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Lecturas

Prostitución/trabajo sexual: las protagonistas hablan

Prostitución/trabajo sexual: las protagonistas hablan

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Diana Maffía (de la Presentación)

Hace ya más de una década, en 2007, Lohana Berkins y Claudia Korol publicaron un libro singular que se agotó pronto sin que pudiéramos reeditarlo. Se siguió leyendo con interés, justamente por la diferencia con otras publicaciones sobre prostitución, centradas en defender posiciones claramente abolicionistas o claramente regulacionistas (en nuestro país no suele haber posiciones prohibicionistas). Pero, fundamentalmente, porque el intercambio no era entre feministas académicas o expertxs en políticas públicas e intervenciones estatales, sino entre las propias mujeres, travestis y trans en situación de prostitución y trabajadoras sexuales.

Reproducía un diálogo pautado abierto y franco sobre reclamos de derechos y propuestas de intervención que partían de sus propias experiencias individuales y colectivas, de la forma de organizar sus luchas y fortalecerse frente a las muchas violencias que las acosaban. Ellas eran las expertas; quienes escuchamos y leímos sus palabras nos sentimos interpeladxs por sus demandas.

Los nombres significativos del activismo de mujeres, travestis y trans, el respeto por las autodefiniciones y el asomo de la posibilidad de acciones en común fueron la marca de ese encuentro, complementado por entrevistas que Lohana y Claudia supieron agregar para profundizar las voces y explicitar los acuerdos y desacuerdos. Surgían de esas voces propuestas para una vida mejor y diferencias que no eran insalvables, porque ese diálogo abría la posibilidad de acciones en común y estaba pendiente el reconocimiento por parte del Estado de la significación de estas demandas. Esas acciones y ese intercambio, constituirse en sujeto de derechos frente al Estado y ser reconocidas como colectivo en su dignidad y ciudadanía siguen siendo la aspiración de muchas personas que no quieren quedar atrapadas en la violencia que divide el debate actual entre abolicionismo y regulacionismo.

Hay mucho por hacer todavía. Así lo entendimos cuando decidimos actualizarlo y hacer una nueva edición, manteniendo el diálogo original, pero agregando entrevistas nuevas que dieran testimonio, por un lado, de los problemas que permanecen (criminalización, acoso policial, violencia, pobreza, explotación, falta de alternativas, falta de programas específicos) y, por otro, de la evolución del activismo, las experiencias y acontecimientos que consideran importantes, que van marcando un camino sinuoso en el diálogo (entre sí y con las autoridades), y las oportunidades de acceso a políticas públicas directas y suficientemente sensibles. 

Lohana Berkins (ALITT - en entrevista realizada en el 2007 para la primera edición del libro)

Yo creo que el feminismo ha debatido la teoría y hace una lectura de esta realidad. Pero, para mí, la dificultad más grande es la falta de debate con las compañeras. ¿Qué pasa si las compañeras se asumen como feministas? ¿Serían aceptadas dentro del movimiento o seríamos proscriptas? ¿Qué pasa si se consideran a sí mismas como trabajadoras sexuales o como mujeres en estado de prostitución y quieren participar del feminismo? ¿El movimiento las acepta? ¿Qué tensiones se plantean? Creo que son contadísimos los grupos o las compañeras que realmente han hecho trabajo de base con las propias compañeras, porque hay una soberbia de pensar “nosotras las defendemos”. Esto contradice una premisa del feminismo, que es que cada grupo debe defenderse y emanciparse por sí mismo. ¿Nos atrevemos a dar herramientas y a fortalecer las bases para que después ellas tomen el destino en sus propias manos? Es el debate que no se da. No creo que, por ejemplo, el prohibicionismo o la idea de castigar a los clientes surjan de las compañeras que se consideran en situación de prostitución ni de las que se consideran trabajadoras sexuales. Esto surge de la academia. Entonces, creo que hay una cuestión de base que es necesario fortalecer. 

María Eugenia Aravena (AMMAR Córdoba, en entrevista realizada en 2020)

 El ejercicio de la prostitución ha sido, a lo largo de la historia, una actividad desarrollada en los márgenes de la clandestinidad, lo que no sólo nos perjudicó la vida a cientos de compañeras, sino también a quienes están siendo víctimas de explotación sexual y de trata de personas, actividades delictivas sancionadas en el Código Penal. Al mezclar todo en la misma bolsa, no se puede diferenciar a quienes deciden de quienes están siendo sometidas, obligadas a través del sometimiento, que suele darse de diferentes formas.

