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COLUMNA NÓMADE
La pareja leprosa

Diego y Messi, los padres de la patria imaginaria que no para de festejar

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Puesto a fantasear, me llama la atención que cierta gente imagine que Maradona está en el cielo. Me parece un lugar más adecuado para la fuerza dionisíaca del Diez imaginarlo en el infierno. Así, cuando uno le dirija las plegarias y los pedidos para que Diego conceda, basta con hablar al piso, si es que el Infierno está debajo de nosotros. Yo, personalmente, creo que el infierno está en nuestros aparatos técnicos, sobre todo en el celular. Esos reels que son una mezcla de narcicismo, sexo y autoayuda en mal estado. Por otra parte, ¿en el infierno hace calor o frío? En esa obra crepuscular de Thomas Mann que es Doktor Faustus, cuando el Señor de abajo se le aparece a Adrián Leverkühn, Mann elige narrar en esa escena un frío intenso que provoca la fuerza del mal. Me parece un efecto muy logrado en la narración. El infierno puede ser un lugar donde te congeles, de la misma manera que nosotros guardamos –para que se conserven- ciertas palabras, ciertas imágenes en las bajas temperaturas del inconsciente. Así no se echan a perder.

El cielo es un lugar donde nunca pasa nada, escribió David Byrne en una canción de Talking Heads. ¿Qué podría hacer Diego ahí? Diego y Messi -padres malos  y buenos de la patria imaginaria que no para de festejar- son la eterna lucha entre lo Dionisíaco y lo Apolíneo. Y el sentido que le pongamos a esta dupla se mueve con los latidos del corazón o la velocidad de la luz de giro de un auto. Maradona, el descontrol, el peligro, lo que no tiene forma, la posibilidad de salir de la cárcel de la vida social a través de la fiesta. Messi, la fiesta controlada, perfecta, que mantiene a su familia unida, el ídolo puro que no se mancha -como la pelota- con los vaivenes políticos. Maradona es zurdo en la cancha y, a veces, también en la vida. Messi es zurdo en la cancha, solamente. 

Hace poco veía a una persona que se autopercibe filósofo discurrir en la tele sobre un cantito de los jugadores argentinos contra los periodistas. Como estaba entusiasmado con la Selección porque ganaron -una ucronía que podría escribir Philip K Dick es narrar la novela de qué hubiera ocurrido si perdía- éste decía que cuando los jugadores cantaban contra los periodistas estaban haciendo un hecho político criticando a las corporaciones. ¿En serio? Yo creo que los jugadores cuestionaban a los periodistas que empezaron criticando el ciclo de Lionel Scaloni y nada más. Lo cual no deja de ser un hecho político. Todo es un hecho político. 

Hay temporada de patos, temporada de conejos, estamos en la temporada de homenajes. Muchas personas después de que se apaguen los fastos, volverán a vivir su temporada en el infierno de la desigualdad. Esos cinco millones en la calles, si salieran para cambiar nuestro país, para que no haya más personas en la calle, para eliminar la desigualdad… bueno, sería increíble. Pero, aunque todo parezca desborde dionisíaco, lo que triunfa es lo apolíneo: estamos en la calle rompiendo todo, pero es por una causa justa -que el Poder no se preocupe- que es haber ganado un Mundial. 

La gente quiere entrar en la historia y, ya pasados de rosca, en la eternidad. La historia es una pesadilla de la que uno trata de despertar, la eternidad no tiene ningún sentido práctico, la posteridad sólo le importa a la posteridad. Las personas pelean, como dice el Baruch de Spinoza en su Ética, con uñas y dientes por su esclavitud y no por su libertad. La libertad es muy costosa porque primero hay que  atravesar un túnel de angustia, ya que la libertad implica, entre otras cosas, que nadie te está cuidando en ningún lado. Para la libertad no existen las cábalas. 

El documental sobre Harry y Megan donde se muestra la supuesta rebeldía de esta pareja real puede servir para informar sobre esto que describe Spinoza en la ética. Cómo peleamos por ser esclavos. Los contribuyentes del Reino Unido le pagan a su familia real para que exista, la familia real le devuelve a sus contribuyentes cuentos de hadas y noticias amarillas. Como en una mamushka, unos están encerrados en otros, sólo que para algunos el encierro es en castillos con hermosos bosques y otros en habitaciones muy chicas, esperando tomar el taxi que palpita en la puerta, mientras caen las fichas del gas que consumen. 

Harry y Meghan también puede ser visto como un documental sobre pintura: se realza todo el tiempo que Harry es pelirrojo, que Meghan es negra, que Meghan para pasar desapercibida en la Corte cuando salía en visitas oficiales utilizaba vestidos apagados para no competir con los demás miembros de la familia real. Se marca que ellos forman una pareja mixta -una plebeya y un miembro de la familia real, con dos colores diferentes: rojo y negro- lo cual formaría la casaca de Newell's Old Boys, una pareja leprosa, tanto que son expulsados por el entorno apolíneo de la Corona y ellos tienen que vivir en unas casas increíbles pero exiliados, sin seguridad privada y a merced de la ira fisgona de los tabloides. 

Cuando uno no tiene nada y anda descalzo, y con la panza inflamada por la desnutrición, es probable que se te aparezcan Harry y Meghan para ayudarte a sacarse una selfie con vos. 

Harry y Meghan también es un documental sobre la indestructible estupidez humana. Si llegan, préstenle atención a ese momento en que se filman meditando mientras la voz de un instructor -que ni siquiera está ahí- los conduce diciendo: no crean en lo que dicen los periódicos sobre ustedes, libérense. 

FC

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