Reyes sin corona en Colombia, pistas para diseccionar una casa

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Son días de imágenes desflecadas, digamos. Nada se me termina de armar con claridad, nada forma un sistema más o menos nítido en mi cabeza. Nubosidad variable y pases cortos: vale para este espacio y vale para otro montón de escenas cotidianas que transito entre el enojo y la ansiedad (no ampliaremos). Apenas puedo resolver lo mínimo, vital y móvil y a veces ni siquiera eso. Como si tuviera incorporados largavistas que solo ponen en primer plano lo absurdo.

Conversamos con una amiga sobre estos asuntos y ella me dice que está en la misma, que mientras le dure esta temporada de incertidumbre todo lo que piensa y hace tiene la forma de un párrafo corto. Que incluso hasta lo que escribe parece incompleto o parcial, que por lo pronto se reconcilió con la idea de abrazar lo fragmentario. Textos como pancitos.

Hace unos días me crucé en una red social con una publicación de la escritora Virginia Cosin en la que justamente destacaba un libro armado en pequeñas partes: “La cualidad de los textos estructurados a partir de fragmentos es que asumen la imposibilidad de decirlo todo, no concluyen: abren”. En plan de abrir, entonces, esta vez les comparto muy pequeños apuntes y subrayados de estos días que van de alguna manera por estos caminos. Un abracadabra descompuesto, un susurro que tal vez en otro momento se convierta en otra cosa.

Uno. “Comencé a escribir en 1932, cuando compuse mi primer tropismo. No tenía entonces ninguna idea preconcebida sobre la literatura, y este, como los que lo siguieron, fue escrito bajo el impacto de una emoción, de una impresión muy vívida. Lo que intentaba hacer era mostrar ciertos ‘movimientos’ interiores que me habían atraído durante mucho tiempo; en realidad, casi podría decir que desde la niñez estos movimientos, que se ocultan bajo las apariencias cotidianas e inofensivas de cada instante de nuestras vidas, atrajeron mi atención y la retuvieron (...). Estos movimientos, de los cuales apenas tenemos noción, nos atraviesan sutilmente en las fronteras de la conciencia bajo la forma de sensaciones indefinibles, extremadamente rápidas. Se esconden detrás de nuestros gestos, bajo las palabras que decimos, los sentimientos que manifestamos y sabemos que sentimos y somos capaces de definir. Parecían, y todavía me parecen, constituir el secreto origen de nuestra existencia, en lo que podría llamarse su estado naciente. Y, dado que mientras los realizamos no hay palabras que los expresen (...) –porque se desarrollan y pasan a través de nosotros muy rápidamente bajo la forma de sensaciones breves y frecuentemente muy agudas–, sólo era posible comunicarlos al lector por  medio de imágenes (...). También fue necesario fragmentarlos y desplegarlos”.

Del prólogo de Tropismos, de la escritora francesa Nathalie Sarraute (el libro es de 1939 y en 1968 salió una edición traducida por Juan José Saer). Esa versión, ahora con ilustraciones del artista plástico Eduardo Stupía, fue publicada hace poquito por la editorial de rescates Pinka y me tiene subyugada. Dispuesta a atajar, a ponerle palabras a esos movimientos casi imperceptibles, la escritora rescata 24 fragmentos que funcionan como escenas independientes y que a la vez forman parte de un mismo mundo inquietante.

Dos. “Un cuento como una sucesión de fuegos artificiales. Empiezan, explotan, terminan. No hay sentido. Irrumpen en la noche, se queman en una belleza estridente y chamuscada, y al final solo hay humo, solo hay noche.

Fuegos, pero artificiales“.

Estoy por unos días en una casa que no es la mía. Me encuentro con Los llanos, de Federico Falco. Un libro que ya leí y me encantó. Me pongo a revisar las páginas para ver qué me acuerdo, cómo me había impactado tal o cual escena. Recorro con un dedo las marcas que dejó el dueño de este ejemplar. Ir atrás del subrayado de otro: un voyeurismo ñoño. Me cruzo con eso, me acuerdo de que en mi ejemplar también lo había marcado yo: una sonrisa ínfima.

Tres. Murió Rodolfo Livingston, el arquitecto más increíble y carismático de Argentina, el creador de un método enfocado en pensar cómo vivimos, un cirujano de casas, como solía llamarse a sí mismo. Entre los distintos homenajes y recuerdos, me quedo con un texto muy breve suyo que se viralizó. Una disección de lo que hizo toda la vida. Un fragmento que incluye varios fragmentos. Como una casa.

¿Qué es una casa?

La casa es un objeto grande con paredes y techo, donde uno se puede meter adentro y cerrar la puerta.

