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MILEI CANDIDATO AL AÑO DE ASUMIR MELONI EN ITALIA Análisis
De Meloni a Milei, un caminito al costado del mundo

Vestida de negro, el 22 de octubre de 2022 la líder postfascista Giorgia Melon sale del palacio presidencial del Quirinale en Roma, después de jurar como primera ministra de Italia.

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“Hace diez años, ser liberal era mala palabra. Si hubiera seguido un focus group, hubiera sido socialista”, dijo Javier Milei en el Hotel Libertador, una vez consumado su triunfo en las PASO. “Hace un año -dice el podcast cotidiano de Il corriere della Sera- Giorgia Meloni metía miedo por fascista”. En cambio, continúan, hoy Italia está orgullosa, al fin de cuentas, de la primera jefa de Estado y de Gobierno mujer de su historia, que ha reubicado al país en Europa y ha sabido alzar la voz para darle el lugar que se merece en el mundo, continúa. Un año después, puntualmente, Giorgia interesa incluso a la prensa de la farándula, por la separación de su novio de diez años cuando Andrea Giambruno invitó a una colega de la televisión a hacer un trío sexual. Estos temas tántricos ya integran el folklore del argentino Milei pero en cuanto a su política y sus aristas antidemocráticas, de aquí a un año, o de la primera vuelta de octubre a la segunda de noviembre, ¿seguirán el mismo proceso de banalización creciente con el favorito de las encuestas para ser el sucesor de Alberto Fernández en la Casa Rosada?

“La verdad libertaria se monta –señala Ernesto Semán en ”Las verdades políticas de Javier Milei“– sobre la tragedia de este medio siglo de insistencia en las potencialidades del individuo económico y en los obstáculos que la vida colectiva ofrece a ese paraíso, y no en la supuesta inadecuación de los votantes”. “Son del partido de sus propios brazos”, resume Martín Rodríguez en revista Panamá. “Es gente que se acostumbró a arreglárselas solo. Gente que lleva demasiados años sin que les hablen a ellos. […] El Estado como realización comunitaria no existe si sólo se nombra”. “Volvamos a los análisis materialistas; si no, no se entiende nada”, reclama la cuenta @novistenada en un hilo de Twitter. Para ella, el problema “está en las cosas mismas: en la experiencia cotidiana de trabajo, en la fragmentación de los espacios laborales, en los modos de acceso a la cultura, en la virtualización de la educación..., en todo lo que obtura la percepción del carácter social, colectivo, interdependiente de nuestras vidas”.

 ¿Cuáles son las chances de Milei de llegar a segunda vuelta, o incluso de ganar en la primera? Por un lado, parece difícil que pierda votos; por el otro, a mayor participación electoral, es posible –aunque para nada seguro– que su número represente un menor porcentaje del total de votos emitidos. En las PASO, la abstención fue muy alta: no fueron a votar más de 11 millones de personas (aproximadamente, un tercio de la población habilitada en un país de 35.394.425 nombres en el padrón). En las primarias de 2019, la abstención había sido de 23,6%. En las de 2023, fue de 31 por ciento. Casi 7 puntos de diferencia. Sin el aparato del bicoalicionismo argentino, ¿pactaría Milei con algunos de sus dirigentes para sumar votos o para, eventualmente, construir gobernabilidad? ¿Qué tan rápido se volvería parte de esa “casta chorra, parasitaria e inútil” contra la que tanto ha dicho? En el caso contrario, ¿cuánto dudaría?

Yo soy el león

6 de septiembre de 2021. Javier Milei cierra la campaña de su partido, La Libertad Avanza, en el Parque Lezama de San Telmo, a metros de La Boca. “Hola a todos, yo soy el león, rugió la bestia en medio de la avenida. La casta corrió sin entender, panic show a plena luz del día. Por favor, no huyan de mí, yo soy el rey de un mundo perdido. Soy el rey y te destrozaré, toda la casta es de mi apetito’. ¡Viva la libertad, carajo!”. El fraseo es una versión adaptada de las primeras estrofas de Panic Show, un hit de La renga. La que corre aquí, en Parque Lezama, en la voz del entonces candidato a legislador por la Ciudad de Buenos Aires, es la casta: una casta integrada por todos aquellos que, según declama, han sido beneficiados por canonjías del gobierno a cargo de la dirección de Estado. Los políticos, en primer lugar, pero también los empleados de todas sus oficinas o dependencias, desde la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) hasta el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Milei agita, canta, se mueve. “Argentina y la extrema derecha rockera”, titula El País de España. Lo que no se mueve, para Milei, es la casta, contracara y fin de una movilidad social que para la mayoría no es más que una promesa lejana, un holograma de una Argentina que ya no está.

