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EL FUEGO ARRASA EN TIERRA DEL FUEGO
Corazón en llamas: viaje al incendio forestal en los confines del mundo

Desde el 30 de noviembre un incendio arrasa la reserva natural "Corazón de la Isla", en Tierra del Fuego. Ya fueron consumidas 9.000 hectáreas, el equivalente a cuatro veces la superficie de Ushuaia.

Gabriel Ramonet

Tierra del Fuego —

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“Yo sé que te estoy pidiendo mucho. Los cuadros nada más, y una boina. Lo que puedas rescatar. Lo que puedas”.

Fátima llora mientras envía el mensaje de audio, y su emoción queda registrada en el teléfono de Mariela, vecina en una casa de fin de semana ubicada en la reserva natural “Corazón de la Isla”, el centro geográfico de la provincia de Tierra del Fuego arrasado por un incendio forestal desde hace diez días consecutivos.

Fátima está ahora en Buenos Aires, lejos de su cabaña de madera rodeada de un bosque nativo tan frondoso que casi impide ver la construcción a pocos metros de distancia. Su padre murió hace un año, y su máxima desesperación consiste en salvar los objetos de mayor valor sentimental, justo después de una noche en que el viento con ráfagas de casi 100 kilómetros por hora acercó las llamas hasta 800 metros de su refugio austral.

La reserva está ubicada a unos 30 kilómetros en línea recta del municipio de Tolhuin, que significa “como corazón” en lengua de los Selknam, habitantes originarios de la región.

El nombre hace referencia al centro geográfico de la isla de Tierra del Fuego, a la mitad entre las ciudades principales de Ushuaia, 100 kilómetros al sur, y Río Grande, 100 kilómetros al norte.

Corazón de la Isla es una gran reserva de guanacos. Allí habita el zorro colorado fueguino, único cánido nativo, actualmente escaso y con riesgo de desaparecer de Tierra del Fuego. Entre la flora hay bosques milenarios de lengas, ñires y guindos

Es por eso que el área natural creada por un decreto provincial de 1995 y ampliada por ley en 2000 se llama justamente así: “Corazón de la Isla”, un área de alto valor escénico que protege sectores de bosque, turbales y una pequeña porción de ecotono, además de resguardar un complejo sistema de aguas comprendido por los lagos Chepelmut, Yehuin y Yakush que están interconectados, y por una porción argentina del lago Deseado.

En el lugar hay una gran reserva de guanacos y allí habita el zorro colorado fueguino, único cánido nativo, actualmente escaso y con riesgo de desaparecer de Tierra del Fuego, además de una variada cantidad de especies de aves, mientras que entre la flora se destacan los bosques milenarios de lengas, ñires y guindos.

El objeto de la creación de la reserva fue la erradicación progresiva de la cría de ganado para generar nuevos circuitos turísticos y fortalecer la integración de las distintas zonas con atractivos naturales únicos.

Pero el sitio también se puebla de pescadores durante el verano, que acampan y hacen fogones para cocinar y resguardarse del frío. Las autoridades ya tienen evidencia de que un fogón mal apagado el pasado 30 de noviembre en las proximidades del Río Claro, cerca del lugar donde funciona el “Refugio Fueguino”, una ex estancia reconvertida en alojamiento para visitantes, fue la causa de uno de los peores incendios forestales que registre la historia del Fin del Mundo.

Organización vecinal

Para llegar al “Corazón de la Isla” hay que recorrer la Ruta Nacional Nº3, la misma que a lo largo de más de 3.000 kilómetros une la avenida General Paz, ese borde que delimita la Ciudad de Buenos Aires, con Bahía Lapataia, casi sobre el Canal de Beagle, en el extremo sur del continente. Por la ruta 3 rumbo norte desde Ushuaia o al revés desde Río Grande, se llega a la zona de los incendios. El camino es asfaltado y desde la capital fueguina se atraviesa el “Paso Garibaldi”, una de las últimas elevaciones de la Cordillera de los Andes, se bordea el Lago Escondido y hasta el Lago Fagnano, un inmenso espejo de agua de 120 kilómetros de extensión compartido entre Argentina y Chile, en cuya cabecera se erige Tolhuin, un pueblo maderero y turístico de unos diez mil pobladores.

Unos 20 kilómetros después de Tolhuin, una ruta provincial de ripio sobre la margen izquierda constituye el acceso a la zona de la reserva. Allí, la policía mantiene un retén que solo permite entrar a los brigadistas y pobladores estables del lugar, y restringe el acceso a cualquier otra persona, inclusive a periodistas.

