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Análisis

¿Qué es la cultura de la violación?

Cabecera de la manifestación en Madrid contra la sentencia a la manada.

Marta Borraz

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La expresión “cultura de la violación” llena hoy las redes sociales y está en los titulares de los medios de comunicación de muchos países. La ha pronunciado la ministra española Irene Montero en el Pleno del Congreso este miércoles dirigiéndose al Partido Popular, (PP) a quien ha acusado de “promoverla” en las dos polémicas campañas contra las agresiones sexuales lanzadas por dos gobiernos del PP. “Ustedes impulsan una campaña en Galicia que dice 'no debería pasar pero pasa', o que dice 'vigila tu copa, mujer', en la Comunidad de Madrid, o que señala 'quien siembra vientos recoge tempestades' –refiriéndose a la frase que pronunció el alcalde de la capital José Luis Martínez-Almeida sobre la propia Montero–. Es culpar a las víctimas, responsabilizarlas. Ustedes promueven la cultura de la violación que pone en cuestión la credibilidad de las víctimas”, exclamó.

La intervención ha desatado un nuevo terremoto político, la indignación de los populares y la intervención de la presidenta de la cámara, Meritxell Batet, que recriminó a la ministra sus palabras. También la ministra de Justicia, Pilar Llop, se desmarcó de las palabras de Montero y aseguró que el PP “no fomenta ningún tipo de cultura contra las mujeres”.

Pero, ¿qué es en realidad la cultura de la violación?

La expresión fue acuñada por el feminismo de los años 70 en Estados Unidos para señalar la prevalencia y aceptación de la violencia sexual. Con ella se pretende nombrar la estructura que justifica y normaliza las agresiones sexuales hacia las mujeres y que, en la práctica, se manifiesta en todo un conjunto de creencias, conductas, ideas o actitudes que la aceptan y en última instancia, la alimentan. “La cultura de la violación sigue un patrón sociocultural de discriminación que reproduce, motiva e incentiva la violencia sexual a través de mensajes en los que el cuerpo de las mujeres está en permanente disposición masculina”, explica la jurista especializada en derechos de las mujeres Adilia de las Mercedes.

¿Cómo? A través de pensamientos y respuestas basadas en prejuicios y estereotipos de género sobre los que hay una gran aceptación social. Son los llamados mitos de la violencia sexual, que acaban provocando un doble efecto: la impunidad de los agresores y la culpabilización de las víctimas. Entre estos mitos, destaca “el cuestionamiento de las víctimas y de su testimonio”, prosigue la experta, y también la “idea estereotipada de cómo es una agresión sexual”: es común pensar que la mayoría las perpetran desconocidos, cuando los datos disponibles apuntan a lo contrario.

La cultura de la violación es, para ONU Mujeres, “omnipresente” y considera que “ponerle nombre es el primer paso para desterrarla”. Pone como ejemplo tres comentarios que la alimentan: “Con los hombres ya se sabe...”, “estaba borracha” o “las mujeres dicen no cuando quieren decir sí”. La cultura de la violación, prosigue el organismo, “está grabada en nuestra forma de pensar, de hablar y de movernos por el mundo”, por lo que suele pasar desapercibida para la mayoría.

Hablar de cultura de la violación no significa afirmar que la violencia sexual sea algo aceptable para la población, de hecho, la realidad es que la inmensa mayoría se muestra intolerante. Pero sí que hay una “normalización y trivialización” de las agresiones sexuales mediante “las palabras, acciones e interacciones que nos arrastran peligrosamente hacia la cultura de la violación”, prosigue Naciones Unidas.

La única encuesta oficial hasta la fecha sobre percepción social de la violencia sexual, de 2018, apuntaba en esta dirección: la inmensa mayoría condenaba cualquier tipo de violencia hacia la mujer, pero la mitad de la población consideró que el alcohol es a menudo el “causante” de una violación y dos de cada diez señalaron que si una mujer se viste “de forma provocativa” no debería sorprenderse si un hombre intenta obligarle a mantener relaciones sexuales. Además, el 22% restaba credibilidad a la víctima si había tenido varias parejas sexuales.

El foco en las víctimas

Esta focalización de la violencia sexual en las víctimas, en su actitud, en lo que hacen o en cómo visten es en lo que, según las expertas, caen las campañas puestas en marcha por la Xunta de Galicia y la Comunidad de Madrid. La primera mostraba la imagen de una mujer con mallas y las frases: “Se viste con las mallas de deporte. Va a correr por la noche. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa”. La misma fórmula se repetía con las imágenes de una mujer caminando sola de noche, enviando una foto “íntima” por el móvil o en una discoteca dejando una copa “desatendida”.

La madrileña, menos reciente, pretendía concienciar contra las agresiones sexuales por sumisión química con mensajes como: “Mira lo que te sirven”, “vigila siempre tu copa” o “no aceptes bebidas de desconocidos”, acompañadas de la imagen de una copa junto a la expresión “la agresión sexual que no te esperas está aquí dentro”.

Para Adilia de las Mercedes, este tipo de discursos “terminan dibujando a las mujeres como corresponsables de la violencia sexual estigmatizándolas por la ropa que llevaban puesta, por los lugares que transitaban, por la hora a la que estaban ahí e incluso por no cuidarse o defenderse lo suficiente” y “reflejan estereotipos sociales en vez de combatirlos”. Considera la jurista que las campañas “deben advertir a las mujeres de los riesgos que corren” pero “sin responsabilizarlas”. Hacerlo “desvirtúa la diferencia entre víctimas y victimarios al más alto nivel” y “fortalece la impunidad de los agresores”, añade.

En el mismo sentido se expresa la socióloga y profesora de comunicación y género de la Universidad Complutense de Madrid, Cristina Morales, para la que este tipo de campañas “limitan la libertad de las mujeres” en vez de “la acción de los agresores”. “Decir 'no tendría que pasar pero pasa' es un mensaje desculpabilizador de las prácticas violentas, normalizador de la cultura de la violación y culpabilizador de las víctimas. Ese mismo mensaje, esa misma campaña trasladada al terrorismo sería impensable porque ahí la víctima sí sería una víctima a proteger y no a responsabilizar”, afirma.

Al margen de las dos polémicas campañas, ONU Mujeres apunta en la misma dirección en sus propuestas sobre cómo desmontar la cultura de la violación: “Cuando se habla de casos de violencia sexual, la vestimenta y la sexualidad de la víctima son irrelevantes. En lugar de ello hay que cuestionar la idea de que los hombres obtengan el poder mediante la violencia y cuestionar la noción del sexo como un derecho. Cómo viste una mujer, qué y cuánto ha bebido y dónde se encontraba en un momento determinado no son invitaciones para violarla”, concluye.

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