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Qué leer

Solo es vida si es verdad

Isha Escribano, autora de "Solo es vida si es verdad"

Isha Escribano

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En el libro “Solo es vida si es verdad”, la médica, periodista, música e instructora de yoga, Isha Escribano narra su historia en primera persona. “Pretendo dejar testimonio de una innumerable concatenación de íntimas metamorfosis y transiciones. Y ya no, solamente, de género, sino también de todas aquellas que me llevaron hacia una existencia más libre, florecida y feliz”, escribió la mujer que recibió el DNI con rectificación de género número 9000 en el año 2020.

A continuación un fragmento del libro editado por Penguin Random House.

“Solo es vida si es verdad”

De a poco, la humanidad comienza a darse cuenta de que la buena música puede venir de cualquier cuerpo, así como también que el mundo no necesita gente que lo salve, sino que brille y esté contenta siendo quien es.

¿Cuándo podremos aceptarnos como somos? La pregunta es pertinente no solo porque ahí radica el tamaño de nuestra libertad, sino también porque las personas que no pueden aceptarse a sí mismas nunca serán libres. Sé muy bien de lo que hablo. Me llevó una vida entera comprenderlo. Nadie, bajo el vasto cielo, es un error de la Creación.

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Uno de los más grandes desafíos consiste en concebir la vida como una obra de arte, en la cual cada persona pueda llevar su proceso evolutivo hasta las últimas consecuencias. Como nos recuerda Fernando Pessoa: “Hay un tiempo en que es necesario dejar las ropas usadas que adoptaron la forma de nuestro cuerpo y en el que debemos olvidar los caminos que nos han llevado a los mismos lugares. Es ahora el tiempo de la travesía, y si no nos animamos, habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos”. A fin de cuentas, nadie puede sanar siendo la misma persona, puesto que la sanación es un viaje de transformación.

¿Qué somos? ¿Un rol, un oficio, un sexo, una edad? ¿Nos definen, acaso, condiciones como gay, lesbiana, cis, hétero, homo, blanco, negro, amarillo, transgénero? ¿No somos acaso mucho más que todo eso? En el momento en que caemos en identificaciones nos estamos condicionando como seres humanos, así como también a nuestro múltiple potencial: ¿por qué la insistencia con rótulos que no hacen más que reducirnos a la condición de objeto? ¿No es nuestra naturaleza mucho más vasta que lo que nos han hecho creer?

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La mayoría de la gente ve a la gente, y a sí misma, desde una sola perspectiva: crítica, tendenciosa, normativa, moral. Se nos amaestró para ver el fascinante paisaje de los nombres y las formas con mirada ajena y sesgada. Se nos programó para ser quienes ni somos ni sentimos ni deseamos. Y puesto que prácticamente nadie calza en el molde que le fue asignado desde el vamos, sufrimos una insoportable picazón de incongruencia. John Milton, en su Paraíso perdido, nos recuerda y a la vez propone: “La belleza es sin duda digna de tu afecto, de tu respeto y de tu amor, mas no de rendimiento tan absoluto. Compárate con ella, y estímate en lo que vales, que a veces nada es tan provechoso como esa estimación de sí mismo bien entendida y puesta en sus justos y razonables límites. Cuanto más procures conocerte a ti, más se persuadirá ella de tu superioridad, y menos se sobrepondrán a la realidad las apariencias”. Durante años fracasé una y otra vez en la devastadora empresa de “rotularme” y “encajar”; algo que, gracias a Dios, no funcionó. Todo lo que puedo decir hoy, tras semejante esfuerzo sobrehumano, es: ¡Qué bendición no haber triunfado! Cuando al mundo no se lo oculta con de nominaciones o etiquetas, la vida cobra una profundidad mucho mayor, y todo recupera su novedad, su frescura, su pureza, su fragancia. Intentar definirlo todo, y definirnos, no hace más que limitarnos, reducirnos, empequeñecernos. El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao.

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Quien es incapaz de percibir la violencia implícita o explícita de la discriminación en cualquiera de sus formas es porque también la ejerce. Y aún más: son los privilegios —que han sido naturalizados como al mismo aire que se respira— los que impiden verla, alzar la voz o conmoverse frente a las crueldades e injusticias que sufrimos quienes no encajamos en la macetita diseñada para bonsáis. Es decir, en el sucinto molde de esa realidad artificial y perversa mal llamada “normatividad”. Más allá de que nuestro género o sexualidad estén o no determinados de antemano por fuerzas sociales o de otra índole, todas las personas de este mundo tenemos el derecho de expresarnos en público sin temor al exterminio, la discriminación y el salvajismo. Porque existir es existir; no es provocar. Sin embargo, el universalismo de la filosofía moderna tipo hegeliana dota de humanidad solo a quienes participan de los típicos rasgos occidentales “no disidentes”, quitándole visibilidad a todas las personas “desviadas”, “inferiores” o “discrepantes”.

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De la noche a la mañana me había convertido en un incordio para las buenas costumbres, el decoro cívico y el prestigio familiar. Así fue como cuando les dije mi verdad me incluyeron en el listado de los monstruos de la historia. Y luego —como destaca Paul Preciado—, pagado el precio y ya sin nada que perder, cambié de nombre. Al igual que los esclavos cuando compraban su libertad. Años después, comprendí que quien deja salir todos sus miedos y se anima a mostrarse tal cual es, llega a ver cómo el odio se va apagando como un fuego en el desierto. Y que del breve puñado de cenizas que quedaron tras la extinción casi aniquilatoria, surge un nuevo espacio, un nuevo mundo, mucho más libre, infinito y liviano, en donde es posible expresarse, existir, amar y ser amada, y dejar prosperar todos los sueños.

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