PURA ESPUMA

Todo falso

15 de junio de 2025 00:01 h

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Mientras vamos cursando lo nuevo en sus modalidades más siniestras, enajenados cada vez más de la experiencia del asombro, se acaba la semana en la que el cliché se hizo realidad: Cristina presa. Se cumple así la voluntad penitenciaria de los millones de argentinos intachables, impecables e insobornables que habían estado deseando ese castigo mucho más que su propia felicidad.

El servicio de cadetería de la Corte Suprema de Justicia rubricó en nombre de la Ley y la República su poder de ejercer el arte de la literatura judicial, y las cuentas acerca de quiénes mandan acá quedaron saldadas.

Mientras El Laringófono de Dios de El Magnetófono (¡su maldad arquetípica de cómic al final era verdadera!), monitoreaba desde su cueva de Piedras 1743 el progreso del sueño cumplido, se iba imponiendo una non fiction de Estado, inclinada a reemplazar las pruebas contra la condenada por un principio de verosimilitud creado de antemano mediante la repetición a coro de tres palabras: chorra, chorra y chorra.

El suceso penal de deriva histórica ocurrió en ausencia del presidente Javier Milei, de nueva gira autocelebratoria por el mundo, cuyo promedio es una cada treinta días. Esta vez con cumbre en Israel, donde recibió el “Premio Nobel Judío”, citó a Borges y abrazó en el Muro de los Lamentos a su amor, el adorable matarife de Gaza Benjamín «Bibi» Netanyahu, para consolidar una política exterior “argentina” basada en un doble rimming bien gauchito, que tiene de destinatarias las zonas más oscuras de Netanyahu y Donald Trump.

Lo que cuenta Elisabetta Piqué en La Nación produce un cosquilleo de intranquilidad y vértigo. El presidente Javier Milei, que está haciendo de la Argentina su objeto transicional, firmó un Memorándum en Defensa de la Libertad y la Democracia contra el Terrorismo y el Antisemitismo que, según Piqué, no sólo es un “alineamiento incondicional y sin precedente con el Estado judío, sino que va mucho más allá”. ¿Se puede ir “mucho más allá” de un “alineamiento incondicional”? ¿Acaso me estoy quedando corto con el concepto de rimming?

Ese más allá consiste en una política de cooperación en contra del terrorismo, investigaciones en cibercrimen, el desarrollo de carriles aduaneros fast track, lanzamientos satelitales conjuntos e instalación de centros de tecnología hídrica en el río Paraná. Lo que debería traducirse, respectivamente, como un “¡Hola! ¡Acá estoy!” al terrorismo que no sabía que existíamos (la analogía que se me ocurre es la de estirar un dedo para meterlo en un ventilador gigante enchufado a 13 mil kilómetros de distancia), una cesión de los secretos de Estado (más bien que sin reciprocidad), un tráfico aduanero turbio, la licuación de los programas locales vinculados a satélites y -adivinen- ¿una colaboración para la pesca del dorado en bote o el abandono del control estratégico de la Hidrovía?

¿A quién le contó los términos del acuerdo -no mis fantasías infundadas- Axel Wahnish, Embajador de Argentina en Israel (¿o era al revés?) y rabino que “guía” espiritualmente al Presidente Milei? ¿A Elisabetta Piqué, que le pidió información para La Nación? No, con ella no quiso hablar. Se lo contó a The Jerusalem Post.

En los días en los que Javier Milei se acercaba a la Presidencia de la Nación -nadie que lo haya visto moverse en las penumbras de la inestabilidad puede decir que no lo advirtió-, sus “problemas” estaban maduros para algún tratamiento de estabilización. Era lo recomendable, visto que se trataba de un estado que podía describirse simultáneamente como grave y agudo. Hablo de un gesto de cuidado que no ocurrió y que, al no ocurrir, terminó afianzando esos “problemas”, al modo de una falsa cura “en medio” de la enfermedad del poder.

Verlo al Presidente argentino entregarse sin ningún calculo ni sentido del peligro a la fiebre de exterminio de Netanyahu (como podría entregarse a Hamás si se le invirtieran los polos eléctricos: el asunto es adherir a alguna locura), emocionado, llorando en nombre de la Argentina, y decidir un puente aéreo directo entre Tel Aviv y Buenos Aires pocas horas antes de los bombardeos de Israel a Teherán, y de los de Irán a Tel Aviv, produce un estremecimiento civil y una pena de piedad por él, cuya idiotez de profundidades abisales no es capaz de distinguir que el arreo de la Argentina hacia ese polvorín no es una mera misión personal.

El empequeñecimiento de la Argentina es galopante. El presidente Javier Milei camina con su paso de ritmo ilegible por la línea que va del complejo de inferioridad al delirio de grandeza. Por ahora -un ahora que empieza a compactarlo- tiene suerte, pero todo lo que hoy parece beneficiarlo y acompañarlo -menos el poder real, que lo engorda por gavage- es falso.

El fallo de la Corte Suprema de Justicia contra Cristina es el corolario de un falseo, el “Premio Nóbel Judío” no es el Premio Nóbel de Suecia, el precio del dólar es falso, el crecimiento de la economía es falso, las entrevistas que Milei les concede a Luis Majul, Johnatan Viale, Horacio Cabak y Gabriel Anello son falsísimas (aunque quizás menos que ellos), Manuel Adorni está falseado, la “amistad” que le profesa Netanyahu es falsa como es falsa la “genialidad” de su ex “amigo” Elon Musk, Fátima Flores y Yuyito González fueron sus falsas novias, es falso que no tuvo nada que ver con el criptomejicaneo de $Libra, Santiago Caputo falsifica el noble acto de fumar, el vozarrón criptogay de José Luis Espert oculta falsetes, Agustín Laje es un falsario, los bracitos engordados del Gordo Dan tienen músculos refalsos, etc.

Los “problemas” del presidente se seguirán presentando como componentes de coraje mientras la crin de poder del que cuelga la espada que le apunta a la cabeza no se corte. Cuando eso ocurra, el desastre lo encontrará en una soledad que nadie desearía ni para sus enemigos, y la literatura pública argentina cambiará drásticamente de género. Mientras tanto, la realidad se manifiesta todavía en términos fantásticos.

JJB/MF