Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Perdón que interrumpa Opinión

La marcha de los que no quieren ser comidos y el guzmanismo sin Guzmán de Massa

Perdón que interrumpa

1

Asado en el quincho de una casa en Avellaneda. Varios periodistas alrededor de un dirigente social que los invitó. Modestia y buena carne. Uno le dice, apurándolo y con todas las letras: “En dos años van por ustedes y capaz vas en cana”. Lo que hay en el medio no es el conocimiento de un delito, sino la idea de algo que se puede venir. El dirigente lo mira y primero mastica en silencio. 

 -Puede ser –responde el dirigente, que es de una organización intermedia–, imaginamos un escenario que nacionaliza lo de Jujuy, ¿no? Nos meten en cana, y con eso dan el mensaje que necesitan dar, después van cortando lo demás, lo que puedan.

Se repite lo de 2015, pero con más fuerza: si gana la oposición de un día para el otro no se cortan los planes, pero el mensaje político intentará ir al hueso. 

La crisis tiene un razonamiento circular expandido, que podríamos tentarnos a llamar hegemónico por una extraña cualidad: lo repiten todos, pero no todos lo repiten igual. El promedio lo agarra más o menos así: las soluciones de la crisis anterior (planes, subsidios a las tarifas) son las causas de esta nueva crisis . La pasión argentina es enamorarse del instrumento. “Una herramienta puede ayudar a solucionar un problema, pero no agota sus posibilidades. Lo que tiene que enamorar son los objetivos, no los instrumentos; estos pueden ir cambiando en la medida que se superan etapas, para no desviarse del objetivo”, dice el economista Leandro Mora Alfonsín. “Es como seguir tomando un remedio para la gripe después de la gripe. El termofren te bajó la fiebre y si seguís tomando termofren, te va a hacer mal”, completa.

Hay que hacer estallar lo que nos salvó del 2001. En “planes sociales para pobres y subsidios tarifarios para capas medias” nos resumen las viejas soluciones que originaron el mal actual. Ahí está tanto parte del agujero fiscal como el agujero conceptual de la época. De ahí también que el reclamo de ingreso universal nade como el salmón: contra la corriente de este momento en que gran parte de la sociedad parece haber decretado, como apunta Lorena Álvarez, una “rebelión fiscal”, es decir, donde las imágenes de ferias, negocios, pizzerías, Once y Constitución, ofertas de empleo, guita en negro, economía de servicios con sus trabajadores golondrinas, cartelitos de se busca delivery y al lado una familia pidiendo comida en ese mismo negocio, trabajos mal pagos que no quiere nadie y el afán de que nadie quiere quedarse afuera, proliferan como el crossfit de la crisis. Nadie está quieto, nadie espera milagros, una gran mayoría parece decir: si no me van a defender, déjenme defenderme a mí. La crisis ya es tan paradójica en imágenes que tenemos una interna entre libertarios apocalípticos y libertarios eufóricos del consumismo. Marcos Galperin es un líder espiritual de esta economía popular de mercado.

Ferias llenas y bancos vacíos. La clase media no saca un crédito ni en un asalto. La mirada en clave de herramientas que se confunden con objetivos, no podría eludir a la LELIQ, con la que buscaban allá en la corrida de 2018 absorber pesos para desinflar y hacerle competencia al dólar. Hoy también son la nafta de una montaña de pesos sin resolver. Cada día se pagan $15.000 millones de intereses a bancos. Este esquema de instrumento perenne es padre de una paradoja que señala Mora Alfonsín: “aumentar la tasa de interés hoy no solo no es efectivo para darle valor al peso, sino que en cierta forma acelera su pauperización”. Quemamos los libros.

Pero esta semana fue la de una concentración “confusa”, una marcha apenas unida por un hilo: fue la de las agremiaciones argentinas. La marcha de los que pueden marchar, los que tienen una representación. Desde Andrés Rodríguez hasta Belliboni, desde Bregman hasta el Gringo Castro. Todos movieron, a su modo y en su juego. Pero había sobre esa convocatoria llena de líneas paralelas un comentario unívoco: ¿contra quién es la marcha del 17 de agosto? Un trabajador afiliado a SMATA grafica: “Éramos cuatro bajando por la 9 de Julio y los piqueteros nos empezaron a putear, a gritar, nos veían con el buzo del sindicato y nos miraban como privilegiados. Eran pobres contra pobres”, dice, aunque su juicio honesto suspenda en el aire cuánto gana cada uno. Los veían distintos por pertenecer a un gremio grande y los boludeaban. Nada grave, folclorísimo. Camioneros y SMATA movilizaron fuerte, los piqueteros, más todavía. Sin embargo, el trabajador de la automotriz dice: “nos encontramos con gente de nuestra fábrica que nunca va, gente que nunca le da bola a nada pero como está todo medio podrido vinieron en apoyo”. ¿Y por qué movieron? Ahí se ríe. “Ja, la pregunta del millón”, dice. Y dice también: “fue para demostrar un poco de fuerza encubierta, dándole una demostración al gobierno, porque aunque desde el sindicato nos daban una explicación medio berreta nosotros sabíamos que había que ir y ayudar a hacer bulto”. La marcha convocó a todos: a los que hacen los cortes y, esta vez, a muchos de los que laburan el sector privado y odian los cortes. La plaza del adentro y del afuera. La plaza de los que piden algunos derechos y la plaza de los que ya tienen y los quieren defender. “Íbamos obviamente por el tema de la inflación y mostrarle a los empresarios que no se jode, pero con un tirón de orejas a Alberto también.”