Son muy importantes el techo y la puerta, con la llave.

Después vienen, en orden de importancia, los vidrios, el inodoro y el agua. Y al final la decoración.

Una casa es un conjunto de límites. Una piel que limita el adentro con el afuera. Y que tiene además límites interiores según el número e intimidad de la gente que la habita.

La vida humana transcurre en un afuera y un adentro. Cualquiera de estas categorías resulta insoportable sin la otra.

El adentro permanente es la cárcel; el afuera permanente es el linyera.

La casa es el equilibrio. Permite la opción de alternar ambos: adentro y afuera.

La casa organiza territorios. Uno el individual o personal; otro el familiar. Uno y otro, aunque se interrelacionen en la misma casa, no son lo mismo.

El territorio personal tiene que coexistir dentro del familiar, pero diferenciado por fronteras visibles o invisibles.

La casa es el límite de un territorio necesario.

Su posesión o su ausencia, o aún su posesión insatisfactoria, definen la dicha o la desdicha de los seres humanos.

Arq. Rodolfo Livingston

No dio para más, me disculpo de antemano. Así que ahora sí, los pedacitos después de los pedacitos. O una nueva edición de Mil Lianas.

1. Los reyes del mundo, de Laura Mora. “Un día todos los hombres se quedaron dormidos… Y los cercos de la tierra ardieron”. Esas palabras se escuchan al comienzo de la película Los reyes del mundo, de la cineasta colombiana Laura Mora, y podrían sonar como una advertencia: ojo que aunque todo parezca flotando en la quietud plácida del sueño, no faltan las fuerzas que arrasan, que incendian, a puro desvelo. Una especie de había una vez, también: ojo que aunque todo parezca realista (un realismo un poco sospechoso, hay que decir), en plan crónica de un universo violento, marginal, olvidado, lo que se viene es una fábula. 

Los reyes del mundo tiene como protagonistas a Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, cinco chicos de la calle de Medellín. Reyes de la nada, monarcas sin corona que circulan entre la hostilidad de la ciudad, los robos menores para sobrevivir, alguna ayuda de gente que está en misma precariedad que ellos y la camaradería del grupo. Son un clan de los que no tienen ni techo ni ocupación muy fija, ni nada más que lo puesto y a ellos mismos.

Un día se enteran de que, después de un largo proceso judicial, Rá podría conseguir la posesión de unos terrenos que pertenecían a su abuela en un pueblito remoto donde vivieron varias generaciones de su familia. Un caso vinculado con los conflictos políticos de Colombia y los desplazamientos forzados que ahora se actualiza. Entonces el joven decide ir hacia esa tierra que es pura promesa y convence a sus amigos para que lo acompañen. Con una narración que oscila entre la road movie onírica y la acción por momentos demoledora en su crudeza, la película mostrará ese viaje, lleno de peligros, de incógnitas (¿hacia dónde van realmente? ¿con qué se van a encontrar?) y alucinaciones.

Los reyes del mundo ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, circuló con éxito por varios festivales internacionales (el de Mar del Plata, entre otros) y llegó a Netflix por estos días.

La película Los reyes del mundo está disponible en Netflix.

2. Cassie Chadwick. Somos, entre otras cosas, eso que coleccionamos. Que puede llegar a nosotras de distintas maneras: porque, cada vez que encontramos la oportunidad, vamos a buscarlo; porque percibimos que se nos interpone y sentimos que no hay otra salida más que guardarlo; porque lo heredamos y nos vemos en la obligación de sostener una misión o un legado; porque alguien, al saber de nuestra colección, nos acerca algún elemento más para hacerla crecer. Yo colecciono muchas cosas –en varios rubros más o menos vitales, en lo tangible y también en lo intangible soy más de guardar que de desechar– aunque no siempre con la misma constancia. Lápices, libretas, lapiceras de pluma (somos, también, el cliché que nos inventamos para sobrevivir) se acumulan entre los objetos de mis días, pero sin orden ni lógica. Lo que sí conservo con disciplina desde hace mucho tiempo es una suerte de colección de historias sobre impostores e impostoras. Primero fue un listado, esa lista se convirtió en un documento caótico en mi computadora y, con el paso del tiempo, la cosa creció hasta transformarse en escritura. Esta saga de textos, más precisamente.

La última semana, de hecho, escribí sobre Cassie Chadwick, una impostora pionera, que con sus mentiras muy curiosas y un método singular, se transformó en una de las mayores estafadoras bancarias de los Estados Unidos. En tiempos de plata fácil y desigualdades, de trenes y trabajos insalubres a tope, Chadwick inventó un método simpático para ir detrás de sus sueños.

