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Caballos salvajes en una llanura holandesa ganada al mar: la renaturalización más controvertida de Europa

Caballos de raza Konik, procedentes de Polonia, en la reserva nacional de Oostvaardersplassen, al norte de Ámsterdam.

Alejandra Mahiques

Leiden (Holanda) —

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Cientos de caballos salvajes trotando por una inmensa planicie. Podría recordar a la estepa de Asia central si no fuera porque, a lo lejos, en lugar de montañas se divisa un tren, una autopista y varios edificios en construcción. Estamos en el corazón de los Países Bajos, en una región, Flevoland, que los holandeses construyeron de cero ganándosela al mar en 1968. Donde antes había agua hoy existe un territorio de 5.600 hectáreas, a cuatro metros por debajo del nivel del mar, que alberga la reserva natural Oostvaardersplassen, uno de los proyectos de renaturalización más controvertidos e influyentes.

Este fue el lugar elegido para aplicar en los años 80 del siglo XXI una forma totalmente nueva y radical de trabajar con la naturaleza. En vez de dedicarlo a la industria, un grupo de biólogos convenció al Gobierno holandés de recuperarlo y poblarlo de especies que en algún momento de la prehistoria hubieran ocupado Europa.

Aquí hoy habitan alrededor de 2.400 ciervos rojos de Escocia, 420 caballos Konik traídos de  Polonia y 340 toros de Heck de Alemania. Todo es artificial y natural a la vez. El suelo que pisan estos ungulados fue terreno que los holandeses le ganaron al mar; las especies introducidas no son autóctonas y los procesos naturales discurren sin aparente intervención humana pero dentro de un espacio vallado. Este proyecto pionero empieza a dejar atrás el escándalo que lo rodea y del que algunos biólogos incluso han renegado.

Vallados y sin depredadores

El invierno de 2017 fue especialmente duro en los Países Bajos; en Oostvaardersplassen hubo menos alimento disponible y la mitad de los grandes herbívoros murió por inanición. El perímetro vallado y la ausencia de depredadores pusieron en tela de juicio el planteamiento inicial de crear aquí un espacio natural que se autorregulara por sí solo.

Miles de ciudadanos se movilizaron para denunciar al organismo estatal encargado de la conservación de los espacios naturales por no prevenir la muerte de estos animales, mientras expertos como el biológo Patrick van Veen calificaron el proyecto de experimento fallido. Internet se llenó de imágenes de caballos famélicos deambulando por la reserva.

La polémica continuó un año después: en el invierno de 2018 los guardabosques tuvieron que abatir siete de cada diez ciervos –1.737 en total– y casi un tercio de los caballos fue trasladado a otras reservas en España y en Bielorrusia. Desde el partido animalista demandaron el cese de esta práctica y las críticas más severas a lo que muchos consideraron maltrato animal coparon las reseñas de Google sobre este lugar.

Han pasado casi cuatro años desde entonces y la situación ha ido mejorando: el nivel del agua se ha reducido más en las zonas pantanosas para estimular el crecimiento del carrizo y se han plantado más robles y abedules. No obstante, el lugar sigue contando con una población excesiva de caballos, toros y ciervos, con una densidad aproximada de dos animales por hectárea, lo que provoca la intervención constante.

Pero a diferencia de años anteriores, la controversia ha servido para que actualmente la ley ya no considere a estos animales como totalmente salvajes, desde que el tribunal provincial dictaminara en 2020 la obligatoriedad de velar por su bienestar, alimentándolos cuando sea necesario y sacrificando el menor número posible, sin causar sufrimiento. La reserva sigue siendo un lugar de gran atractivo para visitantes e investigadores, pero el calificativo de “salvaje” ya no se muestra en mayúsculas.

Pioneros en renaturalización

“Oostvaardersplassen puede entenderse como un experimento ecológico, del que seguimos aprendiendo mucho, pero como renaturalización tiene muchas limitaciones”, explica Wouter Helmer, ecólogo y cofundador de la organización sin ánimo de lucro Rewilding Europe, con sede en los Países Bajos.