La imagen ofrecía en la calle las costuras de su contradicción. Marchó la aristocracia obrera, los estatales, los piqueteros, los movimientos sociales. Banderas rojas y vírgenes en andas. Privilegiados bajo convenio y marginales. Los noteros iban a la pesca de algún “planero” al que viralizar, coto de caza: al que más pinta de último orejón del tarro tiene sosteniendo una bandera más le preguntan. No buscaban al referente o al delegado, buscaban al más cachivache al que le pudieran arrancar una frase para hacerse un picnic. Vi uno en vivo. El notero se arrimó. El tipo sostenía el palo y le dijo, seco, “yo no hablo”. Los días previos muchos editoriales montaban su chiste sobre un comentario deliberado que organizó la marcha en eso de que “es contra la inflación”. Así, la inflación tomaba un tono paródico, una apariencia abstracta, como si dijeran que es una marcha a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo.

¿Contra quién marcharon? (¿Contra el gobierno, contra los formadores de precios?) Marcharon contra la época. Contra una época que se los quiere comer. Contra una época que, en fila, desprecia los sindicatos, las movilizaciones, y cualquier paritaria que consuma más recursos. Frente el murmullo que se mofa de las líneas contradictorias de la marcha del 17, la respuesta a la pregunta podría haber sido esa: marchamos contra esta época anti sindical, anti movimientos sociales. Porque, digamos, el plato está servido, como el plato del dirigente social del asado en Avellaneda: “Te van a comer, hermano”. El dirigente ya sentía en ese apuro que se comía a sí mismo. Lo que vemos sobre la mesa predispone unas opciones para un 2023 que podrían definirse a votar entre la sangre y el tiempo. Y podría parecer que viene ganando la sangre. La gente está cansada de… (y complete su predictivo).

Los cantos de sirena lo dicen: el modelo de gestión desde el duhaldismo y el kirchnerismo incubó su propia crisis, se agotó. No queda un dólar partido por la mitad. Los planes pero también las tarifas están en el centro, y se arrastran desde el 2003. Su actualización, la mención a eso de parte del entonces “vicepresidente Scioli”, motivó la penitencia que le metió Kirchner. Eso no se toca. Es más fácil que un rico entre por el ojo de una aguja que segmentar las tarifas. Ernesto Tenembaum recordaba acá una frase de Marcelo Zlotogwiazda: “Me da vergüenza que toda la sociedad financie el gas para calentar el agua de la pileta de mi jardín”. 

Los últimos meses fueron bravos para las organizaciones sociales: se reactivaron causas –no sólo en Jujuy– contra varios dirigentes. Quienes toman nota de esto señalan que desde la crítica de Cristina a los “intermediarios” se reactivaron muchas de las causas, no porque ella las haya impulsado sino, para decirlo rápido, en la lectura “del clima de época” que hace la propia justicia. El “clima” se inclina y se espesa. Desde el oficialismo hubo más voces que mojaron el pan ahí, Massa proclamó una auditoría universitaria sobre los mismos planes. El “Gringo” Castro dijo: “Que vengan los universitarios a auditarnos y van a terminar militando con nosotros”, como haciendo gala de una intuición muy de 2001 (no habría nada más parecido a un militante que un universitario sensible). Pero el horno no está para bollos: se podría repetir eso de que nunca hubo un discurso tan anti pobres (y sus representaciones) con el paralelo de que nunca hubo tantos pobres. Y mientras en el Frente de Todos la solución al ruido contra los planes oscila entre la “novedad” de que beneficiarios de programas sociales pasen a prestar servicios en gobernaciones o intendencias, o un famoso Plan Puente al Empleo para transformarlos en “trabajo genuino”, circulan borradores en usinas de Juntos por el Cambio en las que proponen una reforma laboral, que incluye modificaciones de la Ley de Contrato de Trabajo, de la Ley de Asociaciones Sindicales, de la Ley de Convenciones Colectivas de Trabajo y propuestas como Mochila Argentina. La oposición tiene en agenda avanzar en la reforma laboral.  

Lo que se vio en la calle el miércoles 17 de agosto fue, entonces, un grito de existencia de lo que se quieren devorar a partir de 2023. Y en un contexto político al límite, que aún da cuenta del efecto Massa. Un efecto hasta ahora exclusivamente político: alcanzó a cortar la corrida de renuncias del oficialismo y revivió la interna opositora. Porque así podemos interpretar las últimas semanas de Elisa Carrió y su culebrón de denuncias insinuadas. Carrió tiene un poder de lengua vandorista. Son ejercicios calculados los usos de su “verdad extrema”. Entonces detrás de sus dardos se lee el beneficio de Mauricio Macri. El ex presidente es el único que podría decir: “Son todos amigos de Massa menos yo, que lo bauticé ventajita”. Así, Carrió salpicó massismo a todos y preservó a Macri. Reforzando el espectáculo de una política gastada y sin novedad que en estos días gira ahora alrededor de Massa, quien promete una única hipótesis de unidad a su fuerza: si me va bien, el Frente de Todos se mantiene unido porque soy el candidato. Y todo hecho sobre la apuesta paradójica a un plan que se podría llamar así de simple (después de tanta histeria): un guzmanismo sin Guzmán.

MR

Etiquetas
stats