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CRÓNICA

Queer, horizontal y exportada de San Miguel a Capital: cómo es La Fresca, una fiesta que suma fieles en el conurbano

La Fresca nació en el barrio de San Miguel.

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Revolean las caderas como si no existiese un mañana. Las manos se balancean, van de allá para acá al ritmo del reggaeton y de Britney Spears. La oscuridad de la noche contrasta con el glitter que cubre la fiesta. Como en todo boliche hay grupos que bailan en su círculo aunque aquí es más flexible. Las rondas se desarman y se arman otras nuevas. Quién mejor perrea encuentra a un desconocido decidido a llegar hasta abajo, lo hacen ante las esquivas miradas de todos. Cada quien baila a su modo porque comparten un código, un lenguaje común.

La calle Concejal Tribulato, en San Miguel, históricamente ha recibido a cientos de jóvenes que quieren divertirse. Los boliches y bares podían ser más chetos, más turros, para adultos o pibes, pero una regla se repetía: las noches eran organizadas para un público heteronormado. Pero existe la Fresca, una fiesta que se hace una vez al mes. En la Fresca los cuerpos resistentes a los binarismos tradicionales tienen un lugar donde encontrarse. Demostrar que sos mayor de 18 años y pagar una entrada que ronda los $4.000 son los requisitos visibles. 

“En los boliches de Capital Federal les decís que sos de San Miguel y te miran medio raro, acá está bueno porque todo queda entre conocidos”, dice Constanza. “No sabía que éramos tantos en esta zona hasta que se organizó la Fresca”, confiesa Gabriela mientras baila con los amigos que conoció en la fiesta. Son jóvenes sub 30 que compartían el mismo barrio, el supermercado chino, la parada de colectivo, pero se reconocen ahí, en un mundo al que no sabían que pertenecían el uno y el otro. 

“Venganse cómodos, vengan como quieran” es la propuesta de Gisel (24) y Federico (23), y ya es una marca de la fiesta. Aunque exista un dress code temático en cada edición, abundan las zapatillas “all star”, musculosas, jeans y algún que otro vestido ajustado. “En cualquier otro boliche si me visto así me rebotan y no me dejan pasar”, comenta Malena que hace más de un año tiene asistencia perfecta: no faltó a ninguna noche desde su creación en septiembre de 2022. El makeup es infaltable, basta acercarse un poco para notarlo. Los rostros explotan de brillo, de estrellitas, de glitter que se pierde en la fila antes de ingresar pero que adentro no pasará desapercibido.

Una piba te recibe en la puerta con un bowl de chupetines y mientras te ofrece te das cuenta de que estás entrando a algo que se parece más a un cumpleaños o a una joda del conurbano que a eso que solemos llamar “boliche”. Los carteles de neón, un stand de maquillaje, una carpa de fotografía y los shows de drags en el escenario confunden: a veces también se parece a un festival. Cuando haya arrancado la música ya es otra cosa. La libertad de movimientos, de baile, gritos y perreos no cesa, el pop en inglés se canta tan fuerte como el himno nacional. “Nada que ver con el RKT, no entiendo su dialecto”, dice Eugenia que está cansada de los boliches que “pasan siempre la misma música”. Aunque L-Gante no musicalice la fiesta, también la DJ “agusdababy” alternará con esos temas de Yerba Brava, Pibes Chorros o El Dipy, parte del paisaje sonoro y cotidiano de los barrios. 

“¿Por qué no hacemos una fiesta así en el conurbano?”

Gisel y Federico son dos pibes de San Miguel, al noroeste del Gran Buenos Aires, que a sus 18 años iban cada sábado hasta Capital Federal para bailar en fiestas de la comunidad LGBTIQ+ o no necesariamente heteronormativas: la Bresh, la PolentaHuman Puerca. La oferta de fiestas porteñas es abundante frente a la escasez de espacios de interés para la comunidad LGBTIQ+ en los conurbanos y ellos repetían el viaje cada sábado por la noche. De eso se inspiraron: “¿por qué no hacemos una fiesta así en el conurbano?”, dijeron. La idea, simple pero nada fácil de llevar a cabo, era replicar esa comodidad que habían encontrado, crear un espacio “donde te sientas cómodo, libre, puedas ir vestido como quieras, que se respiren otras vibras a la de los típicos boliches”. Así nació la Fresca.

Gisel ya trabajaba como comunity manager y quería dedicar sus saberes de marketing a algún proyecto personal. Invitó a su amigo Federico, que no solo se copó con la idea sino que también la financió, invirtiendo ahorros y hasta endeudándose con la tarjeta para la primera fiesta. Tras un mes de organización, publicidad en Instagram, e invitaciones a amigos y amigas de la comunidad se lanzaron a la venta de entradas ($500 en septiembre 2022) con un éxito moderado: 100 personas en un salón de eventos de Villa de Mayo, Malvinas Argentinas, y buenas repercusiones en la gente. La hicieron cada mes con balances positivos y a veces casi a pérdida: hubo una fiesta en las que le quedó $70 pesos de ganancia al equipo organizador.