El término rewilding (resalvajización) se acuñó en Estados Unidos en los años 90, una década después de que a este nuevo pedazo de Holanda llegaran 20 caballos traídos del este de Europa y 32 toros de Heck de Alemania. Y el proceso no solo se daba en Flevoland. También en el este del país, donde los ríos Rin y Mosa comenzaron a ensancharse hasta convertirse en el delta que conforma gran parte del país, otro grupo de expertos, entre ellos Wouter Helmer, obtuvo 2,5 hectáreas en las que introdujeron tres caballos Konik, un espacio que pronto se amplió y al que trasladaron un buen número de caballos y de ganado semi salvaje.

A diferencia del concepto tradicional de conservación, enfocado en proteger lo que ya existe, la renaturalización se centra en crear nueva naturaleza, construir nuevos espacios donde se reproduzcan los procesos naturales mientras se da respuesta a las necesidades sociales y económicas de la zona, de manera conjunta, sin aislarse del entorno. Empezar desde cero. Por eso se puede decir que los Países Bajos han sido pioneros: “Este concepto comenzó a gestarse principalmente en Holanda en los años 80, precisamente porque era aquí donde la naturaleza estaba en peor estado, nos habíamos quedado prácticamente sin nada”, declara Helmer.

Según cifras oficiales del Gobierno neerlandés, mientras en el resto de Europa queda actualmente menos de la mitad de la biodiversidad autóctona, en los Países Bajos esta cifra es de tan solo el 15%. Si en 1900 se había perdido el 40% de las especies de flora y fauna, cien años después había desaparecido el 85%, un ritmo vertiginoso que ha logrado ralentizarse desde el año 2000 por esta intervención activa en proyectos de desarrollo y creación de nuevos espacios naturales.

“Cuando empezamos hace 30 años los ríos estaban contaminados por la actividad industrial y la agricultura intensiva no dejaba espacio para nada más, una situación crítica que llevó a unos cuantos expertos a elaborar un plan donde se hablaba por primera vez de recuperar espacios naturales y de darle espacio a los ríos en lugar de construir diques cada vez más altos. Pero el gobierno de la época lo encontró demasiado innovador y apenas se hizo nada”, relata Wouter.

En 1993 y 1995 la región sufrió graves inundaciones: el río Mosa se desbordó y alrededor de 200.000 personas fueron evacuadas. Los numerosos daños causados por la fuerza del agua en viviendas e infraestructuras hicieron que se declarase catástrofe nacional.

Esto dio un giro inesperado en la política nacional y las autoridades comenzaron a escuchar a especialistas como este grupo reducido de ecólogos que abogaban por ampliar el espacio disponible para el río. Una de las soluciones pasaba por acordar con las empresas de fabricación de ladrillos y de grava la extracción de la arcilla y la grava en los bajíos poco profundos cercanos a la orilla, de tal forma que, en caso de crecida, el río pudiera desviarse de manera natural hacia estas áreas.

El plan Espacio para los Ríos ha sido todo un éxito y en el verano de 2021, a pesar de las inundaciones históricas, peores que las registradas en los años 90, no ha habido daños en esta región.

Hoy, cerca de esta zona, en el llamado Gelderse Poort, existen 3.000 hectáreas de nueva naturaleza, inundable, habitada por cientos de caballos Konik y cabezas de ganado vacuno rojo, donde el terreno agrícola se ha transformado en praderas, bosques, pantanos y matorrales que los rebaños de estas especies semi salvajes se encargan de mantener de forma totalmente natural. Al atractivo turístico de la región se suma el retorno espontáneo de especies que hacía años que no se veían en los Países Bajos, como la nutria, el castor y el águila pescadora.

A lo largo del río Mosa la biodiversidad ha aumentado. En apenas dos décadas la población de libélulas y de mariposas se ha duplicado y el número de especies de peces se ha cuadruplicado. Esta riqueza se debe, en gran medida, a la presencia de los grandes herbívoros. “Son especies claves para la restauración de la naturaleza europea”, cuenta Wouter. “De su comportamiento en la búsqueda de alimento, sus excrementos, sus restos al morir, dependen cientos de miles de especies de aves, otros pequeños mamíferos y flora”.

Los miles de toros y caballos Konik que actualmente viven a orillas de estos ríos en Holanda están ya regulados de manera diferente respecto de Oostvaardersplassen: “Son manadas que se crían libres, hembras y machos juntos, por lo que llegan a tener un comportamiento animal similar al que presentarían en un entorno salvaje. Pero al vivir en un espacio acotado y no haber depredadores, el ser humano es responsable de su bienestar, son mantenidos por nosotros y por tanto están considerados legalmente como ganado agrícola. Cada año debemos reducir su número o darles más hectáreas de terreno para asegurarnos de que tienen alimento suficiente”, explica Wouter Helmer.

