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Opinión

El capitán Beto, por el espacio

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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Todas las presidencias se cuentan a través de sus gafes. Alfonsín le dijo a uno: “A vos no te va tan mal, gordito”. Le quiso decir: hay hambre pero a vos te sobran hidratos de carbono. No fue meme pero no se pudo sacar esa historia de encima. La víctima de aquella frase era Sergio Valenzuela, un dirigente histórico de ATE de Cutral-Có que el año pasado desgraciadamente falleció de COVID. Valenzuela se pasó la tarde de un acto oficial diciéndole al presidente radical que tenían hambre. Fue detenido por desacato. Fue liberado. Fue leyenda. En 1993 en el programa de Jorge Guinzburg “Peor es nada” se reencontraron, se dieron la mano y Alfonsín se disculpó: fuera de cámara le dio además su dirección. Después de recibir sus cartas con pedido de ayuda, Alfonsín le mandó dinero. 

Luego vino Menem (que tuvo varias) y la estratósfera. En la apertura del ciclo lectivo 1996 en una escuela de Salta habló sobre “vuelos espaciales, que van a remontar a la estratósfera, en una hora y media podremos estar desde Argentina en Japón”. Imaginemos por un segundo esa frase dicha ahora. Imaginemos por un segundo la convivencia del menemismo y las redes sociales. De la Rúa y esa tropezada aparición en el programa de Tinelli en la que habló con voz cansina ante la irrupción por el pedido de los presos de La Tablada, que confundió nombre de programa (¡saludó a la audiencia de Telenoche!), canal, nombre de la esposa del conductor, y se fue perdido entre el decorado a los tumbos. ¿Pero esos gafes qué dicen? Dicen más de la época que de los presidentes. 

Alberto, del viejo capitán Beto al capitán Meme, estos días cayó ahí. Y hay que saber caer. Una mala frase es un derecho presidencial. Pero… 

Había dos ideas sobre las que pivoteó el kirchnerismo para nacer en 2003: autoestima nacional y autoridad presidencial. El presidente Fernández las conoce. De ese kirchnerismo no hizo las canciones, pero produjo el disco. Y no era un “programa”, era una intuición. 2001 y la odisea en el espacio: ¿cómo reconstruir el poder político después del final que no es tal? 

Menem se reía de sí mismo antes que se rieran de él. Por eso el antimenemismo corrió casi siempre de atrás. Aunque produjo género de humor y monologuismo político: Gasalla, Pinti, Tato Bores. En el fin del año 1991 el gran Tato Bores lo sentó a cenar con él e hicieron la parodia. ¿Qué hicieron? Se pasaron facturas. Menem le dice “esta es por el narco-gate”, estira la mano y le da un ticket. Tato era más gracioso, pero Menem, más vivo. La risa negra. Parece que los países tienen dos cosas para tener democracia: tienen moneda y tienen presidente. Esa cuenta sacó el riojano. Fundó y fundió. 

Vino De la Rúa, el peor gobierno posible, cuya “autoridad” nos enseñó en vivo el concepto de “doble vínculo”: cuando alguien es colocado en una situación paradójica, como cuando te dicen “sé espontáneo”. Está destinado a salir mal. Lo vimos con Mariano Grondona. Se necesita autoridad, le dijo Grondona. ¡Eso!, dijo De la Rúa golpeando la mesa. Grondona se descolocó: ¿quería darle una orden o quería recibirla? Pero el presidente pedía eso. Órdenes. El poder se deshacía en ese puño del presidente. El orden no se pide, se ejerce. Y la sociedad le dijo que se vaya. Se fue. 

Duhalde hizo más por la Argentina que por él mismo. Fue tan de transición su gobierno, que fue un mal lector de eso otro que hay que leer a la vez: lo que el país necesita pero también los tiempos que tocan. Cuando en abril de 2002 no reconoció el golpe a Hugo Chávez, o la construcción de su amistad con Lula fueron amagues. Hasta que se sirvió solito en bandeja en la deliberada construcción de autoridad que hace todo político inseguro: se hace punitivista. Y fue su escena temida en el país de los consensos simultáneos: quiso poner orden y se fue porque mató. Duhalde no inventó la violencia institucional, pero construyó sobre ella y por un instante el vértice de su autoridad. Y terminó víctima de sí mismo. 

Después vino Kirchner, con Zaffaroni bajo un brazo y con el duhaldismo en el otro, pero una simple decisión intuitiva permite ver su astucia: los de protocolo sabían que sólo los noteros de CQC tenían permitido el acceso a él. Para ellos no había cerco. La tele vengadora de la política tenía ese privilegio porque Kirchner hacía política con la anti política. Midió el pulso de la época. “Los noventa” terminaron ahí. 

