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Sobre este blog

Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.

En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo. 

El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad. 

Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.

Mapuche gay, mapuche travesti, mapuche weye: la diversidad sexo-género de un pueblo

Ser mapuche y ser gay, dos identidades con las que Xalkan tuvo que encontrarse. Saberse homosexual lo ayudó a reivindicar su pertenencia ancestral. “Ya era una minoría”, explica

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La diversidad y disidencia sexual han existido desde siempre dentro del Pueblo Mapuche. Sin embargo, nombrarlas sigue siendo, en muchos casos, un susurro. La imposición del heteropatriarcado como parte del proyecto colonial y estatal, junto con el racismo estructural, ha silenciado, estigmatizado y perseguido a aquellos cuerpos y experiencias que se apartan de la heteronormatividad, el binarismo y el cisgénero.

Esta nota recoge tres trayectorias de vida de personas mapuche —gay, travesti y weye— que buscan amplificar ese susurro y transformarlo en una voz colectiva. Weye es una manera mapuche y ancestral de decir “trans”. En estas historias, las identidades sexo-género se entraman con las identidades mapuche, y viceversa, mostrandolas a ambas como procesos llenos de opresiones, búsquedas y resurgencias.  

Visibilizar la diversidad sexo-genérica dentro del Pueblo Mapuche es un desafío, pero la movilización de las mujeres indígenas y los diálogos con los feminismos y transfeminismos en Argentina han permitido ampliar la agenda mapuche de género de la ultima década, y empezar a reconocer tanto presencias ancestrales como expresiones actuales de esa diversidad.

Xalkan: “No tenerle miedo a ser minoría”

Xalkan Cabrapan Duarte nació en Bariloche el verano del 92. A pesar de que no le gustan las etiquetas, elige nombrarse como gay. Hace 15 años atrás, cuando vivía en Buenos Aires y estudiaba ingeniería en petróleo, fue necesario usar ese término para salir del closet y del secreto contándole a su papá militar cuál era su orientación sexual y que estaba saliendo con alguien. 

“Porque, si fuese por definición interna, no se si diría soy esto o soy lo otro. Me gustan los hombres o una relación con hombres”, explica. Sí reconoce que las etiquetas son importantes para facilitar el entendimiento o “ante un ataque externo a veces ayuda decir, ‘soy gay’, ‘soy puto’, e incluso resignificar los insultos”. Decirse gay es para Xalkan un elemento de lucha, un ser parte del movimiento LGBTIQ+, y también una forma de encontrarse en espacios de socialización y disfrute, como las fiestas gay o queer.  

En su trayectoria de vida, atravesar el difícil proceso de trascender su homosexualidad oculta, y superar las reacciones sociales y familiares homofóbicas, le permitió luego abrazar su identidad mapuche, que también le implicó un proceso de autoidentificación: “Al ya reconocerme parte una minoría muchas veces discriminada, excluida, marginalizada, pude agarrar y decir que me autoidentifico como mapuche. Ya venía desde un lugar de resistencia y de no tenerle miedo a ser minoría. La discriminacion es algo duro, es algo difícil, abrirte a ser discriminado. Ser mapuche es abrirse a la discriminacion”. 

Después de recibirse había vivido en Melbourne en Australia y Copenhagen en Dinamarca. Trabajaba en redes descentralizadas y criptomonedas. La gente veía sus rasgos indígenas y le preguntaban de dónde era. Él todavía no podía nombrar esa parte de su identidad.  

Poder nombrarse

Él creció sabiendo que su apellido paterno era mapuche, que sus bisabuelos vivían en el campo, en un lugar llamado Afunalhue, en las alturas del Lago Licanray y cercano al Volcán Villarrica en Chile, y que hablaban el mapuzugun, el idioma mapuche. Sabía que su abuelo había migrado a Argentina en los años 50 para trabajar de albañil, pero que no había transmitido nada acerca de esa pertenencia indígena, probablemente porque ya ser chileno en este país representaba un gran estigma por la xenofobia imperante. Y que tanto su papá como él y sus hermanos y hermanas habían nacido en Bariloche, ciudad que luego reconocería como territorio ancestral mapuche.  

