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El calor extremo se apodera de las aguas del Mediterráneo y el Atlántico: “Es una barbaridad”

Anomalía de la temperatura del mar en julio de 2023

Raúl Rejón

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“Es una barbaridad”. Así resume la investigadora del Sistema de Observación Costera de las Islas Baleares, Mélanie Juza las mediciones de la temperatura del agua del Mediterráneo. “Son temperaturas oceánicas extremas con valores sin precedentes en el mar de Alborán”.

Mientras una ola térmica asfixia la península y Canarias tierra adentro, el calor extremo se ha apoderado de las aguas del mar. El Mediterráneo y el Atlántico batieron en la última semana de julio –y casi a la vez– sus récords de temperatura máxima medida. El Mare nostrum marcó una media 28,71ºC, según el Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC. Días después, la Agencia Oceánica de EEUU (NOAA) registró un promedio de 24,9ºC en el Atlántico norte. Después ha seguido hacia arriba.



Ambos mares están conviviendo, de promedio, con temperaturas en sus aguas bastante por encima de la media de histórica y del rango más alto nunca detectado. Esto significa que atraviesan un prolongado pico de calor marino. El récord absoluto en el Atlántico norte, además es muy tempranero ya que, usualmente, el calor máximo se ha dado en septiembre tras muchas semanas acumulando radiación.

La temperatura global del Mediterráneo occidental –el que baña la costas españolas– estuvo desde junio al final de julio, casi ininterrumpidamente, en una ola de calor, siempre más de dos grados por encima del nivel que marca el calor extremo. En algunas áreas del litoral español, como el mar de Alborán, la ola se inició en marzo y se prolongó hasta entrado agosto.

“Es tremendo”, sentencia Mélanie Juza. Esas aguas han llegado a estar, a mediados de julio, cuatro grados más calientes de lo normal. “Ha marcado máximos históricos para un mes de junio, mayo y abril”, recuerda la ingeniera del SOCIB. También ha soportado el invierno y la primavera más cálidos desde que hay registros (iniciados en 1982).

En el mar de Baleares tuvieron una ola de calor marina en enero, otra desde marzo a mediados de mayo y una más iniciada en junio y que solo ha cedido hace unos días. En las aguas alrededor del Parque Nacional de Cabrera, aunque la temperatura ha aflojado, siguen en niveles de calor extra más allá del umbral que marca el nivel extremo. Este jueves se han medido 27,2ºC. Son 1,3ºC más que el promedio para este momento del año.

Es tremendo. Estamos de nuevo en una situación excepcional y alcanzando nuevos registros máximos

Mélanie Juza Invetigadora en el Sistema de Observación Costera de las Islas Baleares

Juza explica a elDiario.es que este episodio ha sido “muy intenso y muy largo”. Después de un año 2022 con muchos picos de temperatura marina, “estamos de nuevo en una situación excepcional y alcanzando nuevos registros máximos”.

Si en el Mediterráneo occidental el pico se ha suavizado, en el Atlántico norte el ascenso continúa. Este martes la temperatura global repuntó a los 25,1ºC, según los datos del Instituto de Cambio Climático de la Universidad de Maine. Es bastante más de 1ºC por encima del promedio 1982-2011.

Más allá de que los bañistas disfruten o detesten nadar en aguas anormalmente cálidas ¿qué está pasando bajo el agua mientras no para de subir la temperatura? Que los ecosistemas se mueren aceleradamente.

Las olas de calor marinas “impactan a muchos niveles sobre la vida en el mar”, subraya la investigadora del Instituto Español de Oceanografía, Maite Vázquez Luis. “Lo mas evidente son las mortandades masivas de ejemplares, poblaciones o colonias, pero hay muchas otras alteraciones” recalca la bióloga que trabaja en el Centro Oceanográfico de Baleares. Los picos de temperatura ya han convertido en “recurrentes” estos episodios de muerte intensiva en el Mediterráneo.

