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LOS CUADERNOS DE INVIERNO

Tus zonas erróneas

Fabián Casas Cuadernos de invierno

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Muchos años después, entrando al Museo de Ciencias Naturales con mis hijos, en el Parque Centenario, habría de recordar el día en que mi padrino Bruno me llevó a conocer al inmenso meteorito que está en la entrada. Me dijo que lo tocara y me dijo que ese cuerpo metálico, oscuro, había estado en el espacio. Me pareció increíble. Le dije lo mismo a mis hijos. Lo tocaron.

Mi padrino era italiano y había peleado en la Segunda Guerra Mundial. Siempre contaba que había estado a punto de ser movilizado al África y que de ahí era probable que no volviera. Pero su pelotón se desmembró en Nápoles y estuvo sosteniendo un lugar sitiado por los aliados. En medio de la peste y del hambre . Finalmente se rindieron y fueron prisioneros. Me contó que los norteamericanos lo trataron bien. Mi padrino tenía una relación muy fuerte con su abuelo, el papá de su madre. El abuelo había muerto antes de la guerra y a él se le apareció una vez en sueño. Le dijo que se levantara y corriera. Mi padrino estaba durmiendo en una casa improvisada, se despertó, salió corriendo porque sintió el ruido de los aviones sobre su cabeza y en el lugar donde él había estado durmiendo cayó una bomba. La segunda vez que el abuelo apareció después de su muerte, fue en un sueño de la madre de mi padrino. El abuelo –me contó Bruno años después- se estaba haciendo el nudo de la corbata. La mamá de mi padrino le preguntó por qué motivo se estaba arreglando tanto y el abuelo le dijo: “Porque hoy vuelven Bruno y Ezio de la guerra”. Ezio era el hermano mayor de mi padrino. La madre se despertó y, por la tarde, escuchó en las noticias que Bruno y Ezio estaban desmovilizados, vivos, y volviendo.

Es increíble lo que podemos hacer en sueños. Solemos construir un personaje con dos o tres personas diferentes, y los sueños son inestables, precarios, potentes. Pero cuando volvemos a la vida diurna perdemos esa potencia. Quedamos presa de personajes de una sola cara. La realidad se vuelve en nuestra contra en vez de lograr estar a nuestro favor. Y la vida diurna y estereotipada nos quita lo mejor que tenemos: ese acercamiento productivo al inconsciente. ¿Por qué, si somos genios cuando soñamos, no lo seguimos siendo cuando despertamos y nos ponemos a escribir?

Mi padrino vino a la Argentina después de la guerra con un título de Bellas Artes para ponerse a trabajar en un fábrica de muebles, ya que él tenía un oficio que pocos hacían bien: tallar la madera. En esa fábrica trabajaba mi padre y se hicieron muy amigos, tanto que mi padre lo invitó a que dejara el hotel donde estaba en Flores y se mudara a la casa donde vivía con mi madre. Cuando yo nací, Bruno fue mi padrino de bautismo y con el tiempo se convirtió en la persona más importante de mi vida. Mi papá le construyó un taller en el patio grande de la casa vieja y ahí empezó a trabajar tallando madera de manera particular. Yo me sentaba tanto a la mañana como a la noche a hablar con él. Hablábamos de todo. Y recuerdo que fue la primera persona que me dijo que éramos mortales.

Trabajar la madera, insertarse en una nueva familia, dar amor como lo dio, debe haber sido sanador para él. Pero había algo que no podía negociar: su soledad.

En el galpón, en una pequeña biblioteca improvisada, Bruno tenía libros de los más disímiles. Recuerdo uno que se llamaba Tus zonas erróneas, que era de Wayne W Dyer y cuya tapa hasta el día de hoy me parece genial. Creo que es una de las grandes portadas de un libro de todos los tiempos. Un libro de autoayuda de los años setenta, posiblemente uno de los más vendidos de la historia. En la tapa, hay una figura inclinada como tocándose la cabeza, sufriendo, y la figura está construida tipográficamente con estas palabras: Culpa, miedo a lo desconocido, angustia, preocupación, vivir en el pasado, obligación, dependencia, deseo de justicia.

El hombre de la tapa, que está inclinado por un fuerte pesar, si se pudiera parar un poco más, parecería la figura del pensador de Rodin. En realidad es el pensador de Rodin, pero ya derrotado, por eso está más caído, captado en ese momento justo en que comprueba que el pensamiento, básicamente, es dolor.

Nunca había leído el libro hasta que esa tarde, después del museo, paseé con mis hijos por los puestos de libros del Parque Centenario y lo vi expuesto y lo compré. Por la noche me lo puse a leer y me impactó. Era un especie de Excel para lograr un estado de ánimo óptimo. Excel Rose. Lo que más me impactó es que había cierto tipo de tono del libro, de la voz del doctor Dyer, que me era familiar. ¿Dónde la había escuchado? Hasta que me di cuenta que era el tono de voz de las propagandas donde se venden productos y para los cuales sólo hay que llamar por teléfono: llame ya, llame ya. Dyer decía: si quiere ser feliz, si quiere derrotar a la angustia, llame ya, llame ya. Y además, a la par de que Tus zonas erróneas le resuelven el problema de la autoestima, también le enviamos estos ejercicios para que solucione su tendencia a la ira fácil. ¡Y por el mismo precio! Todo el libro es una celebración mecánica y media psicótica para poder encajar en sociedad.

Como le sucede a Nick Adams, el personaje de Hemingway, en El río de dos corazones, mi padrino había vuelto de la guerra con algún tipo de estrés post traumático. Trabajar la madera, insertarse en una nueva familia, dar amor como lo dio, debe haber sido sanador para él. Pero había algo que no podía negociar: su soledad. Todas las noche se cambiaba, se ponía un traje y se las tomaba. ¿A dónde iba? ¿Cuál era su vida secreta, dónde cargaba el combustible para soportarnos y amarnos?

Hay un poema de Philip Larkin que habla de esto, se llama Deseos: “Más allá de esto/ el deseo de estar solo:/ por mucho que el cielo se oscurezca con invitaciones/ por mucho que sigamos las instrucciones impresas del sexo/ por mucho que las familias se fotografíen bajo el asta de la bandera:/ más allá de esto, el deseo de estar solo./ Por debajo de todo, un anhelo de olvido:/ a pesar de las astutas tensiones del calendario,/ el seguro de vida, los programados ritos de fertilidad./ La costosa aversión de los ojos a la muerte:/ por debajo de todo, un anhelo de olvido”.

En inglés soledad se escribe de dos maneras: solitude o loneliness. Solitude es la soledad potente, la que sirve para meditar, la que se disfruta. Loneliness es la soledad que mata, la que aisla y endurece el corazón. Creo que mi padrino se debatió entre estos dos caminos y por suerte encontró el sendero que lo llevó directo a mi corazón.

FC

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