A medida que pasa el tiempo, Milei suma votantes, y la casta se vuelve en su boca una categoría elástica, hasta abarcar en potencia a todo aquel que recibe algo del Estado. A Marcelo Bonelli y Edgardo Moreno, de A dos voces (TN), les dirá que el periodismo “debería dejar de cobrar pauta”. La casta resuena, en sus palabras, como un estrato social que solo piensa en perpetuarse, utilizando el Estado como método y el keynesianismo como excusa. El Peluca Milei es el nombre de un canal de sus fans en YouTube, que fue creado en 2020. Allí, bajo el banner “Los políticos son unos parásitos”, aparecen videos en los que Milei explota contra periodistas, en los que desburra a políticos o le cierra la boca a kirchneristas, comunistas, feministas. De Eduardo Feinmann dirá que es un chicanero, de Lali Espósito una feminazi, de Mauro Szeta un comunista, de Chiche Gelblund un mala leche, de Viviana Canosa una traidora.

Milei crece en la “cuña”, dice Lorena Álvarez en revista Panamá, entre los que cobran a primero de mes y los que cuentan los billetes para llegar a fin de mes, entre quienes disfrutaron del cobijo hogareño en la pandemia mientras una parte importante de los trabajadores –formales o informales– perdían sus negocios, sus trabajos o sus ingresos. Milei “fue el mejor ‘ladrillo’ que encontró la sociedad” –dicen Pablo Touzón y Federico Zapata– para hacer estallar la grieta de una bicoalición que organiza el tablero político del país desde el conflicto con el campo.

En la voz de Milei, pervive 2001, odisea finalmente argentina; pervive de una forma extraña, como a contraluz, a distancia de la lectura que, durante años, bajo el canto del fin del neoliberalismo, se volvió dominante: para Milei, en 2001 no termina nada, en 2001 no cambia nada (Lampedusa: “Que todo cambie para que todo siga igual”). 2001 es, para Milei, una revolución en suspenso. La que está por venir. Una agonía para la que ninguna de las coaliciones dominantes ha tenido respuesta certera: la economía argentina no crece de manera sostenida hace más de diez años, el PBI sube y baja (no aumenta tres años seguidos desde el lustro 2003-2008, la Argentina de las tasas chinas), hay niveles cada vez mayores de inflación, el peso se deprecia dando pasos de gigante en fuga hacia abajo.

“No vine a la política a guiar corderos, sino para despertar leones”. Esa es una de las frase-título que condensa la presentación de Milei en su página web. Aparece entre fotos de su campera de cuero, el sillón presidencial, la bandera de Gadsden, el primer plano de un león, una tribuna del estadio de Chacarita, un muñequito Milei con una motosierra en sus manos, un micrófono, la Casa Rosada.

Su figura es uno de los canales de expresión electoral de una sociedad que vio decrecer, brutalmente, el nivel de salario real, el nivel de retribución por el trabajo formal o informal y, en suma, el poder adquisitivo individual. La consigna es: “El trabajo ya no dignifica”. Milei se pretende el domador de un Estado elefantiásico que otros disfrutan, pero que muchos no ven ni de cerca (lo que no quiere decir que de una forma u otra no esté). “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre. Hagamos un punto y aparte”, es el mensaje principal de uno de sus spots. Antes de las PASO, como reseña Victoria De Masi, en un estadio con más de 10 mil personas, cerró la primera etapa de su campaña a presidente pidiendo “una oportunidad para que el grito del 2001, el ‘que se vayan todos’, se convierta en realidad y volvamos a abrazar las ideas de la libertad”. Seis días después, se impuso en las primarias con el 30,28% de los votos emitidos, en un resultado que la prensa calificó con pareja hipérbole de zarpazo, shock, tsunami y terremoto.  

