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Opinión

El implacable Jeff Bezos: otras lecturas sobre el triunfo de Amazon en Alabama

Los sindicatos no lograron torcerle el brazo a una compañía que impide la organización gremial

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Un lejano almacén de Amazon en Bessemer, Alabama, le dijo no al sindicato por 1.798 a 738 votos. El número, frío e insignificante, no alcanza para dimensionar la la campaña laboral que redunda en el desafío más importante para el gigante timoneado por Jeff Bezos. Y el tiempo dirá cómo se inscribe esta elección en una puja con implicancias y derivas políticas insondables. ¿Qué mirar? En la todavía tímida batalla para limitar el poder de las plataformas tecnológicas más concentradas, para regularlas, para permitir la organización colectiva puertas adentro (Google es otro ejemplo) se aliaron sindicatos, movimientos sociales, representantes demócratas y no pocos republicanos. Por eso el cimbrón es fuerte. Y por eso el impacto se ve reflejado en las portadas de los principales medios que cubrieron esta derrota sindical en títulos principales, adjudicando un enorme peso simbólico a lo que ocurría en ese almacén del sur, con apenas 5.800 trabajadores.

Es cierto, Amazon ganó una batalla jugando fuerte incluso contra el presidente Joe Biden. Pero como dice “nuestro” Daniel James, suerte de arqueólogo del centimetraje de gremiales en los medios de comunicación, la presencia o ausencia de estos debates en los diarios ya es toda una señal. Por contexto y por asimetría de relaciones de fuerza, esta batalla es más que una señal. Cala profundo en esa preocupación sociológica que etiquetamos como “futuro del trabajo”, se da en el seno de un ícono de la economía plataformizada, modelo de flexibilización, desregulación y ninguneo a toda organización colectiva que no sirva a los fines de de los patrones. Se da en un mundo en el que la precarización laboral, el desempleo, la desigualdad creciente, la tecnologización apropiadora de saberes y tareas al servicio de las hegemonías creadas a su alrededor amenazan cualquier construcción de un nosotros.

Hablamos de apenas 5.800 trabajadores, de un movimiento que no logró sindicalizarse. Hablamos de una derrota, sí, pero también hablamos de una incipiente rebelión contra los sistemas de domesticación maquínica, contra la robotización silenciosa de las fuerzas de trabajo, contra la evolución de los procesos de descualificación de las tareas humanas, contra la naturaleza autoritaria del lugar de trabajo moderno disfrazado de libre albedrío. Estamos, en muchos casos, como dice la socióloga estadounidense Shoshana Zuboff, frente a una de las peores características de la automatización, que despoja a los trabajadores de su autonomía y los condena a tareas indignas. (Ya lo había dicho Marx)

Las tecnologías que iban a ser emancipadoras no lo fueron tanto pero en muchos casos sirven como sostén estructural de la explotación. Algo de eso expone Bernie Sanders en su militancia por las causas sindicales cuando repite una pregunta obvia. ¿Cómo pueden dos personas, Elon Musk y Jeff Bezos, poseer la misma riqueza que no alcanza con la suma del 40 por ciento más pobres de la población estadounidense? Es inmoral. Es inviable. Por eso el voto de estos casi seis mil empleados de un centro de distribución que buscaron afiliarse al Sindicato de Minoristas, Mayoristas y Grandes Almacenes (R.W.D.S.U por sus siglas en inglés) motoriza preguntas sobre qué clase de organización es posible en la nueva economía. Pese a la derrota (el sindicato denuncia que la compañía interfirió de manera ilegal en las elecciones), pese al triunfo del No, la clase trabajadora, castigada, automatizada y en declive, vuelve al ruedo en un escenario de tecnologización y ninguneo sindical sin precedentes.

