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La pasión según GH, perturbadora novela de Clarice Lispector acertadamente a escena
Si bien el personaje de GH -la señora rica, elegante, independiente- está sola en la novela original, y actualmente sobre el escenario, mientras discurre en modo fluir de la consciencia, a través de su discurso van cobrando relieve decisivo, palpable otros dos roles: el de la mucama que acaba de dejarla y una gran cucaracha que aparece en el placar de la empleada (la traducción aplica con acierto el vocablo mucama, que es como se ha denominado localmente, hasta el presente en la clase alta, a las empleadas domésticas -también sirvientas, criadas, doncellas, chachas, etcétera, según épocas y latitudes; en el original, Lispector la nombra como empregada; asimismo, vale señalar que mukama -la amante de su amo- proviene de una lengua africana, quimbundo, de Angola, colonia portuguesa de donde proviene buena parte de los esclavos que fueron secuestrados y llevados a Brasil).
Lo primero que hay que decir respecto de este espectáculo es que Marcelo Velázquez ha hecho una ajustada condensación -de un libro de ciento y pico de páginas-, que responde a la letra y el espíritu de la novela de esa genia llamada Clarice Lispector: hija de padre y madre rusos que huían de los pogroms luego de la revolución de 1917, nacida cuando la familia estaba de paso en una aldea de Ucrania, en 1920. Un par de años antes, su madre había sido violada por soldados rusos y una tradición sostenía que para curarse de la sífilis que le habían contagiado, debía parir de nuevo. Marieta Lispector no sanó, obviamente, y arrastró esa enfermedad que terminó con su vida cuando su tercera hija, Clarice, tenía 9 años, ya viviendo en Brasil, país al que la niña había llegado a los dos meses. La idea de no haber podido “salvar” a su madre pesó sobre el corazón y se infiltró en la escritura de CL. Así como el hecho de haber vivido con su marido diplomático en países de Europa y los Estados Unidos durante 15 años, la conectó con distintos idiomas e incidió sobre su forma tan libre y audaz de manejarse con el lenguaje, aunque el idioma que consideraba propio era el portugués. Y nunca quiso aprender ruso…
La protagonista de esta fascinadora, embriagadora narración es una mujer que cuenta un episodio primordial que le sucedió el día anterior. Para llegar a esa culminación, previamente debe hacer un peregrinaje por su confortable departamento, hasta llegar al cuarto de la mucama que ha partido. A la vez, ese viaje la lleva al interior más profundo de su existencia; a preguntarse sobre su identidad, sobre su yo auténtico, sobre la relación recíproca con esa trabajadora que la ha dejado en una suerte de orfandad y que, para colmo, a partir de las huellas y signos que dejó, se le revela como una persona muy diferente de la que esta señora daba por supuesto, basada en sus propios prejuicios.
“¿Qué era yo? Lo que los otros me habían visto ser”, discurre GH, que se nombra a sí misma solo con las iniciales que figuran en sus valijas, iniciales que para ella dan cuenta de “su alto grado de realización”. Desde el vamos, entonces, la mujer se pregunta por su identidad femenina, construida por la mirada ajena, por las convenciones. Y prosigue más adelante: “¡Necesito saber quién era yo!”. GH considera que haber hecho escultura de a ratos, en forma amateur, “para una mujer es mucho, me ubico socialmente entre el hombre y la mujer”. Porque ella no tiene ni marido ni hijos, o sea que se considera “continuamente libre”. En precisas, concisas líneas, Lispector ahonda en la construcción social del género mujer. Lo hace en una novela de 1963, escrita cuando ella se sentía desdichada porque su divorcio se acababa de formalizar, tenía dos hijos y retomaba con intensidad la escritura. Una novela que medio siglo después suena tan contemporánea.
GH avanza en el recorrido de su departamento, que en el espectáculo que se ofrece en el Portón de Sánchez es una suerte de laberinto abstracto, un plano cambiante. “Un espacio conceptual”, dice el director. Una inspirada escenografía de Ariel Vaccaro hecha de estrados o plataformas movibles que GH habita con la palabra en este viaje de reconocimiento y descubrimiento, de interrogaciones y mutación. Un camino de Damasco que empieza a suceder cuando ella llega al puerto deseado: el cuarto de la mucama que aspira a ordenar, y encuentra lo contrario de lo que daba por seguro. Su yo inauténtico, su yo “entre comillas” empieza a desmoronarse. GH, que pensaba hallar un cuarto oscuro, húmedo y desordenado (además de dormitorio, sitio de trastos en desuso), y planeaba dejarlo limpio para la nueva mucama, en ese “bajo fondo” de la lujosa casa, se topa con luminosidad y orden; vacío porque los trastos han sido desplazados.
