Entrevista

Georgina Orellano: “Una parte del feminismo abandonó los problemas de las personas de los sectores populares”

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“Hoy hay tres menos. Hoy hay tres familias que están rotas. Y va a haber muchas más si no componemos el tejido social que está roto, si no nos hacemos cargo de que no le pasa a cualquiera. Dejen de repetir ese discurso clasista de que le puede pasar a cualquiera. No. Les pasa a las pobres”. La que habla enfurecida con un megáfono en la mano es Georgina Orellano, secretaria general de AMMAR, el sindicato de las trabajadoras sexuales de Argentina.

Participa junto a otras cientos de mujeres en la manifestación que tuvo lugar el miércoles en Plaza Flores cuando se supo que habían sido encontrados los cuerpos de Morena Verdi (20 años), Brenda Del Castillo (20) y Lara Gutiérrez (15). Las tres jóvenes fueron torturadas y luego asesinadas en Florencio Varela, a donde habían sido llevadas engañadas tras una propuesta de una fiesta sexual por la que les iban a pagar 300 dólares a cada una.

Orellano, de 39 años, sabe bien de qué está hablando. Lleva más de quince años poniéndole el cuerpo a la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales. Sabe de la precariedad a la qué están expuestas las mujeres pobres y marrones. La bronca que manifestó el miércoles es la que la moviliza. “Estamos enojadas”, dirá en entrevista con elDiarioAR. No solo con el Estado y con la Policía. También con el progresismo, con un sector del feminimo, con parte del peronismo y con la academia. Con todos los que les niegan voz y voto. Por eso, aprovecha todo espacio que le de la palabra para que no sean las “chetas” las que acaparen el discurso.

—¿Cómo comenzó su militancia en AMMAR?

—A principios del año 2010, cuando con un grupo de compañeras estábamos atravesando situaciones de violencia institucional y también hostigamiento por parte de vecinos Villa del Parque, donde yo ejercía el trabajo sexual en el espacio público. Pensábamos que lo que estábamos haciendo era un delito. Y no comprendíamos que aquello que los vecinos estaban destilando hacia nosotras era discriminación. Consideraban que la mayoría de los problemas que atravesaban de inseguridad eran responsabilidad nuestra. Y la policía se amparaba en ese discurso para extorsionarnos e intentar llegar a un arreglo económico para dejarnos trabajar tranquilas. Eso fue lo primero que nos acercó a la organización.

—¿Qué es la Casa Roja y desde cuándo funciona?

—La Casa Roja se fundó el 2 de junio del año 2019 y en principio fue tener un espacio propio. Veníamos de ser muy pocas compañeras que militábamos en la organización. Eso tiene que ver con el estigma, con lo que implica ser una trabajadora sexual visible. Entonces éramos muy pocas las que poníamos el cuerpo en el día a día. Y lo que pensamos fue poner ese músculo en un solo barrio, porque si no, no íbamos a poder abarcar todos los barrios donde se ejerce el trabajo sexual en la calle, sobre todo acá en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Durante un año recorrimos Flores, Villa del Parque, Villa Luro, Constitución, Once. Había una diferencia abismal primero en la cantidad de compañeras que ejercían el trabajo sexual en la calle en Constitución. Y casi en su totalidad también viven en el barrio. Vimos que las situaciones que desbordaban en ese barrio no tenían que ver solo con la violencia de la Policía, sino con problemas habitacionales, denuncias de que en los hoteles les cobraban el doble o el triple el valor de la mensualidad de una habitación, las condiciones de hacinamiento en las cuales vivían, la discriminación también por parte de los vecinos, mucha precariedad en cuestión a su acceso a la salud. Había muchas compañeras que nos denunciaban que cuando querían acercarse a algún hospital o a un centro de salud no las atendían.

—Por eso eligieron Constitución.

