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Mas allá de la “justicia distributiva”
¿Por qué fue un fracaso Playback, de Chandler?
El evidente fracaso de la última novela de Chandler, Playback (1958), se explica habitualmente por la declinación de su ímpetu creativo, cuyo origen se busca entonces en el alcoholismo, nacido de la desesperación causada por la muerte de su esposa; empero, la función de esta huida hacia la psicología consiste, como siempre, en permitirnos eludir la lógica inherente del fracaso. A fin de detectarla, hay que tener en cuenta que Playback se desarrolló a partir de un guion escrito en 1947-1948 que, debido a una serie de circunstancias desafortunadas, nunca se rodó; aquí está el tratamiento inicial que Chandler hizo de él:
La semana crucial en la vida de una muchacha, quien decide pasarla en una suite de la torre de un hotel, bajo un nombre supuesto, con su identidad totalmente oculta con gran cuidado, dispuesta a aceptar lo que venga y, al final de la semana, a matarse saltando por la ventana.
Durante esa semana, las frustraciones y tragedias de su vida se repiten de forma condensada, de modo que es casi como si hubiera llevado consigo su destino y que, fuera donde fuese, le pasara el mismo tipo de cosas.
Nos encontramos aquí ante el esqueleto de toda una narración ética: al principio, hay una elección obligada que marca la existencia del sujeto con la culpa (la muerte traumática del esposo de la muchacha en Playback); esta situación traumática luego se repite, “vuelve a representarse”, dejando abierta la posibilidad de que el sujeto se “redima” por medio de un acto suicida. El cambio crucial provocado por la novelización fue, desde luego, la introducción de la narración en primera persona: la historia se relata ahora según es vista a través de los ojos de Philip Marlowe y, con ello, se transforma en una novela policial hard-boiled “normal”. En esto consiste la razón última de su fracaso: se empeña por incorporar al universo hard-boiled una posición subjetiva (una actitud ética) que está formalmente excluida de él, esto es, la presencia de lo que hace visible la falsedad de la propia perspectiva desde la que se relata la historia. Para decirlo brevemente, la posición subjetiva de Marlowe —un romántico cínico adherido a sus valores contra el mundo malvado cuya corrupción se encarna en la femme fatale— se funda en el desconocimiento de la actitud ética encarnada en el acto suicida de la muchacha. Y por eso, el interés de Playback (la novela) reside en su fracaso mismo: como confrontación de dos lógicas incompatibles (incompatibles dado que una de ellas implica la “represión” de la otra), revela la limitación inherente al universo hard-boiled.
Encontramos la misma narración ética del acto como repetición suicida de una elección obligada en La decisión de Sophie, de William Styron. La situación traumática original ocurre en un campo de concentración alemán en el que un oficial nazi enfrenta a Sophie con una elección imposible: tiene que decidir cuál de sus dos hijos ha de sobrevivir, mientras que el otro será enviado a una cámara de gas; si se niega a elegir, ambos morirán. Arrinconada, Sophie elige al hijo menor, y se carga así con una culpa que la llevará a la locura. Al final de la novela, se exculpa a sí misma por medio de un gesto suicida: desgarrada entre dos amores, un artista psicótico fracasado con quien está en deuda por haberle salvado la vida después de su llegada a los Estados Unidos y un joven escritor principiante, escoge al primero y ambos se suicidan. Si bien la “decisión de Sophie” funciona en la actualidad como un verdadero casum mencionado en numerosos tratados éticos, debería advertirse que, por regla general, la atención se concentra en la situación original de la elección obligada y en sus perturbadoras implicaciones éticas (¿cómo debería uno actuar en una situación semejante? ¿La actitud adecuada no es rechazar la elección, no importa cuál sea el precio?), mientras que el problema de la repetición, esto es, del acto suicida por medio del cual el sujeto puede, más tarde, exculparse, está singularmente ausente del debate.
La “justicia distributiva” y su excepción
Este desasosiego delata el hecho de que la “decisión de Sophie” subvierte mucho más que el universo hard-boiled: socava los fundamentos mismos de la noción de justicia que regula nuestro trato cotidiano, a saber, la noción de “justicia distributiva”. Recordemos su articulación más elaborada, Teoría de la justicia, de John Rawls, un intento de dar a la ética liberal un giro antiutilitario y kantiano radical. De un modo cabalmente kantiano, Rawls “evacúa” el dominio ético, es decir, lo vacía de todos los objetos “patológicos” (contingentes, empíricos). En otras palabras, su tesis crucial es la afirmación de la primacía de la justicia sobre el bien: aquella tiene que ser definida previa e independientemente de lo que consideramos como bien, no puede deducirse de la noción del bien. En las sociedades seculares contemporáneas en las que coexiste una multitud de visiones del mundo, cada noción particular y determinada del bien supremo se experimenta, en última instancia, como una “contingente”; por consiguiente, ninguna unidad —el “cemento” ideológico que las mantiene unidas— puede definirse en los términos de un bien común. Lo que se refuta con ello es también toda forma de utilitarismo que haga a la justicia dependiente del “cálculo de los placeres”; para referirnos a la terminología psicoanalítica, Rawls asume una posición “más allá del principio del placer”, así como más allá de su prolongación evidente, el principio de realidad. Es esto lo que está en juego en la distinción que él elabora entre lo racional y lo razonable: lo racional consiste en el “cálculo de los placeres”, la economía de gastos y ganancias en el nivel del principio de realidad; es la agencia que nos dice cuándo es provechoso renunciar al placer presente en pro de una ganancia en el largo plazo, esto es, obedecer una norma social aunque esta obediencia vaya en detrimento de nuestros intereses en el corto plazo; mientras que a la justicia le incumben los principios éticos que deben observarse con prescindencia de la consideración racional de nuestros intereses “patológicos” y contingentes. La noción de “velo de ignorancia”, central en Rawls, apunta precisamente a esta eliminación de las consideraciones “patológicas” del sujeto: el sujeto ético actúa como si no supiera desde dónde (desde qué posición dentro de la sociedad) habla, se constituye por medio de esta abstracción de su posición de enunciación.
