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Opinión

Fútbol, el único deporte que (no) se juega con la mano

Maradona y la "Mano de Dios" en el Mundial de México de 1986.

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Este artículo intenta mostrar que los dos enunciados que componen el título no sólo no son incompatibles entre sí, sino que son ambos verdaderos. Y que es la articulación entre estos enunciados lo que permite leer que es el único deporte al que esto le sucede.

Intenta mostrar. Intenta. Pero ¿no está el camino del infierno empedrado de buenos intentos? O intenciones, que para el caso es lo mismo, porque están conducidas por buenamente mostrar que, si fuera efectivamente así, tendría sentido preguntar por qué el segundo gol de Maradona a los ingleses llegó después del primero.

Espere, no se vaya todavía, quizás no sea sólo una pérdida de tiempo.

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                                                     Picco Della Mirándola

De todos los deportes que se juegan con pelota y prohíben su contacto directo con la mano del jugador, el fútbol es el único que no resuelve esta prohibición con la mediación de un palo como instrumento para “manipularla”, como sucede con la raqueta en el tenis, la paleta en sus variantes, el palo en el golf, y así. (También subsumimos bajo el término “pelota” a cualquier cosa que ocupe ese lugar de “la redonda” del fútbol en cualquier otro deporte.) Las excepciones del arquero –y el outball, pero no es estructural- hacen a esta regla constitutiva. 

En el fútbol, la operación que lo constituye no es la de recurrir a la mediación de un palo destinado a “manejar” la pelota. Su operación fundante es de sustitución: el pie sustituye a la mano. 

También cualquier otra parte del cuerpo que no sea la mano –o el brazo, su extensión- queda habilitada al contacto directo con la pelota, pero ya desde su nombre, el foot ball anuncia la primacía del pie –y de la pierna, su extensión- en esta operación de sustitución que ha hecho que el fútbol sea el fútbol. En ningún otro deporte que se juega con pelota, la mano queda tan radicalmente excluida del juego . De ahí esa presencia permanente, a la que su ausencia ha dado lugar.

La particularidad del arquero –“el puesto de los bobos”, como lo ha llamado Maradona, y que fue durante mucho tiempo graficado con la expresión “que el gordito vaya al arco”- no hace sino ratificar esta exclusión radical. El arquero hace lo que puede cualquiera que no sepa “jugar a la pelota”: agarrarla con la mano. (Por supuesto que la tarea del arquero es fundamental y no carece de méritos. No lo desconoce y mucho menos podría desmerecerlo quien esto escribe, arquero desde siempre.)

Las implicancias de esta operación de sustitución de la mano por el pie tienen como primera consecuencia algo que suele pasarse por alto: en el fútbol ningún jugador puede tener la pelota. Puede tocarla, llevarla, pisarla –con el pie, de cabeza, con el pecho-, pasarla, pegarle. Lo que no puede es tenerla asegurada, agarrarla. Decimos que en el fútbol el pie es metáfora de la mano para decir que el pie, en esta sustitución, inventa un espacio creativo que la mano no proporciona sino a partir de estar prohibida.

Al fútbol no se juega con la mano pero la mano perdida juega en diversos niveles. “La puso como con la mano”, dicen –más decían, pero todavía dicen- algunos relatores y comentaristas, tratando de ensalzar la precisión de una pegada y queriendo salvar la diferencia  (con la mano, por ejemplo, la pelota nunca hubiera hecho esa comba sobre la barrera para colarse en un ángulo). O “tiene un guante en el pie” (exaltación que empobrece, a pura nostalgia: si el jugador pudiera usar la mano, ¿en qué podría ayudarle un guante?). Cuando un volante creativo –usualmente discontinuo- genera con el pie delicias espaciadas, se dice que mostró “pinceladas de su talento”. 