—Todo eso nos llevó a pensar que la organización tenía que estar ubicada en el lugar donde se desbordaba el conflicto, que era y que sigue siendo hasta el día de hoy el barrio de Constitución. Así que la Casa Roja fue primero un espacio propio y las que le fueron dando contenido fueron las propias compañeras trayendo sus demandas. Hoy es una casa de asistencia integral. Los servicios que tenemos son justamente los que demandan de manera permanente las compañeras. Tenemos un comedor comunitario que funciona tres veces por semana. Pero también tenemos asesoría legal y asesoría al migrante, porque hay un porcentaje muy alto de las compañeras que son migrantes y tienen muchísimos problemas para regularizar su situación. También hay un equipo de psicólogas que trabaja y aborda todo lo que es el consumo problemático, que en los últimos años se ha incrementado muchísimo, no solamente en nuestro colectivo, sino en la sociedad en general. Tenemos una escuela primaria, lo que tiene que ver con la demanda de compañeras que no han accedido a la educación y que no saben leer ni escribir. Demandaban que el sindicato pudiese tener un espacio educativo accesible en horarios, pero también sensibilizado, que sepa tratar con los sujetos que estamos atravesados por la criminalización y por el estigma, como somos las trabajadoras sexuales. Y también articulamos con la universidad que está en el barrio, la Facultad de Ciencias Sociales, con la carrera de Trabajo Social. Tenemos un centro de prácticas y todos los años recibimos estudiantes que están por recibirse de trabajadoras sociales, que atienden distintas demandas de las compañeras.

—En su libro Puta feminista: Historias de una trabajadora sexual comparte su experiencia personal. ¿Qué impacto tuvo para usted escribirlo en su vida y en su activismo?

—El activismo que nosotras llevamos adelante, nuestras reivindicaciones, son reivindicaciones políticas y colectivas. Entendimos en el recorrido de casi 30 años que tiene AMMAR como organización que siempre hay muchas personas que se detienen en las historias personales y que eso es un poco lo que sensibiliza. De hecho, hasta el día de hoy una tiene que demostrar cierto heroísmo para ser aceptada socialmente. Lo que hice con el libro fue contar por qué empecé a ejercer el trabajo sexual. Pero no reduzco mi activismo a contar mi historia. En el día a día lo que militamos tiene que ver con situaciones que nos atraviesan de manera colectiva: la violencia policial, la falta de acceso a la salud, muchísimas compañeras que se encuentran en este momento en situación de calle, viviendo en plazas, en ranchadas, por la imposibilidad de seguir sosteniendo alquileres costosísimos. Entonces lo que compartí en el libro fue primero un recorrido individual, pero después el recorrido colectivo: cómo me encontré con AMMAR, cuál fue la experiencia y nuestro proceso de transitar espacios feministas, con qué nos encontramos ahí, cuáles fueron las estrategias colectivas para romper con esos discursos victimizantes, qué pensamos del Estado. Las trabajadoras sexuales tenemos un pensamiento crítico que tiene que ver con que somos un movimiento político que nace como respuesta a la represión policial.

—¿Cómo es la relación con el feminismo, sobre todo con esa parte que no las incluye?

—Por momentos ha sido más conflictiva y más tensionada. Y ahora no es para nosotras una demanda urgente hablar con los feminismos. Vemos que hay un corrimiento de ciertos sectores del feminismo, no de todos, que abandonaron la territorialidad, los problemas de precarización, los problemas de hacinamiento, los problemas de las personas que venimos de los sectores populares. Y se centran en una agenda con cuestiones que para nosotras son irrelevantes, por ejemplo, explicando algo que sucedió en un medio de comunicación. Si nosotras nos dedicamos a eso, le quitamos el cuerpo a darle respuesta a una compañera que se quedó en la calle y que el hotel se quedó con sus pertenencias, dejamos de visitar a nuestras compañeras internadas en el Hospital Muñiz, que tienen tuberculosis, o de asistir a las que vienen a pedirnos un plato de comida o la ducha porque viven en la calle. Ahí hay una prioridad para nosotras. El cuerpo y la cabeza los vamos a poner en la demanda de nuestras compañeras. Y nuestras compañeras no nos demandan leer a Rita Segato. No nos demandan ver qué hizo tal canal de streaming. Nos demandan cosas reales que nos suceden a nosotras, como le suceden a un montón de otras compañeras de otros colectivos: las vendedoras ambulantes, los colectivos migrantes, las compañeras de la economía popular.

¿Qué hacemos con las personas que ejercen el trabajo sexual en Argentina? ¿Las criminalizamos o les damos un marco legal? La discusión es esa

—¿Hay algún tipo de política pública actual en Argentina con respecto al trabajo sexual?¿Qué propuestas considera que son las más urgentes?