No me convence ningún tipo de política

La edición es del 28 de julio de 2016. El diario Clarín comenta, en el primer párrafo de una nota de la sección Espectáculos, que hace unos días el conductor televisivo Alejandro Fantino presentó a un nuevo panelista en su programa Animales sueltos, transmitido por América. A primera vista, dice la nota, este flamante invitado “no muy mediático, por ahora, destaca por su alborotado peinado”, pero “bastará que abra la boca, para descubrir a un hombre enérgico, polémico, histriónico... y profundamente anti K”.

El título de la nota es “Javier Milei, el economista del peinado raro”. Ofrece en pocas palabras un perfil sucinto del entonces ignoto personaje. Mediados de 2016. Milei es un completo desconocido para el público del principal multimedio argentino. Columnista ocasional en la sección de opinión de diarios como La Nación, El Cronista e Infobae desde 2012, será a partir de su participación en programas de panelismo –y de manera exponencial a partir de la pandemia– cuando Milei encontraría la horma de su zapato mediático. Lejos de la imagen tecnócrata y atildada de otros muy televisados economistas como Álvaro Alsogaray, Domingo Cavallo, Roque Fernández o Ricardo López Murphy, sus sketches conjugarían en dosis homeopáticas lenguaje sofisticado, jerga financiera y un desparpajo mediático que lo volverían atractivo y sobre todo viralizable, consumo irónico para unos, mesías en el desierto woke para otros.

Explosivo, ansioso, casi atropellado, hay algo arltiano en Milei, como si fuese un Erdosain del nuevo siglo, que ensaya con fortuna la retórica furiosa de los formatos breves contra el orden jerárquico de la sociedad y ante la impopularidad que los movimientos reformadores tienen entre sus favorecidos. Esta faceta impulsa la difusión de su figura en una situación de extrema limitación en cuanto a su aparato político. Milei es para muchos la cara de una vida que se grita en medio de un mundo indelicado.

Milei reina en otros recovecos, donde importa menos la imagen estática e importa más el flujo, el torrente audiovisual caudaloso, en el que él vuelca su histrionismo y su énfasis. “¡¿En qué momento dejó de ser un meme Milei?!”, dice un grafiti que circulaba por redes. Pero los memes quizás captan algo que las encuestadoras no. Un modo de callar, un modo de acordar, un modo de asentir, una complicidad sotto voce. Milei no es solo bronca, ironía o castigo, hay algo de orgullo, del busto erguido. Acabar con la casta, dinamitar el Banco Central, cerrar todo lo que no pueda sobrevivir sin ayuda de las arcas públicas. Así circula el fenómeno Milei, entre videos breves, reels, memes, cápsulas meteóricas que flotan por el espacio sideral de Internet, rebotando entre algoritmos, máquinas y usuarios.  

Sería equivocado acotar el fenómeno Milei al mundo virtual. Allí ha encontrado una vía privilegiada de difusión. Circula por diferentes espacios y circuitos culturales o mediáticos que otros políticos desconocen, descuidan o siquiera pueden procesar. Hay un video de 2018, en el programa La tribuna de Guido, en canal 13, en la que Milei canta “Fuiste mía un verano”, el tema de Leonardo Favio. Está allí con el pañuelo en la cabeza, en una imitación correcta, desafinado como cualquier hijo de vecino en el karaoke. En YouTube, un usuario comenta –hace un año– “Arquero de Chacarita, rockero, cantante de Baladas, Economista, próximamente Presidente de la República Argentina 🇦🇷😎 Groso Milei”. También allí está su entrada de soslayo en la vidriera pública: estilo rocker, géneros o escenarios por los que transita con frecuencia y con desenvoltura: clases y talleres de economía, teatros de calle Corrientes, fiestas Otakus con disfraz aurinegro de superhéroe libertario, óperas líricas donde entona su aria antikeynesiana “Gastar, gastar y gastar”.  

El sistema ya estaba enchufado

La carrera política de Milei es una deriva lógica de su unción mediática. Incluye la mayor cantidad de segundos de aire en televisión. “El Estado es peor que la mafia, porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la mafia compite”, declaró a fines de 2019 en el programa Vía pública de la Televisión Nacional de Chile. También aseguró que la venta de órganos debería ser una transacción comercial consensuada: “¿Por qué todo lo tiene que regular el Estado? Mi primera propiedad es mi cuerpo”; que el aborto debería estar prohibido, es “un asesinato agravado por el vínculo”, incluso en casos en los que una mujer o una niña fuere abusada sexualmente, y que la Educación Sexual Integral (ESI) “es un plan postmarxista para destruir el núcleo más importante de la sociedad, que es la familia”. No se opone, en cambio, al matrimonio igualitario, sino al “matrimonio como institución”. La homosexualidad es “la elección de cada uno”; el calentamiento global no existe, es un invento más del “marxismo cultural”; la legalización de las drogas y la apertura a la inmigración no son políticas a evitar, siempre que no impliquen un gasto para el Estado; pagar por sexo “es una transacción libre, no tiene nada de malo”, como tampoco la libre portación de armas.

