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“Alberto es así”: la crisis íntima de la foto de Olivos y los cambios que le piden a Fernández

Presidente Fernández en su oficina en la Quinta de Olivos

Pablo Ibáñez

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“Lo del hombre común no va más”. La frase resuena en el primer anillo albertista y tiene un eco histórico que remite a uno de los mandamientos inaugurales del Néstor Kirchner, aquel de “un hombre común con responsabilidades importantes”, línea que pronunció por primera vez en agosto del 2003 y repitió, luego, en otras trincheras mientras construía lo que le faltaba por, entre otras cosas, haber sido electo por 23% de los votos: autoridad presidencial.

Lo que post crisis del 2001 era un capital político es, veinte años más tarde, una especie de tormento para Alberto Fernández. El presidente habitó la cocina, la arquitectura íntima de aquel relato nestorista y quiso emularlo. Ahora, con justeza o no, la normalidad que profesa Fernández se volvió una debilidad, un rasgo de personalidad que debe corregir para -en cierto modo- empezar a ser presidente.

El affaire de Olivos, con sus imágenes y sus derivaciones puso luz donde antes había murmullos y quejas en voz baja, sobre los modos y hábitos del presidente. Su accesibilidad expresaba en la recurrente mención a que cambie el número de teléfono, sugerencia que Fernández desechó con el argumento de no dejar de ser el de siempre. Lo dijo en su primer discurso encendido post fotos de Olivos, aquello de que se olvidaba que era presidente. No quedó claro si era una autocrítica o una vindicación.

“Alberto es así”, fue la explicación repetida, con el rigor de lo irrevocable, del universo, amplio y diverso, que lo frecuenta más allá de su grupo chico, el cuarteto que se mueve a su lado: Julio Vitobello, Juan Pablo Biondi, Juan Manuel Olmos y Santiago Cafiero. Ahora es genérica una demanda de todo el FdT para que Alberto, que es así, cambie. El episodio del cumpleaños de Fabiola Yañez tiene un doblez puntual. La primera dama nunca se integró a la galaxia política de Fernández, tiene su propia órbita y respecto a la fiesta se suele invocar que el entorno no intervino.

Pero, además, el cambio que “necesita” Fernández debe operar según sus reglas. “Nadie le pone el Secretario General a un presidente”, dictamina un funcionario en medio de la metralla sobre el entorno. Otro agrega que si hubiese algún núcleo duro de lugares innegociables, esos que Fernández no cede, eso incluye a su vocero y a su jefe de Gabinete. Se extiende la línea a quien le cuida la firma, en este caso Vilma Ibarra. Con Santiago Cafiero, que estuvo en el menú de candidatos, el presidente revalidó que hay algunas clavijas que solo él puede tocar aun en un gobierno de coalición.

Otra voz, un íntimo de Fernández que entra y sale de ese círculo, agranda la mancha de aceite de lo intocable para un presidente hasta el ministro de Economía. Traducido: la intimidad y los dos resortes esenciales de la gestión, la jefatura y Economía, Cafiero y Martín Guzmán, los que el sistema político asume como ejecutores de la gestión o responsables de la no gestión.

No habrá, se jura en todas las trincheras, cambios hasta después de las elecciones y, además, los cambios tendrán distinta dimensión según el resultado. “Lo que se haga, si se hace algo, será después, noviembre, fin de año”, estiran el calendario desde la cima del gobierno. “Alberto tiene que cambiar algunas cosas. Y el entorno lo tiene que ayudar”, dicen dentro y fuera de ese entorno, y anticipan cambios “de forma”, que quizá sean los que importan.

Causas y azares

Pero, al final, “Alberto es así”. El fin de semana se vio con Gregorio Dalbón, el abogado que lo patrocinó en la denuncia contra Patricia Bullrich sobre el expediente Pfizer. Lo recibió en Olivos y hablaron sobre una posible táctica judicial frente al juicio por el festejo en Olivos en medio de la cuarentena. El miércoles, temprano, una fuente aseguró que Dalbón no era el abogado del presidente en la causa, que Fernández lo consultó para ver qué opinaba pero que no está decidido que sea el representante legal. Dalbón, mientras tanto, ofició de vocero mediático. Esa radialidad, una virtud del Fernández operador, aparece ahora como una vulnerabilidad.

El lunes se produjo otro episodio en torno a una nota publicada en el portal Infobae que invocaba dichos de Fernández a su círculo sobre la estrategia judicial. La teoría del “peligro abstracto” supone que como no hubo contagios producto del brindis del cumpleaños no existe delito alguno. El dato, que se fugó de Olivos, contrarió la estrategia oficial de apostar a que el tema se diluya. “Queremos que no se hable del tema y lo ponemos nosotros en la agenda”, se mortificó un funcionario y sobreabundó, con pelos y señales, sobre los off.

El miércoles, temprano, Fernández volvió a dictar clases por Zoom en la cátedra Teoría General del Delito y Sistema de la Pena, que dirige en la Facultad de Derecho de la UBA. Lo hizo y, más tarde, hubo un comunicado oficial. El rasgo del presidente que no deja de ser el profesor de la UBA pero, a la vez, el hecho que remite al profesor de Derecho que dijo, 48 horas antes, que no había delito en un episodio que, desde el punto de vista política, era inaceptable al punto que él mismo admitió el error y pidió disculpas.

Se apilan, en paralelo, datos y elementos que parece sacarle ruido electoral al affaire del cumpleaños de Yañez. Mediciones que reflejan un impacto ínfimo, aunque sometidos al poco tiempo que falta para la primaria del 12 de septiembre, y registros personales sobre que el asunto no explotó lo que se imaginó que explotaría. “Cuando estalló lo de los bolsos de López no podíamos andar por la calle, nos puteaban a cada rato. Ahora eso no pasa”, cuenta un peronista que trabaja la campaña de Leandro Santoro en CABA.

Responde, dicen en el gobierno, a que la campaña está planchada y que no hay clima electoral a pesar de que faltan apenas dos semanas y media para las PASO. “Refuerza el rechazo de los que están en contra y a los nuestros, aunque no les cayó bien, no les va a hacer cambiar el voto”, analiza una fuente oficial. Detectan, incluso, un giro en el discurso de María Eugenia Vidal que dejó atrás su tono moderado y endureció su perfil.

En el oficialismo leen ahora lo que hace una semana contaban en el corazón del larretismo: que crece el voto a la derecha, que migra a Ricardo López Murphy en la primaria de JxC y a Javier Milei por afuera. Sin tanto volumen, algo similar ocurre en la provincia de Buenos Aires. “Después de sacarlo de las listas y de la campaña, ahora necesitan de Macri para hablarle a los duros”, teoriza un operador frentodista y advierte que la “derechización” de Vidal le ofrece al FdT la oportunidad de moverse hacia el centro. El último spot de Santoro hace foco en ese matiz.

“Preocupa la radicalización de Vidal. Debe ser por los malos resultados que arrojan las encuestas. Empezó la campaña hablando de lo lindo que era volver al barrio de Flores y ahora habla de muertes y luto”, apuntó un campañista de CABA. Otro aporta que el mensaje de Vidal, por venir de ser una figura bonaerense y porque la unicidad que genera el AMBA, derrama hacia la provincia aunque Diego Santilli -que también se mostró con Macri- tiene que mantenerse en el centro que le disputa Facundo Manes.

PI

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