—Hoy por hoy no hay nada con respecto a política pública que asista, contenga, resuelva, acompañe a las personas que ejercemos el trabajo sexual. Son inexistentes porque nosotras como sujeto somos inexistentes para el Estado. Las veces que el Estado ha querido hablar con nosotras siempre ha sido con categorías y con terminologías con las que no nos sentimos representadas, que son categorías de la victimización, que siempre esperan que nosotras contemos situaciones de violencia en nuestro trabajo. Pero cuando les decimos ‘sí, hay violencia en nuestro trabajo que tiene que ver con las fuerzas de seguridad que dependen de tu Estado, que dependan de tu Gobierno’, se corren. Son muy pocos los municipios que dialogan con las trabajadoras sexuales cuando llegan a denunciar situaciones de violencia institucional.

Pero hoy por hoy para nosotras lo urgente es la vivienda. Cada vez hay más compañeras que están en situación de calle o que viven en condiciones de hacinamiento, en las que ponen en riesgo su salud. Tenemos muchísimas compañeras diagnosticadas con tuberculosis y la tuberculosis no tiene que ver con el trabajo sexual. Tiene que ver con las condiciones habitacionales de las trabajadoras sexuales, que no tenemos un acceso a la vivienda porque no podemos alquilar, no tenemos un recibo de sueldo. La gran mayoría vive en hoteles y vive en pensiones de mucho hacinamiento, con mucha humedad, con condiciones de insalubridad en donde las exponen a este riesgo.

Y después tiene que haber políticas públicas que clarifiquen qué somos. ¿Somos delincuentes? Porque es una pelea constante con la Policía, que todo el tiempo nos para, nos pide el DNI, nos pone contra la pared, nos revisa, nos roba el dinero. Hacen operativos totalmente desmedidos, muy violentos. Y nosotras les decimos: mirá, si yo trabajo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no estoy cometiendo un delito trabajando en la calle. En todo caso, es una contravención, que es una cosa distinta. Hay compañeras que pasan horas detenidas en un calabozo sin haber cometido ningún delito. Necesitamos la derogación de estas normativas y una discusión política que no esté sesgada por miradas puritanas ni moralistas, sino que se base en la realidad. ¿Qué hacemos con las personas que ejercen el trabajo sexual en Argentina? ¿Las criminalizamos o les damos un marco legal? La discusión es esa.

Cuando invisibilizás a un sujeto político lo dejás expuesto a que cualquiera se sienta con el poder de hacer lo que quiera con esa persona

—¿Y hay algún espacio político que las acompaña?

—Nosotras hacemos política, pero la política nuestra es una política territorial y sindical. Pero sí entendemos que para transformar nuestra realidad necesitamos de articulaciones y de alianzas. Y esas alianzas las vamos a hacer con partidos políticos, con la universidad, con sectores del feminismo, con sectores sindicales, porque necesitamos generar una correlación de fuerzas que acompañe nuestra demanda y que no seamos solo nosotras en solitario y aisladas socialmente las que levantemos la bandera de derechos laborales para las trabajadoras sexuales. Es una pedagogía constante sentarnos a hablar con distintos actores políticos, sociales y académicos. Con algunos nos llevamos mejor, pero no hay ningún partido que tenga en su totalildad una posición a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales. Es una discusión que quiebra los partidos de adentro. Si hay algo que hemos aprendido en estos 30 años es que está claro que del otro lado no quieren nuestra existencia. Y eso es peligrosísimo, porque cuando invisibilizás a un sujeto político lo dejás expuesto a que cualquiera se sienta con el poder de hacer lo que quiera con esa persona. En el último año hay más compañeras que han sufrido agresiones por parte de los vecinos. Y eso sucede porque hay muchos que encontraron no solamente en el discurso del gobierno nacional, también en discursos que hay dentro de los feminismos, que son conservadores, repuritanos y que rozan el fascismo, un lugar para destilar todo su odio hacia las personas que ejercemos el trabajo sexual y no nos reivindicamos como víctimas.

Antes todo el feminismo era abolicionista. Hoy por hoy eso está en disputa y eso se debe a la presencia nuestra en esos espacios

—¿Siente que la base social de apoyo a las trabajadoras sexuales creció en el último tiempo?

