OPINIÓN

Las fuerzas del suelo

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1.

El corazón de la avaricia capitalista estuvo puesto, durante mucho tiempo, en los commons, los bienes comunes, aquellos espacios comunitarios que a la salida del feudalismo y durante la Edad Media proveían de alimento y leña a toda la comunidad, sin distinciones. La aparición del capitalismo hizo que estos lugares comenzaran a clausurarse y al pueblo se le prohibiera el acceso, con la excusa de que ahora tenían dueño: dejaban de ser de todes para volverse de alguien. En Robin Hood, personaje del folclore medieval inglés, lo vemos con claridad: de pronto, no se pueden (deben) cazar ciervos en el Bosque de Sherwood -devenido coto de caza de los reyes ingleses-, bajo pena de muerte, por orden del sheriff de Nottingham, burócrata del impopular monarca Juan Sin Tierra. Pero Robin sigue cazando en el bosque, lo mismo que les desharrapades a quienes comanda, porque esa era la usanza hasta ahí. Esos espacios comunes, de acceso libre para todes, eran parte del sostén de la comunidad, de su alimentación y contribuía a su sustento diario.

En mi infancia, fines de los ochenta, las plazas de la ciudad no tenían vallado ni cerramiento de ningún tipo. Eran espacios públicos, accesibles a toda hora para todes. Se las podía usar para jugar, leer, tomar mate. Se las podía usar para ranchear, si no se tenía ningún otro lugar en donde parar. Hoy en día, las plazas son espacios que “se cierran” y “se abren”, lugares cuyo uso se les prohíbe a las personas en situación de calle, en línea con la idea del primer nadatario de avanzar hacia la privatización de las calles.

En su excelente The Subsistence perspective,[1] Maria Mies habla de “negative commons”: bienes comunes negativos, aquellas cosas que nos pertenecen en tanto comunidad y constituyen una problemática que exige una solución colectiva (y urgente): por ejemplo, los desechos. La basura. Hija de campesines de Eifel, Alemania occidental, Mies sigue con interés los debates comunales acerca de qué hacer cuando transportarla hacia una planta de tratamiento de residuos localizada en la parte más oriental de Turingia se vuelve demasiado costoso. Al principio, les pobladores de Eifel consideran la posibilidad de instalar una planta de tratamiento de residuos en su propio territorio, de manera de abaratar costos y eliminar complicaciones logísticas. Planteada la posibilidad, ocurre en seguida lo que sucede en CABA con los contenedores del gobierno: nadie quiere tenerlos frente a su puerta o en las inmediaciones de su hogar. Porque atraen roedores y bichos de todo tipo, largan malos olores, afean el panorama. Contaminan la idea de prolijidad a la que se aspira en el paisaje.

Los residuos que genera nuestro paso por esta Tierra nos pertenecen

Enfrentades a esa encrucijada, les campesines del Eifel deciden conjuntamente ocuparse cada une de sus desperdicios, de manera de no necesitar la planta de tratamiento de residuos. Pugnan por lograr la autosuficiencia, algo que era una realidad antes de la globalización compulsiva post caída del Muro de Berlín. Los residuos que genera nuestro paso por esta Tierra nos pertenecen. La ilusión que nos da llevar nuestra basura embolsada hasta el tacho gigante y deshacernos de ella para nunca más pensar adónde va a terminar ni qué va a ser de ella es eso: una ilusión. Un espejismo. “Debido a que la producción de vida ha dejado de estar inserta en un todo interconectado viviente […] estos restos no pueden ser entendidos como parte del proceso de la vida. Se vuelven desecho. Deben desaparecer. Al menos, deben ser removidos de la vista y del olfato de la gente. […] [L]a propiedad privada y el egoísmo no pueden resolver el problema de los desechos o de los ‘bienes comunes negativos’” (143).

2.

En su excelente Calibán y la bruja,[2] Silvia Federici anota que la Gran Guerra contra las mujeres -la “caza de brujas”- fue abrumadoramente exitosa en la Europa medieval:

“A pesar de los intentos individuales de hijos, maridos y padres de salvar a sus parientes femeninas de la hoguera, no hay registros, salvo una excepción, de alguna organización masculina que se opusiera a la persecución, lo que sugiere que la propaganda tuvo éxito en separar a las mujeres de ellos hombres. La excepción proviene de los pescadores de una región vasca, donde el inquisidor francés Pierre Lancre estaba llevando a cabo juicios en masa que condujeron a la quema de una cantidad aproximada de seiscientas mujeres. Mark Kurlansky informa que los pescadores habían estado ausentes, ocupados en la temporada anual del bacalao. Pero:

Los pescadores regresaron, garrotes en mano y liberaron a un convoy de brujas que eran llevadas al lugar de la quema

[Cuando los hombres] de la flota de bacalao de St.-Jean-de-Luz, una de las más grandes [del País Vasco] oyó rumores de que sus esposas, madres e hijas estaban siendo desnudadas, apuñaladas y muchas de ellas habían sido ya ejecutadas, la campaña del bacalao de 1609 terminó dos meses antes. Los pescadores regresaron, garrotes en mano y liberaron a un convoy de brujas que eran llevadas al lugar de la quema. Esta resistencia popular fue todo lo que hizo falta para detener los juicios. […] No hay duda de que los años de propaganda y terror sembraron en los hombres las semillas de una profunda alienación psicológica con respecto a las mujeres, lo cual quebró la solidaridad de clase y minó su propio poder colectivo.“ (306-7)

3.

Por estos días, no es extraño ver tirados en las veredas de CABA a jóvenes varones y mujeres fisura. Es como si el rayo terrible de Un episodio en la vida de un pintor viajero, de César Aira, hubiera vuelto a suceder, y les hubiera alcanzado, dejándoles despatarrades en cualquier lugar, ni siquiera al reparo de un techito, de un zaguán, descoyuntades como extrañas muñecas de Bellmer.

El discurso propiciado por el primer nadatario y su gabinete nos quiere hacer creer que estes jóvenes son basura. Desechos de este sistema, más allá de cualquier religazón o reintegración posible. Y que aspirar a un sueldo digno, a derechos laborales, es lo que afecta su posibilidad de una vida digna. “No hay plata”, repite para desviar la atención de que la plata está, lejos de nosotres, concentrada en poquísimas manos. Comanda, en efecto, un estrecho modelo de país en el que cabe solo una parte de les argentines. Lo sostiene gracias a la propaganda de la mediaticidad monopólica y de las redes, que estimulan la reacción inmediata (en lo posible, indignación) por sobre el pensamiento (eficaz, pero lento, calmo).

Estes jóvenes, pero también los ancianos muy ancianos que tiran de carros repletos bajo el sol o la lluvia, como los grupos de jóvenes que duermen sobre colchones en las esquinas o debajo de trapos, son nuestres

Estes jóvenes, pero también los ancianos muy ancianos que tiran de carros repletos bajo el sol o la lluvia, como los grupos de jóvenes que duermen sobre colchones en las esquinas o debajo de trapos, son nuestres. Son nuestres y no debemos permitir que les separen del resto de la sociedad, como si no importaran, como si fueran descartables. Su intemperie, su vulnerabilidad, nos incumbe. Las fuerzas del suelo debemos servir de barrera a la ofensiva terrible del capital, constituirnos en parapeto. Retomar el hilo rojo de los pescadores vascos y no permitir que la pobreza inducida, planificada, sea terreno fértil en que se plante la deshumanización radical.

[1]  Melbourne, Spinifex Press, [1997] 1999.

[2] Buenos Aires, Tinta Limón, 2015.

AO/MF