SOY GORDA (ESEGÉ)

¿Son todos gordofóbicos los jerarcas del Proceso?

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Días extraños estos en los que transitamos cambios; con aroma a repetición, para les mayores, novedosos para les jóvenes. Transformaciones abruptas en nuestras emociones, personas que enferman, otras que luchan. Cada une, con su cuerpo y su alma haciendo lo que puede, procesando, aunque no es el Proceso. Es la democracia liberal, la que hasta el momento pudimos conseguir.

Late, nola, late, nola, decían mis hijes en el intercambio de figuritas con sus pares. Fue hace un tiempo, en la primera década del 2000. Iban al jardín y a la primaria en escuelas públicas. “Tengo amigos marrones”, me contó elle a los 4. “Tenés que hacer dieta”, le dijeron a un compañerito de él. Gordofóbiques hay por todos lados. Late, nola significa la tengo, no la tengo, en esa jerga simplificada de la lengua que usan les chiques para comunicarse entre elles. Claro que acá, las figuritas son algunes figurones de la casta más castiza.

Casta: sistema social en el que el estatus personal se adjudica de por vida, dice el diccionario y agrega: por tanto, en las sociedades organizadas por castas los diferentes estratos son cerrados y el individuo debe permanecer en el estrato social en el que nació.

¿Será este el sistema contra el que prometió enfrentarse el presidente durante la campaña? Por ahora, no parece serlo. Nos piden tiempo…

Aquella generación de mi prole son los que parí y les hijes de inmigrantes de la América profunda, o de madres/padres descendientes de quienes llegaron de los barcos o herederos de etnias esclavas o de blancos normados del norte europeo, es la de les adultes de veinte y treinta y pico. Trabajadores, empleades, universitaries o desocupades buscando su lugar en el mundo. Algunes pensando en la posibilidad de retornar a los sitios de donde salieron sus antepasados, otros plantando raíz o concretando el desarraigo. No desean formar parte de ninguna casta. Quieren moviolidad social

Cuántas cosas pasaron. Momentos de arrasamiento, la variación de los ciclos: de los días del verano apacible al otoño amarronado, pasando los meses de hibernación (“Hay que pasar el invierno”, dijo el ministro de Economía de la Revolución Libertadora/fusiladora, Álvaro Alsogaray). “La primavera volverá a vibrar, aquí, allá y en todas partes”, dijo Tanguito.

Pero, discurseaba Alsogaray en 1958 y hoy su colega Luis Caputo parece calcar aquellas palabras con algunas variaciones: “Lamentablemente, nuestro punto de partida es muy bajo. Muchos años de desatino y errores nos han conducido a una situación muy crítica. Es muy difícil que este mes puedan pagarse a tiempo los sueldos de la administración pública… Todavía seguiremos por algún tiempo la pendiente descendiente que recorremos”. Lo reprodujo Felipe Pigna, en Lo pasado pensado, entrevistas con la historia argentina (1955-1983) Buenos Aires, Editorial Planeta, 2005.

¿Y los cuerpos? ¿nosotros, nosotres? ¿les otres? ¿les pobres? ¿les miserables? ¿les gordes? ¿les mal alimentades?

Antes de la pandemia, tuve la oportunidad de visitar el Monasterio de la Viña, De Wijngaard o Beguinaje, situado en la parte meridional del centro histórico de Brujas, en Bélgica. Hay allí un monasterio de religiosas benedictinas, separado de la ciudad por una muralla rodeada por un foso. Las mujeres que lo habitan desde 1927 relevaron a otra comunidad femenina, las beguinas, que vivieron allí desde 1245. Y es en estas mujeres en quienes me quiero detener, una comunidad de religiosas laicas que hacían encajes y bordados para los tejedores flamencos.

Si Brujas quiere decir puentes, que es lo que abunda en esta ciudad gótica, el movimiento de las beguinas me sedujo porque propuso a las mujeres existir sin ser religiosas, ni esposas, “sino seres emancipades de cualquier dominación masculina”, leí después a la medievalista francesa Régine Pernoud en su libro La Virgen y los santos en la Edad Media.

Ese beaterio, uno de los sitios más célebres de la ciudad belga y Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, es un recinto verde bordeado por unas treinta casitas, salpicado de árboles frondosos.

Protegidas por uno de los Luises, como los franciscanos, las beguinas revolucionaron las mentalidades y modificaron el paisaje. “No se sabe cómo empezó este movimiento” explicó Silvana Panciera, socióloga y autora de Béguines (Ed. Fidélité, 2009). “No se sabe lo que puede un cuerpo”, dijeron les filósofes Suely Rolnik, Félix Guattari, Gilles Deleuze, Baruch Spinoza. Porque si en la luminosa Edad Media hubo mujeres que se reunían por todas partes, solidarias y libres, recreando ciudades dentro de las ciudades, con la intención de llevar una vida autónoma, sin pronunciar votos y exentas de las reglas de la Iglesia, ¿por qué no imaginar que mujeres, LGTB+, y otras intersec pueden seguir enarbolando banderas, como lo fue el pañuelo verde nac & pop, para seguir modificando el paisaje?

LH