La imperfecta realidad humana. Reflexiones Psicoanalíticas
La realidad humana
A los psicoanalistas nos resulta familiar la clásica oposición entre la realidad “psíquica” y la realidad “fáctica”, en tanto esta oposición nos provee la herramienta conceptual que hace posible nuestro trabajo cotidiano. Con ella no solo logramos delinear la infinita variedad de subjetividades, sino observar y tipificar la diferente relación de cada paciente con su realidad fáctica. En cambio, nos resulta menos habitual calificar de “humana” a la realidad; aquella en la que simplemente y en forma inadvertida habitamos y trascurrimos; y que nos provee el incalculable patrimonio de artefactos –tanto materiales como abstractos– encaminados a hacernos más segura, eficiente y confortable nuestra existencia. La realidad “humana” se opone conceptualmente a realidad “natural”, hábitat de todos los demás seres biológicos, en concordancia también con otra oposición crucial: la primera es una realidad “construida” por el hombre, en tanto la segunda es una realidad “dada” por la naturaleza. Y con esas premisas afirmo algo implícitamente evidente: hay psiquismo porque hay realidad humana, y hay realidad humana porque hay psiquismo. Y hay neurosis, psicosis y caracteropatías porque existen psiquismo y realidad humana; y estas pueden ser las derivas posibles del lidiar en ella.
La existencia misma del psiquismo, este sofisticado “dispositivo virtual” que nos distingue como especie, es explicable por el hecho de que al ser humano le son insuficientes las herramientas innatas (instintos) para sobrevivir y prosperar en esta realidad. Insuficiencia que Jacques Lacan denominó “desarraigo instintivo”. Instintos sí suficientes en el reino animal que, sujeto a las leyes de “selección natural de las especies” (Darwin, Ch., 1859), simplemente se extinguen cuando se hacen inviables en las caprichosas vicisitudes del ámbito ecológico natural en el que hasta ese entonces prosperaban. En cambio, en los seres humanos tal insuficiencia de los instintos es sustituida y compensada por el psiquismo que dota al hombre de la posibilidad de neutralizar las adversidades del hábitat transformándolo. Psiquismo cuya virtualidad o intangibilidad debe, sin embargo, sostenerse en la materialidad del cerebro plenamente desarrollado del Homo sapiens “moderno”, concomitante con muchos otros condicionamientos biológicos. Moderno, designa R. Leakey al devenido del género Homo hace alrededor de 35.000 años. Variedad que finalmente prevaleció y se impuso sobre los otros tipos de sapiens “antiguos” que hasta ese entonces poblaban el planeta. El moderno es precisamente aquel equipado de un cerebro de 1.350 centímetros cúbicos, con el área de Brocca plenamente desarrollada así como las cortezas prefrontales y el descenso definitivo de la laringe que posibilita el lenguaje doblemente articulado. Tal “doble articulación” del lenguaje (significante/significado y signo/signo), atributo único y exclusivo del ser humano permite que, con apenas algo menos de 40 sonidos (fonemas), existan en nuestro planeta alrededor de 5.000 idiomas, valiéndose de sus infinitas posibles combinatorias. En términos del citado autor (Leakey, R., 2000, p. 115): “la evolución del lenguaje se considera universalmente como el acontecimiento culminante en la emergencia de la humanidad tal y como la conocemos hoy en día” (resaltado mío). El advenimiento de esta novedad evolutiva, entrelazada en forma interdependiente y simultánea con el hallazgo arqueológico de las primitivas manifestaciones artísticas, supone una mente capaz de pensamiento, simbolismo y autoconciencia, es decir: psiquismo. Con este complejísimo y altamente diferenciado dispositivo, se cuenta con la posibilidad no solo de sobrevivir como especie sino de crear realidad y operar en ella. Consecuentemente, la incesante interacción solidaria entrelazada entre el hombre así dotado y la realidad por él creada obligan a un replanteo de la ley darwiniana de la “selección natural”. Incluso ensaya cierta reconciliación con el desacreditado lamarckismo, por cuanto “la evolución” ya no pasaría únicamente por las mutaciones genéticas, sino que los cambios evolutivos recaerían en la acción trasformadora del hombre, modificando el ámbito ecológico natural. Desde entonces asistimos a una incesante aceleración del contrapunto entre Naturaleza y Cultura, y en forma creciente comienza a gravitar la creatividad humana. Jablonka, E. y Lamb, M. (2013) proponen, apoyadas en una muy documentada y seria fundamentación aportada por recientes investigaciones en biología molecular, la “evolución en cuatro dimensiones”. Agregan a la evolución genética, la epigenética, la del comportamiento y finalmente la evolución a través del lenguaje y otras formas de comunicación simbólica.