Todos ellos están identificados y el área dispone de puntos específicos donde se pueden capturar y llevar al matadero, para después vender su carne con el sello de 'semi salvaje'. Mientras una parte se sacrifica, la otra puede ser trasladada a uno de los múltiples espacios naturales que Rewilding Europe ha desarrollado en el continente.

Un banco de animales casi salvajes

Letonia, Rumanía, Portugal, Reino Unido, Croacia, Italia y el delta del Danubio son algunos de los países en los que está presente esta organización fundada en Holanda hace diez años. Si en su país de origen los espacios naturales renaturalizados suman 50.000 hectáreas en total, en el sur y el este de Europa la renaturalización ya abarca cientos de miles de hectáreas.

Su organización se dedica a apoyar a actores locales y siempre que haya el compromiso de destinar al menos 100.000 hectáreas. Con la ayuda de subsidios y un derecho de explotación que la organización mantiene de manera temporal, Rewilding Europe inicia con el resto de socios locales un proceso de transformación que suele durar varios años y para el cual la reintroducción de especies juega un papel esencial. En este sentido, la organización ha creado un sistema, que se asemeja a un banco de crédito, por el cual la entidad responsable de un área protegida puede solicitar el préstamo de una manada de caballos, toros o bisontes para introducir en esa zona.

El ‘banco’ le concede esta especie de préstamo a cambio de un interés que se cobrará cinco años después, y en especie: deberá entregar a Rewilding Europe la mitad de los animales que tengan. En circunstancias normales la reproducción de estos ungulados suele ser de entre un 20% y un 25% anual, por lo que en cinco años el número inicial se habrá triplicado. Si la reserva recibió cien caballos ahora tendrá 300, de los que deberá entregar 150. En caso de querer conservarlos, deberá comprometerse a ampliar su territorio, para albergar a todos ellos en condiciones óptimas. “Y en la mayor parte de los casos se los quedan, por lo que cumplimos con nuestro cometido de renaturalizar más y más hectáreas en toda Europa”, concluye Wouter.

Otras organizaciones dedicadas a la renaturalización como ARK trabajan para aumentar el territorio holandés destinado a la naturaleza semi salvaje y que pase del casi 1% en 2020 al 10% en 2050. En un país tan explotado como los Países Bajos, más naturaleza pasa por menos terreno agrícola. “Somos el segundo país exportador de productos agrícolas del mundo, después de Estados Unidos. La pregunta es si queremos seguir siendo líderes o si preferimos centrar los esfuerzos en obtener un entorno más verde, más saludable y más justo para los casi 20 millones de habitantes que seremos en Holanda dentro de poco. La falta de espacio es algo relativo”, declara Wouter Helmer.

La seguridad de los visitantes es otro de los aspectos más controvertidos de estos proyectos de renaturalización. En reservas de menor tamaño como las que hay en Holanda, el delicado equilibrio entre intervenir, pero no demasiado, entre permitir la presencia humana mientras se deja a la naturaleza tranquila puede convertirse en un reto casi inalcanzable.

Divulgar acerca de los beneficios de construir nueva naturaleza es tarea indispensable, pero la incertidumbre sobre el futuro de estas reservas sigue captando la atención de los más escépticos. “Precisamente porque es una ciencia joven queremos investigar todo lo posible y ver qué ocurre cuando los humanos, después de intervenir, se apartan en el desarrollo de un espacio natural: no por no saber la inacción es la solución”, defiende Liesbeth Bakker, catedrática de renaturalización en la Universidad de Wageningen. “La crisis de la biodiversidad es tan grande que proteger lo poco que queda es sencillamente insuficiente”, incide.

Los especialistas entrevistados aseguran que lo ocurrido en Oostvaardersplassen no pasará en estas otras reservas, que la población de animales no se irá de las manos, pues el monitoreo es constante y ya existe una red paneuropea de reservas con estas especies que pueden ayudarse unas a otras en la recepción de animales. Como resume la bióloga de la organización ARK Judith Slagt: “En nuestro trabajo no hay vuelta atrás. Reiniciamos procesos naturales con todo lo que eso conlleva y al empezar no podemos asegurar al 100% lo que pasará después”.

AM

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