Miedo a ser despedidos y un trabajo que es también identidad: así viven los operarios de la industria fueguina

Incertidumbre, preocupación, miedo. Con estas sensaciones conviven por estos días los 8.500 trabajadores de la industria promocionada de Tierra del Fuego ante el anuncio del gobierno de Javier Milei de su intención de rebajar aranceles a la importación de teléfonos celulares, lo que pone en jaque la producción de la isla y alienta el fantasma de los despidos masivos.
Desde horas después del anuncio, que todavía no fue formalizado, los empleados fabriles de las ciudades de Ushuaia y Río Grande realizan un paro por tiempo indeterminado y mantienen piquetes en las puertas de las plantas. También protagonizan actos y manifestaciones callejeras y, con el acompañamiento de los principales sindicatos públicos y privados, convocaron a un paro general de actividades para el próximo miércoles 21.
“La incertidumbre es total. Si bien yo no tengo aquí ni familia ni hijos, comparto la preocupación del resto de los compañeros, sobre todo de los que son sostenes de hogares. Muchos están desesperados”, explica Evangelina Paricio, una operaria de 38 años de Río Grande, donde está radicada la mayor parte de las industrias electrónicas de la provincia.
Paricio es salteña. Llegó por primera vez a Tierra del Fuego en 1995 porque el marido de su madre era militar y lo trasladaron al sur. Después fue y volvió en dos ocasiones hasta que en 2012 entró a trabajar a la fábrica Brightstar Fueguina y se afincó definitivamente en la ciudad.

“Para mí fue un crecimiento personal. Aprendí sobre procesos productivos pero también pude estudiar y mejorar a nivel económico. Si alguna vez tengo que dejar este empleo me iría con las manos llenas gracias a lo que la fábrica me dio”, asegura Evangelina que ya se recibió de técnica en enfermería y está cerca de tener el título de relacionista laboral.
Como la mayoría de los fueguinos que conoce del tema, la mujer no toma en serio las declaraciones de funcionarios acerca de que en Tierra del Fuego solo se ensamblan aparatos que llegan desarmados de China, o que solo se les pone la caja de telgopor.
“Eso es producto del desconocimiento de gente que nunca estuvo en una fábrica. Aquí se agrega valor. Hay procesos productivos, capacidad instalada, controles de calidad. Pasamos ocho horas todos los días trabajando en eso, levantándonos a las cuatro o cinco de la mañana”, relata Paricio, que justamente se desempeña en una línea de producción de celulares. “No quiero irme de acá. Siento que este es mi lugar. Nunca había pasado por algo igual”, agrega la operaria.
Familia metalúrgica
El caso de Pablo Barone es un ejemplo del vínculo que existe entre las industrias electrónicas y la población fueguina. Ya no trabaja en las fábricas, pero durante décadas tanto él como sus padres tuvieron a la industria como su forma de vida.
“Mi vida está marcada por la industria de Tierra del Fuego. Soy hijo de obreros metalúrgicos. Yo mismo fui operario. Las fábricas fueron para mí, pasado, presente y futuro. Influyeron en mi formación como persona y forjaron mi carácter”, cuenta en la introducción de Gigantes de Pie, un libro de fotografías donde retrató a máquinas y trabajadores de la ex Aurora Grundig, luego transformada en cooperativa.
“Después de tantos años de este vínculo, mi vida está teñida de industria. Ya no puedo ver una movilización sin ponerme nervioso. Ya nadie puede llevarme por delante sin que yo reaccione”, relata.
Los padres de Pablo llegaron a Ushuaia en 1992, luego de que el papá perdiera su empleo en Concordia, Entre Ríos, y le ofrecieran trabajo en Sanyo. “¿Saben lo que fue irnos de Entre Ríos? Tuvimos que regalar a mi perro, que me acompañaba desde que yo había nacido. Se lo llevaron en un carro, me acuerdo. Y eso fue todo lo que dejamos. No hubo mudanza porque casi no teníamos muebles. Unas camas, una mesa con sillas, un placard, y una tele chiquita que yo me traje a Ushuaia porque era donde miraba los dibujitos”, recuerda.

Al poco tiempo su madre empezó a trabajar en Aurora Grundig y la familia completa comenzó a depender de las fábricas. Durante los años posteriores atravesaron conflictos serios, como la famosa Semana Santa del 95`, en la que la policía reprimió a los metalúrgicos que protestaban por los despidos masivos durante el menemismo. En esa ocasión mataron a Víctor Choque, el primer muerto durante una protesta social desde el regreso de la democracia.
En 1998, Aurora Grundig quebró definitivamente y tras un arduo proceso de lucha se consiguió la expropiación de las plantas que fueron entregadas a la cooperativa Metalúrgica Renacer. Pero tanto la madre como el padre de Pablo perdieron sus empleos.
Fueron años difíciles, en los que no había para comer y muchas veces iban a buscar el descarte de productos vencidos en los supermercados.
Después la industria volvió a reactivarse a partir de 2003, y tras un paso por Córdoba para estudiar, Pablo regresó a la isla y comenzó a trabajar con su madre en Renacer, mientras su padre también había retornado a su puesto en la empresa.
“Ahora convivo con la sensación de que el tiempo no ha pasado. De que las discusiones sobre el futuro de la industria fueguina se reeditan, una y otra vez. El fantasma de la crisis, los cierres y la pérdida de empleo, sigue sobrevolando por los techos de las empresas. Ya no trabajo ahí pero ese pasado que me persigue forjó mi presente. La industria fueguina es parte de mi identidad”, reflexiona Barone.
GR/DTC
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