La sequedad extrema se palpa en el viento polvoriento que se levanta ante el paso de los vehículos, dejando nubes que se dispersan lentamente y se adhieren a la vegetación opacándole los colores.

“Atravesamos una situación de sequía extrema por las pocas precipitaciones registradas durante el invierno. El bosque virgen es muy antiguo con árboles de 40 metros de altura y mucho material combustible en el suelo”, reconoció la ministra de Producción y Ambiente de la provincia, Sonia Castiglione.

Los primeros kilómetros del camino de ripio ofrecen las vistas iniciales a los espejos de agua, aunque detrás, en los cerros arbolados, unas chimeneas encendidas que llegan hasta las nubes dan cuenta de la tragedia que atraviesa la reserva.

El humo que empieza a sentirse en la respiración, unido al polvo suspendido en el aire, confirma la cercanía de los focos más importantes. También lo ratifican los vehículos de bomberos, policía y protección civil que van y vienen de un lugar a otro.

Pasado la entrada al Lago Yehuín, aparece el cartel de “La Rinconada”, la única urbanización estable de la reserva donde conviven 60 familias, algunas con residencia permanente en el lugar y otras con casas de fin de semana.

El acceso principal es una pequeña línea divisoria del bosque que termina en la costa del lago. Sobre los márgenes de la entrada están los accesos a las viviendas, todas hechas de maderas de la zona, y siempre rodeadas de árboles.

“Si sos periodista te pido que cuentes lo que está pasando. No es lo que sale en las noticias”, se queja enseguida un matrimonio que trabaja frente a su casa. Los habitantes del lugar cortan la primera fila de lengas que sirve de cerco natural a las propiedades, para evitar que, si llega el fuego, esos árboles sirvan de mecha para quemar todo el resto. Con el mismo criterio, quitan las pilas de leños acumuladas para calefaccionarse, y las diseminan fuera de las propiedades. Todos trabajan en medio de la tensión y de las novedades que llegan a cuenta gotas.

“Desde que el fuego empezó a ser una amenaza, los vecinos se organizaron para trabajar. Cotaron árboles e hicieron un cortafuego en uno de los lados del predio. Mi marido es paciente cardíaco así que cada uno ayuda en lo que puede. Yo cocino tortas, por ejemplo, o llevo comida donde me la piden”, contó a este medio María Elena Rojas, una de las vecinas de La Rinconada.

“Nos sentimos abandonados por las autoridades. Entiendo que la prioridad es Tolhuin, porque tiene la mayor población, pero acá también necesitamos ayuda. El incendio empezó el miércoles 30 y recién el lunes 5 de diciembre a la noche vinieron algunos bomberos. La policía dio unas vueltas. Vimos pasar un par de veces los helicópteros, pero nada más”, se quejó Rojas.

“Aquí tuvimos que defendernos entre nosotros. Cargar tanques de mil litros con agua del lago y llevarlos a cada casa. Alquilar un camión. Organizarnos para comer y para comunicarnos”, agregó la vecina.

Dar pelea

En el barrio de la reserva natural no hay servicios públicos. El gas se almacena en zeppelin, la energía eléctrica se genera con paneles solares o dispositivos eólicos, el agua es del lago o de lluvia. Y tampoco hay señal de celular.

“Estuvieron tres días sin hacer nada. Por eso empezamos a organizarnos y a hacer cosas por sentido común. No vamos a atacar el fuego, pero sí prepararnos para resistir. Anoche vimos la montaña prendida a no más de 800 metros. Casi tuvimos que evacuarnos”, relató Reynaldo Rodríguez, presidente de la comisión que dirige La Rinconada.

“Lo que falta es coordinación, porque recursos supongo que tienen. Yo creo que a esta altura son culpables por omisión. Por no haber actuado a tiempo y evitar que se quemaran tantas hectáreas”, insistió Rodríguez mientras, a su lado, otros vecinos extraían agua del lago con una bomba y la seguían almacenando en tanques.

Como el lugar no tiene comunicaciones, los vecinos consiguieron un equipo para llamar por radio a Río Grande, donde un operador replica los mensajes en un grupo de WhasApp, y así se informan los familiares de los habitantes del barrio, que de otra manera tendrían que esperar horas para contar con novedades.