La onda puede ser expansiva. En enero, unos 230 empleados de Google anunciaron que habían formando un sindicato con Communications Workers of America (CWA). Abierto a los empleados y contratistas de Alphabet, la empresa matriz de Google, inscripto como sindicato minoritario, no necesitaba pasar por un proceso formal como el de Amazon para existir. El Sindicato de Trabajadores de Alphabet (AWU) provocó una ola de apoyo que incluyó las voces de siempre, con Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez a la cabeza. El número de sindicalizados, todavía menor, ya supera los 800 pero la institucionalización fue importante para darle voz a un grupo de trabajadores que venía cuestionando decisiones de la empresa como la unirse al Pentágono en desarrollos tecnológicos vinculados a ataques selectivos con aviones no tripulados, para denunciar casos de acoso sexual y sobre todo para exponer el reciente despido Timnit Gebru, especialista en ética de Inteligencia Artificial de la compañía. En sí, es todo un mensaje despedir a la especialista en ética, casi a la altura los gestos antisindicales de Google. “En lugar de escuchar a sus trabajadores, Google contrató a la consultora IRI Labor Relations, una firma notoriamente anti gremial, para impedir la organización”, graficó Chewy Shaw, ingeniero en confiabilidad y segundo al frente del sindicato. Reacciones calcadas a las de Amazon.

“No es una grieta, es un abismo”, escribió hace tres años Jessica Bruder, autora del libro “Nomadland”, en un artículo para The Guardian. Esa historia que se volvió película, que arrasó en los Globos de oro y promete hacerlo también en los Oscar, presenta una de las caras, una de las formas de vida en el otrora primer mundo que echa mano a las eternas variaciones sobre la esclavitud. La mirada sobre Amazon es más cruda en el libro que en la película, por un lado atiende la voracidad consumista de una sociedad ciega y por el otro exprime a estos trabajadores golondrina bajo el modelo que dio en llamar CamperForce, unidad laboral formada por nómadas que trabajan como empleados temporales en varios de sus grandes almacenes, contratados para hacer frente a las fuertes demandas de la “temporada alta” en los meses anteriores a Navidad.

Pero volvamos a Bessemor. Amazon respondió con artillería pesada, con una de sus campañas más agresivas frente a la movida sindical. Desde su departamento de comunicación le respondieron a cada político que osó jugar a favor de las demandas del sindicato. Lo hicieron con más encono que el que mostraron, por ejemplo, cuando la revista Enquire chantajeó a Jeff Bezos con publicar fotos íntimas de su entonces relación extramatrimonial con Lauren Sánchez (actual esposa). Como se dice en la jerga, Amazon salió a romper el sindicato a anular cualquier participación en la elección. Lo hizo oficialmente a través de comunicados y cartas, lo hizo también con trolls y bots camuflados de “empleados” antisindicales en las redes sociales, donde la compañía está haciendo papelones con cuentas sin seguidores, fake news y posteos automáticos que no tienen nada que envidiarle a las caricias significativas que le mandaban a Mauricio desde Hurlingham. (Twitter dio de baja varias de esas cuentas amazónicas)

Amazon ha despedido, castigado y amenazado en repetidas ocasiones a los líderes y organizadores de sus almacenes en todo el país. Su historial es implacable frente a cualquier intento de organización. En 2014, desde un almacén de la compañía en Delaware pidieron a la Junta Nacional de Relaciones Laborales que les permitiera votar para sindicalizarse. Amazon contrató a un bufete de abogados especializado en la lucha contra el trabajo organizado (sí, llevan ese nombre) para advertir los peligros de la sindicalización. Los silenció. Años después, en 2017, cuando Bezos compró WholeFoods y los trabajadores intentaron organizarse otra vez hubo presiones y comunicados hasta que todo se diluyó. “Los sindicatos frenan la innovación, los sindicatos viven de ustedes…” Viejos argumentos en la nueva economía.

Argumentos que esta vez encontraron muchas más voces en su contra, pero que a la vista de los resultados siguen siendo “exitosos”. Michael “Big Mike” Foster, una de las cabezas del RWDSU, aseguraba que este era el comienzo de un gran movimiento. Andy Levin, congresista demócrata por Michigan, un tuitero ácido que acompaña la causa de los trabajadores escribía en su cuenta que esta es “la elección más importante para la clase trabajadora de este país en el siglo XXI” y el reverendo Dr. William Barber, figura central en la lucha por los derechos civiles le dijo a The New Yorker que “Bessemer es ahora nuestra Selma”.Todos, desde la senadora Elizabeth Warren hasta el ex presidente Donald Trump han visto en Amazon un gigante imparable y peligroso.

