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EL AÑO ELECTORAL Una mirada sobre la polarización

¿Por qué no tenemos un nuevo 2001?

Diciembre, 2001

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Argentina encarna una rareza en la región: combina estabilidad política con crisis macroeconómica, mientras en Sudamérica —al revés— proliferan los casos de crisis política con estabilidad macroeconómica. El tablero político del vecindario cruje.

En Chile, un ciclo de protestas sociales inéditas hizo colapsar el sistema de partidos que organizó al país por tres décadas e inauguró un proceso de reforma constitucional y fragmentación política.

Desde la salida de Rafael Correa, Ecuador está atravesado por las movilizaciones callejeras, la debilidad de los liderazgos y el conflicto institucional: en mayo, el presidente Guillermo Lasso anunció la “muerte cruzada” del Congreso y el llamado anticipado a elecciones.

Brasil, por su parte, intenta normalizar su vida pública bajo el mando de Lula Da Silva tras el ascenso y caída de Jair Bolsonaro. No asoma sencilla la tarea: en marzo, los seguidores del expresidente intentaron tomar las instituciones de gobierno.

Perú es el epítome de esta tendencia regional. Como Argentina, el país andino ingresó a la década del ´90 con un estallido hiperinflacionario. A diferencia de Argentina, Perú logró domar la dinámica de aumento de precios en el mediano plazo. Pero, en ese proceso, dinamitó su sistema de representación política. Un solo dato ilustra este contraste: mientras el titular del Banco Central, Julio Velarde, lleva casi 17 años ininterrumpidos en el cargo, los peruanos ya tuvieron 6 presidentes en los últimos 7 años y el vacío de poder y el divorcio entre política y sociedad se convirtieron en una huella permanente de su dispositivo de (des)gobierno.

Pero Argentina...

Ante este panorama regional de inestabilidad política con estabilidad económica, Argentina ofrece su cara opuesta. La inflación supera el 110% interanual, la economía acumula años de estancamiento y el sostén financiero del FMI es lo único que parece separarnos del abismo. Ante la fragilidad de la moneda propia, todos los argentinos conocen la última cotización del dólar (en sus múltiples variantes) y tienen una opinión formada sobre cuándo ocurrirá la siguiente corrida cambiaria.

La economía argentina, en definitiva, está rota. Y sin embargo, la política —los principales partidos y las instituciones de gobierno— resiste. No hay una ola de protestas sociales y una demanda de cambio institucional (como en Chile), ni un conflicto profundo entre los poderes del Estado (como en Ecuador) ni una fragmentación del poder político que comprometa el funcionamiento democrático (como en Perú).

Es cierto que hay un extendido malestar social, que el ausentismo —indicador de la bronca— creció levemente en las elecciones provinciales celebradas hasta el momento y que la amenaza de Javier Milei enciende las alarmas. Pero los resultados de las elecciones provinciales celebradas hasta el momento y el cierre de listas nacionales arrojan más indicios de continuidad que de ruptura en el sistema político. 

El peronismo y Juntos por el Cambio, las dos grandes coaliciones que organizan la representación y el conflicto político en los últimos años, se perfilan para ser los principales competidores de la elección presidencial. A pesar de haber protagonizado recientemente experiencias fallidas de gobierno y fuertes tensiones internas, los dos espacios políticos siguen concentrando la mayor parte de las adhesiones ciudadanas. ¿Cómo se explica esta vigencia? ¿Por qué, a pesar de todo, la división kirchnerismo-antikirchnerismo parece seguir ordenando nuestro sistema político?

Una polarización ideológica y de desprecio mutuo

La grieta que se inauguró en Argentina en 2008 sigue vigente porque cristaliza ideas y actitudes muy representativas de nuestra sociedad. La oferta política —el peronismo en su versión kirchnerista y Juntos por el Cambio— se sostiene en el tiempo porque conecta fielmente con la demanda social, lo que los ciudadanos tienen en la cabeza. 

