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Vínculos
Performance "Ecosex walking tour" de Annie Sprinkle y Beth Stevens durante Documenta 14

Charlotte von Mess

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En algunas poblaciones pequeñas es notable que se llame señorita a una anciana que no se ha casado. Eso dejaría explícito que no tuvo relaciones sexuales ni hijos, que no tuvo pareja. En la misma línea, se define el estar sola o solo a no tener un partener sexoafectivo. O a tener tantos que no se lleve la cuenta. Desde la Bioneuroemoción, método cuántico que permite llegar a un equilibrio emocional a través de la revisión de las creencias inconscientes, el tener muchas parejas sexuales o ninguna responde al mismo programa, por ejemplo ser fiel a la madre o al padre (Edipo/Electra). Esa escuela también sostiene que nadie puede estar solo si está consigo mismo.

El término pareja es obsoleto desde el punto de vista de alguien asexual arromántico, incluso misántropo, y también para un ecosexual exclusivo. Es decir, aquellos que solo sienten atracción sexual hacia el mundo vegetal, mineral y cósmico.

La Directora del Instituto de Constelaciones Familiares de Madrid, Brigitte Champetier de Ribes, enumera cinco condiciones para la pareja sana desde el punto de vista de la psicología sistémica: te tomo tal y como eres; equilibrar el dar y el recibir; vivir la sexualidad; compartir en profundidad; la convivencia. El ítem de la sexualidad es lo distinto a una amistad. Pero los asexuales no cumplen con esa premisa necesariamente y de igual modo pueden llevar adelante una vida en pareja.

Afinar el erotismo

¿Cómo responde de manera implícita la ecosexualidad al anacrónico mandato de “estar en pareja”? En primer lugar aclaremos: ecosexualidad no es zoofilia. La zoofilia dejaría la puerta abierta a los abusos de poder: seguramente no se trataría de un hombre cisgénero sin armas teniendo sexo con un cocodrilo de 2 metros de largo, sino con un animal de otra especie al que pudiera someter. Montar a caballo (por ejemplo las personas con clítoris) y tener un orgasmo por frotación, es más una masturbación accidental que zoofilia. Una violación es abuso de poder, no tiene que ver con el placer sexual. Se usa el sexo como se podría usar el dinero o una bazooka para dominar a otro. Los ecosexuales exclusivos no repiten las prácticas que se realizan entre individuos de su misma especie, sino sería como llamar empanada árabe vegana, a una empanada de soja texturizada; o salchichas veganas a bastoncitos de seitán. Comer carne y versiones de eso; prácticas sexuales humanas y versiones de eso. No: el vegetarianismo, veganismo, crudiveganismo y la ecosexualidad son en sí mismos. Lo ecosexual no es un fetichismo. Si bien el término ecosexual es reciente, acuñado por Annie Sprinkle en 2010, la misma que dictó el taller sobre ecosexualidad y que fue invitada junto a Beth Stephens a la documenta 14 con su obra Ecosex walking tour (2017), el concepto es tan antiguo como la vida misma.  

En primer lugar aclaremos: ecosexualidad no es zoofilia. La zoofilia dejaría la puerta abierta a los abusos de poder

Los términos penetrar (excepto un pantano profundo) y lamer (un árbol) resultan peligrosamente abusivos con respecto a la naturaleza. Es como tener en cuenta solo el deseo sexual de los humanos. Vale aclarar que cuando me refiero a naturaleza, excluyo al homo sapiens. Lo interesante de la ecosexualidad es la afinación del erotismo: escuchar que comenzó a llover y salir a dejarse empapar, y de pronto, sentir la sorpresa de la piel erizada por una repentina corriente de aire frío. La escena en el documental Ecosex, donde una mujer abraza un arbusto de modo brusco, torpe, y le dice perdón perdón perdón, lo está lastimando al mismo tiempo que le pide disculpas por el daño que viene perpetrando su especie sobre el reino vegetal. Y la arrogancia de creer que se salva a la Tierra/Gaia con esas prácticas sexuales es bastante mesiánica, incluso ingenua. Distinto es alguien recostado sobre la tierra húmeda o ir caminando entre plantas y sentir como caricias sutiles el paso del cuerpo entre las hojas.

Ser ecosexual es un modo de ser anarcofeminista. Se dejan a un costado los supuestos beneficios que daría el tener una pareja sexoafectiva. Ya no hay otro para que te salve ni te complete ni te cuide. Incluso se puede tener hijos, ya que la ciencia ha conseguido crear seudoembriones sin óvulos ni espermatozoides, sin contar las tradicionales inseminaciones artificiales, fertilizaciones in vitro y vientres subrogados.