Macri cruzó algunos límites. Uno de sus leitmotiv sobre el poder era devolverlo, tercerizarlo, diluirlo en otros (Comodoro Py, ciertos empresarios, el “mundo económico”, etc.). Para Macri lo que tenía que tener mano invisible no era el mercado sino el Estado. Lo más posible. Pero ajustaba tuercas. La vieja foto de él con Tinelli en snapchat era el caldo de una negociación (¿qué es Tinelli si no esa gran televisión vandorista?) para que ni Mauricio ni Juliana fueran parodiados en Showmatch. En la memoria nacional pesaba tanto la imagen del subsuelo sublevado del 2001 de ahorristas y piqueteros como la enorme imitación de Fredy Villarreal que agarró a De la Rúa tan del hueso que lo profanó. De la Rúa se transubstanció: su alma estaba en la imitación. El otro, el vacío, era él… pero ya no era presidente. 

A Alberto Fernández le sonó una alarma por estos días. Mario Riorda en este hilo alertó contra los “tsunamis de desprestigio”. La ciencia de la comunicación nunca muere. Se vio pasar debajo de la mega producción de memes uno que es el que sostiene los demás: esas máquinas donde con un joystick los niños manejan una garra de metal con cuatro dedos para agarrar un muñeco, el meme en cuestión mostraba una en la que en vez de muñecos había cortes de carne vacuna y un cartel que decía “funciona con billetes de mil”. Todo por mil pesos. Los memes del bajo fondo. ¿De cuántas cosas nos podemos reír? De las que el bolsillo aguante. Esta semana las mejores aclaraciones fueron en acto: volver atrás el zarpazo a monotributistas. 

Una fortaleza del gobierno está en lo que no maneja: la oposición. El debate preelectoral de Juntos por el Cambio de cara al 24 de julio, fecha límite para presentar listas de un calendario que arranca en septiembre muestra demasiado las costuras de un frente nacido para gustarles a los que no les gusta la política. ¿Se están peleando o se están reproduciendo? Los lados están marcados: Larreta versus Macri. 

Recordemos la historia reciente para ver el random de la Historia: la última vez Macri se puso al hombro la interna PRO para imponer a Larreta por sobre Michetti en la Ciudad. Luego ganó Larreta, que casi se le complica con Lousteau, que hoy es más aliado de Larreta. Después de haber sido embajador de Macri en USA. Detrás de Larreta se ubica Vidal y Bullrich detrás de un Macri sobre un plan de acción metropolitano: Juntos por el Cambio se juega su interna en PBA y CABA. Las dos figuritas huyen de PBA y quieren hacer lo inevitable: ser ganadoras en CABA. Larreta quiere a Santilli en la PBA y Macri a Vidal en PBA. Macri parece jugar más sobre el argumento de los “candidatos naturales” de cada distrito. Así lo dijo Patricia Bullrich. Y en PBA de hecho existe el Grupo Dorrego, una base de intendentes amarillos (Garro en La Plata, Valenzuela en Tres de Febrero, Grindetti en Lanús y Jorge Macri en Vicente López) que se posicionan en esa línea: a la provincia lo que es de la provincia. Así, Bullrich (a veces más cerca del meme de sí misma) entonces sería la candidata natural de la Ciudad. En paralelo ocurre el juego de Lousteau. Una tensión radical que tiene peso propio porque él tiene peso propio: juega a ser más que JxC y ésa es su potencia y su riesgo. Y se suman los peronistas sin tierra como Monzó, Frigerio, Pichetto, etc. Las caras del peronismo republicano. ¿Y dónde juega Carrió? Ha declarado una pelea fuerte con Macri y se ubica cerca de Larreta. Imaginamos que además porque odia a Bullrich. Macri y Bullrich tienen la fortaleza de la identidad: un núcleo de la sociedad fogueado en las calles, las plazas, las redes, contra la infectadura. Ese núcleo de voto sólido tendría más ganas de votar a Bullrich que a Larreta en una interna. Pero Larreta los tiene que convencer de lo obvio: de votarlo a él para ganar. Para ir por todo. 