La sintonía de estos actores variopintos puede entenderse desde una profunda puja de poder. Amazon, al igual que Facebook o Google, tienen ambiciones y niveles de concentración tal que su poder es un desafío para cualquier partido estructura política. Biden casi se estrenó el cargo tomando partido a favor de la libre organización de los trabajadores. Hasta grabó un mensaje para que no queden dudas. Así mantuvo su posición previa a las elecciones. En 2019, por ejemplo, escribió en Twitter que “ninguna compañía que obtenga miles de millones de dólares de ganancias debería pagar una tasa impositiva más baja que los bomberos y los maestros”. Son disputas que resuenan en nuestras geografías.

Ciertamente, tal cual ocurre con muchas de estas corporaciones plataformizadas, incluso aquí en el patio trasero, los chantajes impositivos, el lobby permanente, los domicilios en paraísos fiscales, las premisas antisindicales son puestos como condición para seguir acelerando en el ascenso imparable de sus suntuosas economías. En 2019, Dave Clark, vicepresidente senior de operaciones mundiales, le dijo al periodista Charles Duhigg, del New Yorker, que Amazon ya brindaba muchos de los beneficios que exigiría un sindicato. “No hay razón para poner un filtro entre la capacidad de los empleados de contarle directamente a su gerente que algo está roto”, le confió, con un argumento parecido al de las viejas empresas de las que Amazon se jacta en distanciarse. Y agregó que no veía “cómo los sindicatos agregan valor a nuestras operaciones actuales”.

El discurso de Clark que es el de Bezos tuvieron un desafío desde el Sur estadounidense, un debate que sacudió las redes comunicacionales de una empresa que consiguió ganancias por 350 mil millones de dólares en el último año, que se convirtió velozmente en el segundo empleador del país, que es enemiga de la organización gremial mientras, que se jacta de pagar un salario por hora de 15 dólares. ¿Qué le responden? No se trata solo de los salarios, sino de una reacción a la vigilancia absoluta, al los ritmos de trabajo robotizados. Amazon tiene la capacidad de vigilar y medir lo que hacen sus empleados todo el tiempo, al igual que lo hace con sus mercancías. Duhigg rescata un dato ilustrativo: cuando la compañía comenzó, en 1995, con menos de una docena de empleados, Bezos consideró nombrarla implacable (relentless.com todavía redirige a Amazon.com)

La lucha de Bessemer apuntó al corazón de las economías de procesos altamente tecnologizados, retumba en Sillicon Valley, y en un escenario de pandemia, cuando Amazon se volvió esencial para el suministro de productos y servicios. Los ingresos de Amazon aumentaron casi un cuarenta por ciento en 2020, y su plantilla creció alrededor de un cincuenta por ciento; se dice que la riqueza de Jeff Bezos aumentó en casi setenta mil millones de dólares el año pasado. Amazon se mantiene firme y por ahora invulnerable en los principios corporativos del que derivan sus límites a la organización de los empleados. Sabe que muchísimos estadounidenses confían cada vez más en Amazon pero también sabe que son muchos los que van a exigir cambios. En la población y en una variada lista de dirigentes que llega hasta el presidente. Biden a principios de marzo advirtió a los empresarios que no interfirieran en las elecciones sindicales: “Todos deberíais recordar que la Ley Nacional de Relaciones Laborales no sólo dice que se permite la existencia de sindicatos”.

El debate va más allá de la sindicalización. Es una puja de poder, un llamado de atención al funcionamiento de nuestras democracias y, tras la derrota aún más, una demostración de las asimetrías laborales en este siglo XXI, donde la concentración de la riqueza y el poder económico asociado al manejo de la información deviene en una encrucijada política. Por eso el debate en torno a este centro de distribución de Alabama, uno de los ciento cincuenta almacenes que posee Amazon (muchos de los cuales se ubican en zonas donde el empleo es escaso), por eso casi 6 mil empleados entre más de un millón hicieron tanto ruido. Y lograron también que valga la pena volver a leer las páginas de gremiales.

HB

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