Un fiesta exportada a Capital

La Fresca creció al punto de alcanzar las 1500 personas y sus organizadores consideraron dar un “salto”: la fiesta llegó a Palermo, es decir, al barrio porteño que los inspiró. Desde octubre, y también una vez por mes, salen micros desde San Miguel para facilitar su acceso y evitar el transporte público en altas horas de la noche. La distancia sigue siendo una barrera física y también económica, pero para muchos y muchas ir a la Fresca de Palermo es una buena opción. “Me voy a Capital porque acá, en la de San Miguel, están todos mis alumnos”, dice una docente que prefiere resguardar su nombre. 

“A veces la gente nos mira medio mal pero no le damos bola”, lamenta Gisel ante las hostilidades recibidas en la calle y en las redes. Las estadísticas no son alentadoras: según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+ y el Mapa Nacional de la Discriminación elaborado por INADI en 2019, la violencia a personas de la comunidad LGBTIQ+ es ejercida principalmente en la vía pública y la discriminación en bares y boliches es un ámbito recurrente de las denuncias. “Los hombres tienen tratos muy desagradables en otros boliches y acá me siento muy cómoda”, dice Eugenia que encontró en la Fresca una posibilidad de evitar esas microviolencias.

Al tener que alquilar los boliches para hacer la fiesta, los organizadores deben lidiar con encargados y personal de seguridad no tan acostumbrados a cientos de pibes exultantes pero no agresivos. Si los tragos sobre las cabezas o “pogos” son rápidamente señalados con un láser en los boliches tradicionales, en la Fresca sucede lo contrarioLa Gorda Fran, drag animadora, promueve esos comportamientos, pide que salten, que agiten sus manos y hagan lío, que chiflen como si fuera una cancha de fútbol. Algo cambia cuando la fiesta llega a uno de estos boliches tradicionales. Los baños se vuelven unisex, la “seguridad” desaparece, y las tarimas se convierten en pequeños escenarios de baile. Como la barra pertenece al espacio que se alquila, mantiene sus precios de siempre: los tragos valen $3.000 y las botellas superan los $15.000.

Una fiesta que nació en un municipio sin políticas de Géneros

La creciente visibilidad de la comunidad LGBTIQ+ en el noroeste del conurbano produjo el interés de algunas otras ofertas que buscan ambientar lugares ajenos para hacerlos propios: la Fuega fest y los viernes de Ejemplo de Villa de Mayo surgieron a la par de la Fresca como opciones para disfrutar la noche. La Fresca tiene un fandom propio que las demás fiestas aún no lograron. Suma público en las redes y el público la hace popular, incluso salen a bancar ante alguna crítica o comentario malicioso.

Sin embargo, subirse a la Frescaneta, como dicen sus seguidores, tiene sus costos: la entrada anticipada cuesta entre $3500 y $5000 mientras otras como la Fuega o la Warhol, en CABA, valen cerca de los $2000. “Buscamos dar un buen servicio a cambio, damos el 'bajón' cuando termina, un helado o una porción de pizza, traemos shows y performances, hacemos que valga”, dice Federico, uno de los organizadores. 

La Fresca curiosamente se realiza en un municipio de lo más conservador: San Miguel hasta el día de hoy no tiene un área especializada en políticas de diversidad sexual ni visibilización del colectivo LGBTIQ+. A pocas cuadras de una Municipalidad de San Miguel en la que el ex intendente y actual senador provincial Joaquín de la Torre buscó instalarse como candidato a gobernador con el slogan “Basta de todes”, cientos de jóvenes disidentes transitan por la calle Tribulato a la espera del ingreso a Club Zone, uno de los boliches más populares de la zona céntrica de la localidad. 

Este universo queer le da la bienvenida a las personas alejadas de la heteronorma y a otros tantos cansados de la uniformidad, de lo parecido entre sí, de esa mirada que corrige cuerpos sin parar y los expulsa del festejo. En los comentarios en Instagram, en los grupos de WhatsApp, en los sentimientos movilizados en el público se percibe algo en común: la Fresca es una experiencia que se disfruta en comunidad, casi como un cumpleaños entre conocidos en el que todos festejan poder ser quien son, suspender por un momento, por unas horas, las ataduras con las que viven cada día.

JR/VDM

Este artículo fue pensando, producido y escrito en el marco de Más Miradas, una proyecto de Fopea y Google News Initiative en alianza con elDiarioAR, que busca impulsar vocaciones periodísticas en barrios populares.

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