Café La Humedad

Hay una película que no envejeció tan mal, de Alejandro Agresti: “Buenos Aires Viceversa” (1996). Podría ser la última película de la transición democrática, el punto máximo de acumulación del sentido de derrota cultural con que vino la urna encima. Se podría llamar “La democracia nos cagó”. Pero hay mucho bar en la peli y la cámara se fija en las conversaciones de sus personajes, y a la vez hace un 360 que va mirando a todos los que están en un bar en la mitad de los años noventa: los que hablan, los que tienen citas, los que están solos. Podrías estar en todas las mesas. La del café de raje, la de la sobremesa interminable, la de las parejas a punto de romper, las de la primera cita, la del que lee, la del que ojea. En esos noventa se impuso mucho la tendencia de “pizza y café” que quiso hacer de todos los bares un bar. La fórmica, la fainá medio chicle, el cortado hecho sin ningún amor. En todas las ciudades se valoran los bares. Había un bar por ejemplo en el centro de San Juan, el Bar Freud. Los domingos a la mañana caía José Luis Gioja, siendo gobernador. Todo el mundo lo podía ver. Aquello que dijo Guillermo O’Donnell, ¿se puede decir así?: en Argentina te cruzás un presidente en un bar, te podés tomar un café, lo puteás, te acostumbrás a verlo. Una vez Alberto Samid despotricaba contra los supermercados chinos. Los acusaba de la inflación. “La culpa de la inflación la tienen los chinos”. Los periodistas lo apretaron un poco, vieron venir un dron del INADI, “¿cómo va a decir eso, Alberto?”, y Samid que no es ningún opa les dijo: “Vos te tomaste alguna vez un café con un chino?”. Él no. Y eso lo mortificaba. Dame un café, dame una pipa de la paz. No hay democracia sin café. 

Ese gesto define una cultura política. Y es la de Alberto. Su ADN, su GPS. El barrio de San Nicolás, Tribunales, café de pozo: la política, la justicia, las víctimas y los ventajeros, y la mayor densidad de delito por metro cuadrado. Un barrio que es un museo. Tiene (o tenía), por ejemplo, sobre Rodríguez Peña, a la sede del Partido Demócrata. Todo se cruza. El presidente Alberto Fernández muchas veces habla como se habla ahí en esas sobremesas. ¿Qué dijo de nuestra identidad? Casi todo lo mejor que se puede decir sobre eso está acá. Somos un mosaico de espejos rotos, le haríamos cantar a Litto Nebbia, un santo del rock, peronista y fanático de David Lynch. El apellido Fernández, como todo apellido gallego, así, genérico, huele a las fosas comunes de la Historia. La estirpe de los comunes. Un Fernández para la solución argentina en la era de la identidad. El político más común para la época menos común. Un dato estadístico: van dos Fernández presidentes. Llamarse Fernández suena a ser de ningún lugar. Como Gómez, Rodríguez, Martínez. Hijo de nadie, de todos los gallegos juntos. Pero la lengua del café no es la lengua de la diplomacia. Y el presidente dijo macanas porque la bolilla identidad sirve para decir macanas, profesor. A todos nos educó un poco Billiken, un poco Félix Luna, un poco el cancionero nacional, y los cuentos de la abuela. El presidente quiso aclarar pero no se dio cuenta que ya le habían puesto manos de tijera. Así son los memes, capitán. “Y bueno, soy hijo de un barco”, se pudo decir y san se acabó. Todos hablan en primera persona, y habló la suya. Yo y Platero le llegó a Alberto. 

Se ha escrito y con razón sobre la Argentina mestiza y originaria. Una parte de la sangre argentina vino en barco, viajó en bodegas malolientes, de a partes, llegaron primero los hombres, después el familión, o al revés: primero la familia, la madre y los hijos y después los hombres. Europa exportaba pueblos. Con medias de lana, de los que hacían cola para tener una tierra prometida. Hombres que señalaban con el dedo la nada. Y decían: ahí levantaré mi edificio, mi iglesia, mi rancho. La A de anarquistas que puso Bayer, pero también, y sobre todo, la más masiva A de anónimos que vinieron a conservarse y reproducirse. Me acuerdo en Ingeniero White, en el Museo del Puerto recogieron entre tantas cosas el canto de Armando Russo, un vecino de una casa ferroviaria que antes de morir hace poquísimos años aún cantaba para quien quiera oírlo el fado que cantó con ocho años de la mano de su madre en ese puerto, cuando fue a recibir a su padre, que llegaba de Portugal años después. Cantaba este. Otra enorme poeta cordobesa, muerta hace más de 25 años, Glauce Baldovín, una hija de venecianos que se afilió al PC para irse (como Dios manda), y luego al PRT para morir en un intento, y que le desaparecieron un hijo en la colimba, Glauce en su “Libro de Lucía” escribió este poema: 

Mi madre decía:

Maledetto Cristóforo Colombo que descubrió la América,

y se paraba en puntas de pie, mirando el horizonte.

Italia está muy lejos.

¿Qué hacías en Italia, madre?

Ella bajaba la cabeza, entonces, escupía,

y quedaba una mancha oscura, que la tierra absorbía paciente,

sin prisa.

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