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EN PRIMERA PERSONA

Lo que aprendí sobre los microplásticos que invaden las playas viendo a mi hijo comer arena

"Cada vez que voy a la playa con mi hijo, me preocupan estas bolas, que sean tóxicas para su salud y para el entorno en el que se encuentran."

Sofía Nogués

Ballena Blanca —

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Verano de 2022. Voy a la playa un caluroso día de julio con mi hijo de tan solo meses. Está jugando y como es propio de esa edad, incluso ingiriendo un poco de arena de vez en cuando. Al fijarme bien, veo que hay algo más: pequeñas bolitas de plástico de un color tierra difíciles de distinguir a simple vista. 

Son pellets, pequeños microplásticos del tamaño de una lenteja –inferior a cinco milímetros– que se fabrican principalmente con polietileno, polipropileno, poliestireno, cloruro de polivinilo y otros plásticos o resinas sintéticas y se utilizan en la fabricación de todo tipo de productos de plástico. Es la materia prima para vasos y cubiertos de plástico de un solo uso, bolsas y envoltorios, piezas de coches, mouses y teclados de computadora, el árbol de Navidad artificial y una interminable lista de artículos, algunos con una larga vida y otros de un solo uso. 

Esto lo sé porque en diciembre de 2019 participé en el proyecto Exxpedition, una expedición internacional de mujeres científicas para investigar sobre la presencia de microplásticos en el mar. Navegamos de Aruba a Panamá recogiendo muestras de la superficie marina y, en todas ellas, encontramos estos pequeños pellets. Durante la travesía, que duró diez días, tomábamos muestras en mar abierto con tres coladores diferentes para determinar el tamaño de los microplásticos y clasificarlos.

Invisibles a simple vista, flotan en el mar, incluso en los lugares más remotos. Según la organización The Great Nurdle Hunt, se estima que alrededor de 230.000 millones de kilos de pellets de plástico llegan a nuestros mares y océanos cada año. Pero, ¿cómo llegan estos pellets al mar? Desde las fábricas de las empresas petroquímicas, o cuando se caen de los barcos que los transportan.

Cuando en mayo de 2021 el buque mercante X-Press Pearl se incendió en el Océano Índico frente a la costa de Sri Lanka, se vertieron 87 contenedores llenos de estos pellets, lo que equivale a aproximadamente 1.680 toneladas de estas pequeñas lentejas de plástico. La ONU dijo que fue “el peor desastre marítimo” en la historia de ese país y busca la forma de regular esta fuente masiva de contaminación, ya que dice que las promesas voluntarias de las empresas no son suficientes.

Los pellets se filtran en cada fase de la cadena del plástico, desde el proceso de producción al almacenaje, limpieza, carga o descarga, transporte e incluso en su transformación y reciclaje. Cuando los vertidos ocurren en tierra durante estos procesos, muchas veces estos pequeños plásticos se filtran en los sistemas de alcantarillado y de esta manera terminan acumulándose en el mar.

120 millones en una sola playa

En la ciudad española de Tarragona se encuentra el complejo petroquímico más grande del sur de Europa, donde cada año se producen alrededor de 20 millones de toneladas de productos químicos, de los cuales dos millones de toneladas son pellets de preproducción, según un estudio publicado por Good Karma Projects. Esta cifra representa entre el 50% y el 60% de todos los plásticos fabricados en España. No es de extrañar que las playas de La Pineda y Els Prats, próximas a este complejo petroquímico, tengan una gran acumulación de microplásticos. En marzo de 2019, Greenpeace estimó que en la Playa de La Pineda se acumulaban 120 millones de pellets: llegan por mar, tras ser arrastrados desde tierra por las lluvias.

Ese mismo año, de regreso de la expedición, me llevé un colador al Cabo de Gata. Se me ocurrió que, si filtraba la arena de la playa, encontraría estas bolas. En todas las playas a las que fui, algunas de ellas dentro del parque natural, encontraba esos pellets, teñidos de un color amarillento por el sol que los disimulaba con la arena.

En Barcelona, donde vivo, hice lo mismo. Quería comprobar si en las playas urbanas, que se limpian a menudo, también se encuentran estos residuos. Fui a la de Bogatell y al colar la arena me encontré una imagen parecida: montones de pellets de plástico camuflados entre la arena.

En el mar, los pellets también pueden hundirse y permanecer en el fondo marino o viajar miles de kilómetros flotando sobre la superficie. Expuestos a los rayos del sol, el aire, el viento y las olas, estos microplásticos se van degradando, perdiendo su color y fragmentándose en piezas todavía más pequeñas. A medida que esto ocurre, el riesgo de que los animales marinos los confundan con comida aumenta. Cuando los microplásticos son del tamaño de un grano de arena, estas partículas pueden ser ingeridas incluso por plancton y al ser tan minúsculas, pasan directamente a su tejido. 

Según The Great Nurdle Hunt, más de 220 especies marinas consumen plástico. La ingesta de plásticos significa que ingieren los aditivos químicos que estos contienen y que muchas veces son tóxicos. Algunos de estos aditivos incluyen ftalatos, bisfenol A (BPA) o organoestaños, que son nocivos para el medio ambiente. Además, los pellets actúan como esponjas tóxicas, atrayendo químicos tóxicos que son repelentes al agua a su superficie y así, los transportan y acogen.

Estos tóxicos contaminantes se concentran mucho más sobre la superficie de los pellets que sobre el mar y, al ser ingeridos los pellets por animales marinos, estos tóxicos se desprenden del plástico y pasan al sistema del animal. Esto significa que cuando los seres humanos comen animales marinos que previamente han ingerido pellets, estos tóxicos se transfieren a través de la cadena alimenticia.

Además de actuar como esponjas tóxicas, los pellets también acogen otras bacterias como el E coli e incluso el bacilo que transmite el cólera. Según un estudio de la Universidad de Stirling, los pellets transportan estos patógenos desde aguas residuales y agrícolas, llevándolos hasta zonas de baño, las playas o los fondos marinos donde crece el marisco. Lo más preocupante es que este fenómeno va en aumento. Así, cuando estamos en la playa jugando inocentemente, podríamos estar entrando en contacto con peligrosos patógenos que han habitado estos pellets que se camuflan con la arena. 

Cada vez que voy a la playa con mi hijo, me preocupan estas bolas, que sean tóxicas para su salud y para el entorno en el que se encuentran.

SN

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