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Fernández en el Congreso: dos versiones en disputa, bajo el efecto del 27-F

Alberto Fernández, durante su visita a Tucumán

Pablo Ibáñez

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Alberto Fernández temió un cataclismo: se preparó para cerrar su peor semana como presidente con una marcha hipercrítica, con réplicas en todo el país. La imaginaba masiva, ruidosa, repleta de postales de plaza tomada, ese simbolismo tan freucente en el peronismo de café. A la espera de ese sacudón, se refugió en Olivos. Le dio franco a sus escoltas habituales y se encerró a tachar y enmendar el discurso que leerá el mediodía de este lunes en el Congreso.

“Pensamos que iba a ser peor que la marcha por Vicentin”, se confesaron unas horas después en el micromundo Fernández. La referencia grafica el pavor: la movilización del 20 de junio de 2020 fue una reacción al anuncio presidencial de expropiar la cerealera santafesinay operó como un golpe durísimo. Aquella marcha fue masiva, rompió un clima e instaló la presunción de que era una imposición de Cristina Kirchner. Dejó a Fernández en un pésimo lugar, el de ejecutor de los mandatos de la vice.

Al desactivar la marcha oficial, Fernández se inmunizó de dos efectos: que la del 27-F sea más voluminosa que la del 1-M y que la movilización propia sea prolífica en tumultos, con más micros que barbijos, un prejuicio clasista pero eficaz.

Al caer el sábado, el panorama era diferente al esperado en la cima del gobierno. Aunque será difícil que algún funcionario de primera línea lo reconozca en on, el diagnóstico fue que la protesta fue mucho menor a lo esperado, con poco volumen de concurrencia a Plaza de Mayo y baja repercusión en las provincias. “Con la crisis por el vacunatorio y los medios convocando durante cuatro días a la marcha, pensamos que iba a explotar”, se relajó una fuente oficial.

Más temprano, vía Twitter, Fernández desactivó la marcha al Congreso que convocaban intendentes, gremios y organizaciones sociales. Al hacerlo, se inmunizó de dos efectos: que la marca del 27-F sea más voluminosa que la del 1-M y que, además, la movilización sea prolífica en tumultos, con más micros que barbijos, un prejuicio clasista, pero eficaz en el marketing.

Cuando al atardecer tuiteó por las bolsas mortuorias, Fernández pareció sacarse de encima el stress de un tsunami que no ocurrió y, a la vez, escarbó en lo que entendió como una debilidad de la protesta: el tono más violento, ideologizado y partidario, esa performance efectista de una agrupación juvenil “republicana” de impacto publicitario que derivó en, aun cautas, impugnaciones de dirigentes de Juntos por el Cambio como Martín Lousteau.

Hay que leer lo que ocurrió la tarde del sábado para tratar de adivinar qué Fernández hablará frente al Congreso: ¿el que se paró delante de una pantalla que decía “Argentina querida” en el CCK junto a personalidades de la industria, el trabajo y la “sociedad civil” para proponer un acuerdo a largo plazo o el que estalló, el martes, desde El Zócalo? No fue un impulso, fue una decisión táctica que, posiblemente, repita en el Congreso: atacar en defensa propia, hablar desde su figura y martillar con el concepto de que el escándalo no lo involucró.

La decodificación que el Gobierno hace de la protesta no solo es que la imaginó más masiva sino que no lo fue porque la oposición se quiso montar sobre el escándalo y eso, en vez de potenciarla, la diezmó. “Tienen que ir a cobrar, en elecciones, al menos algo de lo que expresan”, teorizó un armado oficial sobre la presencia de Lousteau, Mario Negri, Cristian Ritondo y, Patricia Bullrich, una habitué de las protestas, que se mueve como en cancha local.

¿Por qué, si la indignación por las vacunas de privilegio fue generalizada y transversal, no hubo un cacerolazo y la marcha fue lo poco que se vio? Una respuesta posible, de laboratorio, la puede dar el “Estudio de Cultura Política de los argentinos” de FLACSO, que dirige Ignacio Ramirez, y mide entre otras muchas cuestiones, el “nihilismo político” a partir de la afirmación de que “son todos lo mismo”.

“El hallazgo fue bien interesante: rechazo mayoritario. La polarizacion reduce el nihilismo. En 2013 solo 35% manifestó a favor de esa idea. Pero desde entonces crece todos los años y en 2020 el indicador alcanzó el valor más alto de toda la serie: 45% de acuerdo con la idea”, apuntó Ramirez.

Hay, en el Gobierno, otra interpretación: que las marchas anteriores, incluso la de Vicentin, fueron un compendio de quejas diversas, de terraplanistas a antivacunas, de anticuarentena a nostálgicos del anticomunismo. Una protesta a la carta: la plafatorma se armó y cada sector llevaba su propia bandera de enojo, que a veces eran incluso contradictorias entre sí.

Este sábado, como registró elDiarioAR, sonó el “que se vayan todos”, que Bullrich dijo que la excluía y que activan los antisistemas que se preparan para competir en elecciones, es decir dentro del sistema.

Fernández recibió un texto largo, recargado, con mucho recuento de cifras y medidas, y lo sometió a su propio filtro. El escrito que le acercaron Gustavo Beliz, Santiago Cafiero y Alejandro Grimson fue casi un ayudamemoria sobre el que el presidente pondrá -en estas horas cambiantes- su impronta, el color y el tono final: Barricada o de Mesa de diálogo, El zócalo o el CCK.

En su discurso, hará un pedido para que el Congreso discuta la reforma judicial, se concentrará en el plan de vacunación para tratar de dejar atrás el escándalo de los privilegiados, mixturará obra pública con repunte de la economía. No aparecen, a simple vista, grandes anuncios pero Fernández se guarda esa carta junto al tono final que, todo indica, será un coctel: fuego sobre los sectores más duros y guiños a los sectores medios en un Congreso donde casi no quedan grises. “La oposición, por mas que la convocamos, siempre responde del mismo modo: no a todo”, es el mensaje que baja del Gobierno.

PI

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