El mar absorbe la mayoría del calor retenido por el efecto invernadero de los gases emitidos por la actividad humana. “Y una vez que está ahí, no desaparece”, como ha dicho recientemente en una presentación sobre cómo acumula temperatura el Mediterráneo la Agencia Europea para el Programa Espacial. Así que el calentamiento global que está alterando el clima se deja sentir en el incremento de temperatura de los océanos.

Las olas de calor marinas impactan a muchos niveles sobre la vida en el mar. Lo más evidente son las mortandades masivas de ejemplares, poblaciones o colonias, pero hay muchas otras alteraciones

Maite Vázquez Luis Investigadora del Instituto Español de Oceanografía-Centro Oceanográfico de Baleares

“Todos somos conscientes de que, tierra adentro, una primavera adelantada presenta problemas. Pues en el mar es lo mismo”, describe la bióloga Vázquez Luis. “Altera la reproducción de especies porque las crías no encuentran el alimento que debería estar disponible, se modifica la inducción a la puesta de huevos... hay muchas alteraciones”, explica esta doctora en Ciencias del Mar.

Daños en los caladeros

Los mares recalentados son más pobres. Y eso está creando problemas a una actividad tan crucial para España como es la pesca. “Las temperaturas extremas en el mar causadas por el cambio climático van a eliminar cientos de miles de toneladas de capturas marinas, lo que se añadirá a la disminución que ya experimentan los caladeros”, explica este estudio específico de la Unviersidad de la Columbia Británica (UBC).

Las olas de calor, como la que está afectando al Atlántico y el Mediterráneo, causan pérdidas en los caladeros, hay menos peces, y provocan cambios en la distribución de los bancos de pescado o las colonias de otras especies que se buscan. Y lo hacen de manera drástica: “Cuatro veces más que el promedio del siglo XXI” en varias especies del Pacífico que “huyen a aguas más profundas cuando llegan los episodios de calor extremo”, acreditaron científicos de la UBC.

En el Mediterráneo español, por ejemplo, el mar de Alborán –que encadena desde hace meses máximos de temperatura–, al tratarse de la zona de mayor productividad del Mediterráneo, “es un lugar de gran importancia para la pesca, capturándose una gran variedad de especies”, como ha refrendado el Instituto Español de Oceanografía.

“La biodiversidad da la estabilidad a los ecosistemas Una pérdida implica un cúmulo de pérdidas. Y los ecosistema más pobres se vuelven más vulnerables”, apostilla Vázquez Luis. “El medio marino no deja de sorprender por la capacidad de resistencia que tiene, pero los cambios ahora van a tal velocidad que no van a poder seguir adaptándose”.

En el Atlántico Norte hay especies de gran importancia para el sector pesquero como la caballa o la bacaladilla que “necesitan las aguas más frías para reproducirse y mantener una población sana”, explican en la ONG Marine Stewarship Council (MSC). “Un mar más cálido podría limitar su capacidad para desovar lo que lleva a un declive y afecta significativamente al suministro”. Estas dos especies son un objetivo pesquero de primer orden –de hecho su stock está sobreexplotado–. “El océano recalentado también puede influir en su migración hacia el norte, hacia aguas más frías”.

“En la última década las olas de calor marinas ya han alterado las pesquerías en muchas zonas del mundo y si el Atlántico norte continúa tan caliente, catástrofes similares se dibujan en el horizonte”, ha advertido el investigador del Instituto Marino de la Universidad de California, Chistropher Lee.

Las consecuencias no caen ya dentro del campo de las hipótesis y las proyecciones futuras: El Niño que se está formando en el Pacífico ecuatorial “ya ha provocado la suspensión de la temporada de la anchoveta de Perú, la pesquería pelágica más grande del mundo”, reporta la MSC.

El calor extremo en el mar deriva en mortandades masivas, riesgo para el sector pesquero y repercusiones en la meteorología diaria. No solo porque el mar recalentado carga luego de energía extra a episodios violentos como los huracanes o los temporales costeros. Los científicos también han certificado cómo las aguas marinas más cálidas tienen una relación directa con las noches tórridas que se están generalizando sobre todo en las ciudades costeras españolas. Noches donde el termómetro no baja de los 25ºC y que se han multiplicado por seis desde 1980.

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