GH se fastidia porque esa mucama -de cuyo nombre le cuesta acordarse y cuyo aspecto va reconstruyendo de a poco- porque se condujo como “una osada propietaria”. La ventana abierta sobre la ciudad le parece ubicar el cuarto “en un nivel superior al propio departamento”. “Como un minarete”, se queja GH; es decir, la torre de la mezquita desde donde se llama a orar y que marca una dominación del espacio… Pese a que Lispector ha dicho que este relato en algún momento escapó a su control -sin duda oyendo voces recónditas-, la verdad es que su precisión es implacable: cada línea es necesaria, significativa, una onda expansiva. Alude a un minarete ella, de familia judía en cuya casa se respetaban las reglas de la Torah, se leía el antiguo Testamento. Lo hace con una apertura ecuménica admirable, con enorme riqueza de referencias.
GH va encontrando otras pistas en el cuarto de esa persona con la que convivió y en quien que no supo reparar. Por fin, ubica su nombre, Janair; egocéntrica se pregunta: “¿Qué pensaba ella de mí?”. Y empieza a visualizar el rostro negro y sereno, las cejas bien diseñadas, los trazos finos y delicados (un adjetivo que encanta a Lispector): una reina africana. Pero siempre de marrón o de negro, como queriendo volverse invisible.
La relación de GH con la mucama es reveladora de la inferiorización y falta de empatía de las burguesías hacia el personal doméstico (de la Argentina se podría hablar largamente). “Una violación a las comillas que hacen de mí una cita de mí misma: nada de lo que hay acá lo hice yo”. Irritación, incomodidad por la “enemiga indiferente”. “¿Me odiaba o era yo misma, sin mirarla siquiera, la que la odiaba?”. GH decide borrar toda huella de Janair: “Voy a destruir este cuarto-minarete… Quiero matar algo aquí adentro”.
Y entonces, el hallazgo supremo de Lispector, de GH: el encuentro cara a cara con la gran cucaracha al abrir el guardarropa. Mirarla a los ojos, aplastarla, mirarla morir y engullirla (secuencia esta que en la puesta se sugiere creativamente a través de un breve film que GH mira y comenta). Una situación epifánica, de atroz lucidez que roza lo místico. “Estoy en el desierto. Mi miedo no es el de alguien yendo hacia la locura sino camino hacia una verdad. Una verdad que no quiero, denigrante: ser del nivel de la cucaracha”. Empero, nada se descifra con claridad. “No estoy entendiendo algo”, dice GH después de recorrer laberintos de subjetividad donde se extravía, tiene relámpagos de encuentro con su posible yo auténtico.
“Ni yo misma me entiendo”, declaró alguna vez Clarice Lispector. En la excelente biografía literaria Clarice, una vida que se cuenta (Adriana Hidalgo editora), de Nádia Battella Gollib, la gran escritora es capaz de reconocer con rara honestidad que el crítico Benedito Nunes “me esclarece mucho sobre mí misma. Aprendo sobre lo que escribí”. Y en cuanto a las iniciales que tantas hipótesis han generado, “quise decir que ella no se llamaba a sí misma”.
El encuentro con el insecto es fulminante. Y no se trata de Gregorio Samsa por más que se haya definido a esta escritora enigmática, inasible como “Kafka brasileña”, “la escritora judía más importante después de Kafka”. Ese encuentro, anodino en otras circunstancias, la sacude, le provoca un movimiento sísmico a GH, que ya se está revisando a sí misma con criterio entomológico. Una meditación radical, una repulsión gozosa que la conduce a un acto místico inenarrable.
Lispector, que empieza este texto sin prolegómenos y lo cierra sin remate, dejándolo inconcluso en manos de quien lo lea o asista al teatro, consigue transmitir una tremenda experiencia existencial, un descenso a profundidades selladas en las que logra entreabrir intersticios. Una aventura teatral, filosófica, movilizadora más que apasionante para un público abierto, dispuesto, que puede o no haber leído a la escritora.
Todo el equipo de La pasión según GH -incluidos los rubros técnicos- comprendió en qué berenjenal se estaba metiendo y actuó en consecuencia, con entrega, con talento, a partir de la propuesta de Velázquez. Mercedes Fraile se hace cargo de GH y su búsqueda a tientas para salirse de su vida alienada, extraviándose por el camino, pero siempre cuestionándose. Aunque Clarice Lispector no suelta el hilo de los pensamientos entreverados de su protagonista y su escritura tiene algo hipnótico que atrapa, era realmente muy difícil decir, encarnar este texto, darle continuidad, mantener a la vez distancia y cercanía con la platea, no sobreactuar, dejar aflorar el humor implícito, jugar con el lenguaje. Fraile lo sostiene inteligentemente, tenazmente.
“La pasión según GH”, los domingos a las 17,30 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034, barrio de Almagro. Entradas por Alternativa Teatral a $1000 y $ 800 (jubilados y estudiantes, promos 2 x 1)
MS
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