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A 16 años de la Tragedia de Luis Viale: “Acá murió gente cosiendo tu ropa”

La casa donde funcionaba el taller de la calle Luis Viale, en Caballito.

Lula González

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Callao y Rivadavia. Una mujer camina en medio de la manifestación masiva del 24 de Marzo. Lleva una bandera whipala que carga en su hombro y que desplegará en el momento oportuno. También lleva otra que dice:  “Justicia para las víctimas de la masacre de Luis Viale”. 

 Su remera, en la parte de atrás, tiene un contundente mensaje: “Hubo gente que murió cosiendo tu ropa”. La mujer se parará en una esquina y charlará con otros activistas. En medio de la multitud, repartirá folletos y contará su historia de lucha. Esa mujer es Lourdes Hidalgo, una de las sobrevivientes del taller textil clandestino que se incendió el 30 de marzo del 2006 y que dejó un saldo de seis muertos, algunos de ellos, niños.

 Un desperfecto eléctrico inició las llamas que mataron a: Juana Villca de 25 años de edad (estaba embarazada); Wilfredo Quispe de 15; Elías Carbajal de 10; Rodrigo Carbajal de 4; Luis Quispe de 4 y Harry Rodríguez de 3 años. Lourdes sacó del fuego al hermano de este último.

 Este 30 de marzo se cumplieron 16 años.

 

Esclavas

Lourdes Hidalgo Luján tiene 55 años, es de origen Aymara y emigró de Bolivia en el año 2004, dos años antes del incendio que la marcaría para siempre. Con deseos de progreso y buscando un porvenir escuchó a sus compatriotas que le aconsejaban venirse a la Argentina donde podría trabajar y ahorrar. “En Bolivia yo me había quedado sin trabajo y me decían que acá podía ganar en dólares. Entonces pensé que sería un buen plan irme por seis meses, trabajar y volver a La Paz donde están mis hermanos y mi madre”, relata.

Sin embargo, al llegar se dio cuenta de que ganar el dinero que le habían prometido iba a ser muy difícil: “Trabajé en costura, vendía en la Salada entre otras cosas y vivía en una casa con otros compatriotas. Todo era muy sacrificado, pero me las arreglaba”.

 Fueron esos compatriotas y amigos los que le contaron de un trabajo en un taller textil sobre la calle Luis Viale, exactamente en Luis Viale 1269, en Caballito, donde aceptaban sobre todo a trabajadores bolivianos. Una amiga le presentó a Luis Sillerico Condorí, uno de los capataces, también de origen boliviano. “Ahora me doy cuenta por qué eran nos aceptaban solo a nosotros. Porque siempre tienen a los bolivianos de sufridos, de sumisos y obedientes. A los peruanos y a los paraguayos no los querían ahí, ahora entiendo todo lo que pensaban de nosotros”.

Las jornadas en el taller eran extenuantes y duraban desde las 7 de la mañana hasta las 23. Algunas veces se extendían hasta las 2 de la madrugada. Durante una semana Lourdes confeccionaba 500 pantalones de jean para hombre.

En el medio de esas jornadas agobiantes, donde se armaban los acullicos de hoja de coca que les servían de energizante, Lourdes ponía algo de música para distraerse. Recuerda lo que sonaba en ese momento y todavía evoca un tema del cantante “Osito Pardo” que dice “Mi vida no vale nada”.

A pesar del esfuerzo y las horas invertidas, los capataces le informaron que el pago era cada 3 meses. No podía esperar ese tiempo para seguir pagando su pieza, entonces Lourdes se mudó al galpón de Luis Viale.

 -¿Cómo se vivía en ese lugar?

 -El galpón estaba dividido en tres partes: el taller con las máquinas, un entrepiso de madera y un piso más alto con una escalera precaria bajo un techo de chapa. Las familias se armaban sus piezas y, para tener privacidad, las separaban con bolsas de nylon. Algunas familias tenían catres, otros dormían en el suelo. Recuerdo a Wilfredo, uno de los chicos que murió. Wilfredo dormía en el piso.

Lourdes aún recuerda el olor a humedad, el calor por el techo de chapa y el aire impregnado de la transpiración humana. “Teníamos un solo inodoro para 65 personas”, dice.

 -¿Y cómo hacías?