En “La Rinconada”, los propietarios dejan su casas sin llave para que, en su ausencia, pueden ir a dormir brigadistas o amigos de otros vecinos, entre ellos muchos jóvenes de menos de 20 años que van en cuatriciclos colaborando para sofocar las llamas

“A veces el fuego arrasa y otras se trasmite por aire, a través de las brasas que vuelan por el viento y encienden la copa de los árboles”, explicó Rodríguez.

De esa forma, el fuego llegó hasta la Isla Guanaco, dentro del Lago Yehuin, y afectó a los propietarios de asentamientos históricos en la zona.

“Tuvimos que reunir provisiones y equipos, como bombas de agua, mangueras, acoples, aceite y combustible. Logramos trasladar todo a la isla en bote. Una farmacia nos donó kit de primeros auxilios. Mi papá está desbastado, pero se va a quedar. Sin dar pelea no se va a ir”, contó Constanza Finocchio, hija de unos de los principales emprendedores de la isla.

“Todo a pulmón”

En “La Rinconada”, los propietarios de las viviendas dejan las casas sin llave para que, en su ausencia, pueden ir a dormir brigadistas o amigos de otros vecinos, entre ellos muchos jóvenes de menos de 20 años que van y vienen en cuatriciclos colaborando con las tareas de sofocación de las llamas.

Durante el día, un comedor comunitario funciona en la vivienda de la familia Loreto, un empresario de servicios logísticos que aportó camiones y máquinas viales para combatir el incendio. 

En el parque de su casa se cocinan decenas de hamburguesas en un chulengo inmenso, mientras personas dejan motosierras en hileras, hachas y picos, y otros entran y salen en camionetas o en máquinas viales.

“Hay que llevar comida a la estancia Los Cerros”, dice allí una voz con el dato adicional de que en el lugar el fuego se propagó por la parte posterior del predio, y otro grupo de voluntarios trabajó durante horas para sofocarlo.

Sin pensarlo, Mariela carga de provisiones su camioneta doble tracción y recorre por la ruta principal de la reserva los kilómetros que la separan del establecimiento donde reciben la mercadería y la agradecen.

Más hacia el sur, y por un camino secundario, el tráfico de camionetas y vehículos de seguridad se intensifica hacia la ex estancia Carmen, donde hoy funciona el “Refugio Corazón Fueguino”.

Cerca de allí, a la vera del Río Claro, donde se llega después de una senda ondulada y serpenteante, empezó el fuego que desató el desastre.

“Hicimos lo que pudimos ni bien nos avisaron. Familiares y amigos formaron un grupo de voluntarios. Eran catorce en total. Desde el miércoles hasta el viernes nadie más ayudó. Después llegaron brigadistas pero sin instrucciones de actuar. Se quedaron ahí, en el casco. Hasta hoy no vino ni siquiera una autobomba al lugar”, reveló Noelia Ruiz, integrante de la familia propietaria del refugio.

La mujer dijo que combatieron el fuego con “mochilas para ataques de incendio, baldes de lona y tanques de agua. Hicimos todo a pulmón. No entiendo cómo nunca se pudo coordinar una acción efectiva. La realidad no es la que muestran los posteos oficiales”, se quejó Ruiz. 

La propia ministra Castiglione admitió que el incendio ya afectó 9.000 hectáreas, lo que equivale a cuatro veces la superficie de la ciudad de Ushuaia.

La postura del Gobierno provincial es que el viento de los primeros días, cuya velocidad constante fue entre 60 a 65 kilómetros por hora con ráfagas de hasta 100 kilómetros, no permitieron el ataque directo del fuego y limitaron las tareas de contención, y que por eso tampoco se utilizaron en toda su capacidad los medios aéreos, un avión hidrante y dos helicópteros enviados por el Sistema Nacional del Manejo del Fuego (SNMF).

También mencionan que la zona comprende un bosque virgen “muy antiguo” con árboles de “40 metros de altura” y “mucho material combustible en el suelo”, en un lugar de “topografía compleja y pocos accesos” donde “hubo que priorizar la vida de los brigadistas”.

Una ventana climática de “cuatro días” abría esperanzas para contener las llamas después de diez jornadas de incendio activo y descontrolado.

Era un poco de calma en medio de la peor catástrofe ambiental de la que se tenga memoria en este confín de la tierra que tanto sabe de aventureros y de naufragios en la antigüedad, y que ahora sufre las agresiones y las consecuencias del hombre moderno.

GR/MG

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