Muchas personas esconden los deseos de satisfacer sus necesidades afectivas codependientes tras el supuesto gran deseo de tener relaciones sexuales y orgasmos con otros. Pero lo que en verdad desean es no sentirse solos y la valía que les da socialmente. Si la cuestión fuera de índole sexual, se buscaría eso y nada más. ¿Tiene sentido construir una pareja con otro ser humano? ¿Para qué, para compartir una cuenta bancaria? Los celulares no tendrían sentido si desarrolláramos la telepatía. En ese sentido, hoy tampoco lo tiene el tener una pareja sexoafectiva, porque con ser solo sexual alcanzaría, y para afectividades y economía compartida se puede tener amigos, por ejemplo. En la Edad de Piedra el sexo fue una necesidad de supervivencia, en la Edad Media una necesidad cultural. ¿Y ahora?

La afectividad es propia de los seres vivos. La sexualidad es la sexualidad: no hace falta enturbiar el placer erótico. A eso lo entendieron bien los fraisexuales, personas dentro del espectro asexual que solo sienten atracción erótica si no conocen al otro. Eso no quita que alguien sienta cariño por un pene que le eyacula semen en la cara.

Estar en pareja y ser una persona maltratada, vivir abusos, y hasta violaciones por parte del cónyuge, es moneda corriente. Ya está estudiado que la mayor parte de los femicidios y travesticidios son cometidos por hombres cisgénero que han sido sus parejas, ex parejas o conocidos.

No tener pareja humana amplía la expectativa de vida. Es un beneficio secundario porque no es el motivo principal para vivir la ecosexualidad. Pero claro que se puede acusar a un tsunami, a un terremoto, a un tornado o a un incendio forestal, de asesinatos acorde a su tamaño (en masa). La gran diferencia es la intencionalidad. Descubrir el erotismo con la materia inorgánica es anticapitalista. Excepto que alguien se frote ambiciosamente contra pepitas de oro. Un personaje secundario de Las hijas del fuego (Albertina Carri, 2018), film descripto como como “la primera road movie porno lesbo-feminista”, como consta en la web del MALBA, donde se exhibió, podría considerarse asexual y autosexual. Por ejemplo, pasa patinando por un lugar donde varias están teniendo sexo y se mantiene indiferente. La escena se repite de otro modo luego: ella no siente atracción sexual hacia otros sino hacia sí misma. A simple vista no parece tener varios de los problemas que se le podrían endilgar desde el patriarcado por huir de sus obligaciones eróticas ciudadanas: ser fea, ser puritana, tener miedo a no poder dar ni recibir placer.  

Ser ecosexual no priva el tener que revisar los celos. Una persona contemplando el mar mientras siente el viento húmedo y fresco sobre el rostro, percibe tanto como otras ante esa misma situación. La persona que camina bajo la lluvia sosteniendo un paraguas y escucha las gotitas romperse contra el pequeño techo portátil en medio de una iluminación nubosa que no quema los colores, siente tanto como los otros cientos de transeúntes que hacen lo mismo al mismo tiempo, con consciencia ecosexual o no. Eso es poliamor. Y aunque haya una preferencia del agua por sobre el sol, es claro que se compensan: un baño de agua helada y el calor de una fogata. Ese equilibrio es lo que elimina la verticalidad de la que habla Brigitte Vasallo: ella sostiene que se le da importancia suprema a las relaciones sexuales. Entonces, las relaciones interpersonales que se combinen o contengan un acto sexual automáticamente se colocan por encima de las demás relaciones afectivas, lo que conlleva a suponerlas superfluas en comparación. Pero tanto lo asexual como lo ecosexual traen sospechas mohosas. El documental Eco sex, part real, part imagination (Maribel Forero y Jorge Nava, 2017) sobre un taller dictado por la dupla Annie Sprinkle y Beth Stephens, que son esposas, artistas y activistas postporno, puede confundir. Solo parecen estar fingiendo orgasmos o haciendo ejercicios respiratorios con sonidos orgásmicos, o reproduciendo como loa mística el sexo común y silvestre entre humanos.

La problemática de la Virgen María

La ecosexualidad podría estar implícita en la franja verde de la bandera LGBTTIQA+: verde aborto, verde pachamama. Aunque Sprinkle/Stephens consideran que es tiempo de dejar de llamar madre a la tierra y transformarla en amante, porque el lugar de hijos es de impunidad y el de amante, de responsabilidad. Pero, ¿por qué no podría ser ambas cosas a la vez? Se repite la problemática de la virgen María: el ser madre no incluye el ser sexual. 