Esos eran los elementos con los que contaba para iniciar el proceso de identificación como mapuche que cuenta ocurrió de más grande, y que tomó más fuerza cuando decidió cambiar el nombre de su documento nacional de identidad con el que nunca se sintió cómodo, por un nombre mapuche: Xalkan. Se pronuncia “Tralcan” y puede entenderse como “habla del volcán” o “sonido del trueno”. Fue en el 2022 que solicitó el cambio de nombre con el motivo de “recuperar, reafirmar y revalorizar su identidad mapuche”. 

Si se tratara de identidad de género probablemente se hubiera amparado en la Ley 26.743. Él tuvo un proceso legal de dos años que incluyó una pericia psicológica. En 2024 una jueza dictó sentencia favorable expresando: “ el derecho al nombre se encuentra estrechamente vinculado al derecho a la identidad” y que este “se deriva de la dignidad inherente al ser humano, razón por la cual le pertenece a todas las personas sin discriminación, estando obligado el Estado a garantizarlo”. Una cita de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.  

Lo que mayor satisfacción le da a Xalkan es poder reivindicar su nombre como propio del lugar en el que nació: “Cuando me dicen ‘ay, de dónde sos, de dónde es tu nombre’, contesto: ‘soy de acá, y mi nombre es de acá, el que tiene que preguntarse de dónde es tu nombre o apellido sos vos’ ”. 

Hacer confluir identidades

El nombre de Xalkan no tiene género, como sucede con todos los nombres en el mapuzugun, aunque él sí se autopercibe de género masculino, dentro del amplio espectro de identificaciones sexogenéricas de lo gay que existen. 

Cuando empezó a participar de ceremonias mapuche, como el Gejupun del Pijan Mawiza, como se llama la ceremonia en la base del volcán Lanín, o en el Wiñoy Xipantv (Renovación del año), observó que había una segmentación entre lo femenino y lo masculino, y se preguntó cómo debía posicionarse o mostrarse ante el deseo de utilizar algún accesorio usual de las mujeres, como caway (aros) y mvnologko (pañuelo) o de tocar el kulxug (caja de resonancia), comprendiendo que hay un ordenamiento protocolar en base al género que también impera en este ámbito. 

En el presente, la búsqueda es para Xalkan sentirse parte del mundo mapuche también desde el lado de su identidad sexo-género, como varón gay.  

Geo: “Así nos levantamos nosotras” 

Es viernes santo, suena la música de Flamenco Queer, y Georgina Colicheo, fundadora de la primera Asociación de Trans y Trabajadoras Sexuales de Río Negro, prepara unos mates. Está triste porque es el primer aniversario de la muerte de su mamá, Trinidad Puelman, a quien cuidó durante siete años, y por el fallecimiento posterior de su hermano:

Él fue uno de los tantos que me golpeó para que yo cambiara, porque tenía bronca por la vergüenza que le hacía pasar. ‘Me dijeron que tengo un hermano puto’, decía. Y después de grande, nunca fue buena la relación pero yo iba y le decía ‘Hola amor cómo andas, te traje esto’”. 

En el videoclip que se reproduce en la tele, la cantante se para con ayuda de una travesti de cada lado, y Geo dice “así nos levantamos nosotras”, mientras despliega fotografías de sus amigas. Geo las mira y recuerda a una compañera, amiga, hermana, travesti, mapuche, trabajando juntas en la calle, preparando una fiesta de 15 para una sobrina, esperándose en las madrugadas, viajando kilómetros de ruta hacia los puertos, ayudándose económica y emocionalmente para satisfacer necesidades de la familia, poniendo el oído para historias de chongos, de amor y desamor.

De ella hay menos registros. Dice que quizás es porque su madre tenía la creencia de que “uno no tiene que andar dejando fotos por ahí porque hay gente mala, y te pueden hacer algo”. Cuando andaban en la orilla de la ruta, las chicas la cargaban: “La Colicheo tiene miedo que el wigka lo deje preso”. Wigka es una palabra mapuche que significa invasor blanco y que en este caso usaban para la policía. Ser travesti estaba criminalizado. 