Probablemente –así espero– todo este discurrir puede cotejarse y conciliar con las agudas y anticipadoras conjeturas de Freud en “El yo y el ello” (1923). Ahí sugiere al ello como el reservorio en el que fue y va decantando la historia de ese inconmensurable devenir filogenético y al yo como una parte de ese mismo ello, obligado a diferenciarse y organizarse por mandato de la función del periférico Sistema Percepción-Conciencia (SP-C), que –precisamente por su ubicación– lo obliga a exponerse y contactar con los fluyentes presentes inmediatos de la realidad fáctica.
El psiquismo se va así configurando a partir de esta conjunción entre el tesoro filogenético con la aprehensión de los mencionados presentes inmediatos. Para lograrlo requiere un prolongado proceso de compenetración con su entorno humano; proceso preparatorio conocido como “crianza”, exclusiva en términos de parámetros temporales en comparación con la de todos los demás mamíferos. Crianza cuya función es facilitar la viabilidad del neonato y proveerle además el aprendizaje para dotarlo de la posibilidad de integrarse e interactuar en el mundo humano. La prematuridad biológicamente determinada y el consecuente desvalimiento (Freud, S., 1926) (Hilflosigkeit) obligan desde el momento del nacimiento a una asistencia esmerada y altamente especializada de su ámbito humano inmediato. Se trata de un ámbito conformado por un conjunto familiar, entidad grupal ad hoc con roles diferenciados en una estructura triangular –Edipo– (Arbiser, S., 2017c); familia en la cual la sociedad delega el cumplimiento de tal obligación. La familia, entonces, asume la tarea de proveer al desvalido neonato los medios materiales de protección y sustento a través de los cuales le trasmite el universo significante particular de cada familia en forma similar en que se trasmite cada idioma con sus idiosincráticos tonos e inflexiones. Universo significante que constituye la versión local de los mandatos organizacionales y de los múltiples matices valorativos éticos y estéticos de cada contexto sociocultural.
La desmesurada extensión temporal de la crianza humana no solo debe atribuirse a ese desvalimiento inicial derivado de la prematuridad, sino que es además proporcional al esfuerzo que requiere el aprendizaje que la enormidad y complejidad de la realidad humana exigen para lograr no solo alguna forma de supervivencia sino algún grado de adaptación a ella en el mejor de los casos. Incluso el período de latencia, otra característica biológica exclusiva de nuestra especie que Freud define destinado a la “herencia del desarrollo hacia la cultura” (op. cit. 1923, p. 37), abriría un nuevo hiato temporo-espacial para incorporar la inabarcable inmensidad de esa compleja e infinitamente variable realidad humana. Una realidad que respira y absorbe la atmósfera sociocultural del hábitat en el que se vive, a través del aprendizaje espontáneo y, en el mejor de los casos, del aprendizaje programado que proveen las organizaciones educativas. Más arriba afirmo: “hay neurosis, psicosis y caracteropatías porque existe tal psiquismo y tal realidad humana”. Agrego que la crianza es la etapa de la vida en que se realiza la compenetración entre el infante humano y su particular realidad para terminar conformando el “factor predisponente” de las “series complementarias” de la clásica formula etiológica freudiana. Esa ecuación va a decidir esos destinos más o menos adaptativos en su ulterior transcurrir por la vida. Además de sustentar tanto sus fortalezas como su vulnerabilidad, la crianza da cuenta, por sobre todo, de la infinita diversidad que hace único y diferente a cada uno de los seres humanos.
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