La elección de Madrid fue un plebiscito nacional que votó que España es de derecha
A las 7.00 de la tarde, una hora antes del cierre de los colegios, había votado más del 69% de un padrón de 5.112.658 personas convocadas para elegir nuevas autoridades en la Comunidad de Madrid. Eran las primeras elecciones autonómicas celebradas en un día laborable, y sin embargo era una asistencia récord, la mayor desde 1995. Anunciaba que al contarse los votos, el paisaje tendría contornos de una nitidez antes inusitada. Fue lo que ocurrió. El Partido Popular (PP) ganó mayoría propia para gobernar a solas, y su socio en el gobierno anterior, Ciudadanos (Cs), perdió toda representación parlamentaria. La derecha de la derecha, Vox ganó más legitimidad y más representación -lo primero por lo segundo. El Partido Socialista Obrero (PSOE), que gobierna en el Reino de España, pasó a ser la segunda fuerza de la izquierda, superado por Más Madrid (MM), y Unidas Podemos (UP) afianzó su presencia en una elección en la que se había temido salir más débil
“Hoy elegimos el modelo de comunidad y el modelo de país que queremos a partir de mañana”, dijo Isabel Díaz Ayuso, la candidata del Partido Popular (PP) al emitir su voto ante las cámaras. La presidenta de la Comunidad de Madrid esperaba. Marco, “Libertad o Comunismo”. En histórico local madrileño de la calle Génova, la celebración era una fiesta, con música, altoparlantes, escenarios, y la militancia y la dirigencia bailando, el dj de cabecera del PP alternando el electrolatino con el pop español, felices del buen éxito en que había concluido el peregrinaje dirigido con lucidez, simplicidad, ligereza y desenvoltura por una candidata tan segura de ganar que sólo había tenido delante de sí opciones para elegir hacia dónde encaminarse para ganar más. El PP hizo un giro en U en el largo viaje cuesta arriba, en cámara lenta y que llevaba décadas, hacia el centro, y fue directo hacia la derecha, para lo que contó con el beneficio de una pendiente natural, que aceleraba su velocidad con la constante de la fuerza peso histórica. “Buenas noches, España”, saludó vestida de rojo Díaz Ayuso, en el breve, fácil, desenvuelto, antidogmático discurso de aceptación de la victoria desde un balcón que era la última vez que se usará para este fin de auto-afirmación discursiva (El PP anunció que mudará la sede partidaria tradicional a otro, mejor lugar). “Vida y libertad” son los dos bienes y valores más preciados para la humanidad, dijo. El segundo ya queda asegurado con el triunfo del 4M. Para la primera, en la lucha contra la muerte, es decir, el COVID-19, Díaz Ayuso no ha titubeado en ser la única líder europea, junto con el derechista húngaro Víktor Orban, en anunciar su voluntad de comprar la vacuna rusa Sputnik-V. Para las familias que sufrieron muertes en la pandemia fueron los primeros respetos pagados desde el balcón de la calle Génova.
“Tenemos que votar con la ilusión”, dijo al votar Ángel Gabilondo, el candidato del Partido Socialista Obrero (PSOE), un político a quien nunca le faltan las palabras, incluso las acertadas, con locuacidad de universitario que ganó su cátedra gracias a la renuncia anticipada a toda mordacidad y elocuencia. “Soso, serio, formado”, se había definido. Los mismos adjetivos valen para su marco, que redefinía, “Democracia o Fascismo”. El anti-sanchismo, el descontento con el Presidente socialista Pedro Sánchez ante lo que han venido siendo percibidas como incompetencias o insuficiencias en su administración del gobierno, la economía o la pandemia, en ese orden, o el inverso, obraron en su contra. El PSOE fue el gran perdedor. En el nivel autonómico, también hizo un giro Gabilondo, pero el suyo fue a mitad de campaña, y ya era tarde. Al principio, consideró que iba a drenar los votos de Ciudadanos (Cs), el partido centrista que co-gobernaba. Le llevó demasiado tiempo advertir que no sólo esos votos, si el sistema de vasos comunicantes existen, habían ido a parar al PP, sino que no eran pocos los votos del PSOE que se drenaban hacia el PP. Fue entonces cuando giró a la izquierda. Con Pablo Iglesias, el candidato de Unidas Podemos (UP), el más a la izquierda de la izquierda, había rechazado aunar esfuerzos, con una negativa que fue muy difundida, “No me interesa este Pablo Iglesias”, énfasis en ‘este’. Más difundida, por más desesperada, y televisada en vivo en el último debate electoral, fue su exhortación: “Pablo, tenemos doce días para derrotar a la derecha”.
