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Segunda etapa

La remontada reseteó el mapa electoral del FdT pero no apaga la tensión interna

Alberto Fernández y Axel Kicillof durante el acto de cierre de campaña

Pablo Ibáñez

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En la quinta de Olivos, los comensales del asado de la “cuasi” victoria tuvieron que dejar sus celulares en una bolsa plástica. Con delay, luego del escándalo del cumpleaños de Fabiola Yañez, se protocolizó el acceso a la residencia y ya no es posible ingresar con teléfono. Incomunicada, Mayra Mendoza no pudo mensajear a Máximo Kirchner para preguntarle por qué no estaba en la cena y le hizo la consulta a Alberto Fernández. “Lo invité, pero dijo que no podía venir”, respondió.

El entorno del jefe del bloque de los diputados del FdT dijeron a elDiarioAR que Máximo no fue convocado al asado en Olivos. “No fue un faltazo. Que no salgan con eso de que no fue porque es caprichoso o lo que sea: falló la comunicación, lo debían invitar pero no lo invitaron”, confió un colaborador del presidente electo del PJ bonaerense. Desde la usina albertista, insistieron que la invitación existió, que “Wado” De Pedro -que estuvo presente- sabía de la cena y que se sorprendieron por una ausencia que astilló el clima festivo que instaló la remontada.

El teléfono descompuesto en la cima del FdT es una señal de futuras tempestades. Traducidas las posturas y los modos, el subtexto detrás de la tensión gastronómica entre Alberto y Máximo es la mirada sobre lo que pasó el domingo. Fernández lo asume como una resurrección, cree que la remontada lo devuelve al ring y le da un plus a su proyección política que el sábado por la noche cotizaba a la baja. Le agregó, luego, su primera Plaza de Mayo y la irrupción de sectores que, sin romper, quieren militar el albertismo. “Por primera vez, Alberto tiene en construcción un sujeto político propio”, teoriza un funcionario.

Al proponer PASO para elegir candidatos, Fernández no solo desplegó una zanahoria para neutralizar eventuales fugas sino que además se adueñó de una propuesta que en boca de otros se hubiese leído como un desafío al presidente.

Máximo procesa distinto el instante: consideró excesivo el tono celebratorio post elección, se subió sobre la hora, y casi a desgano a la marcha del miércoles, el cierre de una elección que no fue buena para el FdT y en el desglose puntual tampoco lo fue para el dispositivo K: salvo Quilmes, donde Mayra la dio vuelta, la derrota en Santa Cruz fue un golpe como lo fueron el traspié repetido en provincias donde el armado electoral lo digitó, o validó, Cristina Kirchner. Aquel hiperpragmatismo que la vice aplicó en La Pampa, Chubut, Santa Fe y Corrientes, donde se puso en juego -y se perdió- el quórum propio en el Senado.

“Todos festejamos la remontada o semi remontada, pero no hay que sobre girarse: hay que ponerse a trabajar y dar respuestas”, apuntan desde La Cámpora y recitan un menú de problemas que tiene, al tope, el problema del bolsillo: inflación-salarios-jubilaciones. Bajo la espuma de la supervivencia, Máximo tiene una mirada crítica, entiende que hay tensiones sociales que el gobierno -ni el FdT- decodifica y que eso se debe “discutir, procesar y sintetizar”.

Es admirable la fe de Guzmán en sus propias destrezas para, al mismo tiempo, acordar con el staff del fondo y contentar al staff del Frente de Todos. Una habilidad suprema que es como jugar dos deportes diferentes al mismo tiempo.

Cajón de arena

El 14-N reseteó el mapa electoral del FdT. Fernández ganó aire y asumió, según contó a sus infidentes, que tiene por delante un tiempo para reconstruir su figura y validar el mandato de los votos del 2019: del acierto, o no, de esa aventura dependerá si llega al 2023 con expectativas de reelegir o no. “La clave es poner racionalidad: no da para más un presidente que esté coartado en su autoridad”, plantea un dirigente con password de acceso a Olivos.

En el cajón de arena del peronismo se completa, según el albertismo, con otras variables comparativas. Una, particularmente maliciosa, apunta a Juan Manzur, el jefe de gabinete. “Nos vino a decir cómo había que hacer las cosas y terminó ganando en Tucumán por un punto”, tira un buscapié un dirigente del PJ que agrega al diagnóstico el panorama de los gobernadores que, meses atrás, podían aparece como “competidores” de Fernández. Además de mirar a Axel Kicillof, que perdió pero al que la remontada le dio sobrevida, en esa lista agregan a Sergio Uñac, el sanjuanino que aparecía como la esperanza blanca de un peronismo racional y tuvo la peor elección de su historia: ganó por 5000 votos.

El emergente, y ahí radica la relevancia de la cumbre que tuvo el martes con Fernández, es Jorge “Coqui” Capitanich. Dio vuelta la elección en el Chaco y fue uno de los que le sugirió al presidente que levante la bandera de las PASO para elegir a los candidatos del 2023. Capitanich lo propone hace tiempo pero cuando Fernández lo hizo el miércoles en el discurso en Plaza de Mayo, no solo desplegó una zanahoria para neutralizar eventuales fugas o cismas, sino que sobre todo se adueñó de una propuesta que en boca de otros se hubiese leído como un desafío al presidente.

Quedan, por delante, dos expedientes que se encaminan a convertirse en disputas en carne viva dentro del Frente de Todos. Martín Guzmán, al que en el gabinete elogian por su optimismo, trasmite que el acuerdo con el FMI está cerca y que, además, los términos del mismo pasaron, a grandes rasgos, los múltiples filtros del oficialismo: Alberto, Cristina, Máximo y Sergio Massa. Es admirable la fe del ministro de Economía sobre sus propias destrezas para acordar con el staff del fondo y a la vez contentar al staff del Frente de Todos. Casi una habilidad suprema que consiste en jugar dos deportes diferentes al mismo tiempo.

Después del 10 de diciembre, con el oficialismo ya en minoría en el Congreso, se discutirá el proyecto de Presupuesto que ya es viejo. El déficit, proyectado en 4, terminará en 3 y el crecimiento previsto de 7 se encamina a ser 9. El kirchnerismo tiene borradores listos para pedir que se ajusten esos números porque la previsión de un déficit de 3,3 del PIB para el 2022, con una nueva pauta de crecimiento de la economía, obliga a reordenar los números. Será, posiblemente antes que la cuestión del FMI, el tema donde se expresará una diferencia dentro del FdT.

En Casa Rosada se preparan para nuevos chispazos y no descartan que haya sacudones públicos como una carta de la vice o un discurso incendiario en el Congreso. Máximo avisa, por lo pronto, que es imprescindible armar un mecanismo para que las tensiones internas se ordenen, se reconozcan y se administren. “Tiene que haber diálogo continuo, construir definiciones en conjunto, partir de verdades relativas y buscar la síntesis. Es un gran esfuerzo pero hay que hacerlo”, explican desde La Cámpora.

¿El formato es la institucionalización del FdT? No necesariamente. Héctor Daer, uno de los triunviros de la CGT y uno de los convocantes iniciales a la marcha del 17-N, de diálogo casi diario con Fernández, puso en palabras -durante una entrevista en C5N- lo que se piensa en Olivos: el peronismo no es un partido asambleario, la institucionalización podrá funcionar pero “el que toma las decisiones es el presidente”.

PI

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