Su historia y la de varias otras estafadoras de todo tipo forman parte de un libro que, sabiendo de mi colección y de mi interés un poco desmedido por este tipo de personajes, me acercaron hace poco. Se llama Maestras del engaño. Estafadoras, timadoras y embaucadoras de la historia (Impedimenta, 2022) y lo escribió la periodista estadounidense Tori Telfer. Ahí recopila perfiles de “artistas de la estafa”, falsificadoras, chantas de todo tipo mientras intenta desentrañar por qué estas historias generan tanta fascinación y qué fuerzas se mueven detrás de estas mujeres llenas de arrojo, carisma y mentiras.

Por acá se puede leer la historia de Cassie Chadwick. El libro Maestras del engaño. Estafadoras, timadoras y embaucadoras de la historia, de Tori Telfer, salió por Impedimenta.

3. Elena Ferrante por streaming. Entre el secreto sobre su identidad y los libros que no dejan de cosechar lectores y lectoras por todo el mundo. Entre las historias que tienen a Nápoles como centro y las producciones audiovisuales que tratan de reflejar algo de esa temperatura, de ese mundo de anhelos y decepciones y de esa inquietud particular de sus personajes en las distintas pantallas.

La obra de la escritora italiana Elena Ferrante (al menos de la persona que se presenta con ese nombre así: no hay fotos, no hay mucha información sobre su vida y apenas se contacta con editores y periodistas por escrito, como apuntamos por acá) se multiplica al mismo ritmo que su misterio. En los últimos días llegó al streaming La vida mentirosa de los adultos, una adaptación de la novela homónima de la autora, transformada en miniserie de seis capítulos.

Se me ocurrió entonces que era un buen momento para hacer un repaso por sus libros, que en la Argentina se consiguen por el sello Lumen, y por todas las versiones audiovisuales que están disponibles en distintas plataformas de streaming. Se los dejo por acá.

El repaso por las adaptaciones de las novelas de Elena Ferrante disponibles en distintas plataformas se puede leer acá.

Banda sonora. Hablamos más arriba de la impostora Cassie Chadwick y una de las cosas que destacan los historiadores en los libros que hablan de ella es el impacto que producía su mirada en quienes la conocían: hecha la vista, hecha la trampa. Así que se me ocurrió sumar a nuestra lista compartida y musical canciones con ojos como protagonistas. Esta semana hay ojos intrigantes, ojos que provocan, ojos que ven sin piedad y ojos que no se pueden dejar de mirar. Como siempre, la selección de mis favoritos por distintos motivos con esta premisa es variada: temas entre el tango y el electropop, entre el bolero y la música disco. Una montaña rusa que va de Francisco Canaro y Ada Falcón (insertemos un suspiro por acá) a Gloria Gaynor, pasando por Billie Eilish, Andrés Calamaro, Lana del Rey, Santiago Motorizado y Billy Idol, entre muchísimos otros. 

La tristísima noticia de la muerte del guitarrista Jeff Beck llegó cuando estaba por cerrar esto. Sumamos algunas cosas suyas también, lo vamos a recordar siempre.

Bonus track. Les dejo un plan si andan buscando buenos documentales para ver gratis. La plataforma pública Contar lanzó por estos días una retrospectiva con cinco películas de la destacada documentalista argentina Franca González. Una cineasta a la que siempre volvemos en este espacio porque me encanta (de hecho, por acá comentamos una de sus películas). De manera gratuita, se pueden ver los largometrajes Apuntes desde el encierro (su último trabajo, un estreno de 2022 con el confinamiento pandémico de fondo); Al fin del mundo (es el que les comentaba antes y uno de mis preferidos de ella); Miró, las huellas del olvido (todavía no lo vi, lo agendé para estos días); Tótem (una historia insólita que une a Canadá con el Río de la Plata) y Liniers, el trazo simple de las cosas (con el creador de Macanudo, otro favorito de la casa, como protagonista).

Bonus track II. A veces tengo la impresión de que cada semana piso los mismos dos o tres lugares de siempre. Pero bueno, como me respondió en esta entrevista el escritor Martín Kohan hablando naturalmente de otra cosa, no psicoanalicemos el asunto, o en todo caso dejemos que el asunto se psicoanalice solo. Mencionaba arriba a Rodolfo Livingston y no quería dejar pasar la oportunidad de volver a recomendarles (lo hicimos acá y acá: hablemos de insistencias o de fervor) el documental de Sofía Mora, Método Livingston, que está disponible y gratis en CineAR. Un homenaje a un mito y una de las mejores películas argentinas de los últimos años.

¡Hasta la próxima!

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