Georgina transitó hacia su identidad femenina, pero le costó más asumir su identidad mapuche. Un día se dijo a sí misma: “Georgina, vos no te estás siendo sincera”. Ocultaba el nombre Colicheo, apellido que había heredado de su padre Silverio, nacido  en Aguada Guzman donde su abuelo tenía el campo que ella visitaba de pequeña. 

Georgina recordaba haber sido el nieto preferido. “Era canoso y negro como mi papá. Me llevaba de la mano, a la señalada (marcación de animales), y andábamos a caballo. Yo dormía en un quillango, de cuero. Y me acuerdo que él me decía: ‘Uno tiene que tener la memoria, uno tiene que dejar la imagen guardada acá en la cabeza’”. Georgina recuerda subir a la loma, sentir el viento frío, ver el campo. Hasta que un día “Le dijo que no me quería ver más porque yo era un cuerpo de hombre con alma de mujer, que se me había metido un espíritu”.  

Dejó de ser Colicheo. Al rechazo del abuelo se sumaban las burlas. “Colicheo cara de cordero, Colicheo olor a pata, todas esas cosas horribles.” Pero ya adulta, usó Valda por el terrateniente que le había dado el apellido a su padre por ser su peón, práctica recurrente en la Patagonia, o Jofré, o Martinez, o algún otro que inventaba cuando la policía se lo pedía en la calle o cuando caía presa. 

“Porque cuando la policía sabía que era Colicheo me decía ‘indio puto’, y me cagaban doblemente a palos. Y me decían ‘ustedes se hacen los indios, pero los indios son fuertes. Ustedes son maricones, putos, degenerados’ ”

Hasta la raíz

Durante largos años, Georgina ocultó su identidad travesti con la familia. A las visitas iba vestida de varoncito, cuenta, y con el pelo corto o atado. Hasta que fue su hermana Selene, “hija de la luna”, 15 años menor que ella y también travesti, la que le dijo: “¿por qué no te venís travestida?” Fue un antes y un después en su vida, y cuenta que sus padres la fueron aceptando con el tiempo y que la quisieron a su manera. 

Después del raconto que tuvo que hacer para comprender el porqué del ocultamiento y el sentir vergüenza de sus orígenes mapuche, se dispone a recuperar esa identidad, aunque siente que le exige mucha responsabilidad. Tiene miedo de hablar mal la lengua que su padre hablaba tan fluidamente con su tío, pero que no le transmitió a sus hijos. Una vez le preguntaron “cómo no sabes saludar en lengua originaria, sos Colicheo!” Y su reacción fue: “Pará chabona, déjame vivir mi transición tranqui. A mí me llama la atención que vos siendo rubia de ojos azules me vengas a decir ‘mari mari’ (saludo mapuche). Ahora son todos open mind, son todos pueblos originarios viste. Es lo mismo que yo me quiera hacer la mujer cis heterosexual.” 

Hoy son tiempos complejos para las personas trans y travestis. Georgina trabaja y milita en el Consultorio Inclusivo del Hospital Francisco López Lima de General Roca, renombrado Fiske Menuko, que tiene 160 usuaries de todas las edades. Se nota el cambio social que cuestiona las identidades travestis y trans. Le dice a las jóvenes que esto no es nada en comparación con lo que ellas vivieron en la dictadura, o en los 90, no para victimizarse sino para darles valor para enfrentar el odio habilitado y promovido por el gobierno de Milei. Para hacerlo más liviano, Geo busca la conexión con la naturaleza haciendo un fuego, mirando lagartijas, yendo al río en invierno con su hermana, cuidando sus plantas, metiendo los pies en la tierra, y caminando por el manzanar en el alto valle rionegrino.  

Paula: “Piwkentukvyewan, pasar por el corazón antes de hacer”

Es otoño, y Paula Yende Nawelfil dice que el rvmv (otoño) es tiempo de pensarnos, de guardarnos, de volver a meterse para adentro, lo que hace especial conversar sobre un tema que es especial e íntimo para ella, y para el Pueblo Mapuche: su identidad weye. 

Paula se vive y autopercibe como “zomo weye epu pvjv” cuya traducción simplificaría su significado, pero que implica habitar un cuerpo de mujer pero en un tránsito que va y viene entre dos espíritus, femenino y masculino. 