El pie no puede, como la mano, cerrarse sobre la pelota. El jugador de fútbol tiene que ingeniárselas de alguna otra manera para no perderla porque la condición es nunca tenerla. El que la puede tener es el equipo, por un rato, dándosela a un compañero, sin tenerla nunca.

Al jugador que puede sortear el obstáculo de la presencia de los rivales con facilidad, se lo llama habilidoso. Y, si su pierna hábil es la izquierda, se acostumbra a decir que estamos en presencia de una zurda mágica: la antítesis perfecta de una mano derecha.

Lo que se llama “la magia de la zurda” es la expresión paradigmática de ese espacio que el  pie del habilidoso ha creado gracias a que la mano está perdida. El pie izquierdo resulta así la contrapartida ideal de ese imaginario de la mano derecha, que referida a una persona habla de eficiencia, de confianza y, sobre todo, de una eficiencia y una confianza aseguradas.

Pero lo único seguro en el fútbol es que el dominio de la pelota no está asegurado. Y al que pretende (re)tenerla resguardándola con el cuerpo de un posible quite rival, aunque más no sea por un momento, se le cobra retención.

Decimos que, en ese sentido, la mano que se cierra sobre un objeto es homóloga al concepto. El dominio del jugador de fútbol sobre la pelota es en ese mismo sentido “aconceptual”, que no es lo mismo que decir irracional. 

El pie del jugador de fútbol tiene razones que la mano desconoce. Si la mano derecha es confiable, la pierna izquierda sólo podrá ser mágica.

Maradó! Maradó!

No siempre hubo, desde que el fútbol es fútbol, el así llamado “mejor jugador del mundo”. El surgimiento de esta categoría es bastante posterior, incluso, a la realización de los primeros mundiales. 

Para empezar a hablar del “mejor jugador del mundo”, primero se hizo necesario que hubiera “mundo” –unificación del mercado internacional, televisación en vivo y otros mercantiles etcéteras-, pero no hay que olvidar que durante mucho tiempo, no sólo para el periodismo deportivo internacional, decir “mundo” equivalía a decir Europa.

Aunque no vamos a ahondar, sí recordaremos que en 1986 fue elegido Balón de Oro el ucraniano Igor Belanov, jugando para URSS el Mundial de ese año, que consagró en el reconocimiento internacional como mejor jugador del mundo a un número 10 que jugaba en el Nápoli, oriundo de un remoto país sudamericano.

Cuando Maradona llegó al Mundial '86, la categoría “mejor jugador del mundo” estaba, salvo para los argentinos, todavía vacante y en disputa. Particularmente para el periodismo deportivo internacional, que coincidía en postular al trío Maradona, Zico y Platini, no necesariamente en ese orden de méritos, como candidatos a dueños legítimos del cetro. Y el Mundial de México se presentaba como el escenario natural donde debía dirimirse esta legitimación.

Cuando el Diego hace el primer gol contra los ingleses con la mano de Dios, no da el paso que lo pueda acercar a la gloria de ser reconocido como el mejor del mundo. Qué transgresor, les robamos un gol a los piratas, esto va por las Malvinas. Todo muy lindo. Pero el reconocimiento que Maradona buscaba no podía llegar por esa vía.

Más aun, esa mano no sólo no alcanzaba, sino que pudo leerse como un paso atrás en la búsqueda que el 10 estaba empeñado en coronar con un reconocimiento unánime. Y si eso no sucedió fue sólo porque llegó el segundo, que lo puso retroactivamente en el camino de la ratificación. 

Maradona quería el título de campeón para Argentina, pero también quería el propio. Para ser el mejor del mundo en el fútbol, faltaba la sustitución que lo autentificara. No es la mano de Dios sino el pie izquierdo, que es el suyo, el de un hombre que es un genial jugador de fútbol, lo que le permite subir ese peldaño que faltaba.   

Ese pie, como metáfora de la mano, lo hace jugador de fútbol y le permite mostrar que es, entre todos, el mejor. 

DHL

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