Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
#Peronismos

Kicillof, el millón de asados de Kirchner y las traiciones peronistas

#Peronismos

0

- No importa que puteen. Si eso no afecta la alianza electoral ¿Qué cambia? Igual, a Axel ninguno lo puteó en la cara.

El sujeto implícito, el teórico ejecutor de insultos es esa entidad llamada intendente que llega a la cima de la cadena alimentaria política en el intendente del conurbano, que opera (o pretende operar) como contrapoder o soporte de los gobernadores de Buenos Aires. Desde siempre.

Axel Kicillof, a un año y dos 2 días de asumir -lo hizo el 11 de diciembre, no el 10- todavía no encontró el punto de equilibrio en un juego que no quiere o no sabe jugar con la cofradía peronista. La queja repetida de los alcaldes es la falta de charlas mano a mano; Kicillof dice que se habla siempre que hay que hablar. “Ningún intendente puede decir que no le atienden el teléfono acá”, es el mantra habitual.

Son especies diferentes que invocan literaturas distintas sobre el diálogo: A la jerarquía del conurbano le gustaría que Kicillof los consulte más sobre las medidas, los haga parte, los siente a su mesa de decisiones pero el gobernador, salvo episodios puntuales y extremos -como el levantamiento policial de septiembre- se refugia en los propios, define y luego comparte el menú cuando ya está servido.

Néstor hizo un millón de asados con los intendentes y con Massa ¿Y al final no lo traicionaron?"

Hay una coreografía política, un ritual, sobre los encuentros entre los gobernadores y los intendentes, una especie de camaradería que se grafica en los asados y las sobremesas, la construcción de una hermandad política que está en el ADN de los jefes territoriales y que Kicillof desconoce, minimiza o deplora. Los asados como ring de la empatía no fueron, ni en campaña ni en la gestión, hábitos que el gobernador haya frecuentado con quienes se quejan de los Zoom maratónicos de Kcillof.

“Néstor hizo mil, un millón de asados con los intendentes y con Massa ¿y qué pasó? ¿No lo traicionaron?”, dicen en la zona orbital inmediata al gobernador, con un realismo brutal sobre esa pulsión que parece inmanente a la política: la traición. El formato Néstor lo desplegó, en los últimos años, Máximo Kirchner para recomponer con Sergio Massa y establecer un vínculo de confianza y cercanía con los alcaldes; una distancia de rescate.

Kirchner, Néstor, sedujo a los intendentes para que lo soldadeen en la ejecución política de Eduardo Duhalde que había sido por más de una década el jefe mayor de la provincia, una rara avis de lord mayor que llegó a gobernador. Desde entonces, vale recordarlo como deuda y fracaso de la política bonaerense, los que lo sucedieron fueron dirigentes superestructurales, Ruckauf, Solá, Scioli, Vidal, Kicillof.

Figuras gaseosas: cuanto más lejos de la tierra y de los territorios, más votables.

El factor Duhalde, que cada tanto irrumpe ardiente en la TV y tuvo varias charlas privadas con el gobernador, es una intriga para Kicillof que llamó a un dirigente para pedirle que le explique como funcionaba ese sistema de anillos de cercanía y escalafones, hoy todo nostalgia, llamado duhaldismo. Escuchó las indicaciones, las anotó en su libreta, no se sabe si para replicarlas, evitarlas o solo por curiosidad antropológica.

Al final, razonan en La Plata, lo que le importa a los intendentes es otra cosa: los 22 mil millones de pesos que la provincia les repartió para que paguen sueldos y la cuasi promesa de que no obturará el deseo de los alcaldes de que una interpretación judicial les permita competir, en 2023, por otro mandato. Es un salvoconducto que beneficia a 95 de los 135 intendentes de la provincia, según un mapeo que hizo el portal La Tecla

Sin esa tormenta, en La Plata proyectan un 2021 sin nubarrones electorales, diagnóstico que se basa en un dato: si no hay fracturas en el Frente de Todos (FdT), el riesgo se reduce. “El peronismo unido es imbatible”, le dijo un intendente de Juntos por el Cambio a un funcionario de Kicillof y repasó la estadística: la última derrota en una legislativa fue hace más de dos décadas, en 1997, Fernández Meijide versus Chiche Duhalde, donde hubo incluso, una fuga de dirigentes y votos peronistas vía el Frepaso de “Chacho” Alvarez.

Es cierto que el PJ oficial perdió en 2009, 2013 y 2017 pero en esos tres turnos el peronismo -AKA Frente para la Victoria- registraba cismas manifiestas o veladas que alimentaron a Francisco De Narváez, Massa y/o Florencio Randazzo.

Sobre las reelecciones plus, Alberto Fernández fue explícito durante un asado con intendentes en Avellaneda donde terminó de coronar el desembarco de Jorge Ferraresi como ministro de Vivienda de Nación, que en 2019 circuló como potencial ministro de Obras Públicas bonaerense pero, aun por su alta dosis de cristinismo en sangre, chocó contra una decisión no escrita de Kicillof de no sumar intendentes al gabinete: así como gambeteó la opción Ferraresi ni acusó recibo de una propuesta de los alcaldes para que Gustavo Arrieta, ex intendente de Cañuelas, fuera ministro de Seguridad. Luego Arrieta aterrizó en Vialidad Nacional.

Kicillof aplicó un modelo diferente al mestizaje del gabinete de Fernández. “A nosotros nos reprochaban por no abrir el gabinete, Alberto lo loteó todo y ahí tenés el resultado: muchos ministerios no funcionan y está lleno de internas”, dicen en La Plata, autodefensa del modelo Kicillof de ocupar casi toda la primera línea del gobierno con dirigentes de su cercanía, casi sin excepciones: dos de ellas son Andrés “Cuervo” Larroque en Desarrollo Social y Sergio Berni en Seguridad.

Berni fue objeto de diván peronista entre Fernández y Kicillof. En las horas del levantamiento, que se desactivó con un decreto presidencial que redirigió fondos que iban a CABA para fondear el aumento salarial de los policías bonaerenses, Fernández -que había padecido desafíos del ministro bonaerense- sugirió un movimiento con Berni. Kicillof pareció no entender, dijo que él lo resolvería, que no tenía ningún reemplazo.

Aquel salvataje pudo tener como contraprestación la salida de Berni pero no ocurrió y cristalizó una mecánica: la asistencia nacional funciona como un derecho adquirido, sin las trabajosas paritarias a las que Kirchner sometía a Felipe Solá y Daniel Scioli antes de enviar fondos para pagar salarios y que alcanzó el punto más alto entre Cristina y Scioli que en 2012 tuvo que “cuotificar” el aguinaldo. Kicillof era, en estos días, viceministro de Economía de Hernán Lorenzino.

En el 2020, la asistencia extra nacional rondará los 120 mil millones y para el 2021, Kicillof estima ingresos adicionales a la coparticipación por 150 mil millones. No hubo, hasta acá, chispazos en ese renglón ni pareció necesario un pulseo, quizá porque Cristina Kirchner, que arbitra siempre a favor de su protegido, Kicillof, es la garante de que esa asistencia drene sin obstáculos.

PI

Etiquetas
stats