Torres de marfil y manos de manteca
Esta semana vi el nuevo video de Natalie Wynn/Contrapoints, la intelectual pública más interesante del momento, en lo que a mí respecta. Wynn, que empezó su carrera como YouTuber enseñándonos a los progres a entender por qué la gente que se hace de derecha no es necesariamente tan distinta de nosotros (y viceversa), afirma en este video que ha decidido abandonar las posiciones centristas, la defensa del “discurso racional” y la posición retórica de los “moderados” que critican a la “cultura de la cancelación”.
En el video, que dura casi dos horas, Wynn explica con detalles y sutilezas lo que esto significa: no se trata, en lo más mínimo, de salir a tirar bombas, ni de articular una posición anticientífica o antiacadémica, sino de entender que el lenguaje de la defensa de los “datos duros” (facts don't care about your feelings, “a los datos no les importan tus sentimientos”, la frase célebre del influencer de derecha Ben Shapiro que se convirtió en slogan de Donald Trump) y el “debate neutral de ideas” entre personas que intercambian argumentos racionales con cortesía y aparente atención no tiene que ver necesariamente con la democracia, ni con la apertura, ni con el debate fructífero; a veces puede ser solo una defensa del status quo más rancio.
Sentar a una persona trans a conversar civilizadamente con una persona que no cree en los derechos de las personas trans puede parecer una forma de acercar posiciones, pero en la amplia mayoría de las ocasiones es solo una forma de quedarnos todos tranquilos, celebrar “el desacuerdo” y “la diversidad” sin que nadie cambie de opinión; y por otra parte, y quizás esta es una de las afirmaciones más valiosas del video de Wynn, las conquistas de derechos rara vez se hicieron cambiando las opiniones de la gente, y las opiniones de la gente, encima, cambian mucho más por razones emotivas que por razones lógicas.
Wynn se toma el tiempo de analizar la autobiografía de una influencer que cuenta cómo abandonó una iglesia de extrema derecha; la influencer parece pensar que lo que la condujo a cambiar de posición fue el intercambio amable por Twitter, pero en el mismo relato, sin hacer otra cosa que citar su texto, Wynn muestra que fue al menos igualmente definitivo para ella ver cómo las autoridades de la iglesia maltrataban a su madre; y no tiene nada de raro, ni de irracional, que eso sea más importante que los argumentos que te ofrecen extraños en las redes sociales para tu cambio de opinión. Lo dicen los filósofos académicos hace años, pero no es necesariamente una posición mainstream entre la gente sobreinformada: el cambio de creencias es una cosa mucho más sensual y misteriosa que lógica y matemática. Las personas que amamos discutir —y Natalie Wynn sabe que los que miramos videos de dos horas de una filósofa de Internet nos ubicamos firmemente en ese grupo— pensamos que intercambiar argumentos es la cosa más importante del mundo, pero hay que hacer un aprendizaje como el que uno hace sobre la banda que más te gusta cuando sos adolescente: no es lo más importante, solo es lo que más te gusta a vos.
Supongo que la lección de este video me interpela de manera personal porque hice un camino parecido al de Wynn. Estudié filosofía, pasé unos seis años perfeccionando y enamorándome del arte de la persuasión racional y ahora que ya pasé otros seis o siete años un poco más alejada del universo de la academia filosófica puedo entender que, aunque lo que yo tenga en la mano sea un martillo, no todos los problemas se arreglan clavando un clavo. Sin embargo, creo que el asunto va más allá de nuestras historias particulares, la mía y la de Natalie, digo. Vivimos en una época atravesada por un flujo de discursos infinito, y es fácil confundir ese streaming con la realidad, y la capacidad de manejarlo con la capacidad de gobernar la realidad. A veces escucho que la gente ya no lee, y pienso que es una forma extrañísima de enmarcar el problema. Lo que la gente ya no lee son libros: estoy bastante segura de que “la gente” nunca consumió más contenido que ahora, nadie nunca pasó más tiempo frente a una catarata de información sucesiva que ahora.
Soy relativamente joven y recuerdo cuando salías a la calle sin teléfono, cuando ibas al baño sin teléfono, cuando no estar hablando con nadie en general era no estar recibiendo palabras. Hablamos mucho de lo que esto produce en nuestra capacidad de atención, pero no sé si hablamos lo suficiente de lo que produce en nuestras nociones de realidad, y quizás sobre todo en nuestra capacidad de entender lo que no nos es dado como signo, como algo que no se debe interpretar y discutir sino que se debe tomar, enfrentar, utilizar para un cambio real en el mundo. Un poco lo escribió Slavoj Žižek también en un texto reciente contra la cultura woke, y en mi caso personal al menos vale el mea culpa: antes discutía con la derecha en Internet porque pensaba que era importante, hoy sé que lo hago porque me da cierta satisfacción el enemigo claro y la consigna clara: me dan satisfacción las cosas que entiendo y que sé hacer.
En cambio, cuando pienso en qué acciones deberíamos encarar, qué diagnóstico deberíamos estar haciendo de la realidad y qué soluciones deberíamos estar proponiendo —me refiero a mi generación, y al progresismo de mi generación, de ahí el plural— me toman el vacío y la angustia. Natalie Wynn tiene razón, jugar al debate racional con gente que nos odia es una pérdida de tiempo, pero no lo hacemos solo porque creamos que vale la pena. Lo hacemos porque enfrentar la realidad es demasiado difícil, oscuro y enigmático para los que solo sabemos hacer cosas con palabras, que ya no somos solo los chicos torre de marfil y manos de manteca de las facultades de filosofía.
TT
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