Es infantil seguir pensando, a esta altura del siglo XXI, que nadie decide ejercer la prostitución como forma de ganarse la vida. El universo del trabajo sexual es tan amplio como la cantidad de personas que lo ejercemos. Es muy grande el espectro y de muy diferentes características. Existen diferencias de todo tipo. Es muy ilógico imaginar una misma película para la vida de todas. Es una actividad que sostiene a cientos de hogares y familias de diferentes identidades sexuales, pero –vale la pena aclarar–, siempre dentro de los márgenes de lo que la sociedad burguesa y conservadora quiere ocultar, lo que no quiere asumir por tener en ese caso que evidenciar sus propias prácticas, ya que existe oferta porque existe la demanda, y ahí es cuando prefieren seguir mandándonos a nosotras a la clandestinidad, ya que así pueden seguir ocultando sus verdades. Convengamos que es igualmente amplio el universo cuando hablamos de la demanda –clientes, clientas, parejas jóvenes, matrimonios–, como también personas con capacidades diferentes, quienes en muchos casos no tendrían otra forma de acceder a una sexualidad. Es terapéutico y son experiencias de mucho saber en el hacer de un trabajo sexual en el cual muchas compañeras se especializan en diferentes aspectos. Este último es uno, por ejemplo: no podría una persona que no se considera profesional desde una autonomía perfeccionarse.

El ejercicio de la prostitución es lícito, pero, entonces, ¿por qué vivimos presas en todas partes del mundo? ¿Por qué no tiene un reconocimiento? Se habla de trata de personas y prostitución como la misma práctica desde una marcada intencionalidad política de negar ciertas voces y confundir a quienes no están en tema y opinan sin haberla vivido. Creo que es importante escuchar a quienes tenemos experiencia en el tema y un compromiso con los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBI. Mientras no se pueda diferenciar que la prostitución ejercida por personas mayores de edad es una práctica que sostiene una economía, una autonomía también, pero sin derechos, o sea en negro, esa precarización absoluta nos expulsa a mayor vulnerabilidad y, en muchos casos, se lleva nuestras vidas por el desamparo frente al aparato represivo. 

Graciela Collantes (entrevistada para la segunda edición)

La unidad que alguna vez hubo entre nosotras tuvo que ver con el reconocimiento de que nos pasaban las mismas cosas: a todas nos cobraban coimas, nos llevaban detenidas o nos mataban compañeras. ¡La cana no te pregunta si sos trabajadora sexual, si estás en prostitución o si sos víctima de trata! La violencia no distingue entre posicionamientos políticos.

Pero el tema de la posibilidad real de sostener una lucha compartida es más profundo que la teoría, y esta intención de unidad no funciona hace muchos años. Yo creo que las razones de ello son puramente políticas. No sólo tenemos distintas maneras de entender cómo podrían resolverse determinadas cuestiones, sino que también hay mucho maltrato. Como decía antes, es muy difícil que nos sentemos codo a codo compañeras de distintas posiciones a construir políticas públicas de prevención, de educación, trabajo o vivienda que ayuden y lleguen directamente al sector, porque hay una banalización de la problemática.

No se habla de la realidad que se sufre dentro del sistema prostituyente. Es muy difícil una construcción en ese contexto, en donde somos cuestionadas por querer desnaturalizar prácticas violentas machistas. Ese es el motivo por el cual somos tratadas de victimistas, que somos “yuta de los cuerpos” y no sé qué barbaridades más. Así las cosas, es realmente difícil pensar en que podemos avanzar juntas. Por ejemplo, en la lucha en las calles, en la denuncia y pedido de justicia por los travesticidios y femicidios en prostitución –o en cualquier situación–, sí estamos todas, pero no vamos juntas. Una cosa es ser parte del movimiento feminista, que todas lo somos, y otra es poder llevar adelante una lucha compartida. 

Marlene Wayar (escrito para esta publicación)

Tal vez este sea un puntapié para despertar de la dicotomía en que veo se instalan quienes tratan el tema. Esa dicotomía simplifica a las personas, sus colectivos, sus experiencias y recorridos vitales. Esa dicotomía empobrece el abordaje y alcance de un tema muy extenso. Esa dicotomía pone en riesgo a las personas que hoy están en el ejercicio prostitutivo. Esa dicotomía condena el futuro de personas y colectivos a una normatividad que les caerá ya naturalizada, legitimada y legalizada.

Si el sistema patriarcal nos pone a discutir si abolicionismo o reglamentarismo, discuto los alcances de estos términos contraponiendo con la realidad el modo violento de colonización en que estas teorías prediseñadas se nos imponen. La sensualidad de la “oenegización”, cuando es tomada por las formas de ganarse los financiamientos en danza, nos opera en contra para llevar a las personas soluciones concretas que sean liberadoras.

Hay innumerables indicadores de que lo que se busca es legitimar la cosificación de las personas en situación de prostitución para resolver la culpa del consumidor y legalizar la explotación de la enorme rentabilidad que alberga un negocio que hoy continúa siendo caótico y que el sistema capitalista necesita ordenar y categorizar para buscar los modos más eficientes de extractivismo. O es un laboratorio para otras formas de pensar por fuera del heteropatriarcado, otras maneras de organizar el mundo laboral.

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