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la estrategia oculta de la ex presidenta

Cristina ante el 14 N: ausencia en la campaña, el pesimismo como escudo y cambio de planes hacia 2023

Cristina Fernández, el 16 de octubre, en la ex ESMA en su único discurso de campaña.

Diego Genoud

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Cristina Fernández de Kirchner miró el calendario del gobierno y decidió. La vicepresidenta dejó pasar la semana en que le tocaría asumir la primera magistratura en reemplazo de Alberto Fernández y proyectó la intervención quirúrgica para el día posterior. Como un ciudadano más, el Presidente se enteró por los medios de la noticia. Solo un grupo de personas, las de su mayor confianza, estaban enterados de los movimientos de Cristina. El Presidente, todo indica, ya no está en ese grupo y el diálogo entre ellos, según coinciden a uno y otro lado, es circunstancial.

La vicepresidenta programó su operación para los días finales de una campaña electoral en la que casi no apareció. La histerectomía ampliada por vía laparoscópica que le practicaron tuvo un resultado positivo y Cristina se fue de alta el fin de semana pero en su entorno no confirman todavía que vaya a estar presente en el acto de cierre electoral, el jueves próximo en Merlo. Después de recomponer la relación con ella en medio de la crisis de septiembre, el jefe de Gabinete Juan Manzur espera que CFK diga presente, pero tampoco al lado del jefe de ministros dan por segura su participación en el acto. “Ganas no le sobran. Si lo hace es porque le insistieron”, le dijo a elDiarioAR uno de los dirigentes que suele visitarla.  

La vicepresidenta hizo un solo discurso en los 60 días que siguieron al 12 de septiembre. Por alguna razón, decidió ausentarse de la campaña en la que el Frente de Todos se jugó parte de su sobrevida. Su única aparición fue el sábado 16 de octubre en la ex Esma y ante la juventud kirchnerista, con el objetivo explícito de reivindicar la vigencia del peronismo y su propia pertenencia a un espacio en reordenamiento permanente. 

Antes había liderado la ofensiva para forzar a Alberto Fernández a cambiar el gabinete después de la derrota de las PASO y con la carta pública en la que dejó en claro todas las diferencias: desde el ajuste que ejecutó el gobierno en el año electoral hasta la necesidad de hacer modificaciones urgentes y la mención al kilómetro cero de un acuerdo fallido, el contrato electoral que ella misma selló con el Presidente para convertirlo en candidato y que cada uno interpretó de manera distinta.

En esa primera semana, después de la catástrofe electoral que el oficialismo no había contemplado, la vicepresidenta consumió la mayor parte de sus energías. Sus demandas no se limitaron a la Casa Rosada, también incluyeron a su hijo político, Axel Kicillof. Según coinciden los dirigentes más cercanos a Cristina, el gobernador bonaerense no quería hacer cambios en su propio gabinete y fue intimado a reaccionar en provincia, de una forma no tan distinta a la que soportó Fernández en Nación. No hizo falta una carta, pero sí un viaje a El Calafate. 

Después de eso, la vicepresidenta se ausentó de la campaña como parte de una decisión que marcó un fuerte contraste con el protagonismo que había asumido en la previa a las elecciones primarias. Si lo hizo de acuerdo a la partitura que escribió el catalán Antoni Gutiérrez Rubí o como forma de preservarse a sí misma, solo ella lo sabe. Sin embargo, entre las fuentes que dicen haberla visto en los últimos dos meses hay coincidencia: se declara pesimista con respecto a la posibilidad de dar vuelta la elección. Tal vez en rechazo al optimismo que vende Rubí y compra el Presidente, tal vez para evitar dejarse llevar por falsas expectativas, lo cierto es que, en privado y ante su grupo de incondicionales, Cristina mira con escepticismo el test electoral del domingo próximo. 

Según dicen quienes la escucharon después de las PASO, considera que es necesario ponerse de acuerdo en torno a cinco puntos básicos: la deuda es el primero, aunque no el único.