En otras palabras: Unión por la Patria y Juntos por el Cambio son vehículos de una división muy profunda en la sociedad. En Argentina, la polarización es ideológica: hay una división marcada en torno al conjunto de políticas que deberían regir el rumbo general del país. Pero es, también, afectiva: hay un deprecio mutuo entre los dos grandes grupos políticos. Los recientes informes sobre Creencias Sociales elaborados por el Instituto Pulsar de la UBA apoyan esta presunción.

Argentina está atravesada por una marcada polarización ideológica que hace de JxC y UxP dos coaliciones con un alineamiento programático bastante transparente. Los seguidores de Juntos por el Cambio son mayoritariamente partidarios de una economía más abierta y menos regulada —son más privatistas—; los seguidores de Unión por la Patria, por su parte, promueven una economía más regulada y protegida —son más estatistas—. 

Algunos datos de las encuestas hechas por Pulsar —un observatorio de la Universidad de Buenos Aires especializado en el estudio de la opinión pública— iluminan este ordenamiento de las preferencias ciudadanas.

Para el 72% de los votantes de Juntos por el Cambio es preferible un país en el que la mayor parte del empleo sea creado por empresas privadas; en el caso de Unión por la Patria, el 54% considera mejor que la mayor parte del empleo sea creado por el Estado y las empresas públicas.

A su vez, 7 de cada 10 votantes de Juntos por el Cambio se muestran favorables a un paquete de reformas que aumente la edad jubilatoria, flexibilice la legislación laboral y promueva una apertura económica. En el bloque peronista, el 73% se opone a este programa de reformas de mercado. Las miradas divergen, también, sobre el rol de los sindicatos: para la mayoría de los votantes de Juntos por el Cambio (63%), los sindicatos perjudican la generación de empleo; para la mayoría de los votantes de UxP (52%), las organizaciones del trabajo cumplen un rol importante en la defensa de los intereses de sus representados.

El desencuentro se replica en una serie de temas —rol del Estado, perfil del gasto público, impuestos— que, en conjunto, dan cuenta de dos agrupamientos ciudadanos opuestos en el modo de concebir la agenda económica de un país: unos —los votantes de Juntos por el Cambio— eminentemente privatistas; otros —los votantes de Unión por la Patria—, mayoritariamente estatistas.

Juntos por el Cambio y el peronismo, en este sentido, expresan dos coaliciones con preferencias programáticas muy distinguibles entre sí. Sin embargo, las cosas se complican: como en Estados Unidos o Brasil, en Argentina la polarización ideológica se solapa y potencia con la polarización afectiva, esto es, el rechazo recíproco que muestran los votantes de Juntos por el Cambio y el kirchnerismo.

La identificación política negativa —la repulsión sistemática de los votantes y dirigentes de otra expresión política— es uno de los grandes movilizadores del voto y de la discusión pública en las democracias occidentales. De acuerdo con el primer informe de Creencias Sociales de Pulsar, 1 de cada 2 argentinos tienen relaciones personales que pueden verse condicionadas por la polarización (ya sea porque juzgan personalmente a otra gente en función de sus ideas políticas, o bien porque manifiestan que no podría estar en pareja con una persona con ideas políticas opuestas).

Economía rota, política estable

Hoy todas las encuestas muestran a Juntos por el Cambio y Unidad por la Patria en un escenario de paridad, con Milei en tercer lugar, lejos del sorpasso. Mientras la economía se hunde, la política exhibe una llamativa estabilidad. Hay malestar social, pero no una demanda abrumadora de outsiders ni de renovación de la clase dirigente. La oferta política sigue ordenada por dos polos irreconciliables que expresan actitudes, visiones y demandas con raíces profundas en la sociedad.

En algún punto, la vibrante polarización —ideológica y afectiva— que atraviesa a la sociedad opera, al mismo tiempo, como antibiótico y bacteria: evita que Argentina caiga en un estadillo como el de principios de siglo o como el que aqueja actualmente a otros países de la región, pero produce un empate político entre ambos bandos que retroalimenta la inestabilidad económica. Mientras seguimos preguntándonos cuándo nos llega “un nuevo 2001” ante una economía que se deteriora desde hace años, la Argentina sigue atrapada en el laberinto de una polarización política profundamente arraigada en la sociedad.

JC/PI/JJD

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