Como parte de la campaña presidencial, oficializó el programa de reformas que planea llevar adelante en función de una “reducción drástica” del gasto público. Un plan a 35 años. Algunas propuestas: “reordenamiento del Estado”, con oferta de retiros voluntarios, jubilaciones anticipadas y revisión de contratos, así como el fomento de sistemas de salud y educación privados, incluso “descentralizar la educación entregando el presupuesto a los padres, en lugar de dárselo al Ministerio, financiando la demanda”; creación del Ministerio de Capital Humano a partir de la fusión de los ministerios de Salud, Desarrollo Social, Trabajo y Educación; eliminación del 90% de los impuestos, que “entorpecen” la economía; reforma laboral con “una nueva ley de contrato de trabajo sin efecto retroactivo”, que elimina “las indemnizaciones sin causa para sustituirlo por un sistema de seguro de desempleo a los efectos de evitar la litigiosidad”. Apertura comercial irrestricta, eliminación de restricciones cambiarias, de todas las retenciones y derechos de exportación, y de los subsidios energéticos; baja de la edad de imputabilidad de los menores; cierre o privatización de medios de comunicación públicos como la agencia de noticias Télam, la TV Pública o el Instituto Nacional de Cines y Artes Audiovisuales (INCAA). 

¿Qué ves cuando Milei?

“¿Qué te hicieron de chico para votar a Milei?”, se preguntó el autor de un tuit que fue viral tras el shock posterior a las PASO. Algunas de las respuestas: “Mataron a mi viejo”, “Vi llorar a mis papas por trabajar todo el día y no llegar a fin de mes”. Difícil retrucar. Aunque sería desproporcionado asociar el voto a Milei con el dolor. Para Andrés Malamud, en su nota “El rugido inesperado del interior sublevado”: “El voto a Milei no fue solo bronca o desencanto: se percibió alegría y esperanza en muchos de sus apoyantes”. Para Juan Luis González, autor de la biografía de Milei, El loco, el voto bronca es una variable, pero “más profundo que eso. Milei hoy encarna el voto de los trabajadores de Argentina”.

“El electorado de Trump y de Bolsonaro, como el de Peña, Erdogan o Milei, no representan ni las élites del saber ni las del dinero”, señala Alfredo Grieco y Bavio. Allí están los políticos, y ahora los periodistas y CONICET. Según los resultados expuestos en el informe “¿Cómo piensan los votantes de Javier Milei? en el portal de La Nación, ”el núcleo duro de intención de voto del libertario se encuentra entre personas de niveles educativos intermedios, principalmente varones jóvenes y de clase media baja“.  ”La figura de Milei es el resultado de una conjunción de crisis profundas y una reacción contra un consenso que se percibe ‘de izquierda’ o ‘progresista’“, concluye el informe de La Nación

“Milei capta votos por derecha y por izquierda, por arriba y por abajo. Ha ganado en 16 provincias, desde La Quiaca a Tierra del Fuego; quedó segundo en cuatro. En un país federal y diverso eso significa policlasismo, vastedad intergeneracional”, señala Mario Wainfeld en Página/12. En Rosario, por ejemplo, hizo una gran elección en barrios como Nuevo Alberdi, donde surgió Ciudad Futura, una organización política vecinal de izquierda, que ganó allí en los escalafones municipales. “Rosario: ¿entre el comunismo y el anarcocapitalismo?”, sintetiza con menos precisión que contraste El economista. Que los votantes elijan simultáneamente uno y otro habla menos de afinidades ideológicas que de paralelismos estructurales: no importa tanto izquierda o derecha como la esperanza de encontrar soluciones a problemas urgentes, lograr estabilidad, progresar, imaginar un futuro, estar vivo al día siguiente.

AGB

 

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