En su contraste entre la realidad y la ilusión se habían dividido y dividieron los representantes del bipartidismo que había gobernado a España desde el inicio de la transición democrática que siguió a la muerte de Francisco Franco en 1975.
“Hoy puede ser un día histórico, hoy podemos convertir los aplausos en votos”, dijo Mónica García, de Más Madrid (MM), a los medios que la esperaban en el colegio electoral al que había acompañado a su padre a votar. Con ‘los aplausos’ se refería esta anestesióloga, que llegó a la política como militante de la salud pública, a que el símbolo de la aprobación social a la acción de la medicina en tiempos de pandemia y confinamientos se volviera signo eficaz del cambio político. En un andarivel, su modernidad coincide con la de Joe Biden (a su rival Díaz Ayuso la llamaron ‘Trump a la española’). Es en su defensa del voto postal. Ella ya había votado por correo. La participación postal fue en la elección del martes fue un 42% superior al de las elecciones de 2019, cifra sin embargo menor que la de 2015. A diferencia de Gabilondo, García es una profesional, no una académica, y su charla es –como dijera Azorín de la del historiador Modesto Lafuente-: “ligera, aturdida, amena, aguda y exacta a trechos”. Sus resultados demostraron los frutos que puede cosechar –a diferencia de recoger o recolectar- la izquierda cuando habla de gestión, y lo hace con ejemplos de lo que hizo y no sólo con promesas de lo que hará. De este modo, al fin de la elección, quedó como una fuerza superior en volumen al PSOE en su representación parlamentaria.
Unidas Podemos (UP) no hizo una mala elección, al contrario, pero no logró un avance tan grande como podía anhelar no sin injusticia. Y si la victoria no fue tan significativa considerada desde el punto de vista del gobierno de la Comunidad, sí lo es desde el punto de vista de la supervivencia partidaria. Parece difícil hacer a un lado la hipótesis de que la renuncia de Iglesias a la vicepresidencia del gobierno nacional para postularse como cabeza de lista de UP fue determinante para asegurar esa sobrevida, y aun asegurar un pequeño pero firme repunte, muy por encima de lo que las ya lejanas encuestas de popularidad le vaticinaban. Acaso la polarización, indirectamente, lo haya favorecido en el afianzamiento de este último objetivo. Iglesias tiene un récord: fue el diputado que pronunció más veces el sustantivo ‘franquismo’ y el adjetivo ‘franquista’ en la historia parlamentaria de la recuperada democracia española. Fue el último en hablar entre quienes se candidatearon para Madrid, y en su discurso, en su primera frase calificó de “tragedia” para España el resultado electoral y de “golpista” a Isabel Díaz Ayuso, la presidenta saliente y reentrante, nacida el mismo día de 1978 que él, y en una efemérides peronista, el 17 de octubre. Admitió que Podemos nada perdió, e incluso ganó, al fin de 4M, como partido, y venció un desafío, el de que la izquierda de la izquierda superara en escaños al otro extremo, a Vox. Pero al soñado tsunami madrileño, rompeolas de las provincias españolas, le faltó caudal. Iglesias anunció su retiro de la vida política, y concluyó con un “Hasta siempre”.