La paradoja del sujeto de la justicia consiste, de ese modo, en que la transparencia total de su objeto entraña la impenetrabilidad total del lugar desde el cual habla: por un lado, se supone que tiene una información completa acerca de la sociedad sobre la que está llamado a emitir un juicio, acerca de la posición de todos sus sujetos, acerca de sus intereses y perspectivas; por otro, el reverso de esta suposición de conocimiento total es una ignorancia radical de la manera en que el propio sujeto está “inmerso” en el universo social: un juicio “razonable” debe expresar un punto de vista con el cual el sujeto acordaría aun si su posición en la escala social fuera la más baja. Esta eliminación del contenido “pato-lógico” de la posición de enunciación del sujeto puede escribirse en los matemas lacanianos como /S → S, es decir, el pasaje del sujeto “patológico” lleno de intereses particulares al sujeto vaciado, “barrado”, de la justicia; en otras palabras, el sujeto está irreductiblemente escindido entre el sujeto “patológico” hecho de “carne y hueso” y el sujeto ético, una especie de ficción simbólica, un participante abstracto de la “situación original” en la cual se firmó el contrato social. El estatus de este contrato social —el pacto simbólico como hecho social original previo a cualquier “cálculo de intereses” utilitario— es también el de una ficción simbólica: la única manera de emitir un juicio ético coherente sobre el estado presente de la sociedad real es proceder desde la ficción de la “situación original” en la cual los sujetos concluyeron el contrato social, cubriendo con el “velo de ignorancia” la determinación “patológica” de sí mismos como seres de carne y hueso. La noción lacaniana del Ideal del Yo (en oposición al yo ideal) debe ubicarse precisamente en ese lugar ficticio de la “situación original”, el lugar desde el cual el sujeto se mira a sí mismo a fin de ser capaz de emitir un juicio ético, es decir, un juicio sobre la distribución de los bienes, ya que, según Rawls, en última instancia la justicia tiene que ver con ello: es, en consecuencia, una justicia distributiva.
Sin embargo, como lo demostró Jean-Pierre Dupuy, la “decisión de Sophie” expone un caso límite que, como el grano de arena apócrifo, altera el mecanismo lógico de la justicia distributiva. El aspecto crucial es que la “decisión de Sophie” no es solo otro ejemplo de la situación sacrificial clásica en la que sacrificamos los derechos del individuo para mayor beneficio de la comunidad (como en una situación de tensiones interétnicas extremas en la cual la lógica utilitaria nos dice que es “racional” ejecutar a algunos individuos inocentes, dado que sabemos que este sacrificio aquietará las pasiones y, con ello, salvará un número mucho más grande de vidas). Es fácil defender el punto de vista liberal antiutilitario contra esa lógica del chivo expiatorio en el cual se proyecta la culpa colectiva: hay que afirmar, simplemente, el derecho del individuo a no ser perjudicado en favor de los intereses presuntamente más elevados de la comunidad. Sin embargo, en la “decisión de Sophie” nadie es menos dañado si ella rechaza la elección: de ser así, ambos niños mueren. En otras palabras, esta situación sí pasa la prueba de Rawls del “velo de ignorancia”: aun cuando uno ocupe la posición del niño sacrificado, lo “razonable” es aceptar el sacrificio, dado que la víctima no pierde nada con ello, mientras que los otros ganan. Como señaló Dupuy, lo que enfrentamos aquí no es solo el límite del utilitarismo sino el de la razón como tal: la “decisión de Sophie” no es solo “racional” sino también “razonable” en el sentido rawlsiano pero, no obstante, nuestra intuición ética nos dice inequívocamente que en ella hay algo que anda mal… Por ende, la paradoja que plantea para la teoría de Rawls es la siguiente: la actitud fundamental de esta teoría es “antisacrificial”, esto es, su objetivo último es socavar la ética tradicional del sacrificio del individuo en beneficio de la comunidad y reemplazarla por la ética de la tolerancia, de los derechos individuales, etc.; empero, sus propios axiomas, cuando se aplican a la “decisión de Sophie”, legitiman la elección sacrificial. En este sentido, podemos decir que esta versión de la situación sacrificial expone un “punto ciego” de su teoría; un cuerpo extraño que, en última instancia, es incompatible con ella, pero que, al mismo tiempo, no puede refutarse de manera inherente y, por lo tanto, tiene que excluirse (¿sacrificarse?) por anticipado si la teoría pretende conservar su coherencia. Con una fórmula en cierto modo ingenua, podríamos decir que la ética de Rawls “no está hecha para situaciones sacrificiales”: no ofrece una mejor respuesta a cómo actuar en una de ellas, lo que propone son, antes bien, principios que, si se los sigue, impiden el surgimiento mismo de situaciones sacrificiales.
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