenta, Mitterrand había salido vencedor del congreso partidario de Metz de 1979 que lo había enfrentado a la derecha socialista de Michel Rocard. Apoyado por los comunistas en la elección contra Giscard d’Estaing, llegaría a la Presidencia de Francia con la aspiración de construir una amplia alianza de izquierda para representar tanto a socialistas y comunistas como a los herederos del Mayo Francés y a los líderes del movimiento sindical autogestionario de los setenta.

Durante los primeros dos años de la presidencia de Mitterrand, bajo la dirección de Pierre Mauroy, el gobierno francés dispuso una amplia batería de medidas destinadas a recomponer los ingresos de las clases populares y ampliar el rol del Estado en la vida económica y social. Entre las medidas de este “relanzamiento keynesiano” se contaban el aumento del salario mínimo y de diversos de programas de asistencia social, la intensificación de la construcción de vivienda social y el aumento de las jubilaciones de los agricultores, mientras que en el dominio de la economía el gobierno ponía en marcha un fuerte plan de nacionalizaciones que incluyó la estatización de siete grandes compañías y de treinta y nueve bancos. El sueño del “Programa común”, firmado entre socialistas, comunistas y radicales de izquierda a principios de los setenta, parecía rumbo a cumplirse.

Pero las cosas tomaron un rumbo imprevisto. La persistencia de la inflación de dos dígitos, recurrentes corridas contra el franco que llevaron al equipo económico a disponer la devaluación de la moneda dos veces y finalmente, una dura derrota electoral en marzo de 1983 en la que Jacques Chirac tuvo el mérito de llevarse la victoria en todos y cada uno de los distritos de París terminaron por torcer el rumbo del gobierno. Ante el fracaso en las urnas, las presiones de los empresarios y las críticas de la oposición, el gobierno francés se vio obligado a reconocer su incapacidad de domar la inflación y de superar las trabas de la contrainte extérieure (literalmente, la restricción externa). Francia formaba parte ya del sistema monetario europeo que establecía un marco de oscilación para las monedas de la región, sobre todo en base a las relaciones comerciales con Alemania occidental. Las sucesivas devaluaciones no solo repercutían en el aumento de la inflación, sino que también perturbaban la integración de la economía francesa con el resto del continente y con un mundo cada vez más globalizado. Así las cosas, en marzo de 1983 comenzó lo que se conocería como “la política del rigor” (“le tournant de la rigueur”, en francés), que incluiría un fuerte recorte del gasto público y un freno a la política expansiva de los años anteriores. En materia económica, este nuevo enfoque permitió estabilizar la economía francesa, reducir drásticamente la tasa de inflación, y mantener a Francia dentro de la construcción europea, pero al costo de reducir el consumo, limitar el crecimiento de las importaciones e ingresar en una era de alto desempleo estructural que duraría hasta nuestro días.

Los primeros años de Mitterrand son generalmente vistos como la historia del ascenso y la caída de los sueños del socialismo francés. La política del rigor inauguró un período de crecimiento y estabilización que contribuyó al ascenso continuado de la economía francesa durante los años siguientes, pero no caben dudas de que también consolidó un modelo más desigual que el que había caracterizado los “Treinta años gloriosos” en la Francia de la posguerra. El giro de Mitterrand terminaría provocando la división de la izquierda francesa y la percepción entre muchos de que la socialdemocracia había finalmente aceptado las reglas del neoliberalismo. Con todo, es difícil pensar que las cosas hubieran podido ser distintas en un contexto marcado por la naciente globalización, la crisis del socialismo real y el ascenso del neoliberalismo en gran parte del primer mundo. Mitterrand intentó aplicar una receta por izquierda, pero el mundo y los mercados lo empujaron a los golpes hacia la derecha.

La historia raramente deja lecciones para el presente, pero sí nos plantea preguntas y nos interpela en el contexto de nuestra lectura y de nuestra reflexión. En Francia, la historia de la Presidencia de Mitterrand se lee a la luz de la crisis del socialismo, la polarización social creciente de la sociedad francesa y las debilidades actuales de la construcción europea a la que Mitterrand tanto dedicó. En Argentina, en cambio, la historia nos plantea otros interrogantes. Luego de una década de estancamiento, frente a la pobreza creciente y la inflación crónica, la Argentina se enfrenta a la necesidad de reformular un modelo económico que hace agua y de repensar las formas y los límites de la intervención del Estado en un contexto agravado por la crisis global. Los caminos de la reforma están todavía por dibujarse, pero la discusión será imposible si los interlocutores no aceptan las reglas elementales del juego económico que el capitalismo global le planteó a Mitterrand hace cuarenta años y que la Argentina ha tenido muchas dificultades en aceptar hasta el día de hoy.

Vale preguntarse si la resistencia enconada de la Argentina no es en vano. Es que, si contando con el apoyo de un amplio movimiento político y social y en una de las economías más ricas del mundo Mitterrand tuvo que aceptar límites severos en materia de gasto e inflación, ¿cómo podría eludirlos la Argentina? Aún más importante es subrayar que ni en el caso de Mitterrand, ni el de la Argentina, la aceptación de estos principios implican una derrota inmediata y definitiva para quienes aspiran a una sociedad incluyente. A fin de cuentas, en Francia siguen coexistiendo una de las economías más ricas del mundo con uno de los Estados de bienestar más generosos de Europa.

Doctor en Historia

WC

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