Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
TEATRO

La gran artista Maruja Mallo, republicana exiliada en Argentina en 1937, cobra vida y ofrece sus obras en “Marúnica”

Hopkins como la animosa Mallo en su vejez

Moira Soto

0

“¿Alguien les ha hablado de mí?”, pregunta al público una mujer de acento gallego, con actitud desafiante y un dejo de sorna. Probablemente, parte de las personas más conocedoras que asisten a la representación de “Marúnica” tenga alguna información sobre esta artista que se refugió en Buenos Aires a comienzos de 1937, como otras personalidades de la cultura española. Es decir, cuando el golpe de estado fascista –contra el gobierno democráticamente electo de la Segunda República– desató la sangrienta Guerra Civil que culminaría en abril de 1939, instalando la larga dictadura de Franco.

Maruja Mallo (1902-1995), apodada Marúnica por sus ilustres amigos de la Residencia de Estudiantes de Madrid, vivió muchos años en la Argentina, intercalando viajes por América Latina y llegando a exponer en Nueva York hacia 1948, dando conferencias, mostrando su obra y, desde luego, pintando en su taller de la calle Santa Fe al 2800. Siempre en constante búsqueda y evolución, y recibiendo estima y reconocimiento. Sin embargo, cuando partió de regreso a Madrid en 1962, fue prácticamente olvidada –salvo muy raras excepciones– por la prensa especializada, también por galerías y museos que no exhibieron las obras que dejó acá. Peor aún, los murales que había hecho para el cine Los Ángeles en 1945 resultaron destruidos en una refacción para habilitar varias salas. “Hoy hay ahí un Burger King”, acota con ironía el personaje de la pintora en la obra que escribió y protagoniza Cecilia Hopkins en el Centro Cultural de la Cooperación.

Mural del cine Los Ángeles, 1945.

Una injusta y llamativa marginación recayó, entonces, sobre una artista que fue exaltada en la mismísima revista Sur en el año de su llegada a esta capital: un artículo de varias páginas escrito por el -en esas fechas- joven y ya destacado pintor italiano Attilio Rossi, que había huido en 1935 del fascismo italiano, también diseñador gráfico y director artístico de varias editoriales locales, muy relacionado con exiliados republicanos. Rossi –que no se priva de mentar “la terrible tragedia de España”–, además de hacer el elogio de la obra de Mallo, decidió reproducir pinturas, dibujos y cerámicas que figuraban en el catálogo de la última exhibición de la artista en Madrid, en junio de 1936… ¿Habrá incidido en la posterior relegación de la artista la conducta, escandalosa para la época, de una mujer emancipada, indómita, contestataria, de agitada vida amorosa que nunca se avino a casarse para no perder su independencia? ¿O fue simple y llanamente por su condición de mujer talentosa y tan arriesgada en su arte?

Cecilia Hopkins (Marúnica) presentan el cuadro Cabeza de mujer, 1944, expuesto en el Quinquela Martín, del barrio de La Boca.

Pero la Maruja Mallo que afortunadamente nos trae Hopkins, haciéndole justicia, con la autoestima bien alta y una envidiable seguridad en sí misma, no parece resentida por haber sido postergada, sino que tiende a chancear sobre ese olvido que en España no fue tan largo: además de la valorización de su obra en su momento respaldada por el filósofo Ortega y Gasset y La Revista de Occidente, décadas más tarde, después de la muerte de Franco en 1975, se le dedicaron notas y entrevistas periodísticas, además de ser muy mencionada en las biografías de Rafael Alberti y Miguel Hernández con quienes mantuvo impetuosos romances en tiempos de la República y les inspiró poemas. En especial a Hernández que, en El rayo que no cesa, le consagra versos abrasadores. Sin dar la fecha (fue en septiembre de 1981), la protagonista de Marúnica menciona el encuentro con Manuel Vicent, cronista del diario El País y entendido en pintura, que la describe –acaso intentando superar a los amigos de la generación del 27– brillando “como un renacuajo extraterrestre, envuelta en gasa con estrellitas de oro”; y más adelante anota: “Se le ve una boquita de pitiminí en forma de corazón, un ala de murciélago azul decorando cada ojo…”. La diosa de cuatro brazos tituló aquella nota Manuel Vicent, que hoy a los 89 sigue escribiendo en el mismo diario. Y en abril de este año compuso una columna que llamó, con pícaro perfume lorquiano: ¿Quién se llevó al río a Maruja Mallo?, aludiendo a los antes referidos Alberti y Hernández, y al Manzanares donde, se dice, ella les lavaba los calzones… Tal el comportamiento de MM “en aquella época en que a las mujeres solo se les permitía el surrealismo de llevar colgado del pecho un escapulario de la Virgen del Perpetuo Socorro”, se divierte Vicent.

La  actriz, bailarina y dramaturga frente a Antro de fósiles, de 1930.

En su espectáculo, Hopkins, con apropiado vestuario de Roxana Ciordia, juega con gracia y plasticidad las transiciones de mujer mayor a joven rebelde que inicia en la Puerta del Sol, casi por azar –junto a Lorca, Dalí y la pintora Margarita Manso (quien durante la Guerra Civil cambiaría de bando)– el movimiento de las sin sombrero que incluyó a las “modernas”. Alrededor de una veintena de jóvenes escritoras, poetas, pintoras, escultoras, filósofas, entre las cuales: María Zambrano, Rosa Chacel, María Teresa León, Remedios Varo, Marga Gil Roïssert (otra extraordinaria artista visual). Casi todas ellas, liberadas del pelo largo, símbolo tradicional impuesto de supuesta femineidad. (Una paradoja: en el documental dedicado a estas mujeres, sobre el cierre, en una escuela secundaria de Andalucía aparecen chicas siglo XXI, todas con larga melena).

Exposición de Maruja Mallo en el Reina Sofía

Cecilia Hopkins elige para su Marúnica el formato de una entrevista que se está grabando, donde ella responde a preguntas implícitas, encara a un supuesto camarógrafo y, como corresponde a este personaje radicalmente insumiso, hace la suya, pone en acto algunas de sus evocaciones, las transforma en danza, se desdobla en edades diferentes y, asimismo, en un primoroso títere -de Alejandra Farley- al que llama Maruxiña, con el que dialoga. El formato de entrevista (que CH conoce bien como experta periodista cultural) como punto de partida resulta apropiado no solo porque representa una reivindicación frente a la exclusión del olvido, sino porque ese género periodístico bien llevado comprende una forma de relato. En este caso, sostenido y enriquecido por la esmerada actuación de Hopkins, el creativo trabajo de las proyecciones realizado por Romina Larroca, las luces atmosféricas de Horacio Novelle. Todo el equipo bajo la idónea dirección de Ana Alvarado.

“Marúnica”, los viernes a las 20,30. Sala Tuñón del CCC, Corrientes 1543.

Etiquetas
stats