La asexualidad está en el violeta. La línea que se desglosa en asexualidades es casi como una monocromía azul de Ives Klein. Sus pinturas pueden generar tanta sorpresa por la nada o el vacío, como la supuesta vida/nada de los asexuales, aunque como ellos mismos insisten desde AVEN (Asexual Visibility and Education Network), asexual no es sinónimo de virgen. No sentir atracción sexual hacia otros de la misma especie puede parecerle extraño a alguien que piensa en sexo gregario todo el día o a un adicto al sexo. Sería como estar ante pinturas monocromas de Klein versus estar en una retrospectiva policroma de Yayoi Kusama, Henri Matisse o Joan Miró. Las obras azul Klein vistas desde la perfección de los movimientos del judo que practicaba el artista, son eso: perfectas. Negar la maravilla del monocromo es como pretender que las violetas sean rosas. 

Coca Sarli en el cine de Armando Bó

En la película Ammonite (Francis Lee, 2020), hay una relación ecosexual entre la paleontóloga Mary Anning y el mar, las piedras y el frío. Está a diario horas y horas sola en la playa, que en verdad sería está horas y horas con la playa. Muchas escenas en el cine de Armando Bó son fantasías soft-porno ecosexual porque fueron filmadas para consumo masculino estándar de la época, no simplemente experimentadas. Dejo de lado la violencia de género que recorre los argumentos de sus películas, la gordofobia, el incesto, etcétera, porque merecen un capítulo aparte. 

Veamos: en Fiebre (1972), Sarli está desnuda bajo un tapado que se descubre para calentar sus grandes pechos a fuego de leña. En Desnuda en la arena (1969) se acaricia los pechos recostada en la playa con el mar de fondo, nada desnuda y luego rueda sobre la arena al mejor estilo carne argentina con pan rallado (ella nació un 9 de julio y fue Miss Argentina en el año 1955). En el documental Orgasmic birth: The best-kept secret (Debra Pascali-Bonaro, 2008), se muestran partos sin coitos ni masajes clitoridianos. Pero es claro que se vuelve erótico y sensual cuando una parturienta desnuda siente el agua tibia caer por su espalda mientras está en una pileta amniótica durante el lapso de las contracciones que le dilatan gradualmente el cérvix.

La ecosexualidad no es de una sola manera, como pretenden sus detractores, que en general no tienen argumentos importantes o solo se burlan. Por ejemplo, la youtuber Lalunenita critica algunas prácticas ecosexuales, pero no tiene empacho en contar cómo disfruta cuando va al campo y está cuerpo a cuerpo, ser a ser, con la naturaleza. 

Una mujer recostada desnuda sobre una cama sintiendo un poco de asco, cubierta por una tela blanca bordada con un agujero para que su marido la penetre (claro, luego de las correspondientes nupcias civil y religiosa) es un encuentro sexual como también lo es una orgía multiorgásmica. En ambos casos se podría decir que esas personas tuvieron relaciones sexuales. Sin embargo, otra de las cuestiones por las que no resultan interesantes los documentales sobre ecosexualidad es porque se la muestra demasiado humanizada y compartida, algo que en la ecosexualidad exclusiva no existe. En las escenas de Sarli se aprecia claramente la diferencia: mientras menos humanos hay incluidos, más ecosexual es.

Como la unión cósmica que muchos pudieron experimentar dándose un baño de eclipse de sol en Sagitario en diciembre de 2020. O como en la escena de Melancholia (Lars von Trier, 2011, otro cineasta acusado de abuso sexual, en este caso por Björk durante el rodaje de Dancer in the dark), cuando el personaje interpretado por Kristen Dunst se recuesta desnuda al aire libre y siente la energía del planeta que se acerca peligrosamente a la Tierra en una amenaza de colisión.

Sin lugar para el ego

Una de las diferencias más grandes entre ecosexualidad y sexo entre humanos, es que la naturaleza no tiene ego. Para un ecosexual exclusivo no hay distinción de género sino de especie, incluso de reino, vegetal o mineral. Es lo opuesto a un pansexual, que experimenta atracción sexual hacia otras personas independientemente de su identidad de género. La ecosexualidad es estar en el cuerpo conectado solo con los sentidos. Lo demás es meramente cultural, se está en lo que se quiere lograr, en el poseer. No tengo pareja / sí tengo pareja es muy mezquino, es muy distinto a estar en comunión espléndida, y poliamorosa, con la materia. 

(Traducción: Ignacio Havre)

Este artículo fue publicado en el número 1 de la revista de elDiarioAR. Si querés leer más textos como este podés asociarte y recibís el primer y el segundo número en papel.

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