—Creció. Tenemos 30 años de organización y más allá de que hacemos política territorial, sindical, popular, entendimos que tenemos que hacer alianzas y articulaciones con distintos sectores, porque es la única manera de poder llegar con una correlación de fuerzas y dar la discusión de que somos merecedoras de derechos laborales y no de calabozos, cárcel, discriminación y precarización. Tenemos muchas articulaciones, pero son parte de una pedagogía nuestra. No es que vienen a la Casa Roja, nos tocan la puerta y dicen: a ver, compañeras, queremos saber la situación que están atravesando. Nosotras invitamos a que vengan. Y son muy pocas las personas que después vuelven a generar una articulación. Hay algunos y algunas que nos dicen: mirá, yo apoyo la lucha de ustedes, pero tengo compañeras que no y en mi partido no hay una posición política definida y hay otras urgencias. Y en esas urgencias no entramos y menos en un año electoral. De un tiempo a esta parte sentimos que hemos ganado más apoyo. Antes todo el feminismo era abolicionista. Hoy por hoy eso está en disputa y eso se debe a la presencia nuestra en esos espacios.

No somos merecedoras de que nuestra palabra sea escuchada, como puede ser escuchada y legitimada la palabra de una persona de piel blanca, de clase media y que vaya a la universidad

—¿Cómo diferenciamos el trabajo sexual de la trata de personas?

—Cuando hablamos de trabajo sexual hablamos de personas mayores de edad que ejercen este trabajo de manera voluntaria. Hoy por hoy en Argentina la Ley de Trata, que se reformó en el año 2012, eliminó el consentimiento de las personas que ejercemos trabajo sexual. Por ende, aunque allanen el lugar donde trabajo y pueda mostrar un contrato de alquiler, un teléfono celular, mi DNI, alguna prueba de que estoy ejerciendo de manera voluntaria, esa palabra no es considerada válida. Y es peligrosísimo haber invalidado las voces de las trabajadoras sexuales y considerarnos seres infantiles que por más que seamos mayores de edad no tenemos la capacidad de decisión por nosotras mismas. Para nosotras eso es violento. Esa introducción a la reforma fue militada en el Congreso Nacional por sectores feministas. El feminismo siempre defendió el consentimiento. La principal ética del feminismo siempre fue defender el consentimiento de las mujeres, la voluntariedad, la palabra. Pero cuando el sujeto es una trabajadora sexual, todo eso no importa. Entonces entendimos y comprendimos que en la categoría de la mujer que ciertos sectores levantan no entramos todas. Nosotras no somos consideradas. Ya cuando nos dicen que nuestro consentimiento está viciado, nos están diciendo que somos indignas, impuras, deshonestas. No somos merecedoras de que nuestra palabra sea escuchada, como puede ser escuchada y legitimada la palabra de una persona de piel blanca, de clase media y que vaya a la universidad. Su consentimiento es mucho más válido que el nuestro.

Vengan a debatir con las trabajadoras sexuales, siéntense a escuchar lo que tenemos para decir

—¿De dónde saca la energía para trabajar, criar a su hijo, militar, hacer todo esto que cuenta?

—De la bronca. Tenemos mucha bronca. Y mucho enojo. Me parece que hay que poder darle alojamiento dentro de la política a este enojo. Estamos muy enojadas con el progresismo, con un sector del peronismo, con un sector del feminismo que se institucionalizó, con un sector de la academia que durante muchos años nos estudió, se pasea por el mundo buscando becas y presenta sus estudios como parte de su currículum. Estudios sobre las personas en prostitución, sobre las compañeras del colectivo travesti trans migrante. ¿Qué hacer con el enojo? O nos encerrramos y armamos nuestra propia trinchera o salimos a disputar. Entendimos que la política, por lo menos la que nosotras queremos, es la de la disputa. Es una disputa ideológica, simbólica, desde el conflicto. Queremos poder recuperar el debate político. Vengan a debatir con las trabajadoras sexuales, siéntense a escuchar lo que tenemos para decir. Y si no nos quieren escuchar, tendrán que cruzarse de brazos o levantarse. Queremos poder decir que no pensamos igual que ustedes y eso no hace que sean enemigas de las trabajadoras sexuales, sino que eso hace que le demos vida a la política.

CRM