“Esta votación va a ser clave para la política española y Vox va a ser clave para que no entre la izquierda”, dijo Rocío Monasterios al votar su propia lista y candidatura, y ella fue aquello que supo ser a lo largo de la campaña, amena a trechos, aguda -o punzante, o zumbona-, pero siempre cruelmente exacta. Al conocerse las bocas de urna, alrededor de los cuatro o cinco pisos de metros cúbicos de nacionalismo, cubiertos por una bandera española gigantesca, había alegría entre la juventud, alegre, que ostentaba banderas españolas como capas de Superman. El partido, que es la derecha de la derecha, es el único que reclamaba ponerle fin, para siempre, a todas las cuarentenas y confinamientos anti-pandemia. Sin embargo, la juventud se retiró a la hora señalada. A quienes no sorprende, angustia la presencia de tantos jóvenes. Es más contraintuitivo, así, construir a Vox como a una fuerza reaccionaria, nostálgica del falangismo, el Régimen del Caudillo. No es un voto del resentimiento, de proletarios desplazados, de clases medias en caída libre. Lo vota el electorado en los distritos más ricos, y la izquierda pierde en los pobres. En una fuerza insurgente, como lo fue la Lega Nord italiana con Umberto Bossi. Hoy es el partido más viejo de Italia, y su actual titular el ex vicepresidente del consejo de ministros Matteo Salvini -no en vano se ha comparado la gestión de la pandemia en Madrid y en Lombardía- fue el primer líder internacional en felicitar a Díaz Ayuso por su victoria. La victoria avasalladora de la presidenta que ganó su reelección es para Vox una garantía de legitimidad. El PP fue el único partido que repudió el ‘cordón sanitario’ con el que Iglesias proponía circular y aislar a Vox.
Edmundo Bal (Ciudadanos, Cs) había dicho en campaña que la suya se distinguía entre todas por ser la que mostraba y demostraba más y mejor “estilo”. Algo igualmente vago, breve y elegante dijo al emitir su voto temprano en una elección que hizo que su partido pasara sin escala intermedia de co-gobernar en la Comunidad a desaparecer y quedar sin representación, ni un solo escaño, en la Asamblea: de veintiséis pasaron a cero. Como un paso más rumbo al mutis por el foro lucían las primeras imágenes de la sede madrileña de Cs, en la que las autoridades partidarias, que salieron a agradecer a Bal su candidatura, y a pedirles a Madrid, a España, y al mundo, que no se perdieran, que Cs seguía valiendo la pena: como tenían las mascarillas (peninsular por ‘barbijos’), no se les veía toda la cara. Más tarde, casi a la hora del toque de queda, a las once de la noche, desenmascarado, Bal gritó, varias veces: “¡Tenemos un mérito enorme, enorme!”. No lo acompañaba Inés Arrimadas, la lideresa partidaria, mientras que el primer tuit de la victoria que lanzó el PP había sido una foto en la que la esposa de Pablo Casado, líder popular, veía cómo su cónyuge abrazaba a Isabel Díaz Ayuso. Sólo más tarde se la vio a Arrimadas.
Retrospectivamente, parece difícil no encontrar irónico, o sintomático, que si esta elección fue la primera anticipada en la historia de la Comunidad autónoma, la primera en votarse por efecto de una disolución de la Asamblea ordenada desde la presidencia comunitaria, haya sido mérito de Cs. Fue convocada por Díaz Ayuso como contraofensiva a un voto de desconfianza que Cs había impulsado en el gobierno de Murcia contra el PP. Allí, para despegarse de la derecha, y recolocarse en el centro, habían sometido a un gobierno, en el que participaban, al voto de desconfianza parlamentario comunitario. La jugada murciana les salió mal, porque ni siquiera todas las bancas del propio CS eligieron desconfiar, hubo al menos tres que confiaron, a cambio de dignidades o poderes. Para aplastar en el huevo a esa serpiente centrista de colmillos sin veneno, Díaz Ayuso convocó estas elecciones, que todo indicaba que iban a darle un mandato madrileño fuerte y propio sin las asistencias remilgadas de un partido que además había nacido en Catalunya.
WC
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