La estrategia del acuerdo

Todavía es temprano para saber cómo será el 15 de noviembre y que lugar le tocará ocupar hacia 2023, pero algunas señales pueden deducirse a partir de sus últimos movimientos. Tal como lo sugirió ella misma en más de una oportunidad, Cristina es consciente de la debilidad del Frente de Todos y piensa en la necesidad de un acuerdo con la oposición de cara a las próximas presidenciales. Según dicen quienes la escucharon después de las PASO, considera que es necesario ponerse de acuerdo en torno a cinco puntos básicos: la deuda es el primero, aunque no el único. La creación de empleo y la situación de las pymes también figura entre sus prioridades. Pero la oposición rechaza por ahora el acuerdo y el propio oficialismo dispara sus cañones contra los que pretende sentar a la mesa de negociación: el grupo que lidera Horacio Rodríguez Larreta y zigzaguea entre los halcones de Mauricio Macri y un consenso que pretende dejar afuera al kirchnerismo. 

Cristina piensa que Larreta también necesita un acuerdo. Si antes de decidirse por la candidatura de Fernández se preguntaba en privado quién sería capaz de asumir la bomba de tiempo que dejaba Macri, hoy la pregunta vale también para la oposición que pretende volver al poder. ¿Cómo van a hacer para salir de una situación en la que se combina la economía bimonetaria, la inestabilidad macro, la deuda con el Fondo y el derrumbe de los ingresos que expulsa hacia los márgenes a 19 millones de personas? 

Salvo que el próximo domingo el gobierno logre una remontada formidable que lo tonifique y le devuelva la iniciativa que perdió producto de la pandemia y los errores propios, el balance de la vicepresidenta sobre el Frente de Todos ya está escrito. Quienes la visitan en el Senado dicen que Cristina sabe mejor que nadie que el Plan A, la apuesta por Alberto, salió mal. Pero las PASO jaquearon también el Plan B, el recambio que insinuaba Kicillof, el candidato con el que CFK se mostró durante los primeros nueve meses del año y que ahora soporta la intervención de Martín Insaurralde, ojos y oídos de Máximo, en su gabinete. La vicepresidente esperaba más del gobernador, tanto en la gestión como en la derrota. Hubiera preferido que Kicillof decidiera por su cuenta un cambio en el elenco de ministros, que en su mayoría pertenecen a su circuito más chico de afinidad. 

Quienes la visitan en el Senado dicen que Cristina sabe mejor que nadie que el Plan A, la apuesta por Alberto, salió mal. Pero las PASO jaquearon también el Plan B, el recambio que insinuaba Kicillof.

Esa realidad, producto del fracaso y la debilidad, explica tanto la llegada de Manzur a la jefatura de gabinete, como la alianza que sostiene el kirchnerismo con Massa o la elección de Omar Perotti como aliado en Santa Fe por encima de las aspiraciones de Agustín Rossi. Cristina da señales claras de no querer cerrarse sobre el “poroteo de los propios” y busca involucrar en la deriva del Frente de Todos también a los sectores que fueron socios de la gobernabilidad macrista entre 2015 y 2019. Los que decían que la iban a meter presa como Massa, los que vivían pegados a Federico Salvai como Insaurralde, los que la jubilaban antes de tiempo desde la redacción de Clarín como Manzur y los que votaban el allanamiento a su casa ordenado por Claudio Bonadio como Perotti. Con ellos, prefiere sellar el primer acuerdo y reducir su capacidad de daño con el anhelo de obtener un respiro en el frente judicial.

No es lo único, según le dijo a elDiarioAR un dirigente de confianza de la vicepresidenta. Por primera vez en mucho tiempo y con los resultados a la vista, CFK empieza a deslizar la necesidad de ir a una gran PASO del peronismo de cara a las elecciones de 2023. Después de vetar las internas en 2015, 2017, 2019 y 2021, Cristina deja trascender que hace falta que compitan todos los sectores para las presidenciales. Lo que hizo la oposición en 2015, lo que impidió Macri en 2019 y lo que volvió a hacer ahora Juntos, otra vez, afuera del poder. Si finalmente se concreta sería parte de una nueva autocrítica, forzada por circunstancias en las que la ex presidente, sus elegidos y el propio cristinismo y La Cámpora no logran ser refrendados en la gestión y en las urnas. Es temprano para saber en qué lugar de ese hipotético escenario se piensa a sí misma. Algunos dicen que el mensaje es “ya está, no me pidan más”y va dirigido a los que le piden que siga actuando el rol de madre protectora. Otros todavía la creen con chances de ir a esa interna o de hacer valer su poder de movilización, hoy dormido, en las calles. Continuará. 

DG

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