 -A la noche, cuando querías ir al baño, tenías que hacer una fila. Algunas veces estabas hasta las dos de la mañana para hacer tus necesidades.

 -¿Tenían agua caliente?

 -No. Fría, nomás.

La única diversión de Lourdes en aquellos días era ver, en el televisor de una de las familias, una novela que se llamaba Isaura, la esclava. La historia de una mestiza, como ella, que tenía que enfrentarse a una serie de injusticias y además era una esclava. Como ella.

Dice Lourdes que le daban siempre la misma comida. De desayuno, té con pan. Y el menú que preparaba Flora Quispe (otra obrera textil) se reducía a tres platos de lunes a lunes: arroz, papa y salchichas (o alitas de pollo) y fideos con papa y huevo.

El día del incendio

“Me quedaban pocos días en el taller. Ya los capataces me habían corrido porque les pedí que nos habilitaran otro baño y no les gustó. Desde ese momento dejaron de hablarme y de saludarme” relata Lourdes. El capataz Correa le dijo que si terminaba de coser la tanda de pantalones que le quedaban le pagarían lo que le debían y podría irse del lugar.

El 30 de marzo, Lourdes esperaba una de las máquinas para terminar los pantalones que le quedaban por hacer, pero no encontró ninguna desocupada. Una amiga que estaba cosiendo la mandó a descansar a su pieza con la promesa de avisarle al momento de que se desocupara alguna.

Mientras intentaba dormir un poco Lourdes sintió el humo que ingresaba por el único hueco en la pared, un agujero hecho a los mazazos al que llamaban ventana. Pensó que provenía de los vecinos. En pocos segundos se dio cuenta de que no. Vio cómo crecía el humo y se levantó de un salto. En el camino, agarró la mano de un niño que zapateaba por el ardor del piso. Los catres y las bolsas de nylon que funcionaban de divisor de cuartos ayudaron a que el fuego se esparciera velozmente.

 “Recuerdo que tragué un humo negro y vi cómo se derritió el televisor en el que veía la novela”, cuenta.

Algunos obreros salieron y pidieron ayuda a los vecinos, vecinos con los que hasta el momento no habían tenido relación, así de clandestino era el taller. El ruego era para que llamaran a los bomberos porque todavía había gente adentro. “Muchos sabían qué pasaba ahí, pero nunca hicieron nada”.

Los sobrevivientes fueron llevados por los mismos capataces a otro lado para que no hablaran con los medios. Recién le facilitaron una ducha e higiene personal tres días después del incendio. Cuando fueron llevados a un hospital, muchos de los obreros presentaron cuadros de tuberculosis y muchas de las obreras estaban embarazadas y necesitaron asistencia especial.

El juicio llegó en 2016, diez años después de la masacre, y condenó a los capataces del taller, Juan Manuel Correa y Luis Silleric Condori, por los delitos de “reducción a servidumbre con fines de explotación laboral con estrago culposo seguido de muerte”.

En el año 2019, a los dueños del inmueble y de las marcas de ropa, Daniel Alberto Fischberg y Jaime Geiler, se les entregó las llaves del lugar y permanecen impunes. El 18 de marzo del 2022, el capataz Sillerico Condorí obtuvo la excarcelación.

La Comisión por la memoria y justicia de los obreros textiles de Luis Viale, encabezada por Lourdes Hidalgo, pide que el lugar sea expropiado y convertido en un centro de memoria: “Queremos que sea un centro cultural donde los jóvenes puedan saber qué pasó allí, que puedan tener actividades y que sea un lugar de contención. Algo que nosotros nunca tuvimos”.

Lourdes se propuso dar a conocer su historia y la de sus compañeros, y va a cuanto evento la inviten para contar lo que pasó aquel 30 de marzo en la calle Luis Viale. Hace arreglos de costuras y quedó con una salud muy vulnerable tras el incendio. También escribe poesía.

 Taller clandestino, ropa sucia/

 por paga miserable del negrero/

 vampiro que recluta la penuria/

 patrón del infierno de los lienzos.

 ¿Con qué contás hoy para seguir tu lucha, Lourdes?

 -No tengo mucho, pero tengo mis palabras. Para los pobres muchas veces no hay justicia, por eso pretendo que al menos haya memoria.

LG/CC

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