“Tenemos palabras propias para decirlo. Eso no quiere decir que sea aceptado plenamente”, explica. “Más allá que tenga nombre en mapuzugun o no, que signifique una cosa en una zona y otra en otra. Buscar la manera propia de nominalizarlo. Es parte aún de la reconstrucción del kimvn (conocimiento mapuche)”.

Paula cree que la búsqueda de un “kiñe rakizuam” (un sólo pensamiento) para les mapuche como parte de su cosmovisión, es también habilitar estos lugares de la disidencia sexogenérica.

Sus estudios de grado y posgrado en lengua y literatura latinoamericana le han ofrecido la posibilidad de la autocrítica y de poder dar discusiones, y es la poesía su canal de expresión. Cree que el Pueblo Mapuche no está acostumbrado a hablar de las intimidades, menos de sexo y sexualidad, y mucho menos de género. Percibe que hay una distancia en la corporalidad de las personas y que eso también responde a los protocolos mapuches. Para Paula es complejo pertenecer a una disidencia, y presentarse como weye depende del lugar y ocasión en la que esté, del rol que esté cumpliendo, en qué comunidad, y si está en un territorio propio o afuera.

Paula vive en Bariloche, pero su tuwvn (origen territorial) está en Junín, provincia de Buenos Aires, zona que antiguamente se llamaba Tapalqué, y que incluía el noroeste de la provincia de Buenos Aires y parte de La Pampa. Su familia fue arrastrada por Valcheta, y la desintegración familiar producto del genocidio indígena es la causa de tener tan destrozado el conocimiento sobre el propio kvpalme (origen familiar) del lado paterno, lamenta. A sus 46 años, continúa reconstruyéndolo. 

Su identidad de género y mapuche tuvieron distintos recorridos: “No se dieron juntas, ni mucho menos. Entiendo que la identidad es una cuestión política y móvil, y una estrategia también. Como decían los viejos ‘cuando la sangre llama a la sangre’. No me crié siendo mapu, por lo tanto lo viví desde afuera primeramente, siendo adulte, el reconocimiento, encontrar esa parte de mi pueblo, esa parte de mi familia.”  

Habitando la herida

La negación de las identidades trasngénero indígenas fue parte del proceso de colonización y de estatización y repercutió en borrar e invisibilizar esas identidades incluso hasta el presente. Paula cuenta que le ha pasado de “conversar en otras comunidades con ñaña (hermanas) y que venga alguien a preguntar, a hacer una encuesta y que digan ‘no, yo no conozco a alguien así’ estando yo al lado. Que alguien diga que no sabe de esas cosas estando la presencia de uno.” 

Paula lo interpreta como la herida ancestral, y se pregunta cómo nos endurecimos tanto como pueblo. Su vivir un cuerpo en constante tránsito, le ha ofrecido repensarse, y repensar las categorías existentes, y occidentales para comprenderse. Su camino mapuche resultó de una politización de la identidad, mientras que su identidad disidente no se hizo desde el activismo.  a  

Puede que por eso no le sea suficiente la crítica al binarismo como estructura predominante para la división y construcción del género. Es otra vez una perspectiva occidental. O sea, Paula como mapuche y como kimelfe (enseñante de mapuzugun) reconoce que hay en la cosmovisión una dualidad: “En el mapuzugun tenemos un dual y el género se saca por el contexto. Esa unidad de análisis, pues debería ser nuestra lengua.”   

A Paula le incomoda comprender la identidad desde un lugar predominantemente sexogenérico y androcéntrico: “además de ser wenxu (hombre) o zomo (mujer), también podemos ser lewfu (río), mawiza (montaña)”, explica. Su cuerpo lo vive cuando en las ceremonias mapuche desenvuelve el rol de kojon (máscara de madera cuya performance es ordenar con carisma): “No siento que tenga un sexo o un género. Yo siento que es una gran fuerza que sale y hace cosas. Si lo tuviera que definir lo acercaría más a la fuerza de un animal, no a una cuestión humana. Primero sentirlo, después pensarlo. Piwkentukvyewan, pasar por el corazón antes de hacer.”

MCD / MA

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Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